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El Verbo y la Biblia

El Verbo y la Biblia

Homilía predicada por el p. Carlos Miguel Buela, V.E., el 18 de abril de 1999, Domingo III de Pascua, a los seminaristas del Seminario “María, Madre del Verbo Encarnado”

En el Evangelio de hoy los discípulos de Emaús exclaman: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24, 32). Nuestro Señor explica las Sagradas Escrituras y, de tal manera, que hace arder nuestros corazones. Él es el primer y sumo exégeta.

El celebrado exégeta P. Ignace de la Potterie, SJ, nos preguntaba el año pasado por qué razón enviábamos tantos sacerdotes a especializarse en Roma en exégesis bíblica. Por dos razones fundamentales: 1ª Porque es uno de los campos minados donde trabaja a destajo Satanás, como lo decía el recordado von Hildebrands1; y, 2ª la razón de mayor peso, porque entendemos que forma parte de nuestro carisma fundacional ya que hay una muy profunda analogía entre el misterio de la encarnación y el misterio de la Palabra.

Nos vamos a referir a este último aspecto y la importancia que tiene para  una auténtica interpretación de la Biblia. Usaremos libremente un hermoso discurso de Juan Pablo II2.

 I

La interpretación de los textos bíblicos «es de importancia capital para la fe cristiana y la vida de la Iglesia. ‘En los Libros Sagrados –como nos ha recordado muy bien el Concilio–, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual»3. El modo de interpretar los textos bíblicos para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo tiene consecuencias directas para su relación personal y comunitaria con Dios, y también está ligado estrechamente a la misión de la Iglesia. Se trata de un problema vital… »4.

Refiriéndose a las dos grandes encíclicas bíblicas dice el Papa: «…ambas manifiestan la preocupación por responder a los ataques contra la interpretación católica de la Biblia, pero estos ataques no iban en la misma dirección. Por una parte, la ‘Providentissimus Deus’ quiere proteger la interpretación católica de la Biblia contra los ataques de la ciencia racionalista; por otra, la ‘Divino afflante Spiritu’ se preocupa más por defender la interpretación católica contra los ataques de quienes se oponen al empleo de la ciencia por parte de los exegetas y quieren imponer una interpretación no científica, llamada espiritual, de la Sagrada Escritura5».

     Es decir que, preferentemente, cada una de las dos encíclicas quieren defender la interpretación católica de los dos frentes por donde se la ataca: uno, el racionalismo bíblico, negador de lo milagroso y sobrenatural; el otro, el docetismo bíblico, negador de lo histórico y natural6.

     «En los dos casos, la reacción del Magisterio fue significativa, pues, en lugar de limitarse a una respuesta puramente defensiva, fue al fondo del problema y manifestó así –observémoslo en seguida– la fe de la Iglesia en el misterio de la encarnación»7.

     «La Iglesia no tiene miedo de la crítica científica. Sólo desconfía de las opiniones preconcebidas que pretenden fundarse en la ciencia, pero que, en realidad, hacen salir subrepticiamente a la ciencia de su campo propio’8, más aún es una gran arma tanto contra los racionalistas que a priori niegan lo sobrenatural, como contra los docetistas que niegan lo natural, como ser lo histórico, los géneros literarios, etc. «Comprobamos, pues, que a pesar de la gran diversidad de dificultades que tenían que afrontar, las dos encíclicas coinciden perfectamente en su nivel más profundo. Ambas rechazan la ruptura entre lo humano y lo divino, entre la investigación científica y la mirada de la fe, y entre el sentido literal y el sentido espiritual. Aparecen, por tanto, plenamente en armonía con el misterio de la encarnación»9.

 II

     De modo tal que es muy clara la armonía entre la exégesis católica y el misterio de la encarnación. Al respecto «La encíclica ‘Divino afflante Spiritu’ ha expresado el vínculo estrecho que une a los textos bíblicos inspirados con el misterio de la encarnación, con las siguientes palabras: «Al igual que la palabra sustancial de Dios se hizo semejante a los hombres en todo, excepto en el pecado, así las palabras de Dios expresadas en lenguas humanas, se han hecho en todo semejantes al lenguaje humano, excepto en el error»10 . Recogida casi al pie de la letra por la constitución conciliar Dei Verbum11 , esta afirmación pone de relieve un paralelismo rico de significado»12 .

      La inspiración bíblica fue un primer paso hacia el misterio del Verbo encarnado: «Es verdad que la puesta por escrito de las palabras de Dios, gracias al carisma de la inspiración escriturística, fue un primer paso hacia la encarnación del Verbo de Dios. En efecto, estas palabras escritas representaban un medio estable de comunicación y comunión entre el pueblo elegido y su único Señor.  Por otro lado, gracias al aspecto profético de estas palabras, fue posible reconocer el cumplimiento del designio de Dios, cuando «el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1, 14). Después de la glorificación celestial de la humanidad del Verbo hecho carne, también su paso entre nosotros queda testimoniado de manera estable gracias a las palabras escritas. Junto con los escritos inspirados de la primera alianza, los escritos inspirados de la nueva alianza constituyen un medio verificable de comunicación y comunión entre el pueblo creyente y Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este medio no puede, ciertamente, separarse del manantial de vida espiritual que brota del corazón de Jesús crucificado y se propaga gracias a los sacramentos de la Iglesia. Sin embargo, tiene su consistencia: la consistencia de un texto escrito, que merece crédito»13 .

     «En consecuencia, las dos encíclicas exigen que los exegetas católicos estén en plena armonía con el misterio de la encarnación, misterio de unión de lo divino y lo humano en una existencia histórica completamente determinada… La Iglesia de Cristo toma en serio el realismo de la encarnación, y por eso atribuye gran importancia al estudio histórico-crítico de la Biblia. Lejos de condenarlo, como querían los partidarios de la exégesis mística, mis predecesores lo aprobaron decididamente. «Cultiven los nuestros (es decir, los exégetas católicos), con nuestra vehemente aprobación, la disciplina del arte crítico, sin duda muy útil para percibir profundamente el pensamiento de los hagiógrafos»14.  La misma vehemencia en la aprobación y el mismo adverbio (vehementer) se encuentran en la ‘Divino afflante Spiritu’15  a propósito de las investigaciones de crítica textual»16 .

    Es decir, que los Papas nos exhortan  vehementemente a no descuidar en nada la exégesis científica: «La ‘Divino afflante Spiritu’, como es sabido, recomendó especialmente a los exegetas el estudio de los géneros literarios utilizados en los libros sagrados, llegando a decir que el exegeta católico debe «convencerse de que no puede descuidar esta parte de su misión sin gran menoscabo de la exégesis católica»17 … Una idea falsa de Dios y de la encarnación lleva a algunos cristianos a tomar una orientación contraria.  Tienden a creer que, siendo Dios el ser absoluto, cada una de sus palabras tiene un valor absoluto, independiente de todos los condicionamientos del lenguaje humano. No conviene, según ellos, estudiar estos condicionamientos para hacer distinciones que relativizarían el alcance de las palabras. Pero eso equivale a engañarse y rechazar, en realidad, los misterios de la inspiración escriturística y de la encarnación, ateniéndose a una noción falsa del ser absoluto. El Dios de la Biblia no es un ser absoluto que, aplastando todo lo que toca, anula todas las diferencias y todos los matices. Es, más bien, el Dios creador, que ha creado la maravillosa variedad de los seres de cada especie, como dice y repite el relato del Génesis (cfr.  Gn. l).  Lejos de anular las diferencias, Dios las respeta y valora (cfr. 1 Cor. 12, 18. 24. 28). Cuando se expresa en lenguaje humano, no da a cada expresión un valor uniforme, sino que emplea todos los matices posibles con una gran flexibilidad, aceptando también sus limitaciones. Esto hace que la tarea de los exegetas sea tan compleja, necesaria y apasionante. No puede descuidarse ningún aspecto del lenguaje. El progreso reciente de las investigaciones lingüísticas, literarias y hermenéuticas ha llevado a la exégesis bíblica a añadir al estudio de los géneros literarios otros puntos de vista (retórico, narrativo y estructuralista). Otras ciencias humanas, como la psicología y la sociología, también han dado su contribución.  A todo esto puede aplicarse la consigna que León XII dio a los miembros de la Comisión Bíblica: «No consideren extraño a su campo de trabajo ninguno de los hallazgos de la investigación diligente de los modernos; por el contrario, estén atentos para poder adoptar sin demora todo lo útil que cada momento aporta a la exégesis bíblica’18 . El estudio de los condicionamientos humanos de la palabra de Dios debe proseguir con interés renovado incesantemente»19 .

 III

     Pero advierten muy seriamente que nunca hay que olvidarse que no estamos frente a una palabra meramente humana, sino ante la Palabra de Dios que hace synkatábasis, es decir, se amolda a la palabra de los hombres y mujeres. Por eso: «Este estudio, sin embargo, no basta. Para respetar la coherencia de la fe de la Iglesia y de la inspiración de la Escritura, la exégesis católica debe estar atenta a no limitarse a los aspectos humanos de los textos bíblicos. Es necesario, sobre todo, ayudar al pueblo cristiano a captar más nítidamente la palabra de Dios en estos textos, de forma que los reciba mejor, para vivir plenamente en comunión  con  Dios. Para ello es preciso, desde luego, que el exegeta mismo capte la palabra de Dios en los textos, lo cual sólo es posible si su trabajo intelectual está sostenido por un impulso de vida espiritual.

     Si carece de este apoyo, la investigación exegética queda incompleta, pierde de vista su finalidad principal y se limita a tareas secundarias. Puede, incluso, transformarse en una especie de evasión. El estudio científico de los meros aspectos humanos de los textos puede hacer olvidar que la palabra de Dios invita a cada uno a salir de sí mismo para vivir en la fe y en la caridad.

     La encíclica ‘Providentissimus Deus’ recuerda, a este respecto, el carácter particular de los libros sagrados y la exigencia que de ello deriva para su interpretación: «Los libros sagrados –afirma– no pueden equipararse a los escritos ordinarios, sino que, al haber sido dictados por el mismo Espíritu Santo y tener un contenido de suma importancia, misterioso y difícil en muchos aspectos, para comprenderlos y explicarlos, tenemos siempre necesidad de la venida del mismo Espíritu Santo, es decir, de su luz y su gracia, que es preciso pedir ciertamente con una oración humilde y conservar con una vida santa»20 . Con una fórmula más breve, tomada de san Agustín, la ‘Divino afflante Spiritu’ expresa esa misma exigencia: «Oren para entender’21 .

      Sí, para llegar a una interpretación plenamente válida de las palabras inspiradas por el Espíritu Santo, es necesario que el Espíritu Santo nos guíe; y para esto, es necesario orar, orar mucho, pedir en la oración la luz interior del Espíritu y aceptar dócilmente esta luz, pedir el amor, única realidad que nos hace capaces de comprender el lenguaje de Dios, que «es amor» (1 Jn. 4, 8. 16).  Incluso durante el trabajo de interpretación, es imprescindible que nos mantengamos, lo más posible, en presencia de Dios»22 .

 IV

     Para ello es absolutamente necesaria la fidelidad a la Iglesia: «La docilidad al Espíritu Santo produce y refuerza otra disposición, necesaria para la orientación correcta de la exégesis: la fidelidad a la Iglesia. El exegeta católico no alimenta el equívoco individualista de creer que, fuera de la comunidad de los creyentes, se pueden comprender mejor los textos bíblicos. Lo que es verdad es todo lo contrario, pues esos textos no han sido dados a investigadores individuales «para satisfacer su curiosidad o proporcionarles temas de estudio y de investigación»23 ; han sido confiados a la comunidad de los creyentes, a la Iglesia de Cristo, para alimentar su fe y guiar su vida de caridad. Respetar esta finalidad es condición para la validez de la interpretación. La ‘Providentissimus Deus’ recordó esta verdad fundamental y observó que, lejos de estorbar la investigación bíblica, respetar este dato favorece su progreso auténtico24  …ser fiel a la Iglesia significa situarse resueltamente en la corriente de la gran Tradición que, con la guía del Magisterio, que cuenta con la garantía de la asistencia especial del Espíritu Santo, ha reconocido los escritos canónicos como palabra dirigida por Dios a su pueblo, y jamás ha dejado de meditarlas y de descubrir su riqueza inagotable. También el Concilio Vaticano II lo ha afirmado: ‘Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la palabra de Dios’25 »26 .

 V

     Para ello los exégetas deben ser asiduos predicadores: «Para realizar mejor esta tarea eclesial tan importante, los exegetas se deben mantener cerca de la predicación de la palabra de Dios, ya sea dedicando una parte de su tiempo a este ministerio, ya sea relacionándose con quienes lo ejercen y ayudándoles con publicaciones de exégesis pastoral27 . Evitarán, así, perderse en los caminos de una investigación científica abstracta, que los alejaría del sentido verdadero de las Escrituras, pues este sentido no puede separarse de su finalidad, que consiste en poner a los creyentes en relación personal con Dios»28 .

 VI

      Queridos hermanos y hermanas:

      Tengamos en cuenta que las desviaciones de la cultura occidental moderna deja a muchos hombres y mujeres de hoy día, insensibles a la palabra de Dios, a causa de la secularización y de los excesos de la desmitologización, a causa del racionalismo y del fideísmo que niega el soporte negativo de la fe, del principio de inmanencia y de la sed por los nuevos mitos.

     La gran tarea de la exégesis bíblica que, según distintas esferas de responsabilidad, afecta a todos y cada uno de los sacerdotes, más aún, a todos y cada uno de los bautizados: «Es uno de los aspectos de la inculturación de la fe, que forma parte de la misión de la Iglesia, en unión con la aceptación del misterio de la encarnación»29 .

     Asumamos, una vez más, no sólo como individuos, sino como Congregación, nuestros compromisos en orden a un conocimiento y a una difusión más profunda del mensaje bíblico. Es un deber que no sólo brota de nuestra realidad de bautizados, no sólo de nuestra realidad de ministros de la Palabra, sino que es una exigencia insoslayable de lo que entendemos es nuestro carisma, dado que hay una relación tan íntima entre el Verbo encarnado y la Biblia. Por eso decía San Jerónimo: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Jesucristo»30 .

     Por eso el estudio de la filosofía ya que la inteligencia humana es el principal instrumento de la exégesis bíblica. Por eso el estudio de hebreo y griego, las lenguas originales, y el estudio del latín, lengua de la principal versión. Por eso las materias propedeúticas bíblicas y todas las otras materias, que hay que estudiar apasionadamente.

     La gran joya que es la Misa se engarza, espléndidamente, en la Biblia, ya que «Las dos partes de que consta la Misa, a saber: la liturgia de la palabra y la eucarística, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto31 ».

    «Que Cristo Jesús, Verbo de Dios encarnado, que abrió la inteligencia de sus discípulos a la comprensión de la Escritura (Lc. 24,45), os guíe en vuestras investigaciones. Que la virgen María os sirva de modelo no sólo por su docilidad generosa a la palabra de Dios, sino también, en primer lugar, por su modo de recibir todo lo que se le dijo. San Lucas nos refiere que María meditaba en su corazón las palabras divinas y los acontecimientos que se producían, «symballousa en te kardia autes» (Lc. 2, 19). Por su aceptación de la palabra, es modelo y madre de los discípulos (cf.  Jn. 19, 27). Así pues, que ella os enseñe a aceptar plenamente la palabra de Dios en la investigación intelectual y en toda vuestra vida»32 .

 

NOTAS:

(1) Der Fels, Resensburg, junio 1975, p. 175; cit. en AV, La quimera del progresismo, CCC, Buenos Aires, 1981, p. 37.

(2) Este discurso fue pronunciado la mañana del viernes 23 de abril de 1993, durante una audiencia conmemorativa de los cien años de la encíclica «Providentissimus Deus» de León XIII y de los cincuenta años de la encíclica «Divino afflante Spiritu» de Pío XII, ambas dedicadas a los estudios bíblicos. El discurso puede verse en La interpretación de la Biblia en la Iglesia, San Pablo, Buenos Aires, 1993, 127 pp.; o en L’Osservatore Romano, 30 de abril de 1993, pp 5 y 6. El discurso fue pronunciado en francés.

(3) Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum, 21.

(4) Discurso…, 1.

(5) Ibidem, 3.

(6) Cf. nuestro artículo ‘La exégesis y el vaciamiento de la Escritura’, Mikael, 12, 1976, pp. 49-76.

(7) Discurso…, 4.

(8)  Ibidem.

(9) Ibidem, 5.

(10) Enchiridion biblicum, 559.

(11) Discurso…,13.

(12) Ibidem, 6.

(13) Ibidem.

(14)  Carta apostólica Vigilantiae, para la fundación de la Comisión Bíblica, 30 de octubre de 1902, Enchiridion biblicum, 142.

(15) cf. Enchiridion biblicum, 548.

(16)  Discurso… 7.

(17) Enchiridion biblicum, 560.

(18) Vigilantiae, Enchiridion biblicum, 140.

(19) Discurso… 8.

(20) Enchiridion biblicum, 89.

(21) Enchiridion biblicum, 569.

(22) Discurso… 9.

(23) Divino afflante Spiritu; Enchiridion biblicum, 566.

(24) cfr.  Enchiridion biblicum, 108-109.

(25) Dei Verbum, 12.

(26) Discurso…, 10.

(27) cfr.  Divino afflante Spiritu, Enchiridion bíblicum, 551.

(28) Discurso…, 11.

(29) Ibidem, 15.

(30) Comentario a Isaías, Prólogo.

(31) Sacrosanctum Concilium, 56.

(32) Discurso…, 16.