Esse y esencia en Dios[1]
I. De las creaturas al Creador
En su magistral camino de las creaturas al Creador, Santo Tomás parte de hechos de la experiencia sensible, como el movimiento, la causalidad, la contingencia, la participación, el orden, remontándose a Aquel que mueve y no es movido, causa y no es causado, existe y hace existir, el ser supremo de quien todos participan, ordenador y no ordenado por otros[2].
Para quien tenga una clara inteligencia metafísica de las pruebas, es patente la real distinción entre el punto de partida y el término de las mismas. Inteligencia metafísica que se sostiene, inconmovible, sobre el primer principio del ser y del pensar: el de contradicción[3].
No puede ser ‑y además es inconcebible‑ que todo se mueva y nadie mueva, que todo sea causado y nadie cause, que todo sea contingente y no haya nada necesario, que en todo haya grados y que nadie los sustente siendo a su vez el máximo en esa perfección, que haya armonía y ningún armonizador.
Eso es absurdo, eso es vanidad (cf. Sb 13,1), eso es necio (cf. Sl 53,1), eso es pecado inexcusable (cf. Ro 1,20).
II. De la naturaleza del Creador
Ahora bien, no menos magistral es el camino seguido por el Angélico para conocer la naturaleza de Dios: la triple vía de la afirmación, la negación y la eminencia.
Afirmación porque lo que hay en el efecto debe existir en la causa; negación porque el efecto es limitado y se debe negar que en su causa se dé esa limitación; eminencia porque la causa es análoga.
Y así en esta fascinante aventura intelectual, la máxima que al hombre le es dada, es de toda evidencia que al Acto Puro hay que quitarle toda potencialidad, a la Causa Incausada todo devenir, al Ser Necesario toda contingencia, al Sumo Ser toda limitación, a la Suprema Inteligencia toda subordinación.
Con calidad de orfebre, paciencia de santo y genialidad de gran pensador, ya al inicio de la Summa Theologiae niega Santo Tomás en Dios toda composición (I, q. 3), ya que implica potencialidad e imperfección, inconcebibles en Dios, tanto la corporal (art.1), como la de materia y forma (art.2 ), la de naturaleza y persona (art. 3), de esencia y acto de ser (art. 4), de género y diferencia (art. 5), de sustancia y accidente (art. 6) y de cualquier otra posible o hipotética composición (art. 7).
En esta gran aventura del espíritu, la inteligencia humana llega a la cumbre en el artículo 4 de esa quaestio. Cumbre más allá de la cual es imposible subir, al demostrar que en Dios no hay composición de orden sustancial real entre esencia y acto de ser (esse).
Este ascenso culmina allí, de tal modo que la identidad en Dios del esse y la esencia, constituye como la clave de bóveda de la teología natural y de la sobrenatural. De hecho, luego de llegar a esta cima, comienza el proceso descendente o resolutivo, por el cual la inteligencia humana va deduciendo los demás atributos de Dios, incluidos «in nuce» en la admirable subsistencia divina.
III. Esse y esencia
Quedemos en el artículo en cuestión.
Allí, con toda decisión, firmeza y claridad, enseña el Aquinate que Dios «no sólo es su esencia, sino también su ser (esse)»[4]. Lo cual demuestra por tres razones principales: una, porque si no el ser lo recibiría de otro; otra, porque si no habría potencia en Dios, y, la última, porque Dios sería un ser por participación.
Y así desarrolla su pensamiento con argumentos tomados del término de la segunda vía, la primera y la cuarta, a saber:
- Cuanto se encuentra en un ser y no pertenece a su esencia tiene que ser causado… Si el ser (esse) es distinto de la esencia, el ser debe ser causado… pero como Dios es primera Causa Incausada, es imposible que en Dios el ser sea distinto de la esencia[5].
- El ser (esse) es la actualidad de toda forma o naturaleza… si en algún ser fuesen distintos el ser de la esencia, tendrían entre ellos la relación del acto con la potencia. Como en Dios no hay potencialidad alguna, no puede haber en Él composición real entre esencia y existencia[6].
- Lo que tiene ser (esse) y no es el ser, existe por participación, no por esencia. Ahora bien, Dios es su misma esencia: si no se identificase con su ser, no sería por su esencia sino por participación y no sería el primer ser. Lo cual es un absurdo. Por tanto, Dios es su ser (esse), no sólo su esencia[7].
De donde se ve claro que en Dios se identifican esencia y ser: en Dios son «idem essentia et esse»[8].
IV. Esencia metafísica
Esto nos lleva de la mano al constitutivo metafísico de la naturaleza divina, o sea, aquella propiedad última, singular y fundamental del ser de Dios que, según nuestro modo analógico de pensar, debe tener tres características:
- debe constituir la última y más profunda razón del ser divino,
- debe distinguir al ser divino, radicalmente, de todos los seres creados,
- y debe ser la raíz de las demás perfecciones, entitativas y operativas, de Dios.
La respuesta correcta nos dará el constitutivo formal de Dios específicamente en aquello que es la sustancia divina.
Distintas fueron, históricamente, las respuestas, tanto fuera como dentro de la escolástica.
Fuera de la escolástica nos encontramos con cinco opiniones al respecto:
- La bondad. Siguiendo a Platón, algunos afirmaron que la Bondad primaba sobre cualquier otro atributo de Dios, como si dijésemos, parafraseando Ex 3,14: «Ego sum qui est bonum».
- La unidad. En línea plotiniana, ya que para él la suma hipóstasis es el Uno. Sería: «Ego sum qui est unum».
- La inmutabilidad. Para San Agustín es lo que caracteriza el ser de Dios y por lo que se distingue de las creaturas. El entendía el nombre divino, Sum, por el término abstracto esencia, «que designa la inmutabilidad misma de “lo que es”»[9]. Es la doctrina de la essentialitas divina, continuada por San Anselmo; tendrá gran influencia en Ricardo de San Víctor, Alejandro de Hales y San Buenaventura. Se expresaría: «Ego sum qui non mutor».
- La libertad. Para algunos voluntaristas: « el espíritu puro no es más que lo que Él se hace, es decir que es la libertad absoluta… Yo soy lo que quiero; esta fórmula es, pues, la buena»[10]. «Ego sum quod volo».
- La fundamentabilidad. Para Zubiri, Dios es el ser fundamentante, que está fundamentando. Debería decir: «Ego sum fundamentum».
En la escolástica también son variadas las opiniones. Los no tomistas afirman ‑con distinciones‑ que es la infinidad. Los tomistas, a su vez, se dividen poniendo la esencia metafísica de Dios en el entender o en el ser. Aquí, también tenemos cinco opiniones:
- La infinidad radical. Es la postura de Scoto, o sea, la propiedad que Dios posee, y en grado infinito, todas las perfecciones. Diría: «Ego sum quod est infinitum».
- La infinidad extensiva. Es la postura del nominalismo (Occam, Biel, P. de Ailly), o sea el conjunto de todas las perfecciones posibles. Identifican esencia física con esencia metafísica. En la relectura leerían: «Ego sum qui est omnia».
- La infinidad intensiva. Los que ponen el constitutivo formal en la posesión de perfecciones en sumo grado. Tal Descartes y los cartesianos, que no pertenecen a la escolástica. Entenderían: «Ego sum qui est maximum».
- La absoluta intelectualidad.
- Para Cayetano, como entender radical remoto o sustancia
- Para Arriaga, Ferré y Godoy, como entender radical próximo o potencia
- Para Juan de Santo Tomás, Gonet, el Ferrariense, los Salmaticenses, Billuart, Finlayson, como entender formal o la intelección subsistente plenamente identificada con Dios.
Para ellos sería correcto decir: «Ego sum qui intelligo».
- El «ens a se». Para Santo Tomás[11], Capreolo, Bañez, Gotti, Contenson, Ledesma, Del Prado, Hugon, Manser, Remer, Garrigou‑Lagrange, Maquart, Arnou, Fabro, Innocenti, etc., y fuera de la Escuela, Suárez, Molina, Vázquez, Torres, etc., la esencia metafísica de Dios es la identidad de su esencia y su esse. «Ego sum qui sum» (Ex 3,14).
V. El «ipsum esse subsistens»
Esta última posición expresa el ser absoluto de Dios, término de las cinco vías; es la única formulación exacta del constitutivo metafísico del ser divino ya que reúne las tres notas, a saber:
- constituye la última y más profunda razón del ser de Dios,
- que le distingue, radical y esencialmente, de todo lo que no es Él,
- y que, al mismo tiempo, es la raíz y como el arranque y la cepa de las demás perfecciones divinas.
El constitutivo formal es la pura actualidad de su mismo existir; es el ser (esse) sustantivo y no adjetivamente; es propio del que es el ser de sí mismo y por sí mismo; es el ser (esse) constitutiva y no consecutivamente; es la sustancialidad de todas las perfecciones divinas; es lo que sólo compete a Dios; es el Ser que subsiste por sí mismo, no producido, no creado, no hecho a sí mismo; es en Quien coinciden esencia y ser; en Quien se excluye todo no‑ser y toda mera posibilidad de ser; es el Ser real, purísimo, sin mezcla alguna de potencialidad; es el Ser por antonomasia; la unidad y la simplicidad absoluta; la plenitud infinita del Ser; la aseidad eterna y el eternamente presente; en una palabra «El que es» (Ex 3,14).
VI. «Qui sum»
En el Sinaí fue revelado a Moisés «el más propio de los nombres de Dios»[12], donde se explica el nombre por el verbo «ser», tercera persona de la forma qal del verbo hebreo hyh, que significa ser, existir.
Allí, enigmáticamente, responde Dios a la pregunta de Moisés «Tú, ¿quién eres?» (Ex 3,13), diciendo: «Yo soy el que soy» (’ehyeh ‘aser ’ehyeh, v.14). Y más adelante en primera persona: «Yo soy» (’ehyeh, v.15), y poniendo la frase en labios de Moisés, en tercera persona: «Él es» (Yahveh).
Esta respuesta misteriosa es la causa de la veneración extremada de los judíos[13] por el misterioso tetragrama «YHWH» (llamado así porque consta de cuatro letras: iod, he, waw, he): יהוה símbolo del misterio de la vida íntima de la divinidad. Los traductores griegos de la versión de los LXX traducen habitualmente el tetragrama hebreo (que aparece unas 6000 veces en el Texto hebreo Masorético) por κύριος, es decir, Señor.
VI.1. ¿Cuál es la etimología del tetragrama sagrado?
Las opiniones son múltiples:
- Unos la hacen derivar de la raíz hwh que significa «caer».
- O de esta otra hwy que se traduce por «soplar», y piensan que, primitivamente, Yavé era el dios de la tempestad que hacía soplar los vientos y caer el rayo.
- Otro piensan que Yah era una aclamación por la que Dios era invocado en el culto.
- O que derivaba el pronombre hu’ que significa «él», «él mismo».
- En Ex 3,14 se explica el nombre por el verbo hyh, «ser», en la forma qal, cuyo origen tal vez sea el verbo cananeo LWL: ser, existir.
VI.2. ¿Qué significa?
También las opiniones son múltiples:
- Algunos leen en forma causal: «hace el ser»; «da el ser»; en el sentido de que trae las cosas a la existencia, es el Creador.
- Otros afirman que se trata de una definición de la inmutabilidad de Dios: «Yo seré lo que soy». Sería una alusión a su eternidad.
- Otros sostienen, teniendo en cuenta las fórmulas análogas de Ez 12,25: «Yo digo lo que digo», o Ex 33,19: «Yo hago gracia a quién hago gracia», que se insiste sobre la realidad o más bien sobre la soberana independencia de la existencia, de la palabra y de la gracia de Dios. Tendría un sentido de estar en actividad, de devenir; expresando una existencia que se manifiesta activamente, un ser eficaz (justifica la misión de Moisés, encargado de la liberación de Israel…expresa la eficacia del ser del Dios liberador…el que, por los milagros, manifiesta eficazmente su existencia).
- Para otros indica que es y actúa con una libertad absoluta: «Él es el que es».
- Algunos ven la idea de trascendencia y santidad. A Moisés se la manda descalzarse… el lugar es «santo». «Él que es» expresa la incontaminación con lo material y la pureza de Dios.
- Los más afirman que Dios proclama que tiene el «ser» por sí mismo y no de otro. Se contrapone a los ídolos que no tienen ser, ni existencia, ni vida. Expresa el «ser absoluto»: el ipsum esse subsistens: el mismo Ser subsistente. Lo que constituye la esencia metafísica de Dios, es decir, aquella nota fundamental que constituye la razón última y más profunda del ser divino, que le distingue radicalmente de todo ser creado, y que es la raíz de las demás perfecciones divinas.
Dios tiene el ser de sí mismo y por sí mismo (esto se opone a la esencia del ser creado).
- Es el mismo Ser.
- El Ser absoluto.
- El Ser que subsiste por sí mismo.
- Esencia y ser se identifican en Dios.
- Excluye todo no ser y toda mera posibilidad de ser.
- Es el Ser Real purísimo, sin mezcla de potencialidad.
- Es el Ser por antonomasia e implica la aseidad eterna, la unidad y simplicidad absoluta, la plenitud infinita de la naturaleza divina.
- Es el eternamente presente[14].
Constituye esta respuesta una revelación singularísima de Dios, en la cual da su nombre, que es como si dijéramos, su definición. Es solemnísima la declaración divina y, además, excepcional. Es el único nombre verbal, no‑nominal, de Dios, que le diferencia de todas las concepciones abstractas de la divinidad que tenían los pueblos circunvecinos, y que, por lo tanto, lo presenta como el único Dios personal que se ha manifestado a lo largo de la historia[15].
Santo Tomás arguye magistralmente demostrando que «es el más propio de los nombres de Dios» por razón de su significación, de su universalidad y por lo que incluye en su significado[16].
También aquí nos encontramos con opiniones distintas:
- Para algunos (Volg, Gressmann, Gunkhel, Balscheit, Kohler, Lambert, B. Couroyer y José Gortía ‑en la Biblia de Jerusalén‑, etc.), se trata de una respuesta negativa a dar su nombre. Como si dijese: «Ego sum qui est innefabilis».
- Para otros (Grether, Buber, Hanel, Vnezen, etc.) indicaría la soberana independencia de la existencia, de la palabra y de la gracia de Dios. Tendría el sentido de devenir, de estar en actividad, de ser eficaz, como si dijese: «Ego sum qui est in fieri». En este sentido «él es» (o «él será»), Yahvé, el que manifiesta eficazmente su existencia.
- Por eso para otros (Davidson, Hehn, Sellin, Eichrodt, etc.) es el que es constante en ayudar y ser fiel a su pueblo: «Yo estaré contigo» (Ex 3,12).
- Otros leen el verbo en forma causativa hifil (Albright[17], Obermann, etc.) y traducen: «yo haré ser lo que haré ser», o «hace existir lo que comienza a existir», o sea, significa Creador. Sería «el que hace el ser, el que da el ser, el que crea». Entenderían: «Ego sum qui dat esse».
- Otros traducen «yo seré lo que yo era», lo que daría el sentido de la eternidad de Dios. Versión insostenible ya que el verbo está dos veces en imperfecto.
- Otros ven la idea de trascendencia y santidad. Sería «El Santo». Dios manda a Moisés que se descalce, con lo que expresaría la incontaminación con lo material y la pureza de Dios. «Ego sum sanctus», sería su lectura.
- Otros ven expresada la noción: «El que hace la historia», equivalente a «El que liberta», como si dijese: «Ego sum qui facio gesta».
- Alguno considera que se refiere al que está junto, que acompaña: «Ego sum qui adsum».
En el fondo todas estas lecturas, y cuantas más puedan darse, manifiestan el sustrato filosófico de sus autores. Tanto lo que constituye la esencia metafísica de Dios, como la manera de entender el nombre propio de Dios, trabajan como la clave de bóveda del pensamiento humano. Más allá de eso no hay nada más elevado, por eso expresa, a maravillas, la inteligencia que el teólogo, el filósofo o el exégeta tienen de la realidad.
VII. Preconcepto
Por eso, en las distintas relecturas de «Ego sum qui sum» (Ex 3,14), se puede detectar lo que los alemanes llaman «Vorgriff», el preconcepto filosófico que subyace en cada intérprete, sea que él mismo lo explicite o no, lo sepa o no lo sepa.
Así es que fácilmente uno puede detectar el sistema filosófico de cada hermeneuta, sea agnóstico, emanatista, historicista, relativista, intelectualista, fenomenista, hegeliano, racionalista, nominalista, existencialista, marxista, panteísta, libertista, horizontalista, voluntarista, gnóstico, unionista, buenista, etc. Todas las prevenciones contra la abstracción, la filosofía del ser, etc., son posturas filosóficas. Decía Aristóteles, en un célebre dilema: «¿Decís que hay que filosofar? Entonces es cierto, hay que filosofar. ¿Decís que no hay que filosofar? En ese caso también hay que filosofar (para demostrar que no hay que hacerlo). En ambos casos, pues, hay que filosofar»[18].
De ahí que casi todas las hermenéuticas modernas busquen encerrar la esencia de Dios en la inmanencia (aun cuando hablen de trascendencia), sea en cuanto ignoto, eficaz, auxiliador, obrador, duradero, incontaminado, liberador, unificador, etc.
En última instancia son intérpretes cuya inteligencia es horra de metafísica. Por lo tanto no pueden penetrar la realidad y deforman el dato revelado.
VIII. «El que es»
Creemos que la obvia palabra de la Escritura «Yo soy» (Ex 3,14), «El que es» (Sb 13,1), expresa que la esencia de Dios es el Ser y que lo distingue de todos los demás seres: «Yo, Yavheh, ese es mi nombre, no doy mi gloria a ningún otro, ni a los ídolos mi alabanza» (Is 42,8).
Estamos totalmente de acuerdo con los Padres que afirmaban: «El ser en Dios no es accidente, sino verdad subsistente» (San Hilario)[19] y «Nada podemos pensar que caracterice mejor a Dios que el Ser» (San Hilario)[20]. O como decía San Gregorio Nacianceno: «Dios siempre fue, siempre es y siempre será; o, mejor dicho, siempre es… es el que siempre es»[21]. «Dios se llamó a sí mismo el ser por antonomasia (ipsum esse)», dice San Agustín[22] y agrega San Juan Damasceno: «“El que es” es el más acertado de los nombres divinos»[23]. San Bernardo afirma: «Ora llamemos a Dios bueno… grande… dichoso… sabio… todo está contenido en la palabra “est” (= “Él es”)»[24].
Es por eso que Su Santidad Juan Pablo II enseñara en sus catequesis:
«El que es.»
- Al pronunciar las palabras “Creo en Dios”, expresamos ante todo la convicción de que Dios existe. Este es un tema que hemos tratado ya en las catequesis del ciclo anterior, referentes al significado de la palabra “creo”. Según la enseñanza de la Iglesia la verdad sobre la existencia de Dios es accesible también a la sola razón humana, si está libre de prejuicios, como testimonian los pasajes del libro de la Sabiduría (cf. 13,1-9) y de la Carta a los Romanos (1,19-20) citados anteriormente. Nos hablan del conocimiento de Dios como creador (o Causa primera). Esta verdad aparece también en otras páginas de la Sagrada Escritura. El Dios invisible se hace en cierto sentido “visible”a través de sus obras.
« Los cielos pregonan la gloria de Dios,
y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
El día transmite el mensaje al día,
y la noche a la noche pasa la noticia» (Sl 18/19,2-3).
Este himno cósmico de exaltación de las creaturas es un canto de alabanza a Dios como creador. He aquí algún otro texto:
«¡Cuántas son tus obras, oh Yahvé!
Todas las hiciste con sabiduría!
Está llena la tierra de tu riqueza» (Sl 103/104,24).
«Él con su poder ha hecho la tierra,
con su sabiduría cimentó el orbe
y con su inteligencia tendió los cielos (…).
Embrutecióse el hombre sin conocimiento» (Jr 10,12‑14).
« Todo lo hace Él apropiado a su tiempo (…). Conocí que cuanto hace Dios es permanente y nada se le puede añadir, nada quitar» (Qo 3,11-14).
- Son sólo algunos pasajes en los que los autores inspirados expresan la verdad religiosa sobre Dios-Creador, utilizando la imagen del mundo a ellos contemporánea. Es ciertamente una imagen pre-científica, pero religiosamente verdadera y poéticamente exquisita. La imagen de que dispone el hombre de nuestro tiempo, gracias al desarrollo de la cosmología filosófica y científica, es incomparablemente más significativa y eficaz para quien procede con espíritu libre de prejuicios.
Las maravillas que las diversas ciencias específicas nos desvelan sobre el hombre y el mundo, sobre el microcosmos y el macrocosmos, sobre la estructura interna de la materia y sobre las profundidades de la psique humana son tales que confirman las palabras de los autores sagrados, induciendo a reconocer la existencia de una Inteligencia suprema creadora y ordenadora del universo.
- Las palabras “creo en Dios” se refieren ante todo a aquel que se ha revelado a Sí mismo. Dios que se revela es Aquel que existe: en efecto, puede revelarse a Sí mismo sólo Uno que existe realmente. Del problema de la existencia de Dios la Revelación se ocupa en cierto sentido marginalmente y de modo indirecto. Y tampoco en el Símbolo de la fe la existencia de Dios se presenta como un interrogante o un problema en sí mismo. Como hemos dicho ya, la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio afirman la posibilidad de un conocimiento seguro de Dios mediante la sola razón (cf. Sb13,1-9; Ro1,19-20; así lo definió el Concilio Vaticano I, DS 3004; 3026; y lo afirma el Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 6). Indirectamente tal afirmación encierra el postulado de que el conocimiento de la existencia de Dios mediante la fe -que expresamos con las palabras “creo en Dios”-, tiene un carácter racional, que la razón puede profundizar. “Credo, ut intelligam” como también “intelligo, ut credam”: éste es el camino de la fe a la teología.
- Cuando decimos “creo en Dios”, nuestras palabras tienen un carácterpreciso de “confesión”. Confesando respondemos a Dios que se ha revelado a Sí mismo. Confesando nos hacemos partícipes de la verdad que Dios ha revelado y la expresamos como contenido de nuestra convicción. Aquel que se revela a Sí mismo no sólo nos hace posible conocer que Él existe, sino que nos permite también conocer Quién es Él, y también cómo es Él. Así, la autorrevelación de Dios nos lleva al interrogante sobre la Esencia de Dios: ¿Quién es Dios?
- Hagamos referencia aquí al acontecimiento bíblico narrado en el libro del Éxodo(3,1-14). Moisés que apacentaba la grey en las cercanías del monte Horeb advierte un fenómeno extraordinario. «Veía Moisés que la zarza ardía y no se consumía» (Ex3,2). «Se acercó y Dios ‘le llamó de en medio de la zarza: ¡Moisés!, ¡Moisés!’, él respondió: ‘Heme aquí’. Yahvé le dijo: ‘No te acerques. Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa’; y añadió: ‘Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob’. Moisés se cubrió el rostro, pues temía mirar a Dios» (Ex 3,4-6).
El acontecimiento descrito en el libro del Éxodo se define una “teofanía”, es decir, una manifestación de Dios en un signo extraordinario y se muestra, entre todas las teofanías del Antiguo Testamento, especialmente sugestiva como signo de la presencia de Dios. La teofanía no es una revelación directa de Dios, sino sólo la manifestación de una presencia particular suya. En nuestro caso esta presencia se hace conocer tanto mediante las palabras pronunciadas desde el interior de la zarza ardiendo, como mediante la misma zarza que arde sin consumirse.
- Dios revela a Moisés la misión que pretende confiarle: debe liberar a los israelitas de la esclavitud egipcia y llevarlos a la Tierra Prometida. Dios le promete también su poderosa ayuda en el cumplimiento de esta misión: “Yo estaré contigo”. Entonces Moisés se dirige a Dios: «‘Pero si voy a los hijos de Israel y les digo: el Dios de vuestros padresme envía a vosotros, y me preguntan cuál es su nombre, ¿Qué voy a responderles?’ Dios dijo a Moisés: ‘Yo soy el que soy’. Después dijo: ‘Así responderás a los hijos de Israel: Yo soyme manda a vosotros’» (Ex 3,12-14).
Así, pues, el Dios de nuestra fe —el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob— revela su nombre. Dice así: “Yo soy el que soy”. Según la tradición de Israel, el nombre expresa la esencia.
La Sagrada Escritura da a Dios diversos “nombres”; entre estos: “Señor” (por ejemplo, Sb 1, 1), “Amor” (1 Jn 4, 16), “Misericordioso” (por ejemplo, Sl 85,15), “Fiel” (1 Cor 1, 9), “Santo” (Is 6, 3). Pero el nombre que Moisés oyó procedente de lo profundo de la zarza ardiente constituye casi la raíz de todos los demás. “El que es” dice la esencia misma de Dios que es el Ser por sí mismo, el Ser subsistente, como precisan los teólogos y los filósofos. Ante El no podemos sino postrarnos y adorar»[25].
Y en la Audiencia siguiente continúa el Papa con el tema:
«Dios de infinita majestad.»
- “Creemos que este Dios único es absolutamente uno en su esencia infinitamente santa al igual que en todas sus perfecciones, en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y en su amor. Él es el que es, como lo ha revelado a Moisés; y Él es Amor, como el Apóstol Juan nos lo enseña; de forma que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan inefablemente la misma Realidad divina de Aquel que ha querido darse a conocer a nosotros y que habitando en una luz inaccesibleestá en Sí mismo por encima de todo nombre, de todas las cosas y de toda inteligencia creada” (Insegnamenti de Paolo VI, VI, 1968, pág. 302).
- El Papa Pablo VI pronunciaba estas palabras en el 1900 aniversario del martirio de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, el 30 de junio de 1968, durante la profesión de fe llamada “El Credo del Pueblo de Dios”. Expresan de manera más extensa que los antiguos Símbolos, aunque también de forma concisa y sintética, aquella verdad sobre Dios que la Iglesia profesa ya al comienzo del Símbolo: “Creo en Dios”: es el Dios que se ha revelado a Sí mismo, el Dios de nuestra fe. Su nombre: “Yo soy el que soy”, revelado a Moisés desde el interior de la zarza ardiente a los pies del monte Horeb, resuena, pues, todavía en el Símbolo de fe de hoy. Pablo VI une este Nombre —el nombre “Ser”— con el nombre “Amor” (según el ejemplo de la primera Carta de San Juan). Estos dos nombres expresan del modo más esencial la verdad sobre Dios. Tendremos que volver de nuevo a esto cuando, al interrogarnos sobre la Esencia de Dios, tratemos de responder a la pregunta: quién es Dios.
- Pablo VI hace referencia al Nombre de Dios «Yo soy el que soy», que se halla en el libro del Éxodo. Siguiendo la tradición doctrinal y teológica de muchos siglos, ve en él la revelación de Dios como «Ser»: elSer subsistente, que expresa la Esencia de Dios en el lenguaje de la filosofía del ser (ontología o metafísica) utilizada por Santo Tomás de Aquino. Hay que añadir que la interpretación estrictamente lingüística de las palabras “Yo soy el que soy”, muestra también otros significados posibles, a los cuales aludiremos más adelante. Las palabras de Pablo VI ponen suficientemente de relieve que la Iglesia, al responder al interrogante: ¿Quién es Dios?, sigue, a partir del ser (esse), en la línea de una tradición patrística y teológica plurisecular. No se ve de qué otro modo se podría formular una respuesta sostenible y accesible.
- La palabra con la que Dios se revela a sí mismo expresándose en la “terminología del ser”, indica un acercamiento especial entre el lenguaje de la Revelación y el lenguaje del conocimiento humano de la realidad, que ya desde la antigüedad se calificaba como “filosofía primera”. El lenguaje de esta filosofía permite acercarse de algún modo al Nombre de Dios como “Ser”. Y, sin embargo -como observa uno de los más distinguidos representantes de la escuela tomista en nuestro tiempo, haciendo eco al mismo Santo Tomás de Aquino[26]-, incluso utilizando este lenguaje podemos, al máximo, “silabear” este Nombre revelado, que expresa la Esencia de Dios[27]. En efecto, ¡el lenguaje humano no basta para expresar de modo adecuado y exhaustivo “Quién es” Dios!, ¡nuestros conceptos y nuestras palabras respecto de Dios sirven más para decir lo que Él no es, que lo que es[28]!
- “Yo soy el que soy”. El Dios que responde a Moisés con estas palabras es también “el Creador del cielo y de la tierra”. Anticipando aquí por un momento lo que diremos en las catequesis sucesivas a propósito de la verdad revelada sobre la creación, es oportuno notar que, según la interpretación común, la palabra “crear” significa “llamar al ser del no-ser”, es decir, de la “nada”. Ser creado significa no poseer en sí mismo la fuente, la razón de la existencia, sino recibirla “de Otro”. Esto se expresa sintéticamente en latín con la frase «ens ab alio». El que crea —el Creador— posee en cambio la existencia en sí y por sí mismo(“ens a Se”).
El ser pertenece a su substancia: su esencia es el ser. Él es el Ser subsistente (Esse subsistens). Precisamente por esto no puede no existir, es el ser “necesario”. A diferencia de Dios, que es el “ser necesario”, los entes que reciben la existencia de Él, es decir, las creaturas, pueden no existir: el ser de las creaturas no constituye su esencia; son entes “contingentes”.
- Estas consideraciones respecto de la verdad revelada sobre la creación del mundo, ayudan a comprender a Dios como el “Ser”. Permiten también vincular este “Ser” con la respuesta que recibió Moisés a la pregunta sobre el Nombre de Dios: “Yo soy el que soy”. A la luz de estas reflexiones adquieren plena transparencia también las palabras solemnes que oyó Santa Catalina de Siena: “Tú eres lo que no es, Yo soy Él que Es”[29]. Esta es la Esencia de Dios, el Nombre de Dios, leído en profundidad en la fe inspirada por su auto-revelación, confirmado a la luz de la verdad radical contenida en el concepto de creación. Sería oportuno cuando nos referimos a Dios escribir con letra mayúscula aquel “soy” el que “es”, reservando la minúscula a las criaturas. Ello sería además un signo de un modo correcto de reflexionar sobre Dios según las categorías del “ser”.
En cuanto “ipsum Esse Subsistens” -es decir, absoluta plenitud del Ser y por tanto de toda perfección- Dios es completamente trascendente respecto del mundo. Con su esencia, con su divinidad Él “sobrepasa” y “supera” infinitamente todo lo que es creado: tanto cada criatura incluso la más perfecta como el conjunto de la creación: los seres visibles y los invisibles.
Se comprende así que el Dios de nuestra fe, El que es, es el Dios de infinita majestad. Esta majestad es la gloria del Ser divino, la gloria del Nombre de Dios, muchas veces celebrada en la Sagrada Escritura.
«Yahvé, Señor, nuestro, ¡cuán magnífico es tu nombre en toda la tierra!» (Sl 8,2)
«Tú eres grande y obras maravillas / tú eres el solo Dios» (Sl 85,10).
«No hay semejante a ti, oh Yahvé» (Jr 10,6).
Ante el Dios de la inmensa gloria no podemos más que doblar las rodillas en actitud de humilde y gozosa adoración repitiendo con la liturgia en el canto del Te Deum: “Pleni sunt caeli et terra maiestatis gloriae tuae… Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia: Patrem inmensae maiestatis”: “Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria… A ti la Iglesia santa, extendida por toda la tierra, te proclama: Padre de inmensa majestad”»[30].
Es decir, por ser el «ipsum esse subsistens» Dios es el Creador, es eficaz, auxiliador, es eterno, santo, liberador, es conocido, ama, unifica…De otra manera, negar a Dios la realidad de ser y buscar de entenderlo excluyendo la «terminología del ser» será siempre un intento fallido y, lícitamente, podremos pensar que es la pretensión de alguien enseñoreado por la cultura atea y anti metafísica.
Retengamos siempre y sencillamente, que Dios es.
[1] Publicado en Revista Diálogo, n. 19 (noviembre 1993) p. 47-58.
[2] Cfr. S. Th. I, q. 2, a. 3.
[3] Leer Aristóteles, Metafísica, l.6; G. M. Manser, OP., La esencia del tomismo, Madrid 1953, p. 333-358.
[4] «Deus non solum est sua essentia…, sed etiam suum esse» (I, q.3, a.4).
[5] «Impossibile est ergo quod in Deo sit aliud esse, et aliud eius essentia» (Idem).
[6] «Cum igitur in Deo nihil sit potentiale… sequitur quod non sit aliud in eo essentia quam suum esse. Sua igitur essentia est suum esse» (Ídem).
[7] «Est igitur Deus suum esse, et non solum sua essentia» (Ibídem).
[8] Ibídem.
[9] Cfr. E. Gilson, El Tomismo, Eunsa, Pamplona 1978, p. 144‑145.
[10] Secretán, La Philosophie de la Liberté, p. 364; cit. Por R. Garrigou-Lagrange, Dios. Su naturaleza, Madrid 1977, p. 222.
[11] S.Th. I, q. 4, a. 2, ad 3; q. 13, a. 11; etc.
[12] S.Th. I, q. 13, a. 11.
[13] Tan extremada que los correos de Israel editaron una estampilla con el tetragrama sagrado que nunca llegó a circular, que tampoco podían incinerar, y como solución toda la edición la guardaron en una caja de seguridad –tesoro- de un banco.
[14] Cfr. Juan Pablo II, Catequesis en la Audiencia genereal, 31/7/1985; L’O.R. 4/8/1985, p. 3; Insegnamenti, VIII, 2 (1985) p. 175.
[15] Cfr. A. Lang, Teología Fundamental, t. I, Ed. Rialp, 1975, p. 173.
[16] S.Th. I, q. 13, a. 11.
[17] W.F.Albright, De la Edad de Piedra al cristianismo, Santander 1959, p. 164.
[18] En el Protepticós, del cual solamente nos han llegado algunos fragmentos. Cfr. fr. 50.
[19] San Hilario, De Trinitate, VIII, 2.
[20] Ibídem, I, 5.
[21] San Gregorio Nacianzeno, Oratoria, 45, 3.
[22] San Agustín, Enarrationes in Psalmos, 134, 4.
[23] San Juan Damasceno, De fide orthodoxa, I, 9.
[24] San Bernardo, De consideratione, V, 6.
[25] Juan Pablo II, Audiencia general, 31/7/1985, n. 6; L’O.R. 4/6/1985, p. 3; Insegnamenti, VIII,2 (1985) p. 178.
[26] Cfr. C.G., L. I, c. 14-30.
[27] Cfr. E. Gilson, Le thomisme, París 1944, ed. Vrin, p. 33, 35, 41, 155-156.
[28] Cf. S.Th I, q. 12, a. 12 s.
[29] S. Catharinae Legenda maior, I, 10.
[30] Juan Pablo II, Audiencia general, 7/8/1985, L’O.R. 11/8/1985, p. 3; Insegnamenti,