estrella Belén

La estrella de Belén

La estrella de Belén

Quiero traer a colación, para refutar a los negadores de hechos sobrenaturales relatados por la Sagrada Escritura, el hermoso milagro de la Estrella de Belén, tan conocido por todos e infaltable en la fiesta más familiar y más popular de todas: la Navidad. (Cómo es infaltable en la ciudad de Belén…).

Algunos astrónomos británicos y neozelandeses dicen que era una «nova», es decir, una estrella que, aumentando súbitamente de brillo, da la im­presión de que se trata de un nuevo astro[1].

El as­trónomo Hughes, de la Universidad de Sheffield, sostuvo que la estrella «que vieron era la triple conjunción de Saturno, Júpiter y Marte», bajo la constelación de Piscis[2], o como dicen otros “se trató de una supernova y de una triple conjunción Júpiter-Saturno, que tuvo lugar en el año 7 a.C. en la constelación de Piscis”[3]; otros sostienen que se tra­taba del cometa Halley.

Muy distinto es el parecer de los Santos Docto­res, quienes afirmaban sin empacho el carácter mi­lagroso de ese singular suceso, así por ejemplo, San Agustín enseña que «para indicar el nuevo parto de la Virgen, una nueva estrella apareció»[4];

San Juan Crisóstomo afirma: «no fue una estrella ordinaria»[5];

San León Magno sostiene que «apareció una nueva estrella de nueva luminosidad»[6];

Santo Tomás cree que es «una estrella creada de nuevo… que se movía según la voluntad de Dios»[7].

Quienes, por varias razones, sostienen que no fue una de las estrellas del cielo creada por Dios al comienzo de los tiem­pos:

1º Porque según las apariencias sensibles ve­mos que el Sol, la Luna y todos los astros marchan de Oriente a Occidente y ésta estrella marcha, muy pro­bablemente, de Norte a Sur, que es la posición de Persia respecto de Palestina[8].

2º Aparecía no sólo de noche, sino también de día, cosa que no sucede con ninguna estrella, ni siquiera con la Luna, que se obnubila, apenas brillan los rayos del Sol.

3º Se ocultaba como cuando llegaron los Magos a Jerusalén, y aparecía como cuando salieron de allí.

4º Su marcha no tenía propiamente movimiento continuo, como es ley en las estrellas comunes, sino que andaba cuando andaban los Magos y se dete­nía cuando ellos se detenían (a menos que imagi­nen que iban en Kabuli: el camello del mago Shassan).

5º Mostró el sitio del pesebre no quedándose arriba, sino bajando, ya que «se detuvo encima del lugar donde estaba el niño» (Mt 2,9).

Tampoco pudo ser un cometa, porque no se pue­den ver de día, ni cambian su movimiento con­tinuo. De ahí que P. Benoít señale que «es inútil buscar una explicación natural» a la estrella de Belén[9], y que el P. Santino Raponi afirme que hay que con­siderar «la estrella como de carácter milagroso… como producida directamente por Dios»[10].

Nosotros no trepidamos en calificar a estas teorías, que niegan el hecho de ser milagrosa la Estrella de Belén, como ridículas, presuntuosas, vanas e irracionales. Ridículas, porque son de una extravagancia que mueve a risa; presuntuosas, porque son contrarias al testimonio de los santos; vanas, porque no se fundan en ninguna autoridad; irracionales y absur­das, porque van contra toda razón y todo sentido común.

[1] Mundo Mejor, Semanario de la Diócesis de San Martín, Nº 706 del 22/12/77, p. 1.

[2] Diario La Nación, 30/12/77, p. 2, que omitió nombrar a Marte, y decir que esa teoría fue sustentada por Kepler.

[3] Albert Fargas – Pere Vivas, Simbología del Templo de la Sagrada Familia, Triangle Postals, 88.

[4] Contra Faustum, L. 2, cap. 5: PL 5 42, 212.

[5] Homilías sobre San Mateo, op. cit., p 106.

[6] Homilías sobre el año litúrgico, sobre la Epifanía (31), BAC, Madrid, 1969, p. 123.

[7] S. Th., 3, q. 36, a. 7.

[8] Después de los estudios del P. Messina, I Magi a Betleme e una predizione di Zoroastro, Roma, 1933, es indudable la vinculación de los Magos con los iránicos o sea con Persia y no con Arabia como entiende Oriente la Biblia de Jerusalén, siguiendo, tal vez, a Lagrange, quien no pudo conocer el trabajo del P. Messina.

[9] Biblia de Jerusalén, op. cit., p. 1305. Nota a Mt 2,9.

[10] Diccionario Bíblico, op. cit., p. 383.