memorial

Memorial

También decimos que la Misa es sacrificio porque es el memorial (o memoria) de la Pasión del Señor. El sacerdote es el hombre que hace el memorial.

De ahí que en todas las Plegarias eucarísticas se diga: “Por eso, Padre, nosotros, tus siervos, y todo tu pueblo santo, al celebrar este memorial de la muerte gloriosa de Jesucristo…”;1 “Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo…”;2 “Por eso, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo”;3 “Por eso, Padre de bondad, celebramos ahora el memorial de nuestra redención, recordamos la muerte de Cristo…”;4 “Por eso, Padre de Bondad, celebramos ahora el memorial de nuestra reconciliación…”;5 “Así, pues, al hacer el memorial de Jesucristo… y celebrar su muerte y resurrección…”;6 “Señor, Dios nuestro, tu Hijo nos dejó esta prenda de su amor. Al celebrar, pues el memorial de su muerte y resurrección…”.7 Si en todas las Plegarias Eucarísticas figura este concepto, debe ser muy importante.

I. DISTINTOS TIPOS DE MEMORIAL.

Hay dos tipos de memoriales, que no son dos especies del mismo género, sino son como dos géneros distintos, o, tal vez con más precisión, se relacionan entre sí como lo imperfecto a lo perfecto.

a) El memorial mundano y en el Antiguo Testamento.
Uno, al estilo del Lincoln Memorial, el Jefferson Memorial, en Nueva York; o el Queen Victoria Memorial en Londres; o el memorial al holocausto a la Shoah levantado en Uruguay… son monumentos que nos recuerdan hechos pasados. De manera parecida, así entendían el Memorial en el Antiguo Testamento (así lo entendieron los protestantes) como un mero recuerdo, que de alguna manera actualiza el hecho pasado al ser como signo de la continua ayuda de Dios en el presente y promesa de futuras ayudas.

El Memorial en el Antiguo Testamento se lo llamaba “zikkaron”, palabra que los Orientales la tradujeron al griego por anámnesis (de ana = de nuevo, y mnesis = recuerdo; en español, por ejemplo, decimos “reglas mnemotécnicas”, que sirven para ayudar la memoria). Ellos hacían memoria de las intervenciones milagrosas de Dios en el pasado, reviviéndolas de alguna manera, como ser:

– la salida de Egipto con la comida ritual del Cordero Pascual (fiesta Pascual);

– la permanencia en el desierto dejando la casa para vivir siete días en tiendas d

– la entrada en la Tierra Prometida, llena de frutos, ofreciendo a Dios las primicias de los mismos (fiesta de las Semanas o de las Cosechas: cincuenta días después de Pascua).

b) El Memorial en el Nuevo Testamento.
     Muy distinta es la otra concepción de Memorial, que es la del Nuevo Testamento.

La Misa, en el momento de la consagración, es un memorial sacramental, por tanto, con un elemento que lo caracteriza esencialmente. No es un mero recuerdo, sino que es ¡un recuerdo eficaz, que produce lo que recuerda!

Aquí la Pasión, el sacrificio de la Cruz, la Resurrección del Señor se perpetúan hasta el fin de los tiempos. Por eso enseña el Concilio de Trento8: que la memoria (del sacrificio de la Cruz) se perpetuaría hasta el fin de los siglos (enseñanza que repite el Catecismo de la Iglesia Católica9 ), en la Santa Misa.

Es lo mandado por el Señor Haced esto en memoria mía (Lc 22,19; 1Co 11,24) ¿Qué es hacer esto? Es convertir el pan en su Cuerpo entregado y el vino en su Sangre derramada; es hacer presente la transubstanciación de la Cena y el Sacrificio de la Cruz. El sacerdote obrando in persona Christi hace lo que Cristo mandó y para lo que le dio el poder sacerdotal, por la imposición de manos: eso es hacer el memorial… se lo celebra recordando que hay que cumplir el mandato del Señor: Haced esto en memoria mía… (Cuando se hace públicamente el memorial se lo llama conmemoración).

Ahora bien, aunque toda la Misa es memorial, especialmente lo es la Plegaria eucarística o anáfora, y, sobretodo, es memorial, en el sentido eficaz del Nuevo Testamento, la consagración en la que el sacerdote obra “in persona Christi”.

Así se enseña en el Concilio Vaticano II: “Nuestro Salvador, en la Ultima Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera”;10 “Libres luego de los Sacramentos de la iniciación cristiana del poder de las tinieblas, muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de hijos de adopción y asisten con todo el Pueblo de Dios al memorial de la muerte y de la resurrección del Señor”.11

II. EN LA CONSAGRACIÓN.

Allí se realiza el memorial, en sentido estricto, con la inmolación y la oblación.

Luego de la consagración se hace la aclamación memorial: “Anunciamos tu muerte…”, donde decimos con palabras lo que de hecho ocurrió en la doble consagración de la Sangre separada del Cuerpo. Este anuncio, realizado con el hecho de la doble consagración, que luego es expresado con las palabras de la aclamación memorial: ¡es el memorial!

Por extensión se llama memorial a la oración que sigue a la consagración, y que explicita, aún más, lo hecho. Es decir, que son dos los momentos de la representación, del memorial y de la aplicación: la inmolación y la oblación. Por eso dice el sacerdote: “al celebrar ahora el memorial”, e inmediatamente dice: “te ofrecemos…”, esto último, además del sacerdote ministerial, lo hacen los bautizados por medio del sacerdote y junto con él.

III. LA INMOLACIÓN.
En la Santa Misa ocurre la misma inmolación realizada en la cruz, aunque en especie ajena. Jesucristo con su Sangre derramada y su Cuerpo entregado, o sea, Jesucristo en estado de Víctima, se hace presente bajo las especies sacramentales. La inmolación ocurre en el momento de la transustanciación, que solo la realiza Cristo por medio de su sacerdote ministerial. En este sentido enseña Pío XII: “Aquella inmolación incruenta con la cual, por medio de las palabras de la consagración, el mismo Cristo se hace presente en estado de víctima sobre el altar, la realiza sólo el sacerdote, en cuanto representa la persona de Cristo, no en cuanto tiene la representación de todos los fieles”.12

Por eso enseña el Angélico: “No ofrecemos otra oblación que la que Cristo presentó en favor de nosotros, esto es, su Sangre. De donde no hay otra oblación que la conmemoración de aquella víctima que Cristo presentó”;13 “…en cuanto en este sacramento se representa la Pasión de Cristo, por la cual Cristo se ofreció a sí mismo como víctima a Dios, tiene razón de sacrificio”.14

Dice un autor: “La Iglesia inmola realmente a Cristo al ofrecer el magno sacramento porque éste representa literalmente la inmolación del Calvario. La Iglesia, al consagrar, inmola”.15

IV. LA OBLACIÓN.

Es un elemento esencial del sacrificio: “Todo sacrificio es oblación”.16 Es el ofrecimiento del sacrificio, de la Víctima que se inmola. De hecho se ofrece el sacrificio en el mismo momento de la consagración, o sea, en el mismo rito de la inmolación. El ofrecimiento a Dios de la Víctima se hace visible en el momento de poner el cáliz sobre el altar: “Más al poner el sacerdote sobre el altar la divina víctima, la ofrece a Dios Padre como una oblación a gloria de la Santísima Trinidad y para el bien de la Iglesia”.17

De hecho, este acto, se lo conoce con muy distintos nombres: ofrecer, ofertorio, ofrecimiento, ofrenda, oblata, cosa ofrecida, oblación, etc. La oblación es el acto del sacrificio por el que se ofrece la Víctima a Dios. Es el acto en el que se ejercitan de tres maneras el único sacerdocio de Jesucristo: El Sumo y Eterno, el ministerial y el bautismal (de dos maneras).

Queridos hermanos y hermanas:

Entonces debemos considerar que Cristo al inmolarse ofrece “al Eterno Padre los deseos y sentimientos religiosos en nombre de todo el género humano”18 y se ofrece como Víctima a nuestro favor: “al ofrecer a Sí mismo en vez del hombre sujeto a culpa”.19 La enseñanza del Apóstol: Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo (Fil 2,5) exige a los verdaderos discípulos de Cristo que quieren participar de la mejor manera en el santo Sacrificio de la Misa, tres cosas:

1º – Exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el Divino Redentor cuando se ofrecía en Sacrificio: “es decir, que imiten su humildad y eleven a la suma Majestad de Dios la adoración, el honor, la alabanza y la acción de gracias”;20

2º – “Exige que, de alguna manera, adopten la condición de víctima, abnegándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y expiando cada uno sus propios pecados”;21

3º – “Exige que nos ofrezcamos a la muerte mística en la Cruz juntamente con Jesucristo, de modo que podamos decir como San Pablo: Estoy crucificado con Cristo (Gal 2,19). Hasta poder llegar a ser: “víctima viva para alabanza de tu gloria”.22

En este sentido, participar de la Misa es subir todos las veces un poco más al Calvario, es aprender a victimizarnos con la divina Víctima, es crucificarnos un poco más con el Crucificado, es descubrir la importancia insustituible de morir a nosotros mismos como el grano de trigo, es inmolarnos a nosotros mismos como víctimas. Inmolación de nosotros mismos que no se reduce sólo al Sacrificio litúrgico, sino que, como quieren los Príncipes de los Apóstoles, debe ser en todo tiempo: también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo (1Pe 2,5) y Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual (Rom 12,1).

Cuando se participa de la Misa con gran piedad y atención: “no podrá menos de suceder sino que la fe de cada uno actúe más vivamente por medio de la caridad, que la piedad se fortalezca y arda, que todos y cada uno se consagren a procurar la divina gloria, y que, ardientemente deseosos de asemejarse a Jesucristo que sufrió tan acerbos dolores, se ofrezcan como hostia espiritual con su Sumo Sacerdote y por su medio”.23

En el caso de las almas consagradas esta muerte debe ser más total, más perfecta, más delicada, más sustancial, más íntegra: “Debemos morir totalmente al propio yo. Hay tres momentos en la perfecta abnegación de sí mismo: la mortificación cristiana, el espíritu de sacrificio, y la muerte total al propio yo. A este tercer momento es muy difícil remontarse. Se logra mediante un trabajo perenne. Se trata de morir para vivir: estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3,3). La vida de Cristo fue una muerte continua, cuyo último acto y consumación fue la Cruz. Por diversos grados de muerte se establece en nosotros la vida mística de Cristo:

– muerte a los pecados, incluso a los más ligeros y a las menores imperfecciones;

– muerte al mundo y a todas las cosas exteriores;

– muerte a los sentidos y al cuidado inmoderado del propio cuerpo;

– muerte al carácter y a los defectos naturales: no hablar u obrar según propio humor, o capricho, mantenerse siempre en paz y en posesión de sí mismo;

– muerte a la voluntad propia y al propio espíritu: someter la voluntad a la razón, no dejarse llevar por el capricho o las fantasías, no obstinarse en el propio juicio, saber escuchar, estar siempre alegres con lo que Dios nos da;

– muerte a la estima y amor de nosotros mismos: al amor propio;

– muerte a las consolaciones espirituales, que un día Dios retira completamente, y al alma todo le molesta, todo le fastidia, todo le fatiga, la naturaleza grita, se queja, se enfurece;

– muerte a los apoyos y seguridades con relación al estado de nuestra alma: experimentar el abandono de Dios…;

– muerte a toda propiedad en lo que concierne a la santidad: entera desnudez. Ya no se ven los dones, ni las virtudes, sólo los pecados, la propia nada”.24

En la inmolación de Cristo en la Misa, adquieren su significado más profundo los votos religiosos que hacen que el religioso sea un verdadero holocausto,25 es decir, un sacrificio que se consume totalmente sin reservarse nada para sí.

¡Aprendamos a inmolarnos y a ofrecernos, con Jesucristo que se inmola y que se ofrece! ¡Pidámosle a la Virgen que nos lo enseñe!


1 Plegaria Eucarística I.

2 Plegaria Eucarística II.

3 Plegaria Eucarística III.

4 Plegaria Eucarística IV.

5 Plegaria Eucarística V (todas).

6 Plegaria Eucarística de la Reconciliación I.

7 Plegaria Eucarística de la Reconciliación II.

8 Cfr. DS 1740.

9 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1366.

10 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Sacrosanctum Concilium, 47.

11 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Ad Gentes, 14.

12 PIO XII, Encíclica “Mediator Dei“, n. 59. Colección de Enc. Pont., Ed. Guadalupe, pág. 1730.

13 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Com. in Epist. ad Heb 10,1.

14 SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th. III, 79, 7.

15 DOM VONIER, Doctrina y clave de la Eucaristía (Buenos Aires 1946) 235.

16 SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th. II-II, 85, 3, ad 3.

17 PIO XII, Encíclica “Mediator Dei“, n. 59. Colección de Enc. Pont., Ed. Guadalupe, pág. 1730.

18 PIO XII, Encíclica “Mediator Dei“, n. 52.

19 PIO XII, Encíclica “Mediator Dei“, n. 52.

20 PIO XII, Encíclica “Mediator Dei“, n. 52.

21 PIO XII, Encíclica “Mediator Dei“, n. 52.

22 Misal Romano, Plegaria Eucarística IV.

23 Misal Romano, Plegaria Eucarística IV.

24 Constituciones SSVM, n. 213.

25 SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th. II-II, 186, 1.