historia

No dejes que te la cuenten

No dejes que te la cuenten [1]

 I

La ‘historia oficial’

«Es necesario que, casi en el arranque de estos “apuntes históricos”, adviertas que el poder hegemónico cultural anticristiano ha creado una versión oficial sobre los hechos históricos de la época, especialmente sobre “los setenta”. La misma es divulgada e impues­ta con el método repetitivo, acrítico, intensivo y de terrorismo psi­cológico, que cuenta a su favor con una justicia federal sumisa y te­merosa, con medios de comunicación con las mismas característi­cas, con la amenaza de procesar por delitos de lesa humanidad que, violando todas las reglas jurídicas, se declaran imprescriptibles, y por campañas difamatorias según las cuales el que no está con los terroristas es un represor y merece ir preso o, por lo menos, ser un marginado social (2006).Precisamente una característica de tal versión oficial es la dialéctica según la cual, el que no está o estuvo con la guerrilla terrorista, es y no puede no ser, y fue y no pudo no ser adicto, partícipe y cómplice de los graves crímenes cometidos por el régimen militar, exagerados hasta el paroxismo. De ella hay varias formulaciones, según los avatares de la política, pero cada vez tien­de a ser más y más decididamente reduccionista y con un objetivo claro. Voy a tratar de formular cuál es la versión que los poderosos de la cultura, los ganadores culturales de una guerra que perdieron, im­ponen, y frente a los cuales no admiten que uno pueda discrepar ni, como digo, tampoco admiten una tercera posibilidad, ni con… ni con…. A esto, queridos amigos, deben tenerlo muy en cuenta. Como enseñara Sacheri de la doctrina, también en los hechos históricos cabe una tercera posibilidad interpretativa. No hubo un solo demonio, de un lado o del otro, como en la historia oficial de los triunfadores en la guerra, o los de los años ’90, ni dos demonios parejos, sino muchos demonios, muchos pecadores, y algunos hom­bres grandes que dieron, como diría Genta, “el testimonio entero” (en este libro les cuento cuatro de ellos), responsabilidades compar­tidas, culpas varias y discriminadas; el pueblo argentino, sufriente, en medio, y muchos méritos y luchas»[2].

Ensayo de formulación[3]

 La versión que se impone hoy por todos los medios del poder político, cultural, jurídico y económico dice más o menos así:

 [I]      Los regímenes militares ocasionaron gran injusticia y malestar;

 [II]    Los regímenes militares eran antipopulares;

 [III]   La injusticia y malestar que ellos causaron provocaron con toda justicia una reacción;

 [IV]   Esta reacción fue popular;

 [V]    Esta reacción fue a favor de la democracia;

 [VI]   Esta reacción fue originada en la propia Argentina;

 [VII]  Dicha reacción era liderada por jóvenes justicieros e idealistas impetuosos;

 [VIII] Estos jóvenes levantaban el socialismo como bandera, unos marxista y otros peronista;

 [IX] Su defecto fue el apresuramiento propio de la juventud.

 [X] El apresuramiento los llevó a la opción armada, hasta que gracias a ellos se produjo la justa caída del go­bierno militar en las elecciones de 1973. Después de lo cual, y tiem­po después, vino la peor y más cruel venganza y represión e injusti­cia de la historia argentina con el gobierno militar de 1976.

 [XI]   La peor y más cruel venganza y represión e injusti­cia de la historia argentina fue alentada por los Estados Unidos.

 [XII] El gobierno militar, y las fuer­zas armadas en general, merecen ser denominadas ‘el demonio’. Es más, ‘el único demonio’. Es inadmisible ‘la doctrina de los dos demonios’ –defendida por Alfonsín– en la que el segundo es la guerrilla.

 [XIII] Los militares liquidaron 30.000 jóvenes inocen­tes

 [XIV] Con sus muertes el país perdió una clase dirigente promisoria,

 [XV]  Se produjo un verdadero genocidio o terrorismo de Es­tado en el cual fueron cometidos innúmeros delitos. La acción del gobierno fue injustísima.

          Veremos punto por punto, refutando cada una de estas afirmaciones principalmente con textos de guerrilleros, lo cual es una clarísima e irrebatible “confesión de parte”.

I

 «Los regímenes militares ocasionaron gran injusticia y malestar;»

          El malestar ya había sido causado por la guerrilla, a la que los militares reaccionaron: «“[Los guerrilleros] fueron desbaratados enseguida en el monte, hacia fin de año, pero reagrupados, con mayoría de santiagueños y tucumanos, to­maron la comisaría de Frías en Santiago del Estero, en la Noche­buena de 1959. Si el nombre grupal revelaba el entronque peronista (‘Frente Peronista de Liberación’), otro destapaba ya las miras cubanistas (‘Ejército de Liberación Nacional’, sigla que era difun­dida desde Cuba)[4]. Se fueron rindiendo en forma individual en enero de 1960. Fueron ‘los primeros émulos argentinos de Fidel’[5]. Se autodenominaban ‘uturuncos’, que en quechua significa ‘hom­bres tigre’. Cooke, que los presidía, se escapó a Cuba a fines de 1960, ‘convertido en especie de puente entre los peronistas con el castris­mo’, tramando la vuelta de la guerrilla a la Argentina, y el traslado de Perón a Cuba”[6]»[7] ¡Estamos hablando de 1960!

Era acción subversiva contra un gobierno legítimo y democrático. Véase el testimonio «de Diego Guelar, ex montonero embajador de Menem: “Siempre hubo un andamiaje legal en el sistema de facto, que llega al ’76 con la institucionalización del poder mafioso. Los gobiernos militares hasta el ’76 manejaban límites, a veces éticas, a veces formales, según los jueces. Salvo hechos muy puntuales y realmente excepcionales, había contenciones éticas, morales, etc., dentro del marco de legitimidad [sic] de los gobiernos– aclara”[8]

Lo mismo dice Gillespie, el biógrafo de los Montoneros: “Los métodos que pusieron en práctica las Fuerzas Armadas argentinas para eliminar la subversión [habla de 1976 en adelante] pilló [sic] a los Montoneros por sorpresa. Esperaban violentos enfrentamien­tos armados en las calles, comprobaciones de vehículos, búsquedas casa por casa y detenciones colectivas, pero creían que esto último se llevaría a cabo como antes: el sufrimiento de unos días de tortura antes de que se legalizara la detención, seguidos del restablecimien­to del contacto con la familia y a la organización del afectado. Tar­daron algún tiempo en percibir la nueva infraestructura represiva y sus métodos”[9].

 La alusión a que los gobiernos militares, hasta el de 1976, fueron “dictablandas”, y al consenso generalizado que siempre, incluso este último, tuvieron en el país, está claramente reconocida por Firmenich[10]»[11].

 Jorge Busti, de pasado guerrillero[12] y presente “arrepentido”, confiesa cuál era la situación en los grupos revolucionarios mismos: «“No ingresé directamente a organización alguna, aunque obviamente éramos identificados porque te­níamos contactos fuertes con grupos armados; él y sus muchachos cantaban: ‘Duro, duro, vivan los Montoneros, que mataron a Aram­buru’. Nos preocupaban los fachos que copaban el peronismo en el gobierno, pero también veíamos una posición muy loca en la con­ducción de Montoneros. Visto a la distancia eso fue una barbaridad, pero en su momento lo festejamos”[13]»[14].

 II

 «Los regímenes militares eran antipopulares;»

 Ya hemos mencionado que «la alusión a que los gobiernos militares, hasta el de 1976, fuerondictablandas”, y al consenso generalizado que siempre, incluso este último, tuvieron en el país, está claramente reconocida por Firmenich[15]»[16].

 Desde los inicios las Fuerzas Armadas y de seguridad tuvieron más el papel de víctimas: «Sigue el holocausto: 41 policías muertos[17]. Ni antes ni después de las elecciones, que ganaría Cámpora, la guerrilla cesó[18]. En diciembre del ’72: incendio del Club Tortugas y asesinato del almirante Berisso. “Durante ese año, ha matado a 41 efectivos de las policías Federal y provinciales”[19]»[20].

 «“Matar para conseguir audiencia”. Perdía le da la razón a Sacheri

El propio Perón les enrostró: “Muchachos, para pedirme una reunión, ustedes me tiran un muerto en la agenda”[21]. Fue lo que hicieron con la muerte de Rucci, el amigo de Sacheri. […] El libro de Perdía está lleno de estos reconocimientos de impopula­ridad, de antidemocratismo en cualquier sentido, de irrealismo, de ideologismo, de radicalización guevarista, de seguimiento de la política del odio (“ojo por ojo, diente por diente”), de militarismo, autoritarismo, sectarismo, voluntarismo, subjetivismo, impopulari­dad, autoarrogación de la voluntad del pueblo. En definitiva, de imprudencia. Desde luego que viene a desmentir casi toda la “histo­ria oficial”.

 Lo único que cabe agregar es que la autocrítica “técnica” que hace Perdía de su derrota –y no autocrítica moral, como hubiera correspondido– es la consecuencia inevitable de seguir al marxismo, al ideologismo comunista y al “Che” Guevara, quien creyó que podía pedirle peras al olmo, negar la naturaleza, exaltar al “hombre nuevo” en teoría, negando a Dios y al pecado original, y terminar destruyendo al gaucho concreto en la práctica. En suma que los defectos en que incurrieron, y los crímenes que cometieron, tenían su fuente en la doctrina que denunciaba Sacheri»[22].

 «Se diría que la tesis principal (explícita) del historiador inglés de los montoneros [Gillespie], de esquema doctrinario marxista y enemigo de las fuerzas armadas argentinas, es la de la falta de base popular de sus biografiados; su falta de democratismo y su exceso de “miliquismo”. Entre tantos, transcribo este paso: “El lanzamiento de las guerrillas urbanas era una iniciativa procedente ‘de arriba’, la decisión de pequeños grupos de militantes y no la respuesta a una amplia exigencia popular; y aún cuando los combatientes serían elogiados por Perón y disfrutarían de una considerable simpatía popular durante los primeros años setenta [sic][23], nunca podrían eliminar las huellas de su origen elitista…»[24].

 III

 «La injusticia y malestar provocaron con toda justicia una reacción;»

 «Decir simplemente que “la gente en el cordobazo quería la democracia” no es cierto, no obstante, quizás a partir de ese su­ceso ganó fuerza cierta opinión pro-democracia, siguiendo el clási­co juego pendular de la historia argentina[25]»[26].

 Diversos testimonios muestran cómo los grupos guerrilleros nacieron ya con el ideal de la lucha armada, no como reacción ni a un malestar precedente, ni a acciones militares o represivas.

 Los Montoneros nacieron con un asesinato:

«“Política del asesinato”

Julio Bárbaro, “un hombre que fue militante del trasvasamiento, actual asesor de Duhalde pero ligado en su juventud por amistad a muchos jefes montoneros”[27], nos pone la clave del asunto con las palabras que sirvieron de epígrafe a este capítulo. El 29 de mayo de 1970 se realizó el acto fundacional de Montoneros. Sí, señor corrector, no es error, debe decir “acto fundacional”: el grupo inte­grado por Capuano Martínez, Vélez, Fernando Abel Medina y Maza iba en un Peugeot 504 Blanco; en una pick–up Chevrolet se desplazaban Ramus, Navarro, Firmenich y Norma Arrostito; en otro coche Crocco. Abal Medina y Maza subieron al departamento del teniente general Pedro Eugenio Aramburu vestidos de militares, fueron recibidos por su esposa e, invitados con café, conversaron con el General a quien le habrían ofrecido custodia (pues no la te­nía) y se lo llevaron secuestrado a un campo en Timote, cerca de Pehuajó, donde tras una parodia de juicio, Fernando Abal Medina, el que ya conté que se había entrenado en Cuba para estos meneste­res, el 1º de junio lo mató. Lo acusaban de la persecución al peronis­mo y derogación de sus conquistas sociales, del asesinato de Valle y sus compañeros en junio de 1956, y… (esto es importante, sobre lo que no se ha reparado y es gravísimo, ya veremos) de ser “una carta del Régimen” para reemplazar a Onganía. Firman por primera vez “Montoneros”. Había nacido el grupo guerrillero más poderoso de la Argentina y, quizá del mundo. Un asesinato, una locura[28]»[29].

 «Ahora vamos al otro gran grupo guerrillero. En el Partido Revo­lucionario de los Trabajadores (PRT) se notaba, en 1970, un anhelo generalizado por la creación del ERP, su propio ejército. Dice la biógrafa que a Santucho, preso entonces en Tucumán, “la acción de Montoneros le provocó sentimientos contradictorios. Si por un lado deseaba unirse a ellos […] por el otro […] mantendrá una persistente sospecha política sobre los guerrilleros peronistas [sic] a los que consideraba […] opositores a construir el verdadero socia­lismo […]. Desde hacía tres años Santucho bregaba por iniciar la lucha guerrillera”[30]»[31].

 Así, «el 28–VII–1970 llegaron a San Nicolás, cruzaron a las islas y fundaron el ERP. Exultaban de gozo: “Los delegados regresaron a sus provincias eufóricos”. ¿Qué es lo primero que hicieron, según su biógrafa, que simpatiza con ellos?: “El 18 de septiembre de 1970, un comando asaltó la comisaría 24 de Rosario y mató a dos policías, que se resistieron a ser desarmados”[32]. Eran suboficiales de la policía de Santa Fe.

 A todo esto, debe tenerse en cuenta que las fuerzas armadas no tuvieron ninguna iniciativa ni actoría en esta guerra hasta cuatro años después, el 15 de agosto de 1974, cuando ocurrió el fallido intento de copamiento del Regimiento 17 de Infantería Aerotransportada del Ejército Argentino, entonces instalado en Catamarca. Lo dice la biógrafa de Santucho: “… el Ejército que, por primera vez y sin orden del gobierno, intervenía directamente en la represión y persecución de los guerrilleros, fuera del perímetro de un cuartel”[33]»[34].

 «Y del “mal absoluto” ¿cómo andábamos?

Es significativo que en la descripción de los factores de la políti­ca argentina en 1973, y aún en 1975, según el guerrillero Perdía y otros conmilitones, en realidad aparezcan “otros demonios” que no las fuerzas armadas, con lo que vuelve a caer, estrepitosamente, “el dogma oficial”[35]: “Los principales protagonistas de los hechos cotidianos: el gobierno, el empresariado, el sindicalismo, nosotros,  la oposición y el ERP, estábamos metidos en una dinámica de la que era muy difícil sustraerse”[36].

 El gran enfrentamiento que el montonero confiesa es principal­mente con el sindicalismo tradicional (p.220) y con López Rega (p.178). Pero a López Rega lo echan la CGT y las “62 Organizacio­nes” (p.245), no los guerrilleros, que no tenían fuerza para esto. En 1973, según Perdía (que vuelve así a agujerar el dogma oficial), “se podía anotar –a favor– […] nuestra capacidad de movilización […] la neutralidad –cuanto menos– del ejército, el apoyo de la policía de la provincia de Buenos Aires” (p.178)[37].

 ¿Así que el Ejército, en Julio de 1973, era “por lo menos neu­tral”? Que cuando los Montoneros ocupan el país las Fuerzas Arm­adas eran prescindentes en la lucha lo reconoce la biógrafa de San­tucho para la Fuerza Aérea y fecha 1975[38], y nos ilustra que la primera acción del Ejército fuera de sus cuarteles en esta guerra ocu­rrió –dato importante– recién  el 15–VIII–1974[39]»[40].

 «La injusta sentencia 13

La propia “Sentencia 13” de la Cámara Federal que juzgó a los jefes militares (Videla, Massera, etc.) está de acuerdo con lo que dice Montejano, con lo que nos dirán Díaz Araujo y D’Ángelo Rodríguez más adelante y con lo que pensó la gente sensata del país, en tres cosas: que había una guerra subversiva, que la guerrilla era terrorista y que debieron hacerse juicios sumarísimos marciales[41] en vez de “la política de los desaparecidos” y todo lo demás:

 “En consideración a los múltiples antecedentes acopiados en este proceso, especialmente documentación secuestrada, y a las características que asumió el fenómeno terrorista en la República Argentina […] cabe concluir que dentro de los criterios clasificatorios que se vienen de expresar, éste se correspondió con el concepto de guerra revolucionaria”[42].

 “En efecto, se hubiera podido dictar nuevas leyes […] tendientes a acelerar el trámite de las causas contra elementos subversivos; […] declarar el estado de guerra; dictar bandos; disponer la aplicación del juicio sumarísimo del Código de Justicia Militar a los subversivos autores de delitos comunes, militares o contemplados en los bandos”[43]»[44].

 La reacción que hubo fue la que surgió precisamente en contra de la guerrilla:

 «Frente popular antiguerrillero

Sin embargo, se empezó a gestar el frente antiguerrillero, que presidiría Perón, y que era vastamente popular en el país. Sigue Gallardo: “Esta acción provocó la consiguiente reacción en las filas peronistas y el movimiento comenzó a generar sus propios anticuer­pos, para resistir la infiltración marxista. Reacción ésta que […] contaba a su favor con tres elementos que terminarían por demostrar su gravitación: 1) el sustrato nacionalista que informaba al peronis­mo desde sus orígenes; 2) el recuerdo del tradicional antiperonismo de la izquierda, que había formado parte de la “Unión Democrática” de 1946 y resistido al gobierno de Perón en las aulas universitarias; 3) la solidez de las estructuras gremiales, que a partir de 1945 habían excluido de su seno a los comunistas y cuyos dirigentes no se mostraban dispuestos a ceder posiciones, en beneficio de una dirigencia ‘zurda’”[45]»[46].

 Para concluir, sirva la confesión de un marxista confeso: «El hombre de la calle percibe en el extremismo revolucio­nario no al enemigo de la dictadura, sino al progenitor de la dictadura. Pablo Giussani[47]»[48].

  IV

 «Esta reacción fue popular;»

 Fue la supuesta “reacción” (que no era tal) la que fue impopular: «Que “la izquierda peronista” era menos popular que “la derecha peronista” es también reconocido claramente por Feinmann: “En ese sentido, la derecha del peronismo (que reclamaba el retorno de la patria peronista) estaba más cerca de la clase obrera peronista que los jóvenes de izquierda que daban la vida por ella”[49]»[50].

 «El proceso de los ’70 no fue ante todo ni precisamente y fundamental­mente “popular”»[51].

 V

«Esta reacción fue a favor de la democracia;»

 «Luis Mattini confirma que fue una guerra: “El Congreso (del PRT[52]) funda el Ejército Revolucionario del Pueblo y establece esa férrea dirección del partido sobre el ejército […]. Paranosotros la guerra era la cuestión, el elemento esencial para neutralizar al enemigo, es decir, el enemigo tenía que ser neutralizado […]. En una gue­rra se combate, se dispara, se mata gente[…]. El ERP era un brazo armado, pero no del partido sino del pueblo […]. Nosotros no queríamos un régimen de democracia liberal en la Argentina. Nos proponíamos un Estado socialista, y estábamos convencidos de que un Estado socialista sólo podía ser conquistado por la fuerza de las armas. Esto es importante: no fue sólo una resistencia a la dicta­dura”[53]»[54].

 «El proceso de los ’70 no fue ante todo ni principalmente una cuestión a favor de la democracia, aunque algo de eso haya habido»[55].

 «En esa línea, y si no supieras esto sería una paradoja difícil de admitir, muchos guerrilleros propiciarían el golpe de Estado en 1976. Así cuenta Perdía: “Nunca fue una posición oficial, ni siquiera ma­yoritaria de Montoneros la promoción o búsqueda del golpe de estado. Pero es cierto que la Regional Buenos Aires y otros sectores de menor incidencia consideraban o entendieron que el mismo po­día favorecernos porque ponía fin a la ambigüedad que suponía la resistencia armada a un gobierno democrático y popular […] el gol­pe ayudaría a ‘aclarar los tantos’, haría más sencilla nuestra resis­tencia y facilitaría las condiciones para que pudiéramos avanzar en la representación del conjunto del peronismo […] las prácticas prioritarias terminaban apuntalando esa concepción. Es muy proba­ble que la íntima convicción de la mayor parte de nuestra militancia acordara con esa idea”[56]»[57].

 Por citar sólo un caso, «el desinterés [de Santucho] por la “democracia” (en cualquiera de sus acepciones) es olímpico, concibiéndola al modo soviético[58].

El guerrillero Luis Mattini contestó, para un libro publicado en 2002, con total honestidad: “No nos chupe­mos el dedo. Está bien la pregunta, porque ahora hay una cantidad de compañeros que se hacen los blanditos. La historia es la historia y hay que hacerla con la verdad. Pero la verdad es que nosotros nunca pensamos en la democracia. Nosotros pensábamos en la demo­cracia en términos de Lenín, como un paso, un instrumento para el Socialismo, teníamos toda la concepción leninista más dura. Para nosotros la sociedad socialista tenía una etapa previa que era la dic­tadura del proletariado; y en eso que no se hagan los desentendidos”[59]»[60].

 Para Santucho, y tantos como él, «ni democracia afuera, ni democracia adentro[61]»[62] de la misma organización.

 VI

 «Esta reacción fue originada en la propia Argentina;»

 «Entre nosotros, el proceso de la violencia, que no empezó en los 70 ni en los 60 ni en los 50 y nos asoló permanentemente, incluso durante el siglo XIX, tuvo a fines de los 50 una novedad, que fuela acción del comunismo internacional, especialmente cubanista, promoviendo la guerrilla terrorista. Es decir, una dimensión doctrinaria o ideológica y continental en el tema clásico de la violencia argentina. Y para ello hay que dar cuenta del ascenso de Fidel Castro al poder[63]»[64].

 Demuestra que este movimiento no nació en Argentina «la asunción del marxismo–leninismo por parte de la guerrilla argentina. No digo ya del ERP, cosa indiscutible, sino aún de Montoneros [como confiesa el marxista Pablo Giussani]: “En el enclaustrado círculo central se profesaba una ideología que sus cultores llamaban marxismo–leninismo y que asumía al peronismo desde un ángulo exterior a él como una gran potencial humano en disponibilidad. “El peronismo es una emo­ción ideológicamente vacía”, me dijo en 1975 un miembro de ese círculo. “Nuestra tarea es la de inyectar ideología en esa emoción”[65]»[66].

 «Al incorporarse el “Che”, en 1964, utilizaría el seudónimo “Martín Fierro”. El grupo se llamara EGP (Ejército Guerrillero del Pueblo) y con el “Comandante” venía el teniente cubano Her­mes Peña Torres, guardaespaldas del Che, al mando de un grupo que se había entrenado militarmente, en forma intensa, en Cuba[67]»[68].

 «¿Qué fue la guerrilla?

¿Qué tiene que ver la guerrilla argentina con esa guerra revolucio­naria? “Esto nace como un episodio más de una cosa mundial que es la guerra revolucionaria, que se desarrolla desde 1918, después del triunfo de los bolcheviques en Rusia, hasta que se cae la Unión Soviética. Es un simple episodio. Es lo mismo que pasó en Vietnam, en Argelia, en todo el mundo. Yo siempre cito el mejor libro en este aspecto, es del general Díaz Bessone: se llama Guerra revolu­cionaria en la Argentina, está muy bien, tiene muy buenas citas, desde Marx hasta la OLAS, que explica todo esto”[69].

 Así las cosas se explican distinto que el dogma oficial… “Por eso lo absurdo de lo que se hace acá. Acá han hecho dos operaciones. La primera es reducirlo como si esto fuera un problema argentino, cuando fue un episodio mundial. La segunda reducirlo al episodio de los militares, cuando acá la cosa empezó en el gobierno de Illía[70]. Con los militares fue un pedazo de la cuestión. Y se olvidan del papel de Cuba y se olvidan de todo lo que significó eso”[71].

 ¿Por qué el empecinamiento setentista de 2004? “Hay muchos, como Sebrelli y Aguinis, que aceptan el nuevo orden mundial. Conservan algunas esperanzas… Aguinis dijo en la audición de Grondo­na hace pocos días una cosa muy lúcida: ¿por qué este cubanismo ahora? Porque es la única ilusión que les queda. Se han derrumbado todas las ilusiones y les queda ésta. Y es absolutamente así”[72]»[73].

 «“Intrínsecamente perverso”

Fuera de su utopismo socialista, a lo que volveremos, es intere­sante ver cómo este autor [Pablo Giussani] muestra al “cubanismo” (sic) como in­grediente esencial a los montoneros (pp.67 y passim)[74]; cómo des­nuda la verdad de la revolución cubana, cosa ya aludida en este li­bro: “Castro, en rigor, llegó victoriosamente a La Habana con todo el ‘establishment’ del hemisferio convertido en su retaguardia lo­gística” (p.115). Y nos cuenta que fue el asesinato de Rucci, el ami­go político de Sacheri, lo que lo desencantó definitivamente y lo apartó de estas líneas manteniéndose, sin embargo, marxista: “Co­mencé a entrever que había algo intrínsecamente perverso en esa naturaleza (de los montoneros), y la trayectoria posterior del grupo sólo sirvió para fortalecerme en esta impresión” (p.231, la cursiva es mía)[75]»[76].

 VII

 «Dicha reacción era liderada por jóvenes justicieros e idealistas impetuosos;»

 Un tribunal antimilitar los calificó, con toda justicia, de “terroristas”: «…en atención a la calificación de “terroristas” que un tribunal antimilitar les adjudicó (v. nota sobre sentencia 13), debe prestarse atención al punto VII»[77].

 Cuenta Héctor Hernández: «Yo tenía 13 años cuando lo mataron a Valle. Como en casa éra­mos lonardistas, yo había leído ya literatura nacionalista[78], conocí la obra de Arturo Jauretche y leíOperación masacre, tengo memo­ria y juicio sobre estos hechos. Y recuerdo que le tuve que contar a un amigo muy cercano, que en esos días de 1970 entraba en la JP (la nueva juventud que se volcaba al peronismo, muchos en camino hacia la guerrilla, que mi querido amigo no siguió), lo que habían hecho Aramburu y Rojas con Valle y que él olímpicamente ignora­ba. Sin perjuicio del viejo agravio en los viejos peronistas, no había un clamor generalizado contra Aramburu en 1970, signo éste, por lo demás, teniendo en cuenta que sólo habían pasado 14 años, de un defecto (olvidar fácil la historia) y o de una virtud (perdonar) de los argentinos. Todo lo cual evidencia el desarraigo del pueblo que, ya en 1970, al fundarse, tenían los Montoneros[79]»[80]. El asesinato de Aramburu fue una operación terrorista de alto contenido político.

 No sólo eso, sino también dependiendo directamente de los avatares políticos de la época, como muestra el episodio del «“Cáncer fraguado [de Perón]: Perón, que era muy “vivo”, sin dudas, se hizo conseguir por su médico la radiografía de un paciente terminal con cáncer de pulmón como si fuera la suya, y se las ingenió para que alguien, que él sabía que lo haría, le pasara el dato a Lanusse. Entonces el presidente (Lanusse) anunció elecciones, con mucha anticipación, para marzo de 1973. De nuevo tiene la palabra el poeta–historiador: “A lo largo de ese lapso [a 18 años de la revolución de Lonardi] la figura del jefe justicialista había ingresado en el pasado, desempeñando de algún modo el papel reservado a los mitos […] Podía, eso sí, nego­ciar pactos y arreglos –como ocurrió al posibilitar a Frondizi el triunfo en los comicios del 58– e impartir su bendición apostólica o fulminar su excomunión, respecto a personas que actuaban allá lejos o a hechos que ocurrían al margen de su participación. Pero nada más que eso […] A esta situación se agregaba aquella tendencia suya a “acompañar la marea”. Con un agregado aún: su inclinación “a sumar” siempre, generalmente admitida en política. Todo lo cual lo llevó hasta a aprobar el asesinato de Aramburu, consumado por “Montoneros”. Paradojalmente, Lanusse –un antiperonista notorio ­vino a transformar la autoridad mitológica de Perón en conducción efectiva, devolviéndole un peso real en el acontecer argentino, que culminó con la victoria electoral obtenida bajo el lema “Cámpora al gobierno, Perón al poder”[81]»[82].

          La historia de estos grupos venía de lejos, en tiempo y espacio: «Datos del libro de Perdía, La Otra Historia (las comillas son del libro). Perdía, ya en 1966, participó de festivales comunistas de la juventud en Bulgaria (p.13), y formó su primer grupo guerrillero en 1967 (p.55). “El Che Guevara, cuando dijo que para hacer una revolución ‘hacen falta pelotas’ (sic), expresaba un subjetivismo que luego se haría sentir” (p.59). “El espíritu del ‘Che’ y la utopía del Hombre nuevo proporcionaban su cuota de mística revolucionaria” (p.101). En la unión con las FAR “comenzó a inclinarse la balanza hacia las posiciones más radicalizadas […] toda posición que corriera el riesgo de ser tildada de ‘moderada’ [… era] rápidamente descartada […]. Influyeron las tendencias más militaristas y de mayor afinidad con la ‘izquier­da’”, propia de las FAR (p.180). “Fuimos quedando [… con] los sectores más radicalizados. Pero ahora en creciente oposición al resto del movimiento” (p.182). Sentíamos una “necesidad más subjetiva que política, de seguir cre­yendo en Perón” (p.189). La condena moral que John William Cooke hacía del burócrata, “contribuyó a absolutizar el enfrentamiento político, creando un abismo en el que –años más tarde– todos quedaríamos atrapados” (p.62). “Ese voluntarismo nos llevó, muchas veces, a definir la realidad y nuestra conducta sobre ella, con más audacia que objetividad (p. 63; se repite la auto­adjudicación de “voluntarismo” en p.64; y de voluntarismo ideológico y “pre­cipitación” en p.146). Con sus errores facilitaron los argumentos para el golpe (p.104). “En el momento que eso ocurrió [alude a la muerte de Mor Roig] ya estábamos atrapados por la lógica de esa espiral incontenible. Cada vez más se imponía –desde el gobierno y desde nosotros– ‘la ley del talión’” (p. 116). Hubo un “autoritarismo interno que nos perjudicó”, lo que “se agudizó, años después, en los tiempos en que predominó el militarismo (p.119). Hu­bo “tendencia al ideologismo” (p.147). “Un cierto sectarismo en la conduc­ción, el conflicto con Perón y el apresuramiento en los tiempos comenzaron en esta etapa […]. Nosotros, en lugar de reencauzar esa energía […]  realimenta­mos esas tendencias al ideologismo, el combate o el apresuramiento […]. En algunos casos actuamos, a partir del 25 de mayo, como si nosotros fuéramos los dueños de todo” (pp.146–148). Ante el pedido del cese de las ocupaciones, se negaron porque era dejar “el campo libre para que el otro sector se adueñara de la situación”, y esto deterioró la imagen del gobierno de Cámpora (p.163). “De un lado y otro lado quedamos aprisionados en una lógica implacable, a cuya construcción habíamos contribuido. La escalada del conflicto con el ascenso de la espiral de violencia fue su consecuencia ineludible” (p.172). “Sectores cada vez más amplios, se iban hartando de la convulsión existente en la cual éramos protagonistas. Continuaba así el distanciamiento entre no­sotros y las grandes mayorías (p.206). Continuaron la guerra con un gobier­no democrático: “caímos en la trampa y terminamos agregando nuestra propia cuota de hechos violentos” (p.210). Se fortalecieron en ellos “las tendencias más clasistas e ideologistas” (p.210). Se iban “alejando de sus bases de susten­tación”; “nos fuimos construyendo una trampa sin salida” (p.210). Por “los enfrentamientos que estábamos protagonizando”, los Montoneros sufrían un “desgaste […] ante el conjunto de la sociedad” (p.212). “El movimiento obrero mayoritario era conducido por nuestros adversarios políticos” (p.222). “Cometimos el desatino más grande de nuestra historia: el pase a la clandesti­nidad” (p.236). No teníamos la representación que suponíamos” (p.249). “Así se fue consolidando una concepción que llevó a confundir la realidad con nuestro aparato […] Lentamente nos fuimos distanciando y perdiendo los lazos de comunicación con los problemas cotidianos”. Se desarrolló en forma “directamente proporcional” la “actividad del aparato” y “el aislamiento político”: “Todo eso empujaba al crecimiento del aparato y a su progresivo aislamiento respecto de la situación general, las demandas y evaluación real del hombre común. Así se fue consolidando una concepción que llevó a con­fundir la realidad con nuestro aparato […]. Caímos en el mismo error de los tradicionales ‘vanguardistas’ de la izquierda: pretender suplantar, con la vo­luntad y organización propias, la decisión, aspiraciones y posibilidades del pueblo” (p.255). Se facilitó “un cierto consenso” a las Fuerzas Armadas para el golpe del ’76 (p.274). “Otrora” tuvimos “soberbia” (p.279). Primó el “apa­ratismo” (p.281). “Nuestra propia evolución militarista e ideologista había creado las condiciones” para un acercamiento con el ERP (p.285). Según Walsh había “escasa autocrítica y poco realismo” (p.288). “Aparatismo y militaris­mo” (p.390). – Y no se puede decir que esto fue después de 1973, porque en p.88, aludiendo a 1968, dice: “Fue nuestra etapa de mayor sectarismo”»[83].

 VIII

 «Estos jóvenes levantaban el socialismo como bandera, unos marxista y otros peronista;»

 La verdad, por el contrario, es que los guerrilleros: «eran predominantemente comunistas»[84].

 «Institucionalmente Montoneros absorbió a las FAR[85], pero doc­trinalmente fue al revés, de modo que, si desde el inicio de ese grupo no se puede decir que fueran católicos, menos aún a partir de ahí: “ex católicos”, dijo certero Montejano. Si se adoptan el método marxista de violencia y lucha de clases y el leninista de las vanguardias, las masas y sus enemigos, si se tejen alianzas marxistas, si se cuen­ta con países marxistas para utilizar como campo de entrenamiento, o como lugar de exilio (precisamente Cuba), si la concepción de Dios, del mundo y de la política es marxista, entonces… sos marxis­ta, aunque quede, si queda, un pedacito del corazón que siga siendo peronista[86]»[87].

 Eran, como todo comunista de pura cepa, ideólogos, incapaces de “morder” la realidad: «Viviana Gorbato, que escribía enfrentada a las Fuerzas Armadas argentinas y con simpatías guerrilleras, es terminante al hablar de los Montoneros: “Formados en los ideales de la Revolución Cuba­na [1], los guerrilleros argentinos peronistas y no peronistas confundieron a una estructura militar potente con la guardia nacional de Batista… [2] En una fuga hacia delante, apelaron al terror (he­chos espectaculares como el asesinato del jefe de policía Cardozo o la bomba en el comedor de la Policía Federal) [3] que hizo que la violencia represiva cada vez obtuviera más consenso general” [4].

 Glosemos ese párrafo por número y brevemente: 1) Se reconoce que eran comunistas, servidores de uno de los polos de “la guerra fría”[88]. 2) Si no sabían comprender las diferencias entre el régimen de Batista y el de Argentina, no tenían ninguna capacidad de com­prensión de la realidad; eran ideólogos[89]. 3) Si apelaban al terror eran terroristas –Gorbato lo dice– que hacían “competencia por el crimen”, Guelar lo dijo. 4) Se reconoce, una vez más, que la repre­sión de la guerrilla terminó teniendo consenso popular en la Argen­tina. Con lo que no he exagerado al hablar de “la reacción popular contra la guerrilla”»[90].

 IX

 «Su defecto fue el apresuramiento propio de la juventud;»

 «¿Y si hubieran ganado?

         Son palabras [de Jorge Massetti, confeso “hijo de la Revolución cubana”]: “Cuando observo la que fue mi vida […] y la de tantos otros, caigo en la cuenta de que la revolución ha sido un pretexto para cometer las peores atrocidades quitándoles todo vestigio de culpabilidad. Nos escudábamos en la meta de la búsqueda de hacer el bien a la humanidad, meta que era una falacia, porque lo que contaba era la belleza estética de la acción. Éramos irrespon­sables, aventureros; éramos una casta aparte […]. Una mezcla de James Bond, aderezados con unas gotas de un marxismo muy superficial, a quienes todo les estaba permitido […] para construir una organi­zación política. Éramos elegidos por no pertenecer a nada, sin reli­gión ni bandera, con una capacidad de aventura muy desarrollada, y con un grado de cinismo no menos importante. Hoy puedo afir­mar que por suerte no obtuvimos la victoria, porque de haber sido así, teniendo en cuenta nuestra formación y el grado de dependen­cia con Cuba, hubiéramos ahogado el continente en una barbarie generalizada. Una de nuestras consignas era hacer de la cordillera de los Andes la Sierra Maestra de América Latina, donde, primero, hubiéramos fusilado a los militares, después a los opositores, y lue­go a los compañeros que se opusieran a nuestro autoritarismo; y soy consciente de que yo hubiera actuado de esa forma”[91]»[92].

 X

 «El apresuramiento los llevó a la opción armada, hasta que gracias a ellos se produjo la justa caída del go­bierno militar en las elecciones de 1973. Después de lo cual, y tiempo después, vino la peor y más cruel venganza y represión e injusti­cia de la historia argentina con el gobierno militar de 1976».

(Ya algo se ha dicho de éste y de los puntos siguientes).

 XI

 «La peor y más cruel venganza y represión e injusti­cia de la historia argentina fue alentada por los Estados Unidos».

 XII

 «El gobierno militar, y las fuer­zas armadas en general, merecen ser denominadas ‘el demonio’. Es más, ‘el único demonio’. Es inadmisible ‘la doctrina de los dos demonios’ –defendida por Alfonsín– en la que el segundo es la guerrilla».

 XIII

 «Los militares liquidaron 30.000 jóvenes inocen­tes»

 «…en atención a la calificación de “terroristas” que un tribunal antimilitar les adjudicó (v. nota sobre sentencia 13), debe prestarse atención al punto XIII»[93].

 El diario Clarín en su edición del 25–11–1999 habla de que durante la dictadura murieron 9.251 personas, pero acepta que serían unos 30.000.

 Verbitsky trabaja por superar todavía la barrera de los 20.000[94].

 La CONADEP presentó 8.961 casos.

 Según el Ministerio de Justicia en 2004 el total de desaparecidos sería de 6.000[95].

 (Es de recordar que al ‘Che’ Guevara se le debe el fusilamiento de más de 15.000 prisioneros ya rendidos e indefensos, mediante la instauración, con Fidel Castro, del «paredón» –el número exacto sería 17.121–. Escribió: «El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar»[96], y también: «Estaré con el pueblo; teñiré en sangre mi arma y, loco de furia, degollaré a cuanto vencido caiga en mis manos. Ya siento mis narices dilatadas saboreando el acre olor de pólvora y de sangre, de muerte enemiga»[97]).

 XIV

 «Con sus muertes el país perdió una clase dirigente promisoria»

 «Los montoneros estaban mal de la cabeza» dice Esteban Righi[98].

 «Yo estaba ‘tocame un vals’» sostiene Marcela Darrieu[99].

 «“Hubo una locura total” dice el guerrillero Ernesto Villanueva»[100]. «“Lo repite una y otra vez”; luego habla de “falta de realismo […] Lo que más extraño es el 25 de mayo de 1973[101].

Fue ese triunfo, esa euforia, lo que nos impidió pensar. Estuvimos muy cerquita de la revolución”[102] (subrayado H.H.H.).

Es muy mala seña para un sector político que, en el mismo momento de tomar el poder y pretender dirigir al Estado, sus integran­tes, precisamente, registraran esta insólita característica de no pensar[103]»[104].

 «El ERP y el “hombre” inventado

Seoane trae un testimonio interesantísimo de José Carlos Ra­mos, militante de las FAP, muy cercano a Santucho, a quien admira por varios motivos: “Las primeras veces que vi a Robi fue durante el Cordobazo […]. Él venía a dormir muchas veces a mi casa, en la calle Sol de Mayo del barrio Clínicas, que fue uno de los centros políticos del Cordobazo. Robi era un tipo cristalino, absolutamente entregado a la lucha por sus ideas. Y con un voluntarismo marcado que generalmente no le permitía reconocer sus limitaciones políticas, o que lo hacía exagerar sus propias fuerzas y subestimar al adversa­rio. Tenía un antiperonismo visceral, es más, obsesivo […] Era como un futurista,pensaba tanto en el hombre que debía ser que no veía al hombre que efectivamente era”[105].

 “Era un amigo estupendo, generoso, valiente, austero, pero muy obstinado […] Santucho era un símbolo de intransigencia, pero su concepción sobre el poder era un tanto autista, y sobre la política, foquista, vanguardista”[106].

 “Todos los discursos estaban preñados de racionalidad y arengas y, a su manera, cada uno era válido, porque en el fondo no había  una “verdad objetiva” que dilu­cidar, un camino que seguir, sino discutir una apuesta, inventar […] e inventarnos a nosotros mismos”[107]»[108].

 XV

 «Se produjo un verdadero genocidio o terrorismo de Es­tado en el cual fueron cometidos innúmeros delitos. La acción del gobierno fue injustísima».

          Los errores del gobierno no son justificables, pero no significa eso que se le pueda llamar sin más “genocidio” o “terrorismo de Estado”, como hemos ya visto por tantos testimonios.

          Para terminar, un texto de un héroe de la Patria y del Cristianismo auténtico, que supo sellar con su sangre mártir la verdad que predicaba:

 «Consigna: “Sin sangre no hay redención”

“Leía, hace unos días, un texto de San Pablo, de esos textos, que son tan terriblemente simples de la Escritura y que uno nunca se cansará de meditar­los, y dice esto San Pablo hablando de la Redención: ‘Sin sangre no hay Re­dención’. Yo no creo jugar a la fácil profecía –porque son hechos que ya se están dando en la realidad argentina–: en la Argentina de 1973 correrá mucha sangre, y si nosotros los católicos, universitarios católicos, no estamos dispuestos a dejar correr nuestra propia sangre en una militancia heroica, la Ar­gentina será marxista y no será católica. En nuestras manos está eso. Sin sangre no hay Redención, y lo que vale en el orden estrictamente sobrenatural para el cual habla San Pablo de la Redención de Cristo, vale también para la Reden­ción secular de una Argentina, de una sociedad tradicionalmente cristiana que debe reencontrarse definitivamente a sí misma en el sendero del cual la apartó el liberalismo de nuestros abuelos”. Carlos Alberto Sacheri»[109].

 P. Carlos Miguel Buela, VE.


[1] En lugar de hacer una reseña sobre el excelente libro de Héctor Humberto Hernández, Sacheri, Predicar y morir por la Argentina  (Vórtice Buenos Aires, 2007) 991 págs., elegí un tema de ese libro que me parece muy ilustrativo; p.224 y ss. Las citas siempre serán de este libro, salvo aviso en contrario.

[2] Hernández, 229.

[3] Hernández, 230-231.

[4] El comunicado de atribución de la muerte de Carlos [Sacheri] está firmado “Ejército de Liberación 22 de agosto”.

[5] Sigo a Guillermo Rojas, Años de terror y pólvora. El proyecto cubano en la Argentina (1959–1970) (Buenos Aires 2001) 363ss. 374n.

[6] Guillermo Rojas, Años de terror y pólvora. El proyecto cubano en la Argentina (1959–1970) (Buenos Aires 2001) 381. Esto desfonda los siguientes puntos de la versión oficial. El número I: no se reaccionaba contra gobiernos militares sino democráticos; el punto V: ni era a favor de “la democracia”; el VI: ni se originaba todo ni principalmente en la Argentina; el VIII: eran predominantemente comunistas.

[7] Hernández, 274.

[8] Diego Guelar, en Viviana Gorbato, Montoneros. Soldados de Menem. ¿Soldados de Duhalde? (Buenos Aires 1999) 174.

[9] Richard Gillespie, Soldados de Perón. Los Montoneros. (Buenos Aires 1987) 297. La cursiva es mía.

[10] Reportaje de Jesús Quinterno “Videla y yo fuimos chivos expiatorios. Confesiones de un indultado”, reproducido en Página/12, domingo 17–III–91, p. 1 14/17. Esto sigue desfondando la historia oficial que se quiere imponer, presentando unas fuerzas armadas siempre antipopulares y tiránicas. Sin perjuicio de todo lo que en este libro se dice contra el Proceso en materia de doctrina de la guerra, con los dictámenes autorizados de Montejano, D’Ángelo Rodriguez, Díaz Araujo principalmente, y la doctrina del orden natural y cristiano sobre la guerra, contra el mismo por la política económica y la “deuda externa”, la demonización que se ha hecho no responde a la verdad sino al resentimiento, aunque también haya un legítimo dolor de familiares de “desapareci­dos”, hábilmente explotado.

[11] Hernández, 387ss.

[12] Hernández, 39, 330, 530.

[13] Viviana Gorbato, Montoneros…, 331. Según esto, los grandes protagonistas son “los fachos del gobierno” y “la guerrilla”, no las fuerzas armadas, contra “la versión oficial” (punto I) que indica que la guerrilla es reacción contra la acción militar. En esta época, las fuerzas armadas estaban a la defensiva.

[14] Hernández, 530.

[15] Reportaje de Jesús Quinterno “Videla y yo fuimos chivos expiatorios. Confesiones de un indultado”, reproducido en Página/12, domingo 17–III–91, p. 1 14/17. Esto sigue desfondando la historia oficial que se quiere imponer, presentando unas fuerzas armadas siempre antipopulares y tiránicas.

[16] Hernández, 531.

[17] He aquí la curiosa defensa que el promontonero historiador de los Montoneros da de la acción de éstos en el tema: “Al no matar soldados y al atacar sólo a muy pocos policías, muchos de los cuales eran de origen plebeyo, los Montoneros, en sus tres prime­ros años de vida pública, no dieron ocasión a sus enemigos de presentarles con éxito, a través de los medios de información, como “sanguinarios terroristas” (Richard Gillespie, Los Soldados de Perón…, p. 143). Falso; los argentinos que vivíamos la cosa sabíamos que el holocausto de policías nació con los terroristas, como lo pruebo en este capítulo, y eso nunca fue popular.

[18] Comparar con la historia oficial.

[19] Juan Luis Gallardo, Crónica de cinco siglos…, 262.

[20] Hernández, 495ss.

[21] Roberto Cirilo Perdía, La otra historia…, 85.

[22] Hernández, 532ss.

[23] En cuanto la guerrilla empezó, y empezó matando, fue antipopular en la Argenti­na. Nos consta a los que la vivimos. Otra cosa es la demora en la reacción que sus métodos terroristas provocaron. Lo mismo sucede hoy con el terrorismo judicial y periodístico que los sobrevivientes han implantado.

[24] Hernández, 551ss.

[25] Se puede seguir viendo la falsedad que encierran algunos puntos de “la historia oficial” sobre estos temas. El proceso de los ’70 no fue ante todo ni principalmente una cuestión de reacción (III), ni precisamente y fundamental­mente “popular” (punto IV), ni a favor de la democracia (V), aunque algo de eso haya habido.

[26] Hernández, 390.

[27] Viviana Gorbato, Montoneros…, 177. En el momento en que corrijo pruebas del libro creo que es presidente del CONFER. El libro de Gorbato es de 1999.

[28] Esto sigue desfondando la “versión oficial”: la guerrilla es la que empieza. No se trató de una reacción sino de iniciativa (punto III de la historia oficial). Contra el punto IV: no se trató de una acción popular sino de un grupo minoritario, al cual no le importaba ni lo importó ni le importaría nada la democracia (punto V). Ni se originó en la Argentina (punto VI del “verso”), porque ya sabemos que Abal Medina se había entrenado en Cuba, desde donde se exportaba la guerrilla a toda América. No eran jóvenes justicieros e idealistas inocentes, sino, desde el punto de vista objetivo, autores de asesinato (contra el punto VII y el punto IX). No se trataba, tampoco, de una potencial elite dirigente feliz para la Argentina (XIV).

[29] Hernández, 421ss.

[30] María Seoane, Todo o nada. La historia secreta y pública de Mario Roberto Santucho, el jefe guerrillero de los años setenta (Buenos Aires 2003) 124. Esto sigue desmintiendo, con palabras autorizadas en el tema, la versión oficial  en especial en sus puntos III, IV y V.

[31] pp. 437ss.

[32] María Seoane, Todo o nada…, 133.

[33] Eduardo Anguita – Martín Caparrós, La voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina (Buenos Aires 2006) 231. La iniciativa en esta guerra fue de la guerrilla. Contra el punto III  de la versión oficial.

[34] Hernández, 438ss.

[35] El número III, que plantea la lucha armada como reacción contra unas Fuerzas Armadas opresoras y actuantes con iniciativa propia contra el pueblo.

[36]  Roberto Cirilo Perdía, La Otra Historia. Testimonio de un jefe montonero, 254. Para el año 1973, cfr. P. 201. La cursiva es mía (H.H.).

[37] La agresión al Ejército el 25 de mayo de 1973 al jurar Cámpora, no obedece a lo que dice la historia oficial sino a que ven en él la guardia pretoriana del régimen. ¡Puro apriorismo ideológico marxista!

[38] María Seoane, Todo o nada…, 267.

[39] María Seoane, Todo o nada…, 232. Fue ante un ataque del ERP al Regimiento 17 de Infantería Aerotransportada, en Catamarca: “Por primera vez intervenía directamen­te en la represión y persecución de los guerrilleros fuera del perímetro de un cuartel” (p.231).

[40] Hernández, 550ss.

[41] En los que, obviamente, es posible aplicar la pena de muerte.

[42] Fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, t.309, vol. II, pp.1561/2.

[43] Fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, t.309, vol. II, pp.1543/4. (Subrayado mío, H.H.). Lo expuesto demuestra que hasta los jueces puestos inconstitucionalmente por Alfonsín para condenar a los militares fuera del marco jurídico de una guerra reconocían, al 9 de diciembre de 1985, cosas que hoy se quieren ocultar. La justicia de la supuesta reacción popular que nos da la “historia oficial”, el punto III y IV, queda totalmente desacreditada.

[44] Hernández, 335ss.

[45] Juan Luis Gallardo, Crónica de cinco siglos…, 265. Esto agujerea el dogma oficial: en cuanto la guerrilla mostró sus garras, no fue para nada popular; y en cuanto Perón la atacó, quedó decididamente marginada.

[46] Hernández, 502.

[47] Este texto, que proviene de un autor marxista al que volveremos, es decisivo contra la historia oficial: la iniciativa en la guerra fue de la guerrilla.

[48] Hernández, 519.

[49] José Pablo Feinmann, La sangre derramadaEnsayo sobre la violencia política (Buenos Aires 2006) 125, n. 119. Queda así evidenciado, por sus propios defensores, la mentira del punto IV de la historia oficial, sobre la popularidad de la guerrilla; y la mentira del punto VIII, que divide entre marxistas peronistas, y que el socialismo era sólo un signo ideoló­gico de ocasión, así como las dotes de prudente político del Che, sin negar empero su re­conocido coraje.

[50] Hernández, 251.

[51] Hernández, 390, n. 25.

[52] Significa Partido Revolucionario de los Trabajadores.

[53] Luis Mattini, en Felipe Pigna, Lo pasado, pensado. Entrevistas con la historia argentina (1955–1983)(Buenos Aires 2005) 163ss. Esto destruye el punto V de la “historia oficial”.

[54] Hernández,  254.

[55] Hernández,  390, n. 25.

[56] Roberto Cirilo Perdía, La otra historia. Testimonio de un jefe montonero (Buenos Aires 1997) 54. Véase como los montoneros busca­ban directamente lo que consideraban moralmente malo (la dictadura) para obtener lo que ellos entendían el bien. El texto equivale a decir “no cuadra con el verso que hacemos esto de hacer la guerra a un gobierno democrático; mejor si tenemos una dictadura enfren­te”, por donde se ve que el fin no era la democracia, sino “el hombre nuevo” comunista: la dictadura del proletariado, el hombre sin raíces, sin Dios, sin patria, no sólo sin propie­dad. Se sigue desfondando el “dogma oficial”, en cuanto a que sólo se trataba de la opción “democracia–dictadura” (punto V).

[57] Hernández, 509.

[58] Santucho al final de sus días se insertó decididamente bajo la órbita soviética Cfr. María Seoane,Todo o nada…, 284.

[59] Alfonso Lessa, La revolución imposible, Fin de Siglo, p. 190, entrevista a Arnold Kremer, nombre de guerra de Mattini.

[60] Hernández, 553.

[61] Hay muchas acepciones de “democracia”. Queda probado, contra el dogma oficial, que la guerrilla no era nada democrática, salvo en el sentido paradójico y trágico leninista del PC soviético.

[62] Hernández, 557.

[63] Esto contradice el punto VI de “la historia oficial” que hemos sintetizado al comienzo, el cual ignora la dimensión internacional del terrorismo.

[64] Hernández, 243.

[65] Pablo Giussani, Montoneros. La soberbia armada, 67. Lo expuesto basta para repensar si es cierto el punto VI de la versión oficial, so­bre el origen puramente “argentino” de la guerrilla; ; así como el punto VIII, referido a que la adopción del socialismo fue “accidental”. Pero también habrá que revisar en qué medida los poderes internacionales estuvieron detrás de la guerrilla y la contraguerrilla, etc. Asimismo, en atención a la calificación de “terroristas” que un tribunal antimilitar les adjudicó (recordamos lo dicho sobre la sentencia 13), debe prestarse atención al punto VII (jóvenes justicieros e idealistas impetuosos) y el IX (mero apresuramiento juvenil). Hay que hacerse el propio juicio independiente para que no nos cambien la historia.

[66] Hernández, 252ss.

[67] Desde el principio aparece el cubanismo de las guerrillas en nuestro país.

[68] Hernández, 276.

[69] La OLAS, Organización para la Liberación de América Latina, fue un organismo internacional montado por Cuba para exportar la guerrilla marxista a toda Latinoamérica. Los llamados “Ejércitos de liberación” vienen de allí. El comunicado que se atribuye la muerte de Sacheri es firmado por un “Ejército de Liberación 22 de agosto”. ¿Quién y por qué lo mató a Sacheri?

[70] Y, antes, con Frondizi.

[71] Ni el antiimperialismo, ni la democracia: no le queda nada al dogma oficial, en especial el punto VI, que ve la guerrilla como originada exclusivamente en la Argen­tina y el punto VIII, que hace del socialismo o marxismo algo más o menos accidental en los terroristas.

[72] Enseñaba Díaz Araujo en el Segundo Congreso de Jóvenes que la izquierda apela a “los setenta” porque se ha quedado sin banderas.

[73] Hernández, 428ss. Las respuestas son de Don Aníbal D’Ángelo.

[74] Contra la versión oficial sobre los ’70, punto VI (“originada en la propia Argentina”).

[75] Giussani debió llegar al conocimiento del árbol para “desmarxistizarse” de una buena vuelta, pero parece que siguió marxista. Las citas son de Giussani, Montoneros: la soberbia armada.

[76] Hernández, 583.

[77] Hernández, 253, n.33.

[78] Según Juan Luis Gallardo la única protesta contra los fusilamientos provino de la hojita nacionalista Espuela(Crónica de cinco siglos. 1492–1992, p. 236).

[79] Y si los Montoneros eran desarraigados en la Argentina, ¡qué no lo serían los que venían de la izquierda y qué, como veremos, estudiaban por la historiografía liberal!

[80] Hernández, 435ss.

[81] Juan Luis Gallardo, Crónica de cinco siglos. 1492–1992 (Buenos Aires 1998) 265. Nada de “jóvenes justicieros e idealistas impetuosos” (historia oficial, capítulo 11, punto VII), ni de reacción popular a favor de la democracia (puntos III, IV, V), sino lisa y llanamente “terroristas”, que mataban a pobres inocentes policías.

[82] Hernández, 493.

[83] Hernández, 537ss.

[84] Hernández, 274, n. 17.

[85] Fuerzas Armadas Revolucionarias.

[86] El punto VIII de “la historia oficial”, que oculta el marxismo constitutivo de la guerrilla argentina, no resiste el menor análisis.

[87] Hernández, 492.

[88] Esto sigue desfondando “la historia oficial” del actual pensamiento hegemónico, en su punto VIII (en realidad eran comunistas cubanistas) y en su punto VI (la cosa formaba parte de un problema internacional, no era exclusiva de la Argentina).

[89] Va contra los puntos III, IV, VII y XIV: no eran jóvenes justicieros ni idealistas impetuosos, ni encabezaban ninguna reacción popular, ni perdimos con ellos una clase dirigente promisoria. Por cierto, gran parte de ellos actualmente nos gobiernan. A esta altura, del “dogma oficial” no queda casi nada.

[90] Hernández, 527.

[91] Jorge Massetti, El furor y el delirio. Itinerario de un hijo de la Revolución cubana (Barcelona 1999) 274–275.

[92] Hernández, 565.

[93] Hernández, 253, n.33.

[94]  En Felipe Pigna, Lo pasado pensado, 2006, p. 337.

[95]  Enrique Díaz Araujo, Internacionalismo Salvaje (Mendoza 2005) 92.

[96]  Ernesto Guevara, Mensaje a la Tricontinental.

[97]  Ernesto Guevara, Mi primer viaje.

[98]  Viviana Gorbato, Montoneros…, p.30.

[99]  Idem, p. 116.

[100] Idem, pp. 274-275; Hernández, 526.

[101] D’Ángelo Rodríguez dice que para los guerrilleros esa fue “la toma del palacio de invierno”, “su hora estelar”, a la cual quieren volver.

[102] La cursiva es mía (H.H.).

[103] Aunque en muchos casos se jugaron por lo suyo, lo que es de admirar, de ninguna manera fueron “una clase dirigente promisoria”, como dice la historia oficial.

[104] Hernández, 525.

[105] María Seoane, Todo o nada…, 135. La cursiva es mía. Sigue desfondándose la historia oficial en su punto XIV: no era una “clase dirigente promisoria”, ni prudente, ni realista, ni piola, ni nada.

[106] María Seoane, Todo o nada…, 137. La cursiva es mía (H.H.).

[107] Luis Mattini, Los perros. Memorias de un combatiente revolucionario (Buenos Aires 2006), capítulo VI, «El sucesor del Che», 143.

[108] Hernández, 554.

[109] Hernández, 767.