Palabra de Dios

Palabra viva de Dios vivo

Homilía del R. P. Carlos M. Buela predicada el 21 de julio de 2004, en la capilla del Estudiantado “Santa Teresa de Jesús” durante el II Capítulo General Ordinario de las SSVM.

            Hoy es la fiesta de San Lorenzo de Brindis, ese santo capuchino que se caracterizó entre otras cosas por ser un profundo conocedor de las Sagradas Escrituras, para lo cual se especializó en lenguas antiguas. Era especialista, además de griego, de hebreo, para poder leer la Biblia en su lengua original, era conocedor también de las lenguas del Oriente Medio como el sánscrito, el caldeo, la lengua de la época de Nuestro Señor, el arameo

, y otras lenguas más, tenía mucha capacidad para las lenguas, todo para conocer mejor la palabra de Dios.

         Hoy, el Papa en su catequesis explicó ese versículo del salmo 118 de las primeras vísperas del domingo de la II semana: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero”.

         Y se acaba de proclamar la parábola del sembrador en la que Nuestro Señor enseña que el sembrador sale a sembrar y esparce la semilla de la palabra de Dios, por tanto voy a predicar sobre la palabra de Dios.

         La palabra de Dios tiene que ser objeto de nuestro más delicado amor. Nosotros debemos ser profundamente enamorados de la palabra de Dios. No basta un conocimiento superficial de la palabra de Dios, tiene que haber un conocimiento profundo y un conocimiento amoroso para lo cual hay que dedicar tiempo a la palabra de Dios, de manera particular tienen que leer el Nuevo Testamento, los Evangelios sobre todo, pero también el resto del Nuevo Testamento. Y el Antiguo también conocerlo, pero no con la importancia que hay que conocer el Nuevo Testamento. De manera especial se debe conocer el Antiguo Testamento en los libros sapienciales y los libros proféticos.

         Muchas características tiene la palabra de Dios. En primer lugar no es un libro, aunque viene en forma de libro. Si ven las marquitas que tiene acá la hermana dueña de esta Biblia, se dan cuenta de que no es un libro, son muchos libros. En el fondo es una biblioteca, y como decían de un santo “llegó a conocer con tanto amor la Sagrada Escritura que hizo de su corazón una biblioteca de Cristo”.

         Además, la Sagrada Escritura, aunque nosotros la vemos así, la vemos como inerte, como si no tuviera vida, es algo vivo. Como dice el Apóstol San Pablo en Hebreos 4, 12: “Ciertamente es viva la palabra de Dios”. ¿Por qué es viva? Porque fue inspirada por el Espíritu Santo y es el mismo Espíritu Santo el que le sigue dando vida a cada una de las palabras de la Sagrada Escritura. Y por eso, porque es viva la Palabra de Dios, es eficaz, es decir que produce efectos beneficiosos para el alma. Como sucede hoy día, suscita conversiones, provoca decisiones vocacionales, produce vocaciones misioneras, nos hace aprender a amar más a Dios y las cosas de Dios.

         Es viva la palabra de Dios, y eficaz. Con una eficacia tal, que la palabra de Dios no es algo que no penetra el alma, como digamos, la mano no puede penetrar en la pared, sino que penetra en el alma, y no de cualquier manera, sino que penetra el alma como espada de doble filo. La espada de doble filo penetra en el cuerpo y lo abre para un lado y lo puede abrir para el otro. Así es la Palabra de Dios. No es algo que no penetra, es como espada. Lo acabamos de leer en la carta a los Hebreos “tajante como espada de dos filos y penetra hasta las fronteras del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y las médulas y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible. Todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuentas”.

         Por eso también, el Apóstol en Efesios 6, 17, entre las armas espirituales que debe usar el cristiano, pone la espada de la palabra: “Tomad también el yelmo de la salvación y la espada del espíritu que es la Palabra de Dios”. Por eso uno tiene que aprender a ser buen esgrimista, saber usar esa espada. Es una espada de doble filo, es una espada penetrante, es una espada con la cual todavía hoy día se deben luchar los combates del Señor, ¡y es tan eficaz que es capaz de darnos la victoria!

         La Palabra de Dios también alimenta. Así como nos alimentamos en la mesa de la Eucaristía, comiendo el Cuerpo y la Sangre del Señor, tenemos que aprender a alimentarnos en la mesa de la Palabra, haciendo nuestra esa Palabra que es Palabra de Dios. Y porque alimenta -a semejanza de la Eucaristía también- la Palabra de Dios fortalece, sustenta. Por eso dijo Nuestro Señor Jesucristo, rechazando las tentaciones del diablo “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”(Mt 4, 4).

 

Ciertamente que tenemos que evitar un mal muy grande hoy día. Hoy día estamos llenos de exegetas bíblicos, profesores de Sagrada Escritura que creen que pueden interpretar la Sagrada Escritura como ellos se la imaginan. Caen en lo que es y fue, el llamado libre examen protestante. Cada una interpreta la Biblia como quiere. Así ocurrió una vez en Inglaterra, que habían sentenciado, que la Palabra de Dios, la Biblia, tenía que ser para los jueces norma de juicio, y juzgar según la Palabra de Dios. Ocurrió en la época del protestantismo. A uno lo habían condenado, lo habían tomado preso. Lo condenaron por haber robado la capa a otro, el abrigo. Entonces este hombre se defendió en el tribunal del juez y le dijo: “No, yo no he robado, sino lo que yo he pretendido es cumplir con la Palabra de Dios, porque en la Carta a los Gálatas, San Pablo dice «Llevad los unos la carga de los otros y cumpliréis con la ley de Cristo»” Cfr. 6, 2). Él interpretó a San Pablo pretendiendo justificar el robo con la palabra de Dios.

Esto ya lo advierte el Apóstol San Pedro, en la segunda carta cuando dice: “Tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia” (1, 20). Por eso la Escritura debe leerse en Iglesia. Es decir, teniendo en cuenta lo que la Iglesia a través de los siglos ha dicho sobre la Palabra que estoy leyendo y sobre la interpretación que ha dado. “Porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo nos han hablado de parte de Dios” (1, 21).

 Es sagrada la Escritura. Nadie hay acá que vaya a mezclar hostias sin consagrar con hostias consagradas, porque las hostias consagradas, ¡son sagradas! Pues, nosotros tampoco tenemos que con nuestra inteligencia meramente humana, mezclar nuestra interpretación con el sentido genuino de lo que es sagrado, de lo que es Palabra de Dios.

  Es una Palabra que es superior a mí, está por encima. Dice Jesús: “El Cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán” (Mt 24, 35).

Es anterior a mí: Viene antes que yo existiese y además va a existir después de mí. Yo moriré, la Palabra de Dios seguirá viva eternamente.

     Y además, la Palabra de Dios es trascendente a mí. Yo puedo interpretarla, yo puedo rezar con ella, puedo vivir contemplándola, sin embargo la Palabra de Dios siempre va a ser como una fuente inagotable, nunca podré agotar la fuente. Y beberé de ella y tendré ganas de beber más. Y beberé más y la fuente no se agotará. Y al no agotarse la fuente, mis ansias de beber serán más grandes y aprovecharé más, y la Palabra de Dios seguirá siendo trascendente a mí. Por eso dice Santo Tomás de Aquino: “El Espíritu Santo fecundó la Sagrada Escritura con verdad más abundante de la que los hombres puedan comprender” (II Sent, 12, 1, 2, ad 7.)

          ¿Cuál es la singularidad de la Palabra de Dios? ¿Qué cosa es lo que hace que la Palabra de Dios sea algo absolutamente único? Tiene a Dios por autor principal. De tal modo que el autor humano, o los autores humanos: Moisés, David, Isaías, Mateo, Juan, Pablo, Pedro, escribieron –hay que observar estas palabras- todo y sólo lo que Dios quiso. Ella contiene lo que Dios ha querido revelar, por tanto, la Palabra de Dios se debe recibir primero con fe. Cantaban recién en el salmo responsorial en portugués, eso de “he de abrir mi alma a Cristo Rey”. Siempre debo abrir mi alma cuando abro la Sagrada Escritura. Debo abrir mi alma, mi corazón para que lo que yo vaya leyendo, se vaya grabando en mi corazón, se vaya grabando en mi mente, en mi alma. Cuando uno hace así  -eso lo tienen que experimentar ustedes- la palabra de Dios se hace más dulce que la miel. Como dice el Eclesiástico, c. 24, referido a la sabiduría: “Mi recuerdo es más dulce que la miel, mi heredad más dulce que panal de miel”. Algunas habrán tenido oportunidad si han estado en el campo cuando eran niñas, uno se conseguía un panal de abejas que estaba colgado en un árbol, buscaba la forma, la manera de quedarse con el panal, que las abejas no te picasen; y uno comía esa miel riquísima de las abejas. Pues la Palabra de Dios es así, más dulce que la miel.

                          Por eso es lámpara, como recordaba el Papa en el versículo del salmo que explicó hoy. Como dice otro salmo, el salmo 18, 29: “Tu eres Yahvé mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas”. Y las alumbra por medio de su Palabra. Por eso la Palabra de Dios también consuela al alma. El alma que está  triste, el alma que está sufriendo tentaciones, el alma que no sabe por dónde seguir, “Lámpara para mis pasos”.

         “Palabras buenas, palabras de consuelo”, dice Zacarías 1,3. Para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. La Escritura da esperanza, da consuelo, da paciencia.

         Se cuenta de ese gran santo, Santo Domingo, que amaba tanto la Palabra de Dios que Él, aunque las conocía de memoria, llevaba siempre sobre su pecho el Evangelio de San Mateo. Bueno, ahora no se van a poner todas ustedes colgada la Biblia, en la cadena, una cosa más. Lo que significa, lo que quiere expresar esto, es que hay que llevar en el corazón la Palabra de Dios. Después, viendo ese amor que han tenido los santos a la Sagrada Escritura -los santos y las santas-, debemos nosotros aprender a conocerla para poder amarla cada vez más. Y esa será un arma poderosa para nuestra santificación y  para nuestra perseverancia.

         La Santísima Virgen conocía de tal manera la Sagrada Escritura que cuando se pone a cantar como poetisa el Magnificat, hace un hermoso enhebrado de textos bíblicos y de reminiscencias bíblicas, tanto conocía la Escritura.

         Ojalá que pase con nosotros así como pasó con Ella.