transubstanciación

Quien cree en la transubstanciación…

 Quien cree en la transubstanciación…

 

Antiguamente se decía que el Seminario era para prepararse a cantar la Misa. Y es muy cierto. En el fondo, si observamos bien, todo se orienta o debe orientarse hacia la Eucaristía, por ejemplo, ¿por qué debemos conocer la doctrina de Santo Tomás como nos manda el Concilio Vaticano II[1]?, para tener cimientos sólidos donde asentar los grandes principios de la fe, en especial la fe eucarística.

Quien cree en la transubstanciación…

Cree en todas las verdades de fe, crece en esperanza contra toda esperanza y edifica su vida sobre el amor enseñado por Jesucristo.

Cree en la creación. «La conversión del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre del Salvador es tan admirable, singular, única y excepcional que es más difícil que la creación del mundo: “En esta conversión hay muchas cosas más difíciles que en la creación, en la que sólo es difícil hacer algo de la nada, lo cual es propio de la causa primera, que no presupone nada para su operación. Pero en la conversión sacramental no sólo es difícil que este todo se convierta en este otro todo, de modo que nada quede del anterior, cosa que no pertenece al modo corriente de producción de ninguna causa, sino también que queden los accidentes desaparecida la substancia, y otras muchas cosas […][2]»[3].

Cree en la Encarnación. Si Dios, por vía de concomitancia, se hace presente bajo la especie de pan y de vino, con más facilidad puede hacerse presente, al asumir hipostáticamente una naturaleza humana, en las entrañas purísimas de la Virgen María, de manera que en Cristo se dan dos naturalezas –la divina y la humana- sustancialmente unidas por la única Persona divina del Verbo.

Cree en la maternidad y virginidad de María. Si Dios tiene poder para hacerse presente en especie ajena, más lo tiene para hacerse presente en especie propia naciendo de Madre Virgen.

Quien cree en la transubstanciación…

Cree en la redención. Si por la transustanciación se perpetua el sacrificio de la cruz donde murió por todos los hombres, ¡cuánto más lo pudo hacer en el Calvario!

Cree en la Iglesia, la cual es la cosa más maravillosa del mundo: «es la congregación de los santos bajo Cristo, su Cabeza»[4]. Y «la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía»[5].

Cree en la conversión de los hombres, en su lucha victoriosa contra la tentación y el pecado, en que pueden alcanzar la santidad a pesar de todos los poderes y dominaciones que les son contrarios. Ya que la conversión de los hombres es un milagro moral que sólo puede realizar la gracia de Dios con nuestra colaboración. Todo hombre puede ser «portador de Cristo», en la Eucaristía puede hacerse un solo cuerpo con el Cuerpo de Cristo («concorpóreo»), una única sangre con la Sangre de Cristo («consanguíneo»),  una sola víctima con Cristo Víctima («convictimado») [una inmolación con su Inmolación («coninmolado»), un sacrificio con su Sacrificio («consacrificado»)], una sola cosa ofrecida con el Ofrecimiento de Él («conofrecido») y una sola cosa aceptada con Cristo Aceptado («conaceptado»), ya que es aceptado por el Padre.

         Cree en la predestinación, la cual es la obra más grande de la misericordia de Dios, por la que Dios puede decir: «tendré misericordia de quien tengo misericordia, y tendré compasión de quien tengo compasión. Por consiguiente, no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia. […]  Así que tiene misericordia de quien quiere y a quien quiere le endurece» (Ro 9,15-16.18). Así como en la Eucaristía «se hace una selección [no se transforman las especies] que indica penetración extraordinaria [se transforma sólo y totalmente la sustancia]»[6], de manera parecida la libérrima Voluntad de Dios obra sobre nuestra libertad sin destruirla para que librementes hagamos el bien que nos llevará al Cielo, cumpliéndose siempre lo que Él quiere.

Quien cree en la transubstanciación…

Cree en las vocaciones de especial consagración. Del mismo que la Eucaristía es obra del poder de Dios, que hace el misterio y el milagro: «este sacramento contiene todo el misterio de nuestra salvación»[7]; «la consagración de la materia de este [sacramento] es una milagrosa conversión de la substancia, que sólo Dios puede realizar»[8]; así, todas las vocaciones de especial consagración son, a su modo, un misterio y un milagro. Son una obra maestra, un capolavoro, un masterpiece de Dios. Es absurdo pretender caricaturizarlas como si fuesen obras meramente humanas.

De manera especial en el sacerdocio católico, como dice el Beato Manuel González: “¡Cuánto debe gozar el corazón del sacerdote en vivir sólo para dar a Jesús y darse con Él a las almas! Por la consagración sacerdotal el sacerdote ha dejado místicamente de ser un hombre para empezar a ser un Jesús. Una especie de transubstanciación se ha operado en él: las apariencias son del hombre, la sustancia es de Jesús. Tiene lengua, ojos, manos, pies, corazón como los demás hombres; pero, desde que ha sido consagrado, todos esos órganos e instrumentos no son del hombre sino de Jesús.

Su lengua es para hacer Carne y Sangre de Jesús de la sustancia del pan y del vino; para hacer vivir a Jesús en las almas por medio de los sacramentos y de la predicación sagrada. Sus ojos son para mirar y compadecer y atraer en lugar y al modo de Jesús, que se ha querido quedar oculto y como ciego en el Sagrario.

Su manos son para dar bendiciones a hijos, direcciones a caminantes, apoyos a débiles, pan a los hambrientos, abrigo a los desnudos, medicinas a los enfermos en nombre y virtud de Jesús.

Sus pies son para ir siempre en seguimiento de ovejas fieles o en busca de las descarriadas.

Su corazón es para amar y perdonar y agradecer y volverse loco a lo Jesús.

Su cabeza es para pensar en Jesús y con criterio de Jesús conocerlo y darlo a conocer cada vez más y mejor y como Él, no aspirar en la tierra más que a una corona de espinas…”[9]

Cree en la eficacia de la evangelización, en sus distintas formas: predicación del kerigma, catequesis, misiones ad gentes y populares, homilías, docencia, ecumenismo y diálogo interreligioso. Enseñaba Pablo VI: «nunca se insistirá bastante en el hecho de que la evangelización no se agota con la predicación y la enseñanza de una doctrina. Porque aquella debe conducir a la vida: a la vida natural, a la que da un sentido nuevo gracias a las perspectivas evangélicas que le abre; a la vida sobrenatural, que no es una negación sino purificación y elevación de la vida natural. Esta vida sobrenatural encuentra su expresión viva en los siete sacramentos y en la admirable fecundidad de gracia y santidad que contienen.

         La evangelización despliega de este modo toda su riqueza cuando realiza la unión más íntima, o mejor, una intercomunicación jamás interrumpida, entre la Palabra y los sacramentos. En un cierto sentido es un equívoco oponer, como se hace a veces, la evangelización a la sacramentalización.

Porque es seguro que si los sacramentos se administraran sin darles un sólido apoyo de catequesis sacramental y de catequesis global, se acabaría por quitarles gran parte de su eficacia. La finalidad de la evangelización es precisamente la de educar en la fe de tal manera que conduzca a cada cristiano a vivir – y no a recibir de modo pasivo o apático – los sacramentos como verdaderos sacramentos de la fe»[10].

Cree en la acción del Espíritu Santo, en el gobierno del mundo que ejerce según los dictados de la Providencia de Dios. De manera semejante a como la acción del Espíritu Santo obra en la Misa.

Quien cree en la transubstanciación…

Tiene la certeza del triunfo sobre el mal. Él ha «…despojado los Principados y las Potestades y los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal» (Col 2,15); «…conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas las cosas…» (Ef 1,19-22). Es el poder de Dios, manifestado en el misterio pascual, que se perpetua en la Misa, el que ha dejado a los poderes y dominaciones «abocados[11] a la ruina» (1 Co 2,6), como poderes zombis.

Las verdades escatológicas lo llenan de alegría. Sabe que los hombres y los pueblos tienen como fin último a Dios, quien para los que lo acepten tiene preparados bienes inconmensurables y «que sólo conoce Quién los hará»[12]. Sabe, por la Eucaristía, que «las obras de Dios son perfectas» (Cfr. Deut 32, 4).

Cree en la Palabra de Jesucristo que dijo: «mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida. Quien coma mi Carne y beba mi Sangre está en mi y yo en él» (Jn 6, 55-56). El cual, señalando a su Madre, nos dijo a cada uno: «he aquí a tu Madre» (Jn 19,27).

 

            Quien cree en la transubstanciación…¡es invencible!

 

 

[1] Cfr. Concilio Vaticano II, Optatam totius, 16, etc.

[2] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologhiae, III, 75, 8, ad 3: «in hac conversione sunt plura difficilia quam in creatione, in qua hoc solum difficile est, quod aliquid fit ex nihilo, quod tamen pertinet ad proprium modum productionis primae causae, quae nihil aliud praesupponit. Sed in hac conversione non solum est difficile quod hoc totum convertitur in illud totum, ita quod nihil prioris remaneat, quod non pertinet ad communem modum productionis alicuius causae, sed etiam habet hoc difficile, quod accidentia remanent corrupta substantia, et multa alia […]».

[3] Carlos Miguel Buela, Pan de vida eterna y Cáliz de eterna salvación, Segni 2006, 46-47.

[4] Beato Francisco Palau, Mis relaciones, Roma 1977, 59-60 y passim.

[5] Juan Pablo II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia (17 de abril de 2003), 26.

[6] Dom Vonier, Doctrina y clave de la Eucaristía, Buenos Aires 1946, 193. Corchetes nuestros.

[7] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologhiae, III, 83, 4, c.: «Quia in hoc sacramento totum mysterium nostrae salutis comprehenditur…».

[8] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologhiae, III, 78, 1, c.: «Sed in hoc sacramento consecratio materiae consistit in quadam miraculosa conversione substantiae, quae a solo Deo perfici potest».

[9] Beato Manuel González, Obras Completas, t. II, Burgos 1998, 593-594.

[10] Pablo VI, Carta Encíclica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 47.

[11] Abocar: desembarcar, ir a parar.

[12] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologhiae, Supplementum, 91, 3.