Riqueza multiforme de una vida sacerdotal

Riqueza multiforme de una vida sacerdotal

 

Frente al Padre Julio Meinvielle y de cara a su obra, surge en nosotros espontáneamente la inquietud: ¿Quién fue este hombre, qué hizo, por qué lo hizo?

 Fue un hombre del ara, lugar del sacrificio. Pero no de cualquier sacrificio, sino del único Sacrificio que reconcilia a los hombres con Dios, aquel en el que la Sangre del Cordero se derramó en la cruz. “El primer acto sacerdotal es el sacrificio. En este caso el sacrificio de la Misa, pues no hay sacerdocio sin sacrificio. Sólo cuando hay sacrificio hay sacerdocio, y lo que constituye al Sacerdocio Católico es, primariamente, que oficia la Santa Misa, o sea el sacrificio de la Cruz de Cristo renovado en nuestros altares”[2]. Por eso, consciente de que se conmemora y hace presente en cada Eucaristía, celebraba diariamente, con fe y devoción, la Santa Misa. Y por esto levantó también un digno Templo, en el que se volvía a hacer presente la obra de la Redención, para poder llevarla de allí a toda la realidad.

 Fue un hombre de la absolución, del Yo te absuelvo… que transmite a los hombres el perdón y el bálsamo de la misericordia divina. Convencido de la tremenda responsabilidad que le reclamaba el poder de las llaves, fue también el hombre del Kyrie de los pecadores. Se compadecía de corazón pues sabía que la esclavitud del pecadο es la más esencial: “El problema primero del hombre es el destino eterno del hombre. El problema primero del hombre es la situación del hombre para con Dios. Es un problema interior, un problema de dentro del alma, que no se resuelve dándole de comer, sino que se resuelve dándole Dios”[3].

 Fue un hombre del huracán de Pentecostés y del fuego que transformó a los Apóstoles en distribuidores del pan de la Palabra de Dios. Y por eso desde el púlpito era el trovador que cantaba las proezas de Dios y era el profeta que fustigaba, al mismo tiempo, a los enemigos de Dios, proclamando verdades de a puño. “…el Sacerdocio Católico es eminentemente sobrenatural… Esta idea,…, que es elemental en la doctrina cristiana, sabéis que hoy es gravemente alterada. Alterada no solamente entre nosotros, sino alterada en toda la Iglesia Universal, porque no faltan herejes, encumbrados en altos puestos, aun dentro de la Iglesia, que nos quieren dar otra imagen del sacerdocio, una imagen distinta de aquella que nos dejó Cristo”[4].

 Por no olvidar que el auxilio nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra (Sal. 124, 8), fue también el hombre de los brazos en alto, del Rosario, del Breviario. Puso su fuerza en la oración y, puesto que es elevado el que se humilla, fue al mismo tiempo el hombre del reclinatorio. Esto le permitió tener un auténtico espíritu de príncipe, un señorío manifiesto en su libertad de espíritu y en su entrega irrestricta a la voluntad de beneplácito de Aquel que sólo quiere nuestro bien y a esto ordena todas las cosas[5]. Por eso, en su mirada de contemplativo advertía que “… la Iglesia y el mundo están en definitiva gobernados por Dios. La Providencia permite el mal en vista de un mayor bien y, sobre todo, del bien de los elegidos. La historia tiene su razón de ser a causa de Jesucristo y de su Cuerpo Místico. Por esto, el momento presente de la Iglesia y del mundo hay que mirarlo con ojos sobrenaturales”[6]. No era sino esta mirada contemplativa, fraguada en la oración, lo que le permitía discernir con claridad: “Lo esencial es nuestra adhesión a Jesucristo. A Jesucristo el de siempre. Que no es ni pre-conciliar ni post-conciliar. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Heb. 13, 8)”[7].

 Como valiente guerrero, no dudó en hacer uso de la pluma en defensa de la Verdad Inmutable, empuñándola y esgrimiéndola como temible espada frente a la presencia del error y de la confusión. Batalla en la que él, ubicado en la vanguardia, debió luchar como quien camina en la cuerda floja, sobre el filo de la navaja: y, como San Pablo, peleó el buen combate y conservó la fe[8]. Como auténtico pionero, se opuso decididamente a una formación cultural, filosófica y teológica meramente de “manual”, de esquemas que sólo nivelaban por lo bajo, de formulaciones fijadas más a la memoria que a la inteligencia. De allí que en su obra de investigador y científico supo extenderse a los más variados temas, sin olvidar la jerarquía y la conexión de los mismos. Por eso es que su pensamiento sigue siendo actual y su labor no pierde su lozanía. No en vano fue calificado como el “máximo teólogo de la Cristiandad en lo que va del siglo XX”[9]. Testigos de ello son sus estudios no sólo sobre problemas filosóficos o, más aún, teológicos, sino también en el ámbito de la economía[10], de la política[11], de las cuestiones sociales[12], etc.

 Fue un hombre de la apokatástasis, de la Parusía, del plan que Dios se propuso en Él, para realizarlo al cumplirse los tiempos, recapitulando todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra (Ef. 1, 9-10). Y en la confiada espera del Señor que llega no descuidó la labor de la misión y de la evangelización. “El gran hecho que da significación y razón de ser a los pueblos es su evangelización. Y en el momento actual estamos todavía en la evangelización de los pueblos paganos”[13]. Tenía plena conciencia de que la difusión de la fe sólo era posible mediante un diálogo auténtico, en el que la firmeza en la verdad y la caridad perseverante debían aunarse, impidiendo así tanto el irenismo que apostata de Cristo como la dureza que sacrifica las conciencias. Y eso le permitió ser también el hombre de la restauración de la Ciudad católica, restaυración que no se limita a los detalles ni se rige por la nostalgia, sino que apunta a que Cristo sea el Rey y centro de todo. Para ello resumía con precisión: “Santidad de vida e integridad de doctrina, recta concepción del ordenamiento económico-político de la ciudad, prudentes pero progresivas y efectivas reformas que eliminen las injusticias sociales, son tres condiciones inseparables para restaurar la ciudad católica[14].

 Fue un hombre del todo y de la totalidad, ya que su actividad, y antes aún su mirada, no se limitó a un sólo sector de la realidad del hombre o a un particular ámbito geográfico. Su preocupación también se extendió a las generaciones sucesivas, ya que la obra de Jesucristo no se limita a algunos ni beneficia a pocos. Y fue un hombre del Todo porque su amor y su anhelo se dirigía a Dios: “Esta doctrina del “fin último” como “primum movens” de toda la vida y de todas las otras cosas que en la vida se apetecen, se relaciona, a su vez, con el mandamiento y la virtud teologal de la caridad, por la que hemos de amar a Dios como al amado primera y absolutamente, como a un Todo, en cuya comparación las criaturas son nada, como hablan los místicos y explican los teólogos”[15]. Fue el hombre de la totalidad también en el análisis teológico de las culturas y del liberalismo, comunismo, judaísmo, masonería, etc.[16]

 Fue un hombre de los últimos tiempos, ubicado en el “ojo de la tormenta”, un apóstol de los últimos tiempos con el espíritu y el corazón que en ellos predecía San Luis María[17], y con esa visión escribió: “Estamos en vísperas de un momento culminante de la historia, en que los pueblos, volviendo contritos de sus muchos delitos públicos y priνadοs con que han ofendido a la majestad del Verbo hecho carne, han de alcanzar la grandeza que sólo conocen los pueblos que siguen el camino del Espíritu. Después de la gran victoria que seguirá a la gran batalla, vendrá la Paz y con ella la Predicación universal del Evangelio… Se acercan los grandes días anunciados por Grignion de Montfort en que deben formarse los grandes santos que sobrepujarán en santidad a la mayor parte de los otros santos, tanto como los cedros del Líbano exceden a los arbustillos”[18].

 Su amor a la verdad no podía sino hacer de él un hombre de la luz y de la sal, a semejanza de aquellos profetas inermes, sólo armados con la espada de la Palabra de Dios, aquellos profetas de los que no era digno el mundo, alabados por su fe[19]. Fue luz: reflejó a Jesucristo, Sol que nace de lo alto (Lc. 1, 78), y con esto dispersó las tinieblas del error y la confusión; fue sal: preservó de una mayor cοrrupción. Mérito suyo fue, por ejemplo, haber alertado y puesto en guardia, oportunamente, contra la amalgama maritainiana, contra el avance del comunismo, contra las mentiras de los teólogos progresistas, contra los tradicionales enemigos de la Argentina católica. Y de allí que se vio perseguido por los que no le perdonaron sus claros y profundos análisis y refutaciones a los errores de Jacques Maritain[20], Teilhard de Chardin[21], Karl Rahner[22], la Nouvelle Theologie[23], (Congar[24], Schillebeeckx[25], Duquoc[26], Chenu[27]) la Cábala[28], etc.

 En la certeza que le comunicaba la fe verdadera fue roca firme, asentada sobre la confesión de aquel que fue constituido por el Señor piedra y fundamento de la Iglesia, Simón Pedro. “El católico no se ha de dejar acomplejar sino que ha de mantener su fidelidad al magisterio de la Cátedra Romana porque ésta es la condición de la fidelidad auténtica a la fe de Cristo”[29]. Por eso fue un hombre que edificó, por ser de María, ser de Cristo y de Cristo tal como Pedro lo confiesa.

 Siguiendo sus admirables intuiciones y sus auténticos deseos debemos trabajar para que se logre en todos una formación integral y verdaderamente sólida. Pero tal formación no puede limitarse a aprender nominalmente principios y argumentaciones, aún siendo éstas verdaderas: “El sector tradicionalista del clero se ha mantenido sano en su formación cultural pero sin vigor para tomar una posición frente a la cultura moderna. Al nο poseer una formación cultural fuerte y que se defina frente a la cultura moderna, ha estado en posición paralizante. De aquí que haya carecido, salvo contadas excepciones, de eficacia para influir culturalmente…”[30] Por ello es triple la tarea a realizar: “Ya no puede caber un tomismo vulgarizado, de manual. Hay que conocer en sus fuentes la filosofía de Santo Tomás, conocer los vastos sectores de la ciencia moderna y aplicar aquel saber filosófico a iluminar esta ciencia que crece incesantemente… Ahora se hace necesario beber el tomismo directamente en el mismo Santo Tomás”[31].

 Es de gran importancia también el que se realice una edición crítica de sus obras completas, a fin de facilitar la investigación y los estudios puntuales sobre su pensamiento en todos los campos que tocó: no es suficiente conocer el planteamiento y la exposición que de los problemas en todos los campos, principalmente los más decisivos, hace en sus obras el Padre Meinvielle. Es del todo necesario realizar un coherente pero constante desarrollo, según aquellos mismos lineamientos. Así, creemos que son principales los siguientes elementos:

 a) La Cristiandad como el orden social que resulta de la plasmación del Evangelio en todos los aspectos de la vida del hombre. De aquí resulta una cultura cristiana, una política cristiana, una economía cristiana. “Un orden normal de vida es un orden esencialmente jerárquico, una jerarquía de servicios. Y el orden jerárquico íntegra en la unidad lo múltiple. Así las familias se integran en la unidad de las corporaciones; las corporaciones en la unidad de la nación bajo un mismo régimen político; las naciones en la unidad de la Cristiandad por la adoración del mismo Dios, en un mismo bautismo y en un mismo Espíritu”[32].

 b) La destrucción de aquella armonía, que se produce en tres caídas o “revoluciones”, en las que el orden social que resulta va degradando cada vez más al hombre. “Tres y sólo tres son las revoluciones posibles, a saber: que lo natural se rebele contra lo sobrenatural, o la aristocracia contra el sacerdocio, o la política contra la teología; he aquí la primera rebelión. Que lo animal se rebele contra lo natural o la burguesía contra la aristocracia, o la econοmía contra la política; he aquí la segunda rebelión. Que lo algo se rebele contra lo animal, o artesanado contra la burguesía. He aquí la tercera rebelión”[33].

 c) Dentro de la Iglesia, la revolución y degradación que se produce principalmente con el progresismo, particularmente en sus variantes de Jacques Maritain, Teilhard de Chardin y Karl Rahner.

 d) La influencia decisiva, incluso a veces de forma directa, de la cábala judía, tanto respecto de la confusión en la Iglesia como respecto de la degradación sucesiva de la cultura moderna.

 Frente a lo profundo de la crisis que nos rodea, nuestra obligación en conciencia es, por tanto, seguir no sólo la enseñanza sino también el ejemplo del Padre Meinvielle: hombre del altar, de la absolución, del púlpito, del reclinatorio, de la espada de la pluma, de la Parusía, del todo y de la totalidad, de los últimos tiempos, de la luz y de la sal, de la roca; en síntesis, hombre de Dios (1Tim. 6, 12).


[1] Conferencia dada en la “Villa de Luján” (San Rafael), el 2 de agosto de 1988.

[2] Julio Meinvielle, El progresismo cristiano, Colección Clásicos Contrarrevolucionarios, Buenos Aires, 1983, pág. 95.

[3] Id., pág. 97.

[4] Id., pág. 96.

[5] Cf. Rom 8, 28.

[6] El progresismo cristiano, pág. 134.

[7] Id.

[8] Cf. 2 Tim. 4, 7.

[9] Carlos A. Sacheri, palabras pronunciadas en la inhumación de los restos del P. Meinvielle (4/8/1973), publicadas en Ateneísta, número especial en homenaje al P. Julio Meinvielle, pág. 10.

[10] Concepción católica de la economía, Ed. Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, 1936; Conceptos fundamentales de economía, Ed. Nuestro Tiempo, Buenos Aires, 1953.

[11] Concepción católica de la política, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1974.

[12] Pοlítica Argentina, Ed. Trafac, Buenos Aires, 1956.

[13] El comunismo en la Revolución anticristiana, Cruz y Fierro Editores, Buenos Aires, 4ª edición, 1982, pág. 166.

[14] El progresismo cristiano, pág. 92.

[15] La Iglesia y el mundo moderno, Ediciones Theoría, Buenos Aires, 1966, pág. 113.

[16] Cf. Los tres pueblos bíblicos en su lucha por la dominación del mundo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1974.

[17] Obras Completas, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n° 46-48 y 55-59, Ed. BAC, Madrid, 1954, págs. 463-464 y 471-473.

[18] El comunismo en la revolución anticristiana, pág. 139.

[19] Cf. Hb. 11, 38-39.

[20] “…esta conciliación de la Revolución con la Iglesia del actual Progresismo Cristiano no es sino repetición del imposible intento formulado por Lamennais en L’Avenir y por Maritain en su Humanismo Integral, y que, de una manera u otra, adoptan también los teólogos que están impulsando las actuales corrientes de la Teología Pastoral” (De Lamennais a Maritain, Ed. Theoría, 2ª ed., Buenos Aires, 1967, pág. 13).

[21] “Teilhard de Chardin es el ejemplar típico de mentalidad moderna, que acepta, sin discusión y como un dogma, la idea del progreso de la humanidad, en su aspecto propiamente humano, durante los últimos cuatro siglos. Pero una humanidad que, al encerrarse en el principio de la inmanencia o de la propia conciencia, ha cortado los caminos que la conducen al Ser y se ha precipitado en el ateísmo, no puede estar en vías de progreso sino de abyecta degradación” (Teilhard de Chardin o la religión de la evolución, Ed. Theoría, Buenos Aires, 1965, pág. 8).

[22] “Karl Rahner es un teólogo que ha adquirido gran notoriedad en estos últimos años. Su teología se distingue por su fecundidad en suscitar problemas cuya solución luego, lejos de satisfacer, produce malestar. Su problematicismo… denuncia una evidente falta de claros principios que pueden dejar de ser tales y convertirse en errores sí se los desplaza del lugar que les corresponde… Mal ha de andar la teología de Rahner cuando todo la lleva a desalentar la predicación evangélica por el mundo” (La Iglesia y el mundo moderno, Ed. Theorίa, Buenos Aires, pág. 143.147).

[23] “Todos estos teólogos coinciden, en una u otra versión, en favorecer el desarrollo de un Mundo, de una Humanidad, de una Civilización, que se alejan de la Iglesia, de Cristo y de Dios, y caminan impulsados por un movimiento propio que las lleva a fines puramente terrenos” (o. c., pág. 149).

[24] “Estos errores de apreciación de Congar en ejemplos vitales muestra a las claras cómo su planteo de la misión de la Iglesia en el mundo de hoy adolece de una falla fundamental, cual es la de formular una apreciación equivocada y al margen de las enseñanzas del Magisterio, sobre el carácter del mundo moderno” (o. c., pág. 122).

[25] “La pretendida eclesialización del mundo, de que habla Schillebeeckx, es perversa y sacrílega porque significa, por parte del mundo, una absorción de actividades que debían referirse y orientarse directamente a Cristo y a la Iglesia” (o. c., pág. 101). “E. Schillebeeckx olvida que el príncipe de este mundo es el Otro, y que, al confundir cosas tan notoriamente determinadas por el Señor, está confundiendo todo el cristianismo” (De la cábala al progresismo, pág. 391).

[26] “Duquoc, O. P., que con tanto empeño, diríamos con tanto furor, rechaza una vida pública al servicio de Cristo, tiene que trabajar para una vida pública que se aleja de Cristo y sirve al Anticristo” (o. c., pág. 142).

[27] “Chenu, O. P., al pretender que el mundo no se ponga de ninguna manera al servicio de Cristo, tiene forzosamente que procurar que de alguna manera le sea hostil… Si la Iglesia, pues, no tiene derecho a promover una sociedad con vida pública que se acomode a su misión, -una vida pública cristiana- está obligada a cerrarse las puertas de comunicación con los hombres” (o. c., pág. 131).

[28]  “La gran tentación gnóstica de “seréis como dioses” prende en el género humano y lo pierde… 1a Cábala mala se funda en el cambio puro, que recibe los nombres de evolucionismo, historicismo, dialecticismo o progresismo. El cambio no se encontraría en la creatura sino en el Creador. Dios se haría con el universo y con el hombre. Dios sería Historia, Evolución, Dialéctica y Progreso. Dios no sería el Esse Subsistens, en cuya contemplación durante la eternidad han de encontrar su gozo los bienaventurados, sino que sería un incesante hacerse, un devenir, una praxis, a cuya fabricación ha de aplicarse la creatura” (De la cábala al progresismo, Editora Calchaquí, Salta, 1970, pág. 7-8).

[29] El progresismo cristiano, pág. 56.

[30] Desintegración de la Argentina y una falsa integración, Conferencia en la Ciudad de Córdoba, 1° de diciembre de 1972, pág. 4.

[31] Estudios teológicos y filosóficos, Año I, Tomo I, n° 1, Estudio dominicano, Buenos Aires, 1959, pág. 98.

[32] El comunismo en la revolución anticristiana, pág. 55.

[33] Id., pág. 55.