sacrificio

Tríptico del Ángel del sacrificio

Tríptico del Ángel del sacrificio

 

I  

–  ¿Quién eres, hombre nimbado de luz y de semblante hierático?

–    No soy hombre, soy Ángel. Soy el Ángel del sacrificio.

–     ¿Sos Ángel?

–   ¡Sí!… y a menudo me pedís que te ayude. Y yo te ayudo.

–    ¿En qué momento, a menudo, te lo pido?

–   En la Santa Misa, cuando después de la consagración le suplicas a Dios que yo te ayude, diciendo:“Te pedimos humildemente Dios todopoderoso, que estas ofrendas sean llevadas por manos de tu  Ángel, hasta tu altar del Cielo, ante tu divina majestad…” [1] . Allí los sacerdotes ministeriales, reconociendo sus limitaciones, piden mi ayuda para que el sacrificio sea aceptado: “Así como la nube de incienso que envolvía al sacerdote cuando en el día de la expiación se presentaba ante el arca de la alianza le obscurecía la vista, así los ojos corporales del sacerdote, a esa altura, ya no pueden ver nada del misterio, y por eso tienen que rogar a los ángeles a que lleven el sacrificio ante la presencia de Dios” [2] .

–  Entiendo, -dije y para hacerme el entendido agregué-: Es lo que enseñaba el Beato Isaac de Stella: En un primer acto de oblación (el ofertorio), simbolizado por el altar de los holocaustos del antiguo templo, ofrecemos con el corazón contrito el pan y el vino, como símbolo de nuestra vida; en el segundo acto (la consagración), expresado por el dorado altar de los inciensos, ofrecemos el Cuerpo y la Sangre del Señor; y en el tercero (el Supplices: “Te pedimos humildemente…”), prefigurado por el Sancta Sanctorum, ángeles llevan nuestro sacrificio al cielo uniéndolo a Cristo glorificado y dándole así la última perfección [3] .

Dicho esto lo volví a interrogar: – ¿O sea que tu oficio es…?

–   …presentar vuestros sacrificios espirituales ante el Padre celestial, para que sean aceptados junto con la divina Víctima, a semejanza de lo que se enseña en el Apocalipsis: “Otro Ángel vino y se puso junto al altar con un incensario de oro. Se le dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono. Y por mano del Ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos” (8, 3-4). Por eso me llaman ‘santo’ (‘sancti…’) Ángel, desde muy antiguo, por ejemplo en la antigua tradición irlandesa de nuestro canon romano (y a pesar de que la mayoría de los irlandeses lo ignora), aunque el texto falta en otros textos antiguos [4] . En épocas muy tempranas aparece esta imagen del altar celestial en las Constituciones Apostólicas [5] , en la liturgia griega de Santiago [6] , en la de San Marcos [7] , en las siríacas, en San Ambrosio [8] , etc.

–    (Tímidamente le dije…) Perdóname, Ángel, pero en el texto unificado en español ya no se te llama santo. (Quedé muy sorprendido porque por un imperceptible instante se le incendió en rojo la cara… ¡y eso que los ángeles no tienen pasiones! Pero hice la vista gorda).

–         Por si no lo sabés, algunos me consideraron como el mismo Cristo llamado “Ángel del Gran Consejo” (Is. 9, 6) como aparece en el texto del introito de la tercera Misa de Navidad [9] . Otros me consideraron el mismo Espíritu Santo [10] . ¡Que se hayan olvidado el epíteto no me quita nada, como equivocarse dándome más categoría no me agrega nada! De hecho ¡soy el santo Ángel a quién se le pide que intervenga en el sacrificio! Finalmente, ¿qué decís vos, si en el momento de mayor apuro, me tenés que pedir ayuda? (y por lo bajo me dijo: “No te hagás el rastacuer” [11] ).

– Santo Ángel –me apresuré a decir para cambiar de tema-, ¿qué es lo primero que sobrepasa nuestro entendimiento respecto del misterio eucarístico?

–          Lo primero es la presencia del Señor Jesús bajo los velos eucarísticos. No es una presencia de cualquier tipo, sino que es una presencia bien precisa y bien definida con tres palabras que son como un tríptico: ¡“Verdadera, real y sustancial”!, enseñó el Concilio de Trento [12] . Se hace presente por la conversión total de la sustancia del pan y del vino en la sustancia del Cuerpo y Sangre del Señor, permaneciendo los accidentes sin sujeto de inhesión, por el poder divino que los sustenta [13] . Cristo entero está en el sacramento con su cantidad dimensiva al modo de la sustancia.

Cristo está presente en la Eucaristía de dos maneras: una, por razón del sacramento (ex vi verborum), está bajo las especies aquello en lo que se convierte la sustancia preexistente del pan y del vino, y que es lo significado por las palabras de la forma, que son eficientes: “Esto es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre…”; y, otra, por natural concomitancia o companía (ex vi concomitantiae) está presente lo que está unido a lo que aquí se pone por la conversión sacramental. Cuando dos cosas están realmente unidas, donde está una es necesario que esté la otra. Sólo en el pensamiento las separamos.

La divinidad nunca abandonó el Cuerpo asumido: donde se encuentre éste estará también ella. El alma se separó del Cuerpo, en el triduo de la muerte, y si en ese tiempo se hubiese celebrado Misa no estaría presente el alma en el sacramento. Pero luego de su resurrección, su alma está unida siempre a su Cuerpo, por eso siempre está el alma en el sacramento por real concomitancia [14] .

Está claro que la sustancia se convierte en la sustancia, no las dimensiones del pan y del vino en las de Cristo. Así la sustancia del Cuerpo y de la Sangre de Cristo están en el sacramento en virtud del mismo, pero sus dimensiones, no; lo están por vía de compañía, como por accidente (“quasi per accidens” [15] ). Por donde se ve que el Cuerpo y la Sangre de Cristo están en el sacramento a modo de sustancia, que está toda en el todo y toda en cada parte, y no al propio modo de la cantidad toda en el todo y cada parte en cada parte [16] . Por lo mismo las dimensiones de Cristo están en la Eucaristía prescindiendo de la localización, y no al modo de cantidad. La totalidad de la sustancia del agua está en una gota, como en un mar, indiferentemente de la cantidad, como la sustancia de hombre está en un enano y en un gigante [17] .

– Vos con tu poderosa inteligencia intuitiva, ¿me podrás decir las razones por las cuales el Señor eligió esta manera estupenda de quedarse con nosotros?

– ¡Matemática pura! [18]

(- ¡Pero éste hasta ve televisión!).

– ¿Qué dijiste?

– No nada (se ve que no tiene un oído intuitivo).

– Este sacramento fue instituido para los hombres –varones y mujeres- por Jesucristo en la última Cena, donde por última vez conversó y cenó con sus discípulos y hay varias razones de conveniencia para que lo hiciera de este modo.

1ra. En lo que encierra: ¡Contiene a Cristo sacramentado! Cuando él iba a ausentarse en su especie propia o figura natural, se quiso quedar con ellos en especie ajena, en especie sacramental, bajo la apariencia de pan y vino.

2da. Porque en todo tiempo debía haber algo que representase ante los hombres la pasión del Señor, ya que su sangre derramada obró la salvación de los hombres: “… todos pecaron y están privados de la gloria de Dios – y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe…” (Ro 23-25).

3ra. Lo hizo en la última Cena al despedirse, porque allí se grava más en la memoria y se enardece más en el corazón, porque lo que más se ama, más se imprime en el alma [19] . Como dice San Agustín: “El Salvador, para encarecer más la grandeza de este misterio, quiso entrañarlo al final en el corazón y en la memoria de los discípulos, de quienes se iba a alejar por la Pasión” [20] .

– ¿Y, luego, qué es lo que sobrepasa la capacidad de nuestro entendimiento?

– El hecho de que la Eucaristía es sacrificio, como fue la Cruz, de la cual es representación.

–    ¿Y luego…?

–    El hecho de que como en una extraordinaria sinfonía actúan, jerárquicamente organizados y bellísimamente unidos, todas las formas de sacerdocio: el Principal, Jesucristo; el ministerial de los sacerdotes secundarios; y el bautismal de los fieles cristianos laicos [21] .

 – ¿Por qué razón, como vos me dijiste, este sacramento es para nosotros los hombres y no para ustedes los ángeles? [22]

– En este sacramento Cristo no está en especie propia, sino en especie sacramental. Por eso a Cristo se lo puede comer espiritualmente de dos maneras: uno, tomándolo en especie propia o natural y de esta manera lo tomamos nosotros los ángeles, en cuanto estamos unidos a Cristo con la fruición de la caridad perfecta y con la clara visión en el Cielo, y no con la fe, como están ustedes unidos a Cristo, aquí en la tierra. El ‘pan’ que comemos nosotros en el Cielo, ustedes esperan recibirlo un día en la gloria. Otra manera de tomarlo espiritualmente es tomarlo bajo las especies sacramentales, creyendo en Él y deseando recibirlo sacramentalmente. Esto último no es sólo recibir espiritualmente a Cristo, sino también recibir espiritualmente el sacramento. Esto último no lo podemos hacer nosotros, los ángeles, por eso aunque tomamos espiritualmente a Cristo, no podemos tomar espiritualmente el sacramento.

 – ¡No saben lo que se pierden!, le respondí sin pensar mucho (escuché una tosecita, como que se aclaraba la garganta, y me pareció que me decía: ¡Aviváte!).

– Tomar a Cristo en el sacramento se ordena, como a fin, al goce del Cielo, como lo gozamos nosotros. Y puesto que lo que se ordena a un fin depende de él, habrá que decir que la comunión de Cristo en el sacramento depende de algún modo de la comunión que nosotros gozamos en el Cielo. Por eso se dice que el hombre come “pan de los ángeles” (Sal 77,25), porque primera y principalmente es de nosotros los ángeles, que disfrutamos a Cristo en especie propia; y después de los hombres, que lo reciben en especie sacramental.

– Eso me parece haberlo estudiado en Santo Tomás de Aquino…

– Así es. A él se lo llama “Doctor angélico”, no sólo por su pureza angelical, por su magnífico “Tratado de los Ángeles”, sino por que fue el que mejor nos conoció y amó… después de la Virgen.

Su rostro se puso extremadamente simpático y me guiñó un ojo, pero no lo puedo asegurar. Comenzó a alejarse y medio de espaldas, me señalo con el dedo índice, largo y como huesudo, un versículo de los Evangelios que llevaba abierto, indicando Lucas 1, 38: “Y el Ángel se alejó”.

II

         – ¡Gracias, Ángel, por estar de nuevo con nosotros! Hacés distinta, para mí, esta Semana Santa, en el Año Eucarístico. Quiero aprovechar que estamos en Viernes Santo para preguntarte acerca de la perpetuación del sacrificio de la Cruz.

– Tuvieron que pasar 15 siglos para que los cristianos protestantes pusiesen en duda la realidad sacrificial de la Misa. “Entendieron tan perfectamente que el único sacrificio de Cristo es el de la Cruz, que rechazaron todo otro sacrificio, y desde hace cuatro siglos gritan a los cuatro puntos cardinales que la misa es una abominación, un atentado sacrílego al valor infinito de la muerte de Cristo.

¡Pero el protestantismo no ha comprendido que las obras de Dios son perfectas (cf. Deut 32, 4)” [23] ! No entendieron que por la solidaridad o koinonía que hay entre la Cabeza y los miembros, era necesario que el sacrificio de la cruz, quedando uno y absoluto, pasase a la trama cotidiana de la vida de la Iglesia, y se hiciese coextensivo a todos los tiempos y a todos los lugares, sin multiplicarse (este es en gran parte el gran drama del protestantismo: ¡La falta de inteligencia del gran misterio de la Eucaristía!).

–         ¿Qué es lo más importante que debemos retener?

–          Por estar Cristo presente, por razón del sacramento, sólo con su Cuerpo bajo la apariencia de pan y sólo con su Sangre bajo la de vino, se sigue que hay una misteriosa separación de la Sangre del Cuerpo. Es una inmolación mística presente, por la cual la Misa es sacrificio, y es memorial de la inmolación pasada del Calvario (por eso la Misa es sacrificio relativo al de la Cruz, que es absoluto). De ahí que enseñe el Catecismo de la Iglesia Católica: “…en el relato de la institución, la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre” [24] .

Recuerdo que el gran Bossuet predicaba: “Todo se hará con este pan y con este vino; vendrá una palabra omnipotente que de este pan hará la Carne del Salvador y de este vino su Sangre… ¡Oh Dios!, sobre el altar se encuentran aquel Cuerpo mismo, aquella misma Sangre; aquel Cuerpo entregado por nosotros, aquella Sangre derramada por nosotros… Están separados, sí, separados, el Cuerpo por una parte, la Sangre por otra, y cada uno bajo signos diferentes… He ahí, por tanto, revestido del carácter de su muerte, a aquel Jesús, otra vez nuestra víctima y hoy también nuestra víctima de un modo nuevo por la mística separación de aquella Sangre de aquel Cuerpo. No diremos más porque todo el resto es incomprensible y nadie lo ve, excepto aquel que lo ha hecho” [25] .

–    ¿En qué documento se expresa mejor esta realidad?

–  Para mí es en ese gran Concilio, el de Trento, hecho posible entre otras personas por la insigne Isabel, la Católica, que dice:“El mismo Dios, pues, y Señor nuestro, aunque se había de ofrecer a sí mismo a Dios Padre, una vez, por medio de la muerte en el ara de la cruz, para obrar desde ella la redención eterna; con todo, como su sacerdocio no había de acabarse con su muerte; para dejar en la última cena de la noche misma en que era entregado, a su amada esposa la Iglesia un sacrificio visible, según requiere la condición de los hombres, en el que se representase el sacrificio cruento que por una vez se había de hacer en la cruz, y permaneciese su memoria hasta el fin del mundo, y se aplicase su saludable virtud a la remisión de los pecados que cotidianamente cometemos…” [26] .

– ¡Es realmente notable por su concisión y por su precisión!

– Notemos parte por parte, dijo el Ángel.  

– Por ejemplo “…aunque se había de ofrecer a sí mismo a Dios Padre, una vez, por medio de la muerte en el ara de la cruz, para obrar desde ella la redención eterna…”.

– Enseña que uno solo es el sacrificio cruento de Cristo, el de la Cruz, desde donde obra la salvación eterna de todos los hombres.

– “como su sacerdocio no había de acabarse con su muerte…”.

– El sacerdocio de Cristo es Sumo y Eterno debe durar y ejercerse por siempre, siendo imposible que termine con su muerte.

 – “para dejar en la última cena…a su amada esposa la Iglesia un sacrificio visible…”.

– Queriendo dejar a su esposa, la Iglesia, un sacrificio visible, no invisible, un sacrificio que pudiese ser visto por todos los hombres.

 – “según requiere la condición de los hombres…”.

– El ser humano dotado de cuerpo material y alma espiritual, requiere un sacrificio visible, sensible, sacramental, dotado de elementos visibles –pan y vino- y elementos invisibles –el Cuerpo y la Sangre de Cristo-.

–  “en el que se representase el sacrificio cruento que por una vez se había de hacer en la cruz…”.

– La representación sacramental en la Santa Misa del sacrificio de Cristo implica una presencia muy especial. “La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado”[27] .

Por ser sacramento de la pasión con la que fueron vencidos los demonios, repele todos los ataques de los mismos al hombre: “Volvemos de esa mesa como leones arrojando llamas por la boca, haciéndonos terribles al mismo diablo” [28] , pueden decir cada uno de ustedes.

 – “permaneciese su memoria hasta el fin del mundo…”.

– “La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica [29] . Lo que se repite es su celebración memorial, la « manifestación memorial » (memorialis demonstratio) [30] , por la cual el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo” [31] .

Cada Misa es memorial sacramental de lo que ocurrió en la Cruz y lo será hasta el fin del mundo. Es un monumento vivo que lleva a los hombres la realidad del Cenáculo y del Calvario. De ahí que: “El sacrificio que diariamente se ofrece en la Iglesia no difiere del que Cristo mismo ofreció, sino que es su memorial” [32] . Y en otra parte afirma: “Es la Eucaristía memorial de la Pasión del Señor, por la cual la Sangre de Cristo fue separada de su Cuerpo y por eso se ofrecen místicamente separados en este sacramento [33] …La Sangre consagrada separadamente representa en especial la Pasión de Cristo, por la que su Sangre fue separada de su Cuerpo” [34] .

 – “se aplicase su saludable virtud a la remisión de los pecados que cotidianamente cometemos…”.

–    Los efectos del sacrificio de la cruz debían llegar a los hombres y mujeres de cada generación: ¡Eso es lo que hace cada Misa!, aplica la eficacia, el poder, la virtud, la potencia de la cruz y de la redención a cada uno de nosotros. En forma de sufragio debéis ofrecerla por vuestros difuntos, por lo que decía Saint-Exupéry de la Edad Media: “…dónde los muertos estaban presentes gracias a la Iglesia” [35] , “¡Hombres desmantelados de hoy!… vuestros muertos son compartimientos vacíos…”, agregaba.

Por la aplicación de la Misa: “Los efectos que la pasión hizo en el mundo los hace este sacramento en el hombre” [36] . Enseña San Juan Crisóstomo: “Puesto que de aquí (del costado abierto de Jesucristo) toman principio los sacramentos, cuando te llegues al tremendo cáliz, llégate como si bebieses del costado mismo de Cristo” [37] .

 –          De modo que las tres realidades de la Misa que nos hablan de que la misma es sacrificio son: la representación, el memorial y la aplicación.

–          Así es, me dijo el Ángel del sacrificio con cierta solemnidad. Nunca debemos olvidarnos de este trípode, cuando tratamos de este augusto misterio.

 – Santo Ángel, ¿pareciera que algunos no respetan el hecho de la realidad sacramental del sacrificio de la Misa?

–         Sí, en efecto. Algunos se han olvidado que no nos encontramos frente a la vida natural de Cristo, sino que nos encontramos frente a “su vida representativa, la que reproduce su existencia natural” [38] . Pero hay que decir, con toda claridad, que por razón del sacramento no se da ningún cambio en la Persona del Verbo, ni en la Sangre, ni en el Cuerpo del Señor. Por razón del sacramento el Cuerpo eucarístico de Cristo –bajo la apariencia de pan- y la Sangre eucarística de Cristo –bajo la apariencia de vino-,representan el Cuerpo y la Sangre naturales de Cristo tal como se encontraban en el Calvario,o sea, al Cuerpo  lacerado y separado de su Sangre.

Tal representación basta para constituir el sacrificio sacramental obrado en la Misa. Representa el tiempo en que Cristo no era sino sacrificio, cuando su Sangre se había separado de su Cuerpo.

La Eucaristía no es representación del Cristo que está en los Cielos, sino que es representación Cristo agonizante del Calvario.

–         Es decir ¿del “Christus passus”, como enseñaba Santo Tomás?

–       Sí, respondió el Ángel del sacrificio y repitió: “La Eucaristía es el sacramento perfecto de la pasión del Señor, porque contiene ¡al Christus passus…!” [39] , al Cristo que ha padecido, al Cristo sacrificado, al Cuerpo entregado y a la Sangre derramada. Y en ese momento se escuchó, como una inmensa catarata de sonidos y armonías resonando por las bóvedas, nervaduras y archivoltas de la basílica, a un coro de ángeles quienes en decenas de tonos, tiempos y compases, parecido al ‘Totus tuus’ de Gorecki, repetían: ¡Christus passus…! ¡Christus passus…! ¡Christus passus…! Miles de veces, como miles son los Crucifixos de los templos, de las cumbres, de los caminos, de las maternidades, de los cementerios, de los humanos pechos…

 III

            – ¡Querido Ángel del sacrificio!, ¿qué hay que decir de los diversos estados que tuvo o pudo tener Cristo en la Eucaristía?

– Debemos afirmar sin titubeos que la consagración, o la inmolación eucarística, o el memorial, o lo que hace el sacramento, por su propia naturaleza, es tomar el Cuerpo y Sangre de Cristo tal como los encuentra, en cualquier estado en que se hallen, de tal modo, que el sacrificio sacramental no produce ningún nuevo estado en Cristo.

 – ¿Qué es lo que pertenece a la razón de sacramento y qué a la razón de concomitancia?

– El sacramento mismo no coloca en un nuevo estado ni a la Persona divina, ni a su Cuerpo y Sangre [40] . El nuevo estado que puede tener el Cuerpo y la Sangre no le vienen por razón del sacramento (ex vi sacramenti = por razón del sacramento; ex vi verborum = por razón de las palabras de la consagración; ex vi convertionis = por razón de la transustanciación…). Le vienen al Cuerpo y a la Sangre por otra razón: ¡por natural concomitancia! (ex vi realis concomitantiae). Esta realidad teológica tiene categoría dogmática por el Concilio de Trento [41] , no son juegos de palabras de los teólogos, sino exposición de la verdad que se encuentra en la misma realidad eucarística y que da toda su fuerza al hecho de que la Misa es sacrificio.

 – ¿Cómo se caracteriza la concomitancia?

– La concomitancia como se entiende aquí, por sus raíces latinas, significa por medio de una redundancia de verbo y adverbio, la acción de caminar con otro, como compañero. Sus raíces son: cum (con) y comes(compañero). Es decir, que el Cuerpo y la Sangre Eucarísticos de Cristo no están solos, sino acompañados; vienen rodeados de un séquito de amigos, de un cortejo de esplendores [42] , sin los cuales de hecho no se presentan jamás, que son: divinidad, cantidad dimensiva al modo de la sustancia y los otros accidentes del Cuerpo [43] , el alma (que podría faltar en un caso hipotético), el estado mortal y pasible ó inmortal y glorioso, etc.

 Para mejor entender esta verdad veremos la Misa en distintos estados de la vida de Jesús: en la última Cena; en la hipótesis que se hubiese celebrado en la muerte; y después de la Resurrección.

 – ¿Qué ocurrió en la última Cena?

– En el momento más importante Jesús instituye la Eucaristía. La distribuye a los Apóstoles: “Es evidente que era el mismo Cuerpo que veían los Apóstoles en propia figura (in propria specie) y que tomaban en especie sacramental (in specie sacramenti)” [44] . El mismo que estaba sentado a la cabecera de la mesa. Lo que sucede es que lo que era pasible estaba bajo las especies de manera impasible; como también estaba invisible lo que, de suyo, era visible. De ahí que Santo Tomás haya puesto en el argumento de autoridad la enseñanza de nuestro amigo Inocencio III: “Dio a los discípulos el Cuerpo tal como lo tenía entonces” [45] .

 – Alguno puede decir que si ahora en la Misa se consagra el Cuerpo inmortal de Cristo, con mayor razón debería haber pasado lo mismo en la última Cena.

– Esa es la objeción que pone Santo Tomás en la dificultad tercera: “No son de mayor poder ahora las palabras sacramentales dicha por el sacerdote en persona de Christo (in persona Christi), que entonces cuando fueran proferidas por Él mismo. Ahora, por el poder de las mismas palabras, se consagra en el altar el Cuerpo impasible e inmortal de Cristo”. Santo Tomás responde así: “Los accidentes del Cuerpo de Cristo están en el sacramento por real concomitancia y no por virtud sacramental; por esta virtud (= poder, fuerza, razón…) está sólo la sustancia del Cuerpo (y de la Sangre). Por  tanto, la virtud de las palabras sacramentales se extienden a hacer presente el Cuerpo de Cristo (y la Sangre), cualquiera sean los accidentes que realmente inhieran en él”. Dice Dom Vonier que esta última frase ¡Es un aletazo de genio![46] (Literalmente “una genialidad”).

 – ¿Entre esos accidentes están los estados del Cuerpo de Cristo?

– Sí. Entre esos accidentes están los diversos estados de la existencia de Cristo. En virtud de las palabras (y de los signos sacramentales) están significados separadamente por un lado la Sangre de Cristo, y por otro, el Cuerpo de Cristo, pues bien, no es necesario nada más. Con la doble consagración por la que queda, por un lado, la sustancia de la Sangre de Cristo bajo la especie de vino y, por otro, la sustancia del Cuerpo de Cristo bajo la apariencia de pan, no es necesario nada más para que tengamos sacrificio sacramental.

 – De tal modo, ¿Qué es lo que hubo en la última Cena bajo las especies sacramentales?

– En la última Cena, en el sacramento eucarístico, estaban, por razón de las palabras la Sangre bajo la especie de vino y el Cuerpo de Cristo bajo la especie de pan, y por razón de la concomitancia, la Sangre –bajo el pan- y el Cuerpo –bajo el vino-, la divinidad, el alma, el estado mortal y pasible y los demás accidentes del Cuerpo de Cristo.

 Veamos ahora un caso hipotético. Supongamos que algún Apóstol está celebrando Misa en el momento de la muerte de Jesús en el Calvario o que estaba el Cuerpo sacramentado del Señor reservado en un sagrario.

– ¿Qué pasaría en el momento en que Cristo queda sin sangre, es decir, exangüe?

– Cuando queda sin la Sangre: “Ya hemos dicho que por razón del sacramento bajo las especies de pan está sólo el Cuerpo y bajo las especies de vino está sóla la Sangre. Pero como ahora, en la realidad, no están separados la Sangre y el Cuerpo, está la Sangre bajo las especies de pan por real concomitancia, y el Cuerpo, también por real concomitancia, bajo las especies de vino. En el caso de haberse consagrado en el tiempo de la separación cruenta de la Sangre del Cuerpo, bajo las especies de pan estaría sólo el Cuerpo, y bajo las especies de vino sólo la Sangre” [47] .

 – Y, ¿cuándo muere en la cruz, es decir, cuando su alma se separa de su cuerpo?

– Cuando muere en la cruz: “El Cuerpo de Cristo es uno mismo en cuanto a la sustancia en el sacramento y en especie propia, pero no está del mismo modo, porque en especie propia se pone en contacto con los cuerpos circunstantes mediante las dimensiones propias, y eso no ocurre en el sacramento (donde no se relaciona con lo circunstante a través de sus propias dimensiones, sino a través de las dimensiones del pan y del vino; estas son las que se inmutan y se ven, no el Cuerpo y Sangre del Señor [48] ). Por consiguiente, lo que pertenece a Cristo en sí mismo, se le puede atribuir en su especie propia y en el sacramento, como vivir, morir, dolerse, estar animado (con el alma) o inanimado (sin el alma), etc. pero lo que le compete en relación a los cuerpos exteriores sólo se le puede atribuir si existen en especie propia, no en el sacramento, como ser burlado, escupido, crucificado, flagelado, y demás [49] … por eso Cristo no puede padecer en el sacramento, aunque pueda morir” [50] .

“Si se hubiese celebrado el sacramento en el triduo de su muerte, no hubiera estado en él el alma de Cristo ni por virtud sacramental ni por real concomitancia. Pero como “Cristo resucitado de entre los muertos, ya no muere” (Ro 6, 9) su alma está siempre unida a su Cuerpo y a su Sangre” [51] .

 – ¿El mismo Cristo tal como estaba en la cruz estaría en el sacramento?

– Sí. “El mismo Cristo que estaba en la cruz estaría en el sacramento. Si en la cruz moría, moriría también en este”, afirma Santo Tomás en el argumento de autoridad, o sea, así como el alma sale de su Cuerpo físico “el alma dejaría el sacramento, y no por fallo en el poder de las palabras de la consagración, sino por ser así en la realidad” [52] .

 – Si se hubiese celebrado Misa en el momento de la Resurrección del Señor, ¿qué pasaría?

– Obviamente en ese momento volvería también el alma al sacramento y el Cuerpo y la Sangre, en el sacramento, adquirirían un nuevo estado glorioso e inmortal, como el que tenía Cristo en especie propia en ese momento y como lo tiene ahora en los cielos. De tal manera que, por la fuerza del sacramento, bajo la especie de vino está la sustancia de la Sangre de Cristo, junto (por la fuerza de la natural concomitancia) con el Cuerpo, el alma, la divinidad, y demás accidentes del Cuerpo y Sangre; y bajo la especie de pan, está la sustancia del Cuerpo de Cristo, junto con la Sangre, el alma, la divinidad y demás accidentes del Cuerpo y Sangre.

 – ¿Dicho con otras palabras?

– Tenemos que por razón del sacramento están místicamente separados la Sangre del Cuerpo de Cristo: ¡Y esto basta para tener como decía Eusebio, ‘el nuevo misterio del Nuevo Testamento’ [53] , que Cristo entregó a sus discípulos!; y, por razón de la natural compañía, se encuentran junto con la Sangre el Cuerpo y junto con el Cuerpo la Sangre, además del alma, la divinidad y los otros accidentes de los mismos.

– ¿Es decir que no hay que buscar en otras cosas la esencia del sacrificio de la Misa?

– Así es. De tal manera, que es absolutamente innecesario buscar en otras cosas la esencia del sacrificio, de la inmolación eucarística:

-No está en el ofertorio, que es mera preparación para el sacrificio, ya que el pan y el vino no son la víctima del sacrificio; ni está en la distribución de la comunión a los fieles cristianos laicos ya que la comunión no es sacrificio, sino participación del sacrificio;

-no consiste en la oblación verbal después de la consagración que no se ejecuta in persona Christi;tampoco en la fracción del pan (que no afecta a la especie de vino) y la inmixtión es sólo ‘destrucción’ que recae sobre los accidentes. Algunos han imaginado que la destrucción real de la víctima es esencialmente necesaria para el sacrificio, pero aunque eso podría ser necesario “en los sacrificios del Antiguo Testamento y en el sacrificio de la cruz, no por esto se sigue que haya que aceptar igual destrucción en el sacrificio de la misa, el cual es un sacrificio completamente singular y sui generis, que sólo analógicamenteconviene con los otros sacrificios” [54] . La ‘destrucción’ en la misa es meramente simbólica o representativa; tampoco consiste en la comunión del sacerdote ya que no es acción sacrificial, sino participación del sacrificio…

-No es necesario que haya un cambio en la Persona de Cristo (lo que es impensable) o cambio en el Cuerpo y Sangre del Señor; no hay necesidad de una inmolación real o virtual de la víctima consistente en la destrucción de la sustancia del pan y del vino [55] ; ni que Cristo sea reducido a un estado de humillación o anonadamiento [56] (in statum dicliviorem); ni que las palabras de la consagración tiendan de suyo a la occisión de Cristo [57] , ya que no tienen el oficio de ‘cultellus’ = cuchillo.

-No es necesario rechazar la inmolación poniendo la esencia del sacrificio en la oblación [58] .

 – ¿O sea que la esencia del sacrificio está en la doble consagración?

– Sí. Basta con la doble consagración de ambas especies, en orden a la comunión como parte integrante del sacrificio, para que sea representada la inmolación cruenta de la cruz, de manera que en la Eucaristía, Cristo es incruenta, mística o sacramentalmente inmolado y sacerdotalmente ofrecido.

 -¿Los diversos estados de Cristo no intervienen en la naturaleza del sacramento?

– Ya hemos visto que los diversos estados de Cristo: mortal y pasible, exangüe, inanimado, glorioso e inmortal, “no intervienen directamente en la naturaleza del sacramento en cuanto tal,… y, por encima de todo, deben excluirse de la Eucaristía en cuanto sacrificio” [59] .

Esto lo dice, también, Santo Tomás: “Todo Cristo está en las dos especies, y no en vano. En primer lugar, está así para representar su pasión, en la que la Sangre estuvo separada de su Cuerpo; por eso en la forma de la consagración de la Sangre se hace mención de su efusión. En segundo lugar, esto es conveniente al uso del sacramento, porque así se ofrecen por separado a los fieles el Cuerpo en comida y la Sangre en bebida” [60] .

 – ¡Que la ‘mujer eucarística”, la Virgen María, nos obtenga la gracia de poder imitarla siempre, eucaristizando toda nuestra vida!


[1] Misal Romano, 96.

[2] Roberto Paululo, De Ceremoniis II 8; cit. por J. A. Jungmann SJ, El sacrificio de la Misa, Madrid, 791, nota 34.

[3] Ep. De off. Missae, PL 194, 1889-1896.

[4] Botte 42; cf. idem 790, nota 28

[5] 13, 3.

[6] Brigtmann, 36,41,47,58 ss.

[7] Idem. 115, 118, 122, 123 s.

[8] De sacramentis, IV 6.

[9] Interpretación de Ivón de Chartres, Honorio Augustiniano, Alger de Lieja, Sicardo de Cremona y otros; o. c., 792, nota 39.

[10] Interpretación de L. A. Hoppe, P. Cagin.

[11] Expresión que viene del francés <rastacouére>= hombre inculto que se jacta de ser rico.

[12] DS., 1651.

[13] Cf. Santo Tomás, S. Th. 3, 77. 1.

[14]  Cf. S. Th., 3, 81, 4, ad 3.

[15]   Cf. S. Th., 3, 76, 4, ad 1.

[16]  Cf. S. Th., 3, 76, 4, ad 1.

[17]   Cf. S. Th., 3, 76, 1, ad 1. 3.

[18] Modismo porteño que viene a significar ‘es lógico’.

[19]   Cf. S. Th., 3, 73, 6.

[20] Responsionum ad Ianuarium, Ep. 54 c. 6: PL 33, 203.

[21] Estos dos últimos difieren entre sí no sólo en grado, sino esencialmente: “…diferentes esencialmente y no sólo en grado” (Lumen gentium, 10).

[22] Para los dos párrafos siguientes cf. S. Th., 3, 80, 2 y ad 1.

[23]  Cf. A. Piolante, El sacrificio de la Misa, Barcelona, 75.

[24] Nº 1353.

[25] Méditacions sur l’Évangile, La céne, 1ª parte, 57º día.

[26] DS. 1740.

[27] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 12.

[28] San Juan Crisóstomo, In Io. Homil. 46; PG 59, 260.

[29] Cf. Conc. Ecum. Tridentino, Ses. XXII, Doctrina de ss. Missae sacrificio, cap. 2: DS 1743.

[30] Cf. Pío XII, Carta enc. Mediator Dei (20 noviembre 1947): AAS 39 (1947), 548.

[31] Ecclesia de Eucharistia, 12.

[32] S. Th., 3, 22, 3.

[33] In Epist. ad Cor., lect. 5.

[34] Idem, lect. 6.

[35] Écrits du guerre, París 1962, 65.

[36] S. Th., 3, 79, 1.

[37] In Io. Homil. 85; PG 59, 463.

[38] Dom Vonier, Doctrina y clave de la Eucaristía, Buenos Aires, 125.

[39] S. Th., 3, 73, 5, ad 2.

[40] Cf. Dom Vonier, o.c., 122-123.

[41] Dz. 876.

[42] Cf. Don Vonier, o. c., 204: « …escorted by friends… a cortège of splendours… », en The Collected Works of Abbot Vonier, London, t. II, 329.

[43] Cf. S. Th., 3, 76, 4.

[44] S. Th., 3, 81, 3.

[45] De sacr. Altaris mysterio l. 4, c. 12.

[46] O. c., 209-210: “The final phrase is a real stroke of genius”, 332.

[47] S. Th., 3, 81, 4, ad 2.

[48] Cf. S. Th., 3, 81, 3.

[49] Cf. S. Th., 3, 81, 4.

[50] Ídem, ad 1.

[51] Cf. S. Th., 3, 76, 1, ad 1.

[52] Cf. S. Th., 3, 81, 4, ad 3.

[53] Cfr. Eusebio de Cesarea, De Solemnit. Paschali, PG 24, 704; cit. S. Th., 3, 81, 1, ad 3.

[54] Gregorio Alastruey, Tratado de la Santísima Eucaristía, Madrid, 321-322.

[55] Suarez, In 3, disp. 75, sect. 1; Torres, Apost. Const., l. VIII, c. 14; Toledo, Enarr., in 3 p. S. Thom., q. 83, const.5.

[56] Lugo, De vener. Euchar. Sacram., disp. 19, sect.1; Franzelin, De Ss. Euchar. sacram. et sacrificio, th. 16; Hurter, De Sanctiss. Euchar. mysterio, c. 2, a. 2; Lamiroy, De essentia sacrif. Missae.

[57] Lessio, De perfect. divinis, l. XII, c. 13; Gonet, De sacr. Euchar., disp. 11, a. 1; Billuart, De Euchar. sacr., disp. 8, a. 1; Monsabré, Expos. du dogme catholique, Carême 1884; Hugon, La sainte Eucharistie,311-328.

[58] Habert, De Eucharist., 9, 3 ; M. de la Taille, Elucid., 2-3 ; Lepin, L’idée du sacrifice de la Messe, p.II, c. 6, a. 2.

[59] Dom Vonier, o. c., 210.

[60] Cf. S. Th., 3, 76, 3, ad 1.