7. f. Scutari (continuación…)
En nuestros días tiene especial importancia el así llamado «memorial de la persecución». En sus orígenes en este edificio funcionó el «Colegio Seráfico» de la Provincia de los Hermanos Menores en Albania, el cual recibía a los jóvenes candidatos que deseaban prepararse para la vida franciscana. Cerca del mismo se encontraba la escuela femenina de las hermanas «Siervas de María» de Scutari, que junto a las escuelas de los Padres Jesuitas y de las Hermanas Estigmatinas, constituían el centro cultural y educacional de la ciudad. Pero en 1946 el edificio fue secuestrado por el régimen comunista de Enver Hoxha y transformado en sede del «Sigurimi i Shtetit», esto es, en la central más despiadada de la persecución político-religiosa. Los depósitos anexos al convento fueron adaptados y transformados en salas para los interrogatorios y en celdas de detención. Este lugar ha sido santificado por los sufrimientos y por la sangre de hombres y mujeres albaneses, que aquí fueron encerrados, torturados, juzgados e injustamente condenados por motivos políticos y religiosos. Actualmente junto a este «memorial de la persecución», santuario del sufrimiento humano, se encuentra el monasterio de «Santa Clara» perteneciente a las Hermanas Clarisas.
8. La persecución comunista: «Albania: el primer Estado ateocrático del mundo»
La historia de Albania es la de un modelo de comunismo radical. La resistencia del país, sus escasos contactos con el exterior y el nacionalismo permitieron al dictador albanés Enver Hoxha construir una sociedad comunista integral, casi un laboratorio de experimentación nacional-comunista que impregnó la vida albanesa durante mas de cuarenta años. E1 control sobre todas las manifestaciones de la vida fue durísimo. A principios de los años ochenta había alrededor de cuarenta mil personas detenidas en los campos, casi el 1,5% de la población. Al mismo tiempo, diferentes estratos de la población fueron víctimas de campañas de terror. La vida religiosa fue sometida a durísimas presiones hasta que se implantó el ateismo oficial con la prohibición, en 1967, de cualquier manifestación de culto. Desde entonces, los jerarcas del partido único se complacían en afirmar que Albania era el primer Estado ateo del mundo. En la Constitución de 1976 se leía: «el Estado no reconoce religión alguna y apoya y desarrolla la propaganda atea con el objetivo de fortalecer en los hombres la concepción materialista-científica del mundo». La Constitución prohibía cualquier actividad religiosa, al igual que la propaganda «fascista, belicista y antisocialista». Se trataba de la escrupulosa aplicación del dogma antirreligioso.
Albania alcanzó un nivel de represión desconocido por los otros regímenes comunistas en las cuestiones religiosas. Entre 1945 y 1985, Hoxha, el líder del partido, encarnó un poder absoluto. Su legitimidad estuvo basada en la guerra de liberación de los italianos y los alemanes. Se ha hablado de «comunismo nacional». El síndrome del asedio, aún teniendo motivos para formar parte de la realidad geopolítica de Albania, adquirió un carácter obsesivo y contribuyó a que el régimen comunista fuera cada vez más intransigente (entre otras medidas Hoxha mandó construir mas de 1 millón de bunkers subterráneos -hoy en día pueden verse totalmente inutilizados a los costados de los camino- para refugiarse en caso de invasión… alguien calculó que si ese dinero se hubiera utilizado por ejemplo en carreteras Albania contaría con una excelente red de comunicación que colegaría todo el país).
Se pretendió crear una nueva religión. En el caso albanés, el comunismo mostró su aspecto mesiánico y ateísta, lo que explica la oposición visceral a las comunidades religiosas. La política de Hoxha fue la versión marxista-leninista de la frase del poeta albanés por excelencia, Vaso Pasha: «La religión de los albaneses es el albanismo». El comunismo constituyó la realización del albanismo.
El destierro de Dios de la sociedad albanesa, que se llevó a cabo en 1967, fue el resultado final de una larga y dura persecución antirreligiosa que, a partir de 1945, afecto a los católicos, los ortodoxos, los musulmanes sunitas y los musulmanes bektashi. El 11 de enero de 1946 el acto de proclamación de la república popular marcó la separación entre Iglesia y Estado, igual que la Unión Soviética después de la revolución. A pesar de las medidas de Hoxha, el gobierno determinó casi de inmediato el cierre de actividades y asociaciones católicas. La presencia en el norte de mayoría católica, de un movimiento clandestino de oposición, fue a menudo el pretexto para acusar a los católicos. De hecho, el catolicismo, a pesar de ser minoritario, dio un fuerte impulso a la identidad nacional albanesa. El 25 de marzo de 1945 el Padre Ndre Zadeja, párroco de Sheldija, fue fusilado en Scutari, y ese mismo año murieron los Padres Lazër Shantoja, en Tirana, fusilado después de haber sido torturado, y Mark Gjani a causa de crueles torturas. El 17 de octubre de 1945 Hoxha, en una reunión del Comité Central del partido sobre la lucha antirreligiosa, declaró: «el clero católico ejerce su influencia en Scutari y en las regiones colindantes. Su influencia no puede ser erradicada sólo con simples medidas administrativas. El clero católico es un cuerpo bien organizado, con arraigadas tradiciones y estrechos vínculos con el Vaticano… Debemos encontrar un buen método de lucha y una táctica adecuada para aplicar contra el clero católico». El adecuado «método de lucha» y la «táctica apropiada» debían conducir a la eliminación de la Iglesia católica. Colaboración con los fascistas, espionaje, sabotaje y conspiración constituyeron los cargos contra los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Por lo demás, el dictador albanés se basaba, según su admisión, en una premisa extraída del propio Stalin: «nunca tenéis que emprender la lucha contra el clero en el ámbito religioso, sino siempre en el ámbito político».
Mehmet Shehu, brazo derecho de Hoxha, y el ministro del Interior, Koci Xoxe, se encargaron de dirigir personalmente el trabajo de erradicación de la Iglesia. La lucha se desencadenó contra los obispos, que fueron acusados de complicidad con los fascistas y los nazis, contra los jesuitas, acusados de formar parte de la provincia italiana de la Compañía, y contra los franciscanos, acusados también de colaboracionismo. Resultaba, sin embargo, difícil acusar a los franciscanos de rechazo a sentimientos nacionales que desde hacia siglos representaban la identidad nacional y cultural albanesa. El 4 de marzo de 1946, en la prisión de Scutari fueron fusilados los jesuitas Giovanni Fausti, italiano y viceprovincial de Albania, Daniel Dajani, rector del seminario de Scutari, el franciscano Gjon Shllaku y un seminarista. Entre 1929 y 1932, el padre Fausti había enseñado teología y las Sagradas Escrituras en el seminario de Scutari. En Albania se interesó por el Islam y, en 1937, fundó la liga Amigos del Oriente Islámico. Después de una estancia en Italia se estableció en Albania en 1942. El 31 de diciembre de 1945, Fausti fue arrestado junto al padre Dajani. Durante su estancia en prisión fue torturado. El proceso concluyó con la condena a muerte de ambos, que fueron fusilados el 4 de marzo de 1946. En el momento del fusilamiento, el padre Fausti gritó: «¡Viva Cristo Rey!» Con él fueron fusilados también algunos musulmanes. El muro del cementerio de Scutari, donde se llevó a cabo la ejecución, es venerado por los católicos como un lugar de martirio. Las condiciones de los prisioneros fueron, desde el principio, terribles. Un ex alumno del jesuita Dajani, que estuvo con el en la prisión de Scutari, contó:
«Era enero de 1946, una noche consagrada a las torturas… Bajo las escaleras estaban las letrinas, sin puertas, terriblemente sucias, que apestaban de un modo insoportable. Fue allí donde vi una sombra oscura que se movía adelante y atrás:.. Le pedí al guardia que me dejara ir al lavabo. Después de insistir, el guardia accedió y me desató los pies. Cuando entré en aquel lugar, donde no sólo los seres humanos sino también los animales no hubieran podido permanecer más de un instante, la sombra que había llamado mi atención se desplazó hacia adelante. No pude reconocerla porque estaba oscuro y porque tenía el rostro desfigurado a causa de las torturas. Por la sotana vi que se trataba de un sacerdote católico. Sus manos estaban atadas con una cuerda… Al cabo de poco llegaron los guardias para conducirlo arriba. Y ese “arriba” significaba, después de medianoche y en la jerga de la prisión, ser sometido a interrogatorios y torturas. Todos nos olvidamos de nuestra propia situación para pensar en aquel desdichado sacerdote y en lo que le habría ocurrido “arriba”. Un poco antes del alba oímos a los guardias trasladarlo abajo. Lo arrojaron inerte a nuestros pies. Los guardias intentaron llevarlo hasta las letrinas, debajo de las escaleras, pero no llegaron porque el hedor les impedía respirar. Lo dejaron en el suelo de cemento, delante de nosotros. No se movía, sólo gemía de vez en cuando. Su sotana estaba cubierta de sangre, que brotaba de sus ojos como también de su rostro, sin duda le habían aplicado descargas eléctricas, que producen estos efectos. A la hora de la comida uno de nosotros, que había recibido algunos alimentos de la familia, le dio una naranja sin que los guardias se percatasen de ello. Pero, para nuestra sorpresa, el sacerdote la rechazo: “No, hijo mío, cómetela tú. Tú eres joven y la necesitas mas que yo”. Este gesto de ese hombre de Dios en aquellos momentos terribles fue para nosotros, que éramos jóvenes, algo indescriptible, colmado de humanidad y valentía. Después los guardias lo cogieron y lo condujeron debajo de las escaleras, a aquel lugar horrible y oscuro, lleno de excrementos viscosos. Solo con el tiempo supe quien era aquel hombre que sufrió torturas tan inhumanas y que supo conservar con valentía su dignidad sin darse por vencido y con el espíritu entero. Era el padre Dajani, mi viejo profesor, el mártir que no pude reconocer porque había sido terriblemente torturado».
A partir de febrero de 1946, los arrestos, las condenas y las ejecuciones se intensificaron. Los métodos de la policía secreta fueron descritos, en 1948, en la declaración de un católico, ex miembro de la Sigurimi, que fue acusado de conspirar con el clero. El proceso fue retransmitido por radio: «Yo recibí de vosotros órdenes para urdir falsas acusaciones contra el clero católico. Yo fui vuestro ciego instrumento. Vosotros me ordenasteis que fuera por la noche a las iglesias y conventos para esconder en ellos armas que os darían un pretexto para eliminar al clero y destruir la Iglesia Católica. Yo confieso delante de toda la nación albanesa que no hice más que cumplir vuestras órdenes, con celo y en secreto». La transmisión se interrumpió a mitad del discurso. La condena a quince años de cárcel, impuesta al testigo antes de dicha declaración, fue inmediatamente conmutada por la pena de muerte.
Según un plan establecido, era necesario combatir y aislar al episcopado. En 1945, al delegado apostólico, monseñor Nigris, se le impidió entrar en Albania. Después de fallidas tentativas por parte del régimen para que los obispos rompieran sus relaciones con la Santa Sede y formaran una Iglesia nacional, estos fueron encarcelados. En 1948 monseñor Gjergj Volaj, obispo de Sapë, y monseñor Frano Gjini, obispo de Lezhë, fueron fusilados. Este último, según consta en el acta de la ejecución, dijo antes de ser asesinado: «Viva Cristo Rey, la religión católica y los católicos del mundo! ¡Viva el Papa! ¡Mi sangre y mi vida se quedan aquí, pero el alma y el corazón están con el Papa! ¡Viva Albania!». En 1949, después de haber sido terriblemente torturado, murió en prisión monseñor Vincenc Nikolle Prennushi, arzobispo de Durrës. Al mismo tiempo, sacerdotes y religiosos eran encarcelados, torturados y asesinados. Algunos llevaban forzosamente una vida marginada de la sociedad, como el estudioso jesuita Ndoc Saraci (había estudiado en la Universidad Gregoriana de Roma y era escritor), que con el advenimiento del régimen se encontró mendigando en la calle. Murió en Scutari en 1947 y fue considerado un mártir por la población. A las monjas albanesas les resultó más fácil esconderse: eran cerca de doscientas y se infiltraron en casas de familia. Continuaron profesando la fe de manera silenciosa, pues el poder se ensañó más con los hombres que con ellas. Dos servitas vivieron en la misma casa, en Vlore, donde conservaron la Eucaristía y mantuvieron cierta relación con la gente. A finales de 1948 Didier Rance describió la situación de la Iglesia católica en Albania como «desesperada».
«La jerarquía ha sido eliminada, las órdenes han sido disueltas y los bienes confiscados. Algunas iglesias han sido convertidas en salas de teatro, en salas de baile o en cafés. Los cálices han sido subastados. Varias decenas de sacerdotes, para preservar la práctica dominical, tienen que ir de una parroquia a otra y están siempre bajo la amenaza de ser arrestados o condenados a una ejecución sumaria. El régimen infiltra espías y agentes provocadores en los lugares de culto para encontrar pretextos que les permitan desembarazarse de ellos. Por otro lado, los procesos aumentan porque las acusaciones de ser un espía del Vaticano les permite fusilar o enviar a los gulagui albaneses, sin otro requisito procesal, a los sacerdotes y religiosos albaneses» (continúa…)