Hoy celebramos aquí en la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario, de Zamora Huayco, Loja, la fiesta externa de la Patrona. Es una fiesta patronal del todo especial porque ocurre en el Jubileo del 2000 aniversario de la Encarnación del Verbo en sus entrañas purísimas, como lo recordamos en el primer misterio gozoso del Santo Rosario. Como el Papa ha querido que este año 2000 sea “un año intensamente eucarístico: en el sacramento de la Eucaristía el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de vida divina” (1) y dado que en este día se celebra en Roma el Jubileo del Episcopado mundial, que por disposición de Jesucristo tiene el poder de celebrar, válida y lícitamente, la Eucaristía, para mayor gloria de la Santísima Virgen María quien con su sí en la Encarnación posibilitó que Jesucristo tuviera Cuerpo y Sangre, que luego haría quedar, sacramentalmente, bajo las especies de pan y de vino, me propongo, con la ayuda de Dios, predicar sobre un aspecto de la Eucaristía: ¡Es el anuncio de la muerte del Señor!
El anuncio o representación de la muerte de Cristo, de tal manera va unido a la celebración de la Eucaristía, que no puede existir sin ella. Como enseña el Apóstol San Pablo: “Pues cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga” (1Cor 11,26). Cada Misa es el anuncio de la muerte del Señor en la cruz del Calvario de Jerusalén.
Pero, ¿de qué manera es anuncio? No es anuncio sólo porque se dice, o sea, sólo por las palabras que se pronuncian: “Anunciamos tu muerte…“, después de la consagración. Es anuncio con la realidad de los hechos, con lo que se hace. ¿Con qué se hace el anuncio? Con lo que se hace en la Misa, aunque no dijésemos las palabras: “Anunciamos tu muerte…“. ¿En qué momento se hace el anuncio? En el momento de la doble consagración, es decir, con la transustanciación del pan y con la transustanciación del vino, realizadas separadamente.
Por eso: “Anunciamos tu muerte…“.
1. ¿Por qué es esto así? (2)
Esto es así, porque Cristo, ¡así la instituyó!
La Eucaristía fue de tal manera instituida por Jesucristo, la noche del Jueves Santo en el Cenáculo de Jerusalén, que en virtud de las palabras de la consagración se pone, directamente, el Cuerpo bajo la especie de la pan y se pone, directamente, la Sangre bajo la especie de vino. Ahora bien, esta separación es una separación simbólica del Cuerpo y la Sangre de Cristo; es como su muerte o inmolación mística, o sacramental; incruenta, que como por imagen real representa objetivamente la muerte de Cristo en la Cruz.
Y Cristo mandó a los apóstoles y a sus sucesores en el sacerdocio que reiterasen el mismo doble acto consecrativo sobre el pan y sobre el vino: “Haced esto en conmemoración mía“. No sólo sobre una especie. Ni sólo sobre la otra especie. Sino sobre las dos especies. ¡Que maravilla de las maravillas! ¡Desde hace 2000 años que se hace así!
Y por eso: “Anunciamos tu muerte…“.
2. ¿Por qué es necesaria la doble consagración?
Dicho de otra manera, ¿por qué no basta con la sola consagración del pan? Porque sin la consagración de ambas especies no hay representación perfecta del sacrificio de la Cruz, ya que la sola consagración del pan con las palabras de la forma “Esto es mi cuerpo…”, no representa, perfectamente, la muerte del Señor.
Sólo la oposición a la otra especie – el pan opuesto al vino y el vino opuesto al pan – y sólo la oposición a la otra forma – “Este es mi Cuerpo…” opuesto a “Esta es mi Sangre…” y “Esta es mi Sangre…” opuesta a “Este es mi Cuerpo…” -, muestra su Cuerpo como separado de su Sangre y, por tanto, muestra su Cuerpo como muerto y exangüe, o sea, desangrado, sin vida, entregado, sacrificado.
Dicho de otra manera, ¿por qué no basta con la sola consagración del vino? Asimismo, la consagración sola del vino por las palabras de la forma: “Esta es mi Sangre… que será derramada…”, representa la Sangre del Señor como derramada, pero no ofrece a nuestros sentidos al Cristo, íntegro y total, inmolado por nosotros por la efusión de su Sangre salida de su Cuerpo. De ahí que enseñe Santo Tomás: “Es la Eucaristía memorial de la Pasión del Señor, por la cual la Sangre de Cristo fue separada de su Cuerpo y por eso se ofrecen místicamente separados en este sacramento”(3). Y en otra parte: “La Sangre consagrada separadamente representa en especial la Pasión de Cristo, por la que su Sangre fue separada del Cuerpo”(4).
Por eso: “Anunciamos tu muerte…“.
3. ¿Por qué primero se consagra el pan?
Es necesario que primero se consagre el pan y luego el vino, para tener primero el Cuerpo y luego la Sangre.
Porque primero debe haber el sujeto de quién se predica o anuncia algo. De ahí que es necesaria la consagración previa del Cuerpo, porque es menester, para que la representación de la Pasión pueda obtenerse, que haya sujeto, y en la Cruz lo fue el Cuerpo lacerado, es decir, golpeado, magullado, herido, lastimado y separado de su Sangre en el momento de la muerte. Por eso, primero se consagra el pan en el Cuerpo del Señor y luego, separadamente, se consagra el vino en su Sangre.
Por eso: “Anunciamos tu muerte…“.
4. ¿Por qué en segundo lugar se consagra el vino?
Porque la Sangre consagrada separadamente del Cuerpo es representación viva y expresa de la Pasión de Cristo. Por eso se hace mención del efecto de la Pasión y Muerte del Señor en la consagración de la Sangre, más bien que en la consagración del Cuerpo, que es el sujeto de la Pasión. En la consagración del Cuerpo sólo se dice: “Este es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros”, como si dijera que “se somete a la Pasión por vosotros”.(5) Pero en la consagración de la Sangre se menciona el poder de la Sangre derramada en la Pasión, que actúa en el sacramento y que nos obtiene tres cosas. La primera y principal, alcanzar la vida eterna, por aquello de: “Teniendo esperanza de entrar en el santuario en virtud de la Sangre de Cristo” (Heb 10, 19) y que expresamos al decir en la consagración: “Sangre de la Alianza Nueva y Eterna”; la segunda, que se ordena a quitar los obstáculos para alcanzar la vida eterna y la justificación, según aquello: “La Sangre de Cristo limpiará nuestra conciencia de las obras muertas” (Heb 9, 14), por eso se agrega: “…que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”; y el tercer efecto de la Pasión de Cristo, nos alcanza la gracia de la justificación, que se nos da con la fe, según aquello: “A quien ha puesto Dios como propiciación por la fe en su sangre, para manifestación de su justicia y para justificar a todo el que cree en Jesucristo” (Rom 3, 25-26) y esto se significa por las palabras: “Este es el misterio de la fe” o semejantes. De tal manera, que en la consagración de la Sangre se hace mención explícita de los tres grandes efectos de la Pasión que obran en la Misa: 1. Nos hace alcanzar la vida eterna, 2. nos alcanza la justificación, 3. quita los obstáculos para que alcancemos ambas (6).
Por eso, la consagración de la Sangre es la parte principal de la perpetuación del sacrificio de la Cruz que se verifica en la Misa, ya que en la consagración del Cuerpo se representa el sujeto de la Pasión, pero en la consagración de la Sangre se representa el misterio mismo de la Pasión de Cristo obrada por la efusión de la Sangre.
Por eso: “Anunciamos tu muerte…“.
5. La Misa es un sacrificio sacramental.
En la Misa, estamos ante un sacrificio sacramental, o lo que es lo mismo, un sacramento sacrificial. Así como en el sacramento del bautismo el agua es signo sensible y eficaz, que realiza lo que significa, porque lava el alma de los pecados; así como en el sacramento de la confirmación el óleo es signo sensible y eficaz, que realiza lo que significa, porque fortalece el alma; así en el sacramento de la Eucaristía el vino consagrado separadamente del pan es signo sensible y eficaz de la separación de la Sangre del Cuerpo de nuestro Señor en la Cruz, es decir, que realiza lo que significa, por eso la Misa es la perpetuación del Sacrificio de la Cruz.
Por último, Jesucristo ofreciendo cada día, cada Misa, es Sacerdote Eterno según el orden de Melquisedec (Heb 7,17). Melquisedec ofreció sacrificio de pan y vino. Para que al tipo responda el antitipo y en la figura lo figurado es necesario que se haga también en las dos especies de pan y vino la consagración del sacrificio eucarístico.
Queridos hermanos y hermanas:
¡Qué maravilla de las maravillas! ¡Lo que ocurrió en el Cenáculo, ocurrirá aquí! ¡Lo que sucedió en el Calvario, sucederá aquí! ¡Lo que hizo Jesús en la Última Cena, anticipando el sacrificio de la Cruz, lo que luego repitieron los Santos Apóstoles y durante siglos y siglos siguieron repitiendo los santos Obispos y sacerdotes, se repetirá aquí! La Misa es sacrificio, el mismo de la Cruz, quienes comulgan de la Víctima ofrecida participan del sacrificio de la Cruz, como dice San Pablo: “¿No participan del sacrificio los que participan de las víctimas?” (1 Cor 10, 18).
Nunca olvidemos que cada vez que participamos de la Santa Misa anunciamos la muerte del Señor, pero también “proclamamos su resurrección“, y no solo por un tiempo, sino “hasta que vuelva“.
Pidámosle a Nuestra Señora del Rosario que recordemos siempre, de manera especial cuando rezamos los misterios dolorosos del Rosario y, sobre todo, cuando participamos de la Santa Misa, que con la Eucaristía: “Anunciamos la muerte del Señor…“.
Notas
(1) Carta Tertio Millenio Adveniente, 55.
(2) Seguimos a grandes rasgos a Gregorio Alastruey, tratado de la Santísima Eucaristía, (Madrid 1951), pp. 323-325.
(3) In Epis. ad Cor., lect. 5.
(4) Ibid., lect.6.
(5) S. Th. 78, 3, ad 2.
(6) Cfr. S. Th. 78, 3, c.