arreglar la mente

Arreglar la mente

Buenas Noches del P. Carlos Miguel Buela en junio de 2005 a los seminaristas y sacerdotes en Segni

A veces en la vida uno conoce o se encuentra con ejemplos que en un primer momento quizás pueden parecer triviales, pero que bien pensados encierran en sí una enseñanza muy profunda, ya que de hecho nos muestran cómo debemos actuar nosotros habitualmente.
Así nos muestra, por ejemplo, una determinada actitud del alma. Como es el caso que le ocurrió a una señora mayor, de 78 años de edad. Resulta que falleció su esposo de 80 años y ella tuvo que mudarse, con todo lo que significa para una persona de 78 años: dejar la casa en la que ha vivido, en la que ha estado unida a su esposo, recuerdos en cada lugar, etc… Tuvo que ir a un asilo de ancianos y, como suele ocurrir, después de horas sentada en el recibidor del asilo se acerca una enfermera y le dice: “Su cuarto está listo”. Cuando esta mujer se iba desplazando con su andador al ascensor, la persona que la acompañaba le dio una descripción detallada del cuarto, incluyendo las espantosas cortinas que colgaban de su ventana. Y esta mujer de 78 años como respuesta dijo: ¡Me encanta!, es decir : ¡ Me gusta! Y lo dijo con el entusiasmo de un niño de ochos años al que le acaban de entregar un nuevo regalo.
– Pero, Señora, todavía no ha visto el cuarto… espere a verlo y después me va a decir.
– Eso no importa –le respondió la señora– La felicidad es algo que decidís con el tiempo. Si me gusta o no mi cuarto, no depende de cómo están arreglados los muebles… depende de cómo tenga arreglada mi mente…
Esto deja una gran enseñanza. Hace unos momentos, pensando, contaba los años que llevo en el seminario: son 28 años. En ellos he visto pasar tantas generaciones de seminaristas, tantos superiores… tantos monstruos. Y finalmente cómo es que uno hace para, por ejemplo, decir “me gusta el seminario”. En realidad me cuesta trabajo estar en el seminario. Con los años me molesta más, por ejemplo, el ruido. Noto que la comida, ciertas comidas me causan náuseas. Huelo ciertas comidas y no quiero comer. No digo más sobre esto. ¡Todo está en cómo uno arregla la mente! Hay jóvenes, seminaristas, sacerdotes… que se atormentan por las tentaciones que tienen. Pero la cosa no está en no tener tentaciones, la cosa está en cómo arreglar la mente para aprovechar de las tentaciones. Hay un sermón de San Alfonso María de Ligorio “De la utilidad de las tribulaciones”. Los santos aprovechaban las tentaciones para santificarse más. El que no tiene la cabeza arreglada en vez de aprovechar las tentaciones, pierde la paz, refunfuña, en fin, se deja vencer por el enemigo.
Nos pasa con ciertos compañeros que son intragables. Porque todo lo saben, todo lo hablan… o faltan a la caridad de modo inteligente que es lo que más bronca te da. Y nos quejamos, aunque sea interiormente. Y el problema no está en los compañeros…
O a veces vamos a tener un superior injusto, o que consideramos injusto. La cosa no está en ordenar al otro que nos molesta, que no se comporta bien, sino en arreglar nuestra mente. Y sepamos aprovechar como Santa Teresita del Niño Jesús que aprovechó a esa monja insufrible que siempre le llevaba la contra… y después de algunos meses la monja le dijo a Santa Teresita: “¿qué ves en mí para que me quieras tanto?”.
O nos pasa con los estudios. Uno puede haberse preparado muy bien para rendir y sin embargo desaprobar por segunda, tercera vez… Y uno quiere ordenar lo de afuera: si el profesor fuese más bueno, si no hubiese tomado tal o cual ejercicios…
¡Hay que ordenar la cabeza! ¡Hacé realmente bien lo que puedas! No te quejés de esas otras cosas que finalmente son pruebas. Son pruebas que muchas veces Dios permite para que seamos humildes, aprovechemos el tiempo, o para que no nos disipemos en otras cosas… ¡Aprovechemos de esa dificultad para ganar mérito para la vida eterna!
Es una cosa muy curiosa, pero es así: los seminaristas, los sacerdotes que tienen ordenada la mente son los que más fruto dan, los que más trabajan, los que hacen mejor apostolado, los que –digamos así— tienen cierta atracción sobre las almas, que los hace ser justamente hombres que son grandes apóstoles. En cambio lo que no tienen ordenada la mente son los que siempre están mirando a los demás para ver de qué se quejan: esto está mal y esto también y aquello otro también… ¡Después del pecado original hay tantas cosas que están mal! El asunto es que yo tengo que hacer el bien y el bien que tengo que hacer depende de cómo arregle mi mente.
Sigue diciendo la anciana: Ya decidí que me gusta. Es una decisión que hago cada mañana, cuando me levanto. Tengo la elección. Puedo pasar el día en la cama, repasando la dificultad que tengo con las partes de mi cuerpo que no funcionan, o salir de la cama y estar agradecida por todas las partes que sí funcionan.
En el fondo es toda una actitud de vida, la actitud de aquellos que prefieren prender un fósforo antes que maldecir la oscuridad, distinto, opuesto, a aquellos que se pasan la vida maldiciendo la oscuridad en vez de prender un fósforo.
Aprendamos nosotros hacer de nuestra vida un perenne himno de acción de gracias, dando gloria a Dios de todo y por todo, finalmente sabiendo que el bien es mucho más grande que el mal. Y que todo lo que nos pueda pasar, y que nos parezca contrario, finalmente son las distintas formas que toma la cruz de Cristo, que nos ha dicho que cada día deberíamos abrazarnos a ella negándonos a nosotros mismos para así seguirlo de verdad, para que sigamos negándonos a nosotros mismos.
Cuenta uno de los evangelios apócrifos que los apóstoles iban caminando y en el costado del camino había un perro muerto de varios días. Uno dijo: “¡qué olor a podrido!”. Otro dijo: “¡está lleno de gusanos!”. Otro dijo: “¡qué horrible!”. Pasó Nuestro Señor y dijo: “tiene los dientes blancos”.
Pidamos a la Santísima Virgen la gracia de saber arreglar nuestra mente, según la mente de Nuestro Señor.