Sermón con ocasión de la Solemnidad de San José, 19 de marzo de 2003,
Votos Perpetuos y Primera Profesión Temporal de las SSVM
Hoy estas Hermanas harán sus votos perpetuos que las convertirá en Esposas de Jesucristo. Los nuevos lazos entre la pareja de enamorados se representan a menudo con el intercambio de los anillos. Por eso, hoy aquí, tendrá lugar la entrega del anillo nupcial. La mística católica conoce varios casos de entrega de anillos entre la humanidad de Cristo y las almas que están en la unión transformativa, como Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús, etc.[1]
El anillo nupcial representa el nuevo lazo que une a la religiosa con Jesucristo y tiene varias características que iremos señalando[2]:
1. Está en la mano.
Está casi siempre visible a los ojos, como para que siempre se tenga presente el lazo que representa. Y en aquella parte del cuerpo humano que nos distingue de todos los animales, aún de los primates, de manera especial por el pulgar humano que tiene dos músculos flexores diferentes a los otros dedos y que lo colocan en posición enfrentada a los otros dedos y permiten asir objetos. Según Leibniz esa es una prueba de la existencia de Dios. Además, los 27 huesos de cada una de las manos, más los músculos flexores y extensores, junto a los tendones, le permiten a la mano humana realizar más de 700.000 movimientos. Es un miembro de gran complejidad y de gran delicadeza.
El anillo en la mano de la religiosa debe recordarle siempre que es Esposa de Cristo, que eso debe inundarle toda su humanidad de mujer, lo cual es algo complejo y sumamente delicado.
2. Fue hecho a medida.
No fueron comprados al azar ni al por mayor. Fueron hechos a medida: para esta persona en concreto. Esto es símbolo y señal que, desde el momento que te comprometiste con tu Divino Esposo para siempre, están hechos a la medida el uno para el otro. Y Dios mismo aprobó y bendijo esa unión.
3. Resulta extraño al principio.
Como todo lo que es nuevo, les puede resultar un poco extraño y quizá hasta incómodo al inicio. Es normal. Ayer no lo tenías y hoy sí. Lo sentirás raro. Ya no eres sólo tú y tu vida. Son dos, y cada uno con sus peculiaridades.
No cabe duda de que en todos los matrimonios al inicio debe darse toda una fase de adaptación. Y este período debe estar dominado por la generosidad de ambos, que ciertamente, de parte de Jesucristo, no ha de faltar. La clave será saber ceder. La madurez les hará entender que si es verdad que hay cosas que pueden molestar, no es más que por ser situaciones nuevas. También los zapatos nuevos nos sacan cayos, y no por eso los tiramos, sino más bien nos acostumbramos. Nuestra piel forma un cayo como un mecanismo de defensa.
4. Es real.
En otras culturas y religiones, el rito matrimonial tiene también su simbología. La pareja se acerca lentamente a un río al cual arroja una flor y juntos contemplan como se va alejando. En algunos ritos tribales el simbolismo lo da el fuego: ante una enorme hoguera se prometen a veces en silencio el amor. Otros sueltan palomas al viento, esas aves que siempre han personificado la paz.
Los aztecas celebraban el rito del matrimonio en su casa. Las mujeres de la familia hacían un nudo entrelazando las vestimentas de los novios. A partir de ese momento eran marido y mujer, y su primer acto como tales, era compartir un plato de tamales, dándoselos el uno al otro con su propia mano.
En el matrimonio por la Iglesia Católica el símbolo es real. Está ahí, en sus manos, para siempre. Ni vuela ni se aleja ni se lo comen. Lo llevan consigo como un símbolo y una señal de que su matrimonio es tan real como el anillo que llevan puesto. No lo han arrojado al aire ni lo han quemado ni lo vieron alejarse románticamente en un río. Ahí está, recordándoles que están casados. No es una ilusión. “Mi realidad es ésta: estoy casado(a)”.
Desgraciadamente algunas personas viven como si no estuvieran casadas. Como que no han aceptado su realidad.
Cuando veas tu anillo y sientas en tu mano lo real que es, piensa que no es más que un reflejo de la realidad de tu matrimonio, y que ésa exige mucha coherencia. Tu realidad es este hombre, Jesucristo, y estos hijos de Él. No hay de otra. Todo lo demás no sería más que sueños, o mejor dicho, pesadillas.
Acepta tu realidad, que es tan contundente como tu anillo. Estás casada y no con cualquiera. Y si pones de tu parte lo que debes, lo estarás muy felizmente.
5. Brilla.
Esta característica es importantísima. Tu anillo brilla. Y ese destello tiene que ser para ti como un símbolo y una señal del orgullo que debes sentir de amar de verdad y con todo el corazón a alguien, y a alguien como Jesucristo. El amor se proyecta, se nos sale por los ojos, así como la desdicha nos los ensombrece y a veces humedece. El que ama, no posee nada, es un poseído. El que ama le pertenece a alguien. ¿No te sientes orgullosa de vivir planeando y buscando la felicidad de los demás? ¡Por supuesto que es para sentir un sano orgullo! De hecho te debe llenar hasta rebosar el vivir para los demás.
A ti te debe realizar el vivir para tu Esposo, y para toda la Familia de Dios. Orgullo de vivir queriendo hacerlos felices. Satisfacción por tanto de vivir para alguien, buscando de serle agradable a sus ojos.
6. Es de metal precioso.
Los anillos suelen ser de oro o de plata, ambos metales preciosos. Esto no es más que el símbolo y la señal de lo precioso que es tu matrimonio. Muchos hombres y mujeres no caen en la cuenta de que el matrimonio es la empresa de su vida. Es importante hacer dinero, ser útil a la sociedad, destacar en algún deporte, componer un grupo de amigos. Pero el matrimonio, sin duda alguna, es la empresa de tu vida. Fracasar en esto es como perderlo todo. Es la empresa de tu vida, y te lo recuerda tu Esposo y te lo gritan sus hijos cuando reclaman tu amor.
Tu matrimonio es tan precioso como el metal con que ha sido hecho el anillo que llevarás en el dedo. Y por eso exige superiores cuidados y atenciones.
7. Es de material resistente.
El anillo es resistente. Está hecho con metal duro. Símbolo y señal del material con que debe ser moldeado el matrimonio.
Es frecuente encontrarse con gente que dice: – “No pude más”– aseguran –“era humanamente imposible”.
En el fondo quizá lo que ocurrió es que estamos acostumbrados a muchas telenovelas o historias de amor en donde todo sale bien o por lo menos como a nosotros nos gusta, y todo es bonito. En el matrimonio no sucede esto. La vida es difícil. Los años pasan. Las personas cambian. El tiempo va cobrando su tributo de desgaste. Si el matrimonio no es tan duro, tan firme como el anillo que llevarás puesto, bastará el más mínimo pretexto para que todo –una familia, años de amor, de entrega y también de lucha, estabilidad de los hijos– se venga abajo.
Lo que externamente vemos en muchas parejas son sonrisas, besos y caricias, detalles, palabras, compañía, alegrías compartidas. Pero esto no es más que la decoración de un amor férreo, convencido, que va por dentro.
De nada les servirá en el futuro escudarse en su psicología, su debilidad, su edad y en los muchos sufrimientos. Cuando un matrimonio fracasa, lo que faltó fue solidez, convicción, dureza, concreto y hormigón. La falta de amor, en el sentido estricto de la palabra, fue haciendo cada vez más débil el vínculo.
8. Tiene un formato completamente cerrado.
Hay anillos en espiral. Un formato no cerrado, sino en espiral. Por tanto tienen dos puntas. Dos terminaciones que no se encontraban nunca.
Esto no sucede con los anillos que se entregaron marido y mujer el día de la boda. Éstos sí están cerrados. Perfectas circunferencias. Como el que será de ustedes. Como un símbolo y una señal de que no hay “salidas alternativas” ni otras posibilidades. Una sola carne, un sólo corazón, un sólo proyecto. Es un vínculo tan hermético que lo que le afecta a uno, repercute en el otro. Lo que hace sufrir a Jesucristo, también inquieta a ella y viceversa. Hombre y mujer son como un anillo. Son una sola cosa, una circunferencia que no se sabe dónde comienza ni dónde acaba. No se sabe ya dónde termina uno y dónde comienza el otro. Así sucede con la religiosa verdadera.
Fundirse con la persona amada es “meterse en sus zapatos”. Sufrir y sobre todo gozar con él. Tomar sus cosas como propias e interesarse por ellas. Desde lo más complicado, hasta las decisiones del hogar, pasando por la más pequeña nimiedad.
Es conocer meticulosamente el corazón del amado, de modo que siempre estés dispuesto a amar como la persona amada quiere ser amada.
9. Son iguales.
Dos anillos iguales. Son un par. ¡Qué mal se verían diversos! Uno dorado y otro plateado. Uno con las iniciales y el otro sin ellas. ¿Te imaginas uno liso y el otro amartillado? ¡No! Deben ser iguales.
Karol Wojtyla, hoy el Papa Juan Pablo II, escribió hacia el año 1960 un libro muy interesante sobre el matrimonio. En él cuenta cómo una pareja de casados la estaba pasando muy mal, y en un determinado momento a la chica se le ocurre ir a vender su anillo a un orfebre, pues le parecía que todo estaba perdido. El texto dice, en boca de la chica: [3]. Un anillo solo no tiene peso. Una persona separada de su cónyuge, no pesa nada. Te lo recuerdan los anillos, que son dos y son iguales.
“No tienen peso”. Lo decía un muchacho de diecisiete años cuyo padre recientemente los había dejado:
– “Quiero a mí papá, por eso, porque es mi padre. No puedo dejar de quererlo pero ya no es mi modelo en la vida. Perdió peso. Me da pena. Al dejar de ser coherente, cuando dejó de cumplir su compromiso más importante excusándose en el cansancio, en los años, en los demás, culpando incluso a mi mamá… perdió peso. Ya no es para mí lo que era. Separado de mamá y de nosotros, ya no es el mismo. Quiere divertirse, quiere ser normal y dice que tiene derecho a una segunda oportunidad. Pero él mismo sabe que tomó una decisión superficial. Quizá él esté contento ahora, pero a costa de mi mamá y de nosotros cuatro”.
Esto es incluso de lógica. Pasa más o menos lo mismo con los zapatos: vienen por pares. Un sólo zapato no sirve para nada. Hay cosas en esta vida que simplemente no pueden separarse: zapatos, mancuernas (parejas de bueyes uncidos al mismo yugo, presidiarios unidos por la misma cadena, parejas de aliados), guantes, aretes, anillos… Hombre y mujer, en el matrimonio, son una de esas “cosas”, que no deben romperse ni separarse, pues son un par. Como son un par Jesucristo y su Esposa, la religiosa.
10. Son diversos.
Acabamos de decir que son iguales, un par. Pero, si te fijas bien, al mismo, tiempo son un poco diversos. Al menos, uno es más grande que el otro. Y con el paso del tiempo, surgen más diferencias debido a la limpieza que reciban, al buen o mal trato que se les dé, en fin. Siendo iguales, uno está más rayado u opaco que el otro. Y esto es como un símbolo y una señal de que debemos ser idénticos en la diversidad y siendo diversos tender a la identidad.
Sos Esposa de Jesucristo, pero no sos exactamente igual a Jesucristo. Él es más grande. No discutas con Jesucristo.
Un texto de H. Eduard Manning dice así: “No te preguntes si eres feliz, pregúntate si son felices los que viven contigo”. Si tan sólo supiéramos pensar en los demás antes que en nosotros mismos, no pasaríamos la vida discutiendo inútilmente. No discutas. No te preguntes si eres feliz, mejor pregúntate continuamente, con seriedad, si estás haciendo felices a los que viven contigo. Pregúntate si te estás haciendo al otro, si tiendes a él o si “prefieres” que se haga a tu modo de ser.
11. Suelen tener una fecha.
Efectivamente, el anillo tiene una fecha. Es una fecha que indica simplemente el día en que todo terminó y a la vez, todo comenzó.
¿Qué es lo que termina? Tu vida pasada, podemos decir, de soltera.
Ahora bien, todo terminó, pero también algo comienza. Inicia tu dedicación delicada a tu Esposo. Empieza la exclusividad. Eso es lo que comienza en esta fecha. Creo que a la mayoría les encanta lo exclusivo: ropa, perfumes, clubes deportivos… Si hay un ámbito en la vida, en el que se debe dar esta exclusividad, esta prioridad, es el del matrimonio, de manera particular, en el matrimonio espiritual.
12. Han sido hechos con detalle.
Si te detienes unos instantes ante los escaparates de una joyería, te asombrarás al ver la variedad de anillos que hay. Unos más llamativos que otros. Estos más bonitos. Aquellos más resistentes. Más baratos y más caros. Pero todos tienen una característica: han sido hechos con detalle: unos tienen unas franjitas, otros llevan unas acanaladuras, en otros está escrito tu nombre con gran cuidado y con la letra que escogiste.
Todo esto está hecho así, como un símbolo y una señal de que el matrimonio debe estar hecho también lleno de detalles. Debe haber cariño. Deben abundar cuidados. Deben excederse en palabras, gestos, atenciones, delicadezas…
13. Se va haciendo parte de ti.
El anillo poco a poco se va haciendo parte de ti. Llega un momento en que ni lo sientes. Pero, ¿te acuerdas que al inicio era incómodo? Símbolo y señal de que tu Esposo, debe llegar a ser parte de ti. Debe llegar a ser tu vida. “Una sola carne”.
Una canción decía: “Te quiero así, tu conmigo, yo para ti… amar por amar, más que amar es ya navegar…”. Interesante. “Más que amar es ya navegar”. Se puede llegar a amar tanto, que ya más que tener que ejercer, por decirlo así, el amor, se convierta ya en un simple navegar. Cuando ya no te cuestionas los actos de amor, de servicio, de atención. Cuando no titubeas en perdonar.
Cuando el amor, en una palabra, “ya no cuesta”. Cuando no calculas tu entrega, Cuando no “lo piensas dos veces”. Cuando a quien amas, se va haciendo parte de ti.
El amor ya no es un sacrificio sino un placer. Ya son el uno para el otro.
14. Es discreto.
El anillo es discreto. No es un cinturón ni un collar. Es tan pequeño que pasaría desapercibido si no lo mostráramos a la gente. Es también un símbolo y una señal de lo discreto, callado y humilde que se debe ser en el matrimonio. Es como un signo del respeto que deben tenerse entre ambos, en este caso, a Jesucristo.
15. Ya no sale.
Llega un momento en que el anillo ya no sale. Símbolo y señal de la fidelidad que es para siempre. Algunos no se lo pueden sacar ni con jabón. Ya está ahí puesto. No sale. Esta fidelidad, este compromiso debe ser triple: con Dios, con el cónyuge y con los hijos.
Fidelidad con Dios: te comprometiste delante de Dios. No es una simple unión ni un mero papelito.
En segundo lugar, fidelidad a tu Esposo, a quien debes amar con un amor irrestricto e indiviso.
En tercer lugar, fidelidad con los hijos de Dios, tus hermanos, que necesitan de tus manos, de tu corazón, de tu cabeza, de tu tiempo, de tu amor…
16. El dedo se amolda al anillo.
El dedo se amolda al anillo y no éste al dedo. El anillo es de metal, por tanto al ponértelo tu dedo se amolda, “se hace” al anillo. Lógicamente el metal, como es duro, no se puede hacer a la forma del dedo, sino como dijimos, al revés.
¡Cuánta gente realmente no se ha hecho al matrimonio y más bien quiere hacer el matrimonio según su muy particular forma de ver y pensar! A veces quisieran un matrimonio según expectativas, conveniencias y necesidades personalísimas. Un esquema que en realidad no existe.
Algunos ni siquiera entran en el esquema más básico de lo que es un matrimonio. Ni siquiera en el formato convencional.
Siguen con su vida de antes y quieren, por una parte, disfrutar de los bienes del matrimonio, y por otra vivir como si no hubiese un compromiso (como la ridícula propuesta del amor libre).
No se acuerdan de sus promesas, ni de la exclusividad, ni de la fidelidad, ni del cariño, ni del detalle, ni se acuerdan de nada.
El matrimonio es muchísimo más. El dedo se hace al anillo, tú te haces al matrimonio, tal como ha sido comprendido según una extendida visión humanística, fundada en la libertad, en el amor, en la igualdad y otros valores humanos y cristianos.
El matrimonio como Dios lo pensó y como la más mínima lógica nos exige, implica fidelidad, indisolubilidad, buscar diariamente y como proyecto de vida el agradar al Esposo y pelear con esmero por su alegría, a través de la propia presentación y del buen trato, del tener mil detalles que son como una piecesita en el gran mosaico de la felicidad. Esto sólo se logra cuando el matrimonio está enraizado en Dios y cuando se ponen los medios más elementales para perseverar en él.
Hoy por hoy, por todas las asechanzas que tiene el amor esponsalicio, y más en la virginidad consagrada,amar es una locura, si no se ama con locura a Jesucristo.
17. Se puede perder.
Cuidado. El anillo es algo muy valioso como para jugar con él. Si te lo quitas y te lo pones, si lo dejas aquí y allá, se puede perder. Si estás vacilando con él, si lo descuidas, si te descuidas, se pierde.
¿Cómo te lo sacas? ¿Cómo se recupera algo que ha caído en un lugar muy profundo? ¿Qué hay más hondo que la infidelidad buscada? ¿Qué hay más oscuro que la indiferencia cínica? ¿Qué más estancado que el egoísmo que no te permite moverte hacia el otro? ¿Qué más sucio que la continua mentira? ¿Qué más impresionante que la irresponsabilidad cuando se trata de la vida y felicidad de toda una familia?
Si estás jugando con ese anillo, si lo haces con el matrimonio, en el tipo de espectáculos que ves, en tu manera de relacionarte con la gente que te rodea… un día se te va a perder. Y en la gran mayoría de los casos, es irremediable. Hay cosas en la vida que por su importancia no admiten titubeos.
No vale la pena correr riesgos. Porque lo que está en juego, si se pierde, es la mayoría de las veces, irrecuperable. El matrimonio es una de ellas, y con “esas cosas”, no se juega.
18. Se va desgastando con el tiempo.
El anillo se va desgastando con el tiempo. Es lógico. Nada es para siempre. Para eso está el cielo. Tu anillo puede y de hecho va perdiendo su brillo. Pero, aun sin él, ¡cuánto representa! Incluso se podría decir que es más hermoso golpeado, usado, maltratado involuntariamente por los movimientos de una mano que por amor nunca ha querido quitárselo ni para protegerlo. Perdió su brillo metálico pero conserva el del cariño y el de los mil recuerdos que te unen a él. Es el destello de la madurez.
También el matrimonio se va desgastando y puede perder ese brillo inicial, juvenil, de los primeros años: es decir, la ilusión, la pasión, la cantidad de emociones de dos vidas que se hacían una sola y todo era descubrirse y enriquecerse.
Pero –¡qué interesante!– va adquiriendo otro matiz muchísimo más hermoso: el de la madurez del amor. No es el amor jovial de cuando eran recién casados, sino el consolidado, sacrificado, servicial. El que es más donación que posesión.
¡Es el brillo que tenía en sus ojos la Hermana Carmen, del Colegio del Carmen!
19. Puede necesitar ajustes.
Con el paso del tiempo, cambiamos físicamente, aunque no quisiéramos. Crecemos. Puede ser que el anillo necesite que lo ajusten, sea para recortarlo, sea para ensancharlo. Nuevamente símbolo y señal de que tu matrimonio también necesita ajustes.
No cabe duda. Los anillos suelen necesitar ajustes. Se mandan a ensanchar o a cortar. Requieren un baño de oro, una limpieza a fondo o una buena pulida, porque ya se han perdido hasta las “letritas”.
¡Algunas veces es para llevar también en el dedo el anillo del cónyuge fallecido!
Con Jesucristo también se lo puede posponer, olvidar, no trabajar para serle cada vez más fiel, apegarse a las cosas del mundo…
Renovarse es abrir los ojos a nuevos horizontes. Es descubrir un sin fin de posibilidades nuevas que enriquecen la unión. Es proyectar el amor a una calidad de vida insospechada.
Una manera simple, ordinaria, de renovarse diariamente es, ser amable, hacerse amable, volverse continuamente amable.
20. Te lo entregaron en presencia de Dios.
Es algo sagrado. No es un juego. Te lo entregaron en presencia de Dios. El Señor te bendijo y te quiere seguir favoreciendo, pero sólo podrá ser así si te mantienes en su presencia.
21. Fue fundido.
Como todos los buenos metales –fuertes, duros, resistentes– ha sido fundido, como “probado” en el crisol. Igualmente todo matrimonio debe estar avalado por un buen y auténtico noviazgo. Hoy a cualquier relación superficial sin grandes metas y objetivos que avalen toda una vida de amor y de entrega, se le llama noviazgo.
22. No tiene precio.
Es la última característica del anillo, y tiene mucho que decirnos: te lo dieron sin precio. Efectivamente, hasta este detalle es un símbolo y una señal. Hay muchas cosas en esta vida que sí tienen precio: determinados viajes, lugares residenciales, coches, objetos preciosos, diversiones, deportes, la joyería, restaurantes…
El anillo no lo tiene, y esto es símbolo y señal en dos aspectos fundamentalmente:
1º Si tuviera precio, y éste fuera elevado, no todos tendrían acceso a esta posibilidad.
El anillo, como el matrimonio no tiene costo porque todos tienen la posibilidad de amar y ser amados y de formar una familia. Amar es gratuito. No cuesta. Es una enorme paradoja.
Quien ha experimentado en su vida el amor con intensidad, sabe que se encuentra delante de la experiencia más rica que somos capaces de hacer: amar. Debería ser carísimo el amor. Es la esencia misma de la vida y su sentido. Tan indispensable como el aire que respiramos para vivir y que también es gratuito.
No tiene precio, porque todos tienen acceso a él. Nadie está excluido.
2ª Si tuviera precio, sería porque tendría un límite: “Cuesta tanto, y basta”.
El matrimonio no tiene precio porque el amor no tiene límites. No se acaba. Por este motivo no hay con qué comprarlo. ¿Cómo se le podría poner un precio al amor?.
Queridos hermanos y hermanas:
Como dice hermosamente el Cantar de los Cantares: “Porque es fuerte el amor como la Muerte, implacable como el abismo la pasión. Saetas de fuego, sus saetas, una llama de Yahvé. Grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien ofreciera todos los bienes de su casa por el amor, se granjearía desprecio” (8,6-7).
Recemos siempre por estas Hermanas para que sean fieles Esposas de Jesucristo y bondadosas Madres de sus hijos.
[1] Royo-Marín, Teología de la perfección cristiana, BAC 1988, 743.
[2] Seguimos libremente, y aplicándolo a las religiosas, un capítulo del libro de Ángel Espinosa de los Monteros, El anillo es para siempre.
Se puede encontrar en: hppt://es.catholic.net/ligas/ligasframe/phtml?liga = www.cfintegral.com
[3] Karol Wojtyla, El taller del orfebre.