CARTA Nº 1 SOBRE EL ENCUENTRO CON EL CARDENAL IGNATIUS KUNG PIN-MEI
New York, Mayo 24, 1998.
Queridos en el Señor:
Quiero hacer el relato de una muy singular entrevista que tuvimos el día de ayer. Lo dividiré en cuatro partes.
1°. Antecedentes.
En una «buenas noches” en la Finca habíamos leído una noticia aparecida en L’Osservatore Romano acerca de la liberación de un obispo chino, preso durante más de 30 años, durante los cuales nunca pudo celebrar la Misa, ni rezar el Breviario, ni leer la Biblia. Al salir de la cárcel dijo: «Ellos (los comunistas) saben que conservo la fe en Jesucristo y en su Vicario en la tierra”. Hasta ahora, no pude volver a leer esta noticia.[1] Al tiempo liberaron a otro obispo y, por las dificultades que tenemos nosotros en leer los nombres chinos, de alguna manera se unificaron esos dos obispos en nuestra cabeza.
De hecho, el que visitamos ayer se llama: Ignatius Gong Pin-mei, o Ignatius Kong Pinmei, o Ignacius Kung Pin-Mei. Luego de nuestro viaje por China, y habiéndonos dado su domicilio el Cardenal de Hong Kong, Mons. John Wu, intentamos visitarlo en 1996. Nos parecía que sería la última etapa de nuestro viaje por China. Pero no fue posible. En 1997 insistimos nuevamente, pero sin resultados positivos. Ahora pudimos hacerlo y nos parece que, espiritualmente, concluimos nuestro peregrinaje por China. En EE.UU no sólo existe el Santuario de los Mártires en Auresville, sino que existe, además, un otro Santuario con un mártir viviente de la China martirial, columna de la Iglesia católica en este siglo XX.
2°. La Misa.
Muy delgado, de baja estatura, con el rostro sereno y como traslúcido, manos delgadas y largas, estaba ante nosotros un gran confesor de la fe de 97 años de edad, 30 de los cuales los pasó en una estrecha celda de 1,20 por 1,80 m, y 5 en arresto domiciliario.
La Misa fue en idioma chino, muy claro y hasta diría que elegante. En latín fueron el Confiteor, el Gloria, el Pater, la bendición final y, al terminar la Misa, el Salve Regina, cantado al igual que el Gloria. Concelebrábamos los Padres Mallo, Lagos, Bonello y yo. Además participaban su sobrino y la esposa del mismo –que ayudaba en el altar– y otra señora. Los tres eran chinos. El altar era una mesa ubicada en un rincón del living, que sirve de capilla del Señor Cardenal, contra las paredes del mismo. Celebra de espaldas. Sobre el altar una imagen de cerámica de la Santísima Virgen –parecida a la Inmaculada de Quito de Legarda, pero de unos 40 cm. de altura. Al lado, una reliquia sobre un pedestal y porta teca: una astilla de la vera cruz. Sobre la pared una cruz con el Cristo, también de cerámica. No quiere celebrar la Misa sentado y cumple minuciosamente con todas las rúbricas, tan sólo amaga las genuflexiones.
¡¡¡No podía dejar de pensar en el tormento que habría sido no poder celebrar la Misa por 30 años!!!
Muy rápido pasó el ofertorio, la consagración y la comunión. Luego de la bendición final se sentó a unos dos metros del altar para la acción de gracias. Nos decía la esposa de su sobrino que en general pasa todo el día como con pocas fuerzas, pero cuando llega la hora de la Misa es como si fuese otro notándose incluso en la voz, más fuerte, más alta y muy firme.
¡¡¡Treinta años sin decir Misa!!!
3°. Tertulia.
Luego siguió una sección de fotos, una conversación muy fructífera, que ya narraré (estoy esperando los ayuda memoria que me harán los P. Mallo y Lagos), me regaló una bonita réplica de unos 30 cm. de alto de la imagen que coronaba la cúpula de la Basílica nacional de Sheshan, sosteniendo al Niño Jesús elevado sobre su cabeza como ofreciéndolo al Padre y a nosotros, firmó el reverso de una estampa (recordatorio del aniversario de Mons. O’Malley). Nos quedó como recuerdo, además, la birome con que firmó y el purificador que usó en la Misa.
Nos despedimos muchas veces (el P. Mallo fue fotografiando todo) y se retiró a su habitación. Al regresar la esposa del sobrino de acompañarlo, me trajo una lámina con su escudo episcopal, firmada por el Señor Cardenal, diciendo que como yo le había ofrecido sacerdotes para China (en efecto le había contado del «Proyecto Catay 2000”) yo le debía esos sacerdotes y para que no me olvidase que estaba en deuda con él me regalaba la lámina con su escudo episcopal firmada.
4°. Almuerzo.
Duró casi dos horas con el sobrino y su esposa y fue de muchísimo provecho. En otra carta contaré lo hablado.
Sólo anoto que le dije que le enviaría rosas rojas al Señor Cardenal. Cosa que haremos hoy, con esta tarjeta:
«Con estas rosas rojas queremos significar nuestro amor a la China mártir y mártir de Cristo, a S.E.R. Ignacio Cardenal Kung, símbolo viviente de la China martirial, que con muy alta dignidad lleva el Red Hat, y que es una de las «columnas” de la Iglesia católica en el siglo XX. En señal de segura esperanza, que un día, no muy lejano, reventará el rosal en China y la Iglesia católica vivirá en libertad.
Gracias por las atenciones que nos dispensó.
En Cristo y María de Sheshan.
P. Carlos Miguel Buela, sacerdotes
y hermanas del Instituto del Verbo Encarnado.
New York, Mayo 24, 1998.
Que esta carta sea un regalo a los ordenados de diáconos en este día.
Con mi bendición.
P. Carlos Miguel Buela, VE.
[1] La he vuelto a encontrar hoy, 3 de junio de 1998, en L’Osservatore Romano, del 7 de febrero de 1988, nº 997, p. 5: «He permanecido fiel a la Iglesia católica romana. Treinta años de cárcel no me han cambiado. He conservado la fe. Estoy dispuesto desde ahora a volver a la cárcel a defenderla”. Lo declaró recientemente en Shangai el obispo de esta diócesis, Mons. Ignatius Kung Pin-Mei, de 87 años, quien –según las informaciones llegadas de Oriente– desde el pasado 6 de enero no está ya a «domicilio obligado”, como en los últimos dos años; y le han sido restituidos sus «derechos políticos”. El obispo había sido arrestado en la noche del 8 de septiembre de 1955; fue condenado como «contrarrevolucionario” por haber querido permanecer fiel a la Sede de Roma, y estuvo en la cárcel hasta 1985. Refiriéndose a esos treinta años, mons. Kung Pin-Mei ha dicho, entre otras cosas: «Sería un traidor si hubiese pensado un solo instante en renegar de mi fe y del Vaticano. Los católicos no pueden vivir sin la autoridad moral del Papa. Con la gracia de Dios no me he desanimado nunca. Soy débil, pero la gracia divina es poderosa, omnipotente”. El obispo ha hablado con gran serenidad y plena lucidez, a pesar de su edad. Aceptó por primera vez evocar las condiciones de su detención, sin dejar transparentar hastío o resentimiento para con los dirigentes comunistas. Después de declarar que no había tenido nunca miedo, continuó: «En China hay todavía algunos sacerdotes detenidos a causa de su fe y de su fidelidad a Roma. Son una decena y tienen todos más de 50 años. No sé donde están. Los han enviado a campos de trabajo”. El obispo subrayó que no está autorizado a encontrarse con los católicos chinos que, como él, han permanecido fieles al Papa. Ahora le es permitido celebrar la Misa, pero no puede asistir a ella ningún fiel. «He permanecido –recordaba el obispo– treinta años sin salir ni siquiera una vez de la prisión de Shangai, sin recibir una sola visita, casi siempre en mi celda. No he podido decir nunca la Misa. Me habían prohibido la Biblia y las obras religiosas. He conservado la fe y eso es lo esencial. La gente sabe que creo, que soy fiel a Roma. Esto es de importancia capital para mí”.