redención

Causas de la redención

Jesucristo, “toda deuda paga”[1].

Causas de la Redención.

La Redención es como la mano de Dios, quién de arriba y de afuera, nos alza hacia Él, porque Jesucristo, como reza la liturgia, «es la mano que tiendes a los pecadores»[2]. La redención de Jesucristo es como una mano que tiene cinco dedos por medio de los cuales llega a nosotros, verdadera y realmente, la salvación que nos ganó en la cruz.

Enseña Santo Tomás: “Dice el Apóstol: “Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros” (Ga 3,13), sólo Cristo se hizo maldición por nosotros, luego, sólo Cristo debe decirse redentor”[3].

Sigue diciendo el santo Doctor: “Dos cosas se requieren para la redención: el acto de la entrega del rescate y el rescate entregado. Si uno entrega un rescate que no es suyo, sino de otro, ese tal no puede decirse redentor principal; esto corresponde a aquel cuyo es el rescate. Ahora bien, el precio de nuestra redención es la sangre de Cristo, o sea, su vida corporal, que “está en la sangre” (cf. Lv 17,11), la cual el mismo Cristo entregó. De manera que una y otra cosa pertenecen inmediatamente a Cristo en cuanto hombre, y, a toda la Trinidad, como a causa primera y remota; cuya era la vida misma de Cristo, como primer autor, y de la cual procede la inspiración del mismo Cristo para que padeciese por nosotros. De manera que ser inmediatamente redentor es propio de Cristo en cuanto hombre, aunque la misma redención se puede atribuir a toda la Trinidad como a causa primera”.

  1. La Redención es una, pero obra a través de cinco causas.

Hay cinco vías o causalidades o modos distintos en la Pasión de Cristo con los cuales ésta alcanza su fin: salvar a los hombres.

Las cinco vías son:

  1. Cristo fue nuestro Salvador por vía de mérito;
  2. Cristo fue nuestro Salvador por vía de satisfacción;
  3. Cristo fue nuestro Salvador por vía de sacrificio;
  4. Cristo fue nuestro Salvador por vía de redención;
  5. Cristo fue nuestro Salvador por vía de eficiencia.

Lo cual equivale a decir que Cristo, por su Pasión, fue causa meritoria, causa satisfactoria, causa sacrificial, causa redentora y causa eficaz de nuestra salvación. De modo tal que la Pasión y Muerte de Cristo produjo nuestra salvación por relación[4]:

  1. A su Divinidad, por vía de eficiencia, tanto principal –por ser el Verbo de Dios-; cuanto instrumental –por ser hombre-;
  2. A la Voluntad con que padeció, por vía de mérito;
  3. A su Carne que sufre:
  4. Reconciliándonos con Dios, por vía de sacrificio;
  5. Librándonos de la culpa, por vía de redención;
  6. Librándonos de la pena, por vía de satisfacción.

 

  1. Explicación de cada una de las causalidades.
  2. Mérito.

Es el derecho a la recompensa por una acción buena, que hace digna de aprecio a una persona. Por ello San Agustín dice: “–sobre las palabras del Apóstol a los filipenses: “Por lo cual Dios le exaltó” (Flp 2,9) – “La humildad de la pasión es el mérito de la gloria; la gloria de la humildad es el premio”. Pero Él fue glorificado no sólo en sí mismo, sino también en sus fieles (cf. Jn 17,10); luego Él mereció la salvación de éstos”[5].

  1. Cristo mereció ante Dios recompensa por su pasión y muerte[6]. Por razón de ser la persona divina del Verbo, segunda de la Trinidad Santísima, merece “infinita merita”, o sea, méritos infinitos[7]: «Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre» (Flp 2, 9); «[…] pero sí vemos al que Dios hizo poco menor que a los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, para que por gracia de Dios gustase la muerte en beneficio de todos» (Hb 2, 9).
  2. De ahí que Cristo mereció para el ser ensalzado, es decir, la resurrección – por su pasión y muerte-; la glorificación del cuerpo; la ascensión al cielo -por haber bajado al sepulcro y a los infiernos-; el sentarse a la diestra del Padre -por los oprobios y menosprecios que recibió-; la exaltación de su nombre; el ser Rey Universal y Juez Supremo, capaz de disponer sobre la vida y la muerte de todos los hombres -por haberse entregado a los poderes humanos en la persona de Pilato-. Miríadas de miríadas de ángeles «decían a grandes voces: Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición» (Ap 5, 12).
  3. Cristo mereció para todos los hombres todas las gracias que han recibido o que recibirán de Dios, sin excepción ninguna: «Bendito sea el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en amor, predestinándonos a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad (Ef 1, 3-5); «[…] por consiguiente, como por la transgresión de uno solo llegó la condenación a todos, así también por la justicia de uno solo llega a todos la justificación de vida» (Ro 5, 18); «[…] en ningún otro hay salud, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos (He 4, 12); «Yo he sido glorificado en ellos (Jn 17, 10).

Por eso enseña Santo Tomás de Aquino: «Conforme queda dicho atrás (III 7,1.9; III 8,1.5), fue dada la gracia a Cristo, no sólo como a persona singular, sino como a cabeza de la Iglesia, a fin de que aquélla redundase sobre los miembros, en la misma forma que las obras de un hombre constituido en gracia son principio de mérito para él mismo. Es evidente que quienquiera que, constituido en gracia, padece por la justicia, merece por esto mismo la salud para sí mismo, según lo que leemos en San Mateo: “Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia” (Mt 5,10). De suerte que Cristo mereció la salud por su pasión, no sólo para sí mismo, sino también para todos sus miembros»[8].

  1. Características del este mérito

– Es universal: «Él es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero» (1Jn 2, 2). Incluye absolutamente todas las gracias: las dispositivas para la justificación; la justificación misma; todas las gracias habituales y actuales; la perseverancia final y la gloria eterna.

– Es sobreabundante: «Se introdujo la Ley para que abundase el pecado; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Ro 5, 20).

– Es un mérito de valor infinito[9], por razón de la unión hipostática de Jesucristo con el Verbo de Dios.

– Es de condigno, o sea, dado en estricta justicia.

 

  1. Satisfacción.

Satisfacer es reparar una ofensa. Se llama de condigno si es de estricta justicia, o de congruo si se da por benevolencia (por ejemplo, por una recomendación…). Y si es presentada en lugar de otro, se llama vicaria.

Cristo, por medio de su pasión y muerte, ha dado satisfacción vicaria a Dios por los pecados de los hombres[10]: «Tengo que pagar lo que nunca robé (Sl 69, 5); «[…] a vosotros, que muertos estabais por vuestros delitos y por el prepucio de vuestra carne, os vivificó con Él, perdonándoos todos vuestros delitos, borrando el acta de los decretos que nos era contraria, que era contra nosotros, quitándola de en medio y clavándola en la cruz; y despojando a los principados y a las potestades, los sacó valientemente a la vergüenza, triunfando de ellos en la cruz» (Col 2, 13-15).

– Ésta satisfacción es adecuada o condigna, pues fuimos redimidos « [] con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha» (1Pe 1,18-19); «Habéis sido comprados a precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo» (1Cor 6, 20).

 – Es sobreabundante: «Se introdujo la Ley para que abundase el pecado; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Ro 5, 20).

         – No sólo alcanza a los predestinados, sino a todos los hombres sin excepción: « […] murió por todos para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que por ellos murió y resucitó» (2Cor 5, 15); « […] se dio a sí mismo como rescate por todos; testimonio dado a su tiempo» (1Tim 2, 6).

Pero no satisface por los pecados de los ángeles caídos, pues estos no tienen la posibilidad de arrepentirse.

Por otra parte, -dice Santo Tomas- “está lo que en persona de Cristo dice el salmista: “Pagué lo que no había robado” (Sl 68,5). Pero no paga el que no satisface perfectamente; luego parece que Cristo, padeciendo, satisfizo perfectamente por nuestros pecados.

         Propiamente hablando, satisface por la ofensa el que devuelve al ofendido algo que él ama tanto o más cuanto él aborrece la ofensa. Ahora bien, Cristo, padeciendo por caridad y obediencia, prestó a Dios un servicio mayor que el exigido para la recompensación de todas las ofensas del género humano:

1º por la grandeza de la caridad con que padecía;

2º por la dignidad de la vida, que en satisfacción entregaba, que era la vida del Dios-hombre;

3º por la generalidad de la pasión y la grandeza del dolor que sufrió, según queda arriba declarado (III, q.46, a.5.6). De manera que la pasión de Cristo no sólo fue suficiente, más sobreabundante satisfacción por los pecados del género humano, según la sentencia de San Juan: “Él es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, más por los de todo el mundo” (1Jn 2,2) [11]“.

         “Son la cabeza y los miembros como una sola persona mística, y por eso la satisfacción de Cristo es también de todos sus miembros. Cuando dos hombres están unidos por la caridad, y por ésta vienen a ser uno, pueden satisfacer el uno por el otro, como se declarará más adelante (Supl, q.13, 2). No corre la misma razón para la confesión y la contrición, porque la satisfacción es un acto exterior, para cuya ejecución se puede uno valer de instrumentos, entre los cuales se computan los amigos”[12].

“Mayor fue la caridad de Cristo paciente que la malicia de los que le crucificaron, y por eso más pudo Cristo satisfacer con su pasión que ofender los crucifixores dándole muerte, hasta tanto que la pasión de Cristo fue suficiente y sobreabundante satisfacción por los pecados de cuantos le crucificaron”[13].

 

  1. Sacrificio.

         El sacrificio es el acto principal de la religión.

Si se mira a la obra material, el sacrificio propiamente tal es la inmolación de una víctima, cuya sangre, recogida por el sacerdote, se derrama sobre el altar.

En la sangre está la vida del animal sacrificado, y esa vida se ofrece por la vida del oferente.

Pero, si penetramos en el sentido profundo de este acto, la víctima representa al mismo oferente; la sangre y la vida de la víctima representa la sangre y la vida del oferente, y es la expresión de su plena devoción a Dios. De ahí que Dios rechaza el sacrificio al que falta esta disposición (Cfr. 1 Sam 1,11 ss.), y, por el contrario, lo acepta gustoso cuando va acompañado de este devoción (cfr. Sl 50,14).

De ahí, que el sacrificio se ofrece para aplacar a Dios ofendido por los pecados, para expiar los pecados del oferente, para dar gracias a Dios por los favores recibidos, para alcanzar nuevas gracias y, sobre todo, para reconocer el soberano dominio del Señor sobre el oferente.

– El sacrificio es el acto principal del sacerdote: « […] todo pontífice es instituido para ofrecer oblaciones y sacrificios, por lo cual es preciso que tenga algo que ofrecer» (Hb 8, 3).

        Cristo se inmoló a sí mismo en la Cruz como verdadero y propio sacrificio[14]: «[…] vivid en caridad, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios en olor suave» (Ef 5, 2); «[…] alejad la vieja levadura, para ser masa nueva, como sois ázimos, porque nuestra Pascua, Cristo, ya ha sido inmolada» (1Cor 5, 7); «[…] a quien Dios constituyó instrumento de propiciación, mediante la fe, en su sangre, para manifestación de su justicia» (Ro 3, 25); «[…] de otra manera sería preciso que padeciera muchas veces desde la creación del mundo. Pero ahora una sola vez en la plenitud de los siglos se manifestó para destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo (Hb 9, 26).

Dice el Apóstol: “Se entregó a sí mismo por nosotros en, oblación y hostia a Dios en olor de suavidad” (Ef 5,2).

Propiamente hablando, se llama sacrificio una obra realizada en honor de Dios y a Él debida, para aplacarle. De ahí dice San Agustín: “Es verdadero sacrificio toda obra realizada para unirnos con Dios en santa sociedad en orden a obtener aquel fin con cuya posesión somos bienaventurados”. Ahora bien, Cristo, según dice después el mismo Santo, “se ofreció a sí mismo en la pasión por nosotros”, y el hecho de haber soportado la pasión voluntariamente, cosa fue en sumo grado acepta a Dios, como proveniente de la mayor caridad. De donde resulta claro que la pasión de Cristo fue un verdadero sacrificio. Y, como el mismo Santo luego, “de este verdadero sacrificio son muchos y variados signos los antiguos sacrificios de los santos. Estos lo figuraban como una verdad que se declara con variadas formas para que sin fastidio sea más recomendada”.

“Y siendo cuatro las cosas que en cada sacrificio se han de considerar”, según dice el mismo San Agustín, a saber, “a quién se ofrece, quién lo ofrece, qué se ofrece y por quiénes se ofrece, el mismo único y verdadero Mediador, reconciliándonos con Dios por este sacrificio pacífico, permanecía uno con Aquel a quien lo ofrecía, hacía en sí mismo uno a aquellos por quienes lo ofrecía, y era uno el mismo que lo ofrecía y lo que ofrecía”[15].

“En efecto, la verdad debe responder a la figura en algo, pero no en todo, pues es natural que la verdad exceda a la figura. Por esto, muy convenientemente la figura de este sacrificio, en el cual se ofrece por nosotros la carne de Cristo, no fue la carne de los hombres, sino la de los animales, que figuraban la carne de Cristo, que es el más perfecto sacrificio.

Primero, porque, siendo carne humana, convenientemente se ofrece por los hombres y éstos la toman bajo el sacramento.

Segundo, porque, siendo pasible y mortal, era apta para ser inmolada.

Tercero, porque, siendo sin pecado, era eficaz para borrar los pecados.

Cuarto, porque, siendo carne del mismo que la ofrecía, era acepta a Dios por la inefable caridad con que ofrecía su carne.

Por donde dice San Agustín: “¿Qué cosa podían tomar los hombres más conveniente para ofrecerla por sí mismos que la carne humana? ¿Qué cosa más conveniente para ser inmolada que la carne mortal? Y ¿qué cosa tan pura para limpiar los vicios de los hombres que la carne concebida en el seno virginal sin carnal concupiscencia? Y ¿qué cosa tan gratamente podía ser ofrecida y recibida que la carne de nuestro sacrificio, el cuerpo de nuestro sacerdote?”[16].

“Habla ahí San Agustín de visibles sacrificios figurativos; y, aunque la misma pasión de Cristo sea algo significado por los otros sacrificios figurativos, ella misma era también signo de alguna cosa que nosotros debíamos observar, según lo que dice San Pedro: “Habiendo padecido Cristo en la carne, armaos también vosotros del mismo pensamiento, porque el que padeció en la carne ha acabado con el pecado, de suerte que ya no viva conforme a los deseos de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios todo el resto de su vida” (1Pe 4,1-2)”[17].

        “De parte de quienes le mataron fue la pasión de Cristo un maleficio; pero de parte del mismo Cristo, que padecía por caridad, fue un sacrificio. Por esto se dice que el mismo Cristo ofreció este sacrificio y no aquellos que le dieron muerte”[18].

– Materia del sacrificio: El Cuerpo Santísimo de Cristo inmolado en la Cruz.

– Objeto formal: La destrucción de su Cuerpo, voluntariamente aceptada por Él a impulsos de su infinita caridad.

– Sacerdote oferente: El mismo Cristo que a su vez es la misma Víctima.

– Finalidad: Devolverle a Dios el honor conculcado por el pecado, reconocer el supremo dominio de Dios y nuestra completa sujeción a Él.

  1. Redención

         Cristo nos redimió por medio del sacrificio de la Cruz de todas las esclavitudes:

  1. Del pecado: « […] en quien tenemos la redención por la virtud de su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su gracia» (Ef 1, 7).
  2. De la pena del pecado: « […] a quien Dios constituyó instrumento de propiciación, mediante la fe, en su sangre, para manifestación de su justicia» (Ro 3, 25).
  3. Del mundo malo: « […] he vencido al mundo» (Jn 16, 33); « […] porque todo el engendrado de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Y quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1Jn 5, 4-5).
  4. Del infierno: « […] al nombre de Jesús se doble toda rodilla, en el cielo, en la tierra y en los infiernos» (Flp 2, 10).
  5. De la muerte: « […] aniquiló la muerte» (2Tim 1, 10).
  6. Del demonio: « […] destruir… al diablo» (Hb 2, 14).
  7. De la ley mosaica: « […] nos redimió de la maldición de la ley» (Gal 3, 13).

Dice San Pedro: “No fuisteis rescatados de la vana conversación, heredada de vuestros padres, con oro o plata corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero inmaculado e incontaminado” (1 Pe 1,18-19). Y San Pablo a los gálatas: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros maldición” (Ga 3,13). Se dice haberse hecho maldición por nosotros, en cuanto que por nosotros padeció en la cruz, según se dijo atrás (III, 46, 4, ad3). Luego Cristo nos redimió por su pasión.

De dos maneras estaba el hombre obligado por el pecado: Primero, por la servidumbre del pecado; pues, según se lee en San Juan, “quien comete el pecado es siervo del pecado” (Jn 8,34). Y en San Pedro: “Cada uno es siervo de aquel que le venció” (2 Pe 2,19). Pues, como el diablo venció al hombre induciéndole a pecar, quedó el hombre sometido a la servidumbre del diablo.

–Segundo, por el reato[19] de la pena con que el hombre queda obligado según la divina justicia, y esto es cierta servidumbre, a la cual pertenece que uno sufra lo que no quiere, siendo propio del hombre libre el disponer de sí mismo.

Pues, como la pasión de Cristo fue satisfacción suficiente y sobreabundante por el pecado y por el reato de la pena del pecado del género humano, fue su pasión algo a modo de precio, por el cual quedamos libres de una y otra obligación. Pues la misma satisfacción que uno ofrece por sí o por otro, se dice cierto precio con que a sí o a otro rescata del pecado y de la pena, según aquello de Daniel: “Redime tus pecados con limosnas” (Dn 4,24). Pues Cristo satisfizo, no entregando dinero o cosa semejante, sino dando lo que es más, entregándose a sí mismo por nosotros. De este modo se dice que la pasión de Cristo es nuestra redención”[20].

“Pues del primer modo nunca el hombre dejó de ser de Dios; pero del segundo dejó de serlo por el pecado. Y así, en cuanto el hombre fue libertado del pecado por Cristo, que con su pasión satisfizo, se dice haber sido rescatado por la pasión de Cristo”[21].

El hombre se hace esclavo del demonio por razón de la culpa, pero queda vinculado a la justicia de Dios por razón de la pena. “Por eso la redención es exigida por la justicia de Dios, no por lo que toca al demonio, que ejercía injustamente su imperio sobre el hombre, sin tener ningún derecho a ello. Por eso Cristo ofreció su sangre -precio de nuestro rescate- a Dios y no al diablo”[22].

  1. Eficiencia

         O sea, el poder con que obró la salvación en los hombres: « […] la doctrina de la cruz de Cristo es necedad para los que se pierden, pero es poder de Dios para los que se salvan» (1Cor 1, 18). « […] el poder divino es causa de nuestra salvación eterna, por tanto, la pasión de Cristo obró eficientemente nuestra salvación. La causa eficiente principal de nuestra salvación es Dios. La humanidad de Cristo, que es instrumento unido a la divinidad, hace que todas las acciones y sufrimientos de Cristo obren instrumentalmente, en virtud de que es Dios, la salvación de los hombres. […] La pasión de Cristo, considerada como algo de su carne, convenía a la debilidad humana que tomó; pero considerada como cosa de la divinidad, recibe de esta una virtud [o poder] infinitos: “Lo débil de Dios, es más fuerte que los hombres” (1 Co 1, 25), porque la debilidad de Cristo, en cuanto es debilidad de Dios, posee un poder que excede [infinitamente] todo poder humano»[23].

         ¿La salvación la prodigó de manera física o moral (como una recomendación)?

         Jesucristo es causa de nuestra redención objetiva y subjetiva por vía de causalidad eficiente física, principal en cuanto Verbo de Dios e instrumental por parte de su humanidad santísima como instrumento unido a su divinidad.

         «Fue crucificado según la debilidad» (2 Cor 13, 4) de la naturaleza que asumió, pero en cuanto Dios reporta a nuestra salvación un poder infinito: « […] lo que parece débil en Dios es más fuerte que los hombres» (1Cor 1, 25). Porque la misma debilidad de Cristo, en cuanto Dios, posee un poder que excede todo poder humano, como se ha dicho más arriba.

La salvación realizada por la pasión -que es corporal- tiene un poder espiritual cuya fuente es la divinidad. Toma su eficacia del contacto espiritual por la fe y los sacramentos: «A quien Dios lo constituyó como instrumento de propiciación, mediante la fe en su sangre, para manifestación de su justicia» (Ro 3, 25).

Dice el Apóstol a los corintios: “La palabra de la cruz es el poder divino para los que se salvan” (1 Co 1,18). Más el poder divino es causa eficiente de nuestra salud; luego la pasión de Cristo obró eficientemente nuestra salud.

La causa eficiente es de dos maneras: principal e instrumental. La causa principal de nuestra salvación es Dios. Pero como la humanidad de Cristo es instrumento de la divinidad (ver III, q.2, a.6; III,13, 2.3; III,19,1; III,43,2), por esto todas las acciones, y padecimientos de Cristo obran instrumentalmente, en virtud de la divinidad, la salud humana. Y, según esto, la pasión de Cristo causa eficientemente nuestra salvación”[24].

“La pasión de Cristo, considerada como algo de su carne, convenía a la flaqueza que tomó; pero, considerada como cosa de la divinidad, recibe de ésta una virtud infinita, según la sentencia de San Pablo a los corintios: “Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Co 1,25), porque la flaqueza de Cristo, en cuanto es flaqueza de Dios, posee un poder que excede todo poder humano”[25].

III. Aplicaciones de la redención obrada por Cristo.

«La pasión de Cristo, aunque corporal, posee una virtud espiritual por su unión con la divinidad y por este contacto espiritual recibe eficacia, a saber, la eficacia de la fe y del sacramento de la fe: « […] a Cristo propuso como propiciación por la fe en su sangre» (Ro 3, 25)»[26].

Por la fe informada por la caridad nos ponemos en contacto espiritual y nos aprovechamos, si tenemos las debidas disposiciones en nuestra alma, de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Lo mismo ocurre con la recepción digna de todos los sacramentos, en especial del sacramento-sacrificio de la Santa Misa donde de perpetua el sacrificio de la Cruz, porque como dice el Sacramentario Leoniano:

«[…] cada vez que celebramos

este memorial del sacrificio de Cristo

se realiza la obra de nuestra redención»[27].

         Un estudio a realizar, en mayor profundidad, es considerar cuales deberían ser las características de nuestra espiritualidad eucarística teniendo en cuenta las causas y los efectos de la pasión del Señor, a fin de practicar las virtudes que nos inspira y tener las disposiciones adecuadas. Distinguiendo, a su vez, cuál debería ser en los sacerdotes, en los religiosos y religiosas, y en los laicos.

         Tal vez a alguno le cueste trabajo entender esta hermosa doctrina, pero por lo menos podrá llegar a una conclusión indiscutible: Verdaderamente Cristo me salvó, objetivamente hablando, cosa que me muestra de muchas maneras, por lo tanto ¡debo hacer mía la redención subjetiva, ya que «Dios, que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti»[28]!

         La Virgen María nos ayude a comprender mejor la obra de su Hijo.

[1] San Juan de la Cruz, Obras completas, ¡Oh llama de amor viva, BAC 2005, estrofa 2, 111 y 957-963.

[2] Plegaria eucarística sobre la reconciliación II: «Manus, quam peccatoribus pórrigis» (Misal Romano, Barcelona17 2001).

[3] Santo Tomás, S. Th., III, 48, 5, sed contra.

[4] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, III, 48, 6, ad 3.

[5] Cfr. Santo Tomás, S. Th., III, 48, 1, sed contra.

[6] Cf. Dz 799.

[7] Cf. Dz 552.

[8] Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, III, 48, 1; cf. 48,2, ad 1: aquí habla de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo como de una “persona mística”.

[9] Cf. Dz 550/2.

[10] Cfr. Dz 799.

[11] Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, III, 48, 2.

[12] Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, III, 48, 2, ad 1m.

[13] Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, III, 48, 2, ad 2m.

[14]  Cf. Dz. 122.

[15] Santo Tomás, S. Th., III, 48, 3.

[16] Santo Tomás, S. Th., III, 48, 3, ad 1m.

[17] Santo Tomás, S. Th., III, 48, 3, ad 2m.

[18] Santo Tomás, S. Th., III, 48, 3, ad 3m.

[19] Obligación que queda a la pena correspondiente al pecado, aun después de perdonado.

[20]  Santo Tomás, S. Th., III, 48, 4.

[21] Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, III, 48,4, ad 1m.

[22] Santo Tomás, S. Th., III, 48, 4, ad 3m.

[23] Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, III, 48, 6 y ad 1.

[24] Santo Tomás, S.Th., III, 48, 6.

[25] Santo Tomás, S.Th., III, 48, 6, ad 1m.

[26]  Santo Tomás, S. Th., III, 48, 6, ad 2m.

[27] Misal Romano, Barcelona 2011, Ordenación general del Misal Romano, Proemio, nota 3, p. 25: cf. Sacram. Veronense, ed. Mohlberg, p. 93; además, Misa vespertina de la Cena del Señor, Oración sobre las ofrendas, p. 264 y II Domingo del tiempo ordinario, Oración sobre las ofrendas, p. 375.

[28] San Agustín, Sermo 169, 11, 13