2. La era soviética
En los países donde la influencia de la URSS era predominante (Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Albania, Yugoslavia y la República Democrática de Alemania) la estructura política y económica fue gradualmente reorganizada. Los grupos políticos opositores fueron aislados y eliminados; se expropiaron grandes posesiones de tierra y se impuso la colectivización agraria y la nacionalización de la industria.
El gobierno soviético intentó, dentro de estrictos límites ideológicos, que todos los ciudadanos de las diversas nacionalidades de la URSS participaran en la cultura de una sociedad comunista homogénea. Todos aquellos que siguieran la línea oficialista del PCUS tenían a su disposición una enseñanza libre bajo la forma de escuelas matutinas, de clases vespertinas, de universidades populares voluntarias y de cursos por correspondencia. La influencia comunista obstaculizó el desarrollo de las ciencias sociales, puesto que éstas debían ceñirse y quedar limitadas en el ámbito creativo a la ortodoxia ideológica.
El Estado garantizó en teoría la tolerancia religiosa pero en la práctica era ateo y rechazó la existencia de una religión organizada. Los servicios religiosos estaban restringidos y los creyentes, además de ser relegados en su promoción profesional y educativa, eran sometidos a propaganda antirreligiosa, detenidos, enviados a campos de concentración y asesinados[1].
Stalin mantuvo un control absoluto del Partido Comunista y del Estado soviético hasta su muerte, que tuvo lugar en marzo de 1953. Comenzó de inmediato la lucha por el poder del Partido.
En una sorprendente maniobra realizada en el XX Congreso del PCUS (celebrado en Moscú entre el 14 y 25 de febrero de 1956), diversos líderes comunistas denunciaron la política de Stalin y repudiaron gran parte de lo que representó, en lo que ha sido considerado el punto culminante del proceso de desestalinización. Kruschev fue quien dirigió el más violento ataque a Stalin, al que condenó por haber sustituido un órgano colegiado de poder, propio del marxismo, por un culto a su personalidad que había acarreado unas consecuencias desastrosas para la URSS. Acusó a Stalin de ser culpable de «arrestos y deportaciones masivas de miles de personas y de ejecuciones sin juicios de honestos e inocentes comunistas». También le acusó de no haber preparado una defensa adecuada contra la invasión alemana en 1941 y de mala conducción de la guerra, que costó la muerte innecesaria de «cientos de miles de nuestros soldados»; de «sospechar de manera enfermiza» de sus colegas y de que «evidentemente tenía planes para eliminar a todos los antiguos miembros del Politburó»; así como de ser responsable de la ruptura con Yugoslavia y poner en peligro las «relaciones pacíficas con otras naciones». En la campaña de desestalinización fueron retirados los retratos de Stalin y rebautizadas las localidades que tenían su nombre, reescribiéndose los libros de texto a fin de revisar su reputación.
Kruschev pasó a ser el principal dirigente de la Unión Soviética (URSS) en 1958. Repitió algunas acciones de las que había acusado al anterior dictador, entre otras cosas pidió la expulsión del partido de aquellos estalinistas que se le habían opuesto en 1957.
En 1964, Brezhnev fue nombrado secretario general del PCUS y murió a finales de 1982. Rápidamente fue sucedido en la secretaría general del partido por Yuri Andropov, antiguo jefe de la policía secreta soviética (KGB).
Una pequeña pero persistente corriente de intelectuales, artistas, creyentes y nacionalistas disidentes distribuyeron clandestinamente literatura prohibida por la censura a través de escritos o incluso microfilms, que recibió en conjunto la denominación de samizdat, y llevaron a cabo manifestaciones para conseguir una mayor libertad. Al proceso de desestalinización, entre los años 1955 y 1964 siguió una política mucho más represiva, especialmente tras los intentos de liberalización en Checoslovaquia durante la primavera de Praga, en 1968. En la URSS, cientos de disidentes fueron cesados, detenidos, enviados a instituciones psiquiátricas o a campos de trabajos forzados, acusados de haber cometido acciones consideradas subversivas contra el régimen. Los más distinguidos entre estos abiertos opositores fueron el escritor Alexandr Isáievich Solzhenitsyn y el físico nuclear Andréi D. Sajárov, ambos galardonados con el Premio Nobel, el primero con el de Literatura, en 1970, y el segundo, con el de la Paz, cinco años más tarde. A Solzhenitsyn se le prohibió la publicación de sus obras en la URSS en 1968, y en 1974 fue expulsado por la fuerza del país. Sajárov, por su parte, gracias a su notable reputación científica, pudo eludir durante bastante tiempo medidas represivas contra su persona pero, tras denunciar la intervención soviética en Afganistán en diciembre de 1979, fue aislado al mes siguiente con su deportación a Gorki (actual Nizni Nóvgorod), donde fue puesto bajo arresto domiciliario, situación en la que permaneció hasta diciembre de 1986, fecha en la que pudo regresar a Moscú.
3. La disolución
Yuri Andropov, murió tras una prolongada enfermedad en febrero de 1984. Por su parte, Konstantín Ustínovich Chernenko falleció a los trece meses de ser elegido secretario general del partido, cargo en el que fue sucedido en marzo de 1985 por Mijaíl Gorbachov.
Tras consolidar su poder Gorbachov inició una campaña con el objetivo de reformar la sociedad soviética. Sus planes exigían la perestroika (en ruso, «reestructuración») de la economía nacional y laglasnost (en ruso, «apertura» o «transparencia») de la vida política y cultural. En marzo de 1989 el pueblo soviético participó en las que han dado en ser consideradas las primeras elecciones libres celebradas desde 1917 y eligió un renovado Congreso de Diputados del Pueblo. Este Congreso, convocado en mayo, constituyó el Soviet Supremo y eligió a Gorbachov presidente para un mandato de cinco años.
En un encuentro con el papa Juan Pablo II, celebrado en Roma, Gorbachov prometió garantizar la libertad religiosa en la URSS. La Unión Soviética y la Ciudad del Vaticano acordaron establecer relaciones diplomáticas.
Entre las más importantes novedades de la nueva política soviética, destacó a partir de 1989 la negativa de la URSS a intervenir en Europa del Este en el desarrollo de los movimientos reformistas que pusieron fin a los gobiernos comunistas de Polonia, Hungría y Checoslovaquia y que culminaron en octubre de 1990 con la re-unificación alemana. En febrero de 1990 y en un proceso de deterioro cada vez mayor de la economía soviética, el PCUS acordó ceder su monopolio político. En marzo, cuando Gorbachov era el presidente ejecutivo del país, grupos insurgentes lograron un significativo ascenso en las elecciones locales. Gorbachov había perdido considerable apoyo entre la población por su política interna. El 11 de marzo Lituania declaró su independencia, desafiando las sanciones impuestas por Moscú. Los grupos nacionalistas y los movimientos independentistas también actuaron en otras repúblicas y los estallidos de violencia étnica cada vez se hicieron más frecuentes. El sector duro comunista, en el que se encontraban muchos de los altos cargos del gobierno, dio un golpe de Estado en agosto de 1991, mantuvo a Gorbachov bajo arresto domiciliario e intentó reinstaurar el control centralizado comunista. En tres días los reformistas encabezados por Borís Yeltsin detuvieron el golpe y comenzaron a desmantelar el aparato del partido. Con la URSS al borde del colapso, el Congreso de Diputados del Pueblo acordó el 5 de septiembre establecer un gobierno provisional en el que el Consejo de Estado, encabezado por Gorbachov y compuesto por los presidentes de las repúblicas participantes, ejercería poderes de emergencia. Al día siguiente, el Consejo reconoció la independencia de Lituania, Estonia y Letonia.
La creciente influencia de Yeltsin acabó con la de Gorbachov, y el gobierno de la Federación Rusa asumió los poderes que había ejercido el desaparecido gobierno soviético. El 21 de diciembre de 1991 la URSS dejó formalmente de existir. Once de las doce repúblicas que habían permanecido casi hasta el final integrando el Estado soviético (Georgia había declarado su independencia en abril de ese año), Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguizistán, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Ucrania y Uzbekistán; acordaron crear la llamada, de forma imprecisa, Comunidad de Estados Independientes (CEI). Gorbachov dimitió el 25 de diciembre y al día siguiente el Congreso de Diputados del Pueblo proclamó la disolución de la URSS.
Así resume Solzhenitsyn las consecuencias de esta terrible página de la historia rusa:
«¿Quién no conoce actualmente nuestros males, aunque permanezcan ocultos bajo estadísticas falsas? Tras setenta años a remolque de la utopía marxista-leninista, ciega y maligna de nacimiento, hemos llevado deliberadamente al cadalso… a una tercera parte de nuestra población. Hemos perdido nuestras antiguas riquezas, hemos liquidado a la clase campesina y sus pueblos, hemos apartado a los hombres del sentido de hacer crecer el trigo y a la tierra de la costumbre de dar cosechas, inundándola con mares y pantanos. Con los desechos de una industria primitiva hemos estropeado el entorno de nuestras ciudades, hemos contaminado los ríos, los lagos, los peces y estamos infectando con la muerte atómica el agua, el aire y el cielo, conservando además los vertidos radioactivos de Occidente. En nuestra ruina para futuras usurpaciones bajo unos dirigentes enloquecidos, hemos talado nuestros ricos bosques y hemos saqueado nuestro incomparable subsuelo, esa herencia insustituible para nuestros bisnietos que hemos dilapidado despiadadamente y que hemos vendido al extranjero. Hemos forzado a nuestras mujeres a ejecutar los trabajos más duros, las hemos apartado de los niños, abandonados en su estado de barbarie y de falsa enseñanza[2]. Nuestra sanidad está totalmente desamparada, no hay medicamentos, hace tiempo que hemos olvidado los alimentos sanos y hay millones de personas sin techo, en toda la profundidad del país se extiende la misma impotencia del individuo que carece de derechos, sólo luchamos por una cosa: que no nos prohíban estar continuamente borrachos»[3].
Pero a la vez deja en claro que hay esperanzas:
«Nuestra historia nos parece hoy perdida, pero si nuestra voluntad aplica un esfuerzo verdadero ésta puede empezar ahora, plena de salud, persiguiendo el bienestar interno, dentro de nuestras fronteras, sin derrochar fuerzas persiguiendo intereses ajenos, como hemos podido ver en este repaso histórico. Recordemos una vez más a Uspenski y su opinión sobre la misión de la escuela: “Convertir el corazón egoísta en un corazón compasivo”. Tenemos ante nosotros la tarea de construir una escuela en la que entren en el primer curso los hijos de un pueblo ya degenerado y salgan educados en un espíritu moral. Debemos edificar una Rusia moral y ninguna otra, porque de no ser así ya nada importará. Debemos cuidar y hacer que crezcan todas las semillas de bondad que milagrosamente aún no han sido pisoteadas en Rusia[4] (…) En estos años he conocido personas moralmente sanas –a menudo jóvenes– pero que carecen de alimento espiritual y se esparcen aisladamente por ese vasto territorio… Nuestra única esperanza es precisamente este núcleo sano de gente viva. Es posible que ellos, al crecer, influirse mutuamente y aunar esfuerzos, consigan sanar gradualmente nuestra nación»[5].