ánimos San-Pablo

“… cobró ánimos”

 Uno de los textos que uno prefiere leer y meditar aquí en Sezze está en el último capítulo del libro de los Hechos de los Apóstoles. Habla de Pablo llegando a Roma. «Pasados tres meses –estaba en Malta–,embarcamos en una nave alejandrina que había invernado en la isla y llevaba por insignia los Dióscuros. Arribados a Siracusa, permanecimos allí tres días; de allí, costeando, llegamos a Regio, y un día después comenzó a soplar el sur, con ayuda del cual llegamos el segundo día a Pozzuoli, donde encontramos hermanos, que nos rogaron permanecer con ellos siete días, y así llegamos a Roma. De allí los hermanos que supieron de nosotros nos vinieron al encuentro hasta el Foro de Apio y Tres Tabernas» (He 28,11-15). Y nos narra el texto sagrado que Pablo tuvo allí una experiencia especial, la experiencia que yo pienso tendría que ser la experiencia de todos los que viven aquí en Sezze, o que por razón del peregrinar, también están conviviendo con estas comunidades, aquí en Sezze: «Pablo, al verlos, dio gracias a Dios y cobró ánimos» (He 28, 15).

         Primero «dio gracias a Dios», y en segundo lugar, una cosa muy importante: “cobró ánimos”. Es decir, cuando uno tiene la experiencia de encontrarse, de verlos, ciertamente que en primer lugar tiene que dar gloria a Dios, y también como consecuencia, como sucede con los que están de paso por aquí, “cobran ánimos”. Recientemente los han visitado misioneros de Tayikistán, Ucrania, Perú, China, Sudán, Guyana y de los distintos lados desde donde han venido, sobre todo, en este año del Jubileo.

         ¡Si Pablo cobró ánimos, precisamente no era porque estaba muy pero muy bien! Venía luego de un viaje totalmente fatigoso, venía de haber estado 14 días como él dice “en el fondo del mar”, es decir, en medio de la tormenta donde no se veía absolutamente nada y en donde la nave estaba al garete, no se sabía lo que iba a pasar. Habían salido en contra del consejo de Pablo: “No salgan, que no va a ser el tiempo favorable”1 . Salieron igual, y bueno, vino todo lo que pasó. En medio de la tempestad, Pablo les había dicho: «Mejor os hubiera sido, amigos, atender a mis consejos; nos hubiéramos ahorrado estos peligros y daños. Pero cobrad ánimo, porque sólo la nave, ninguno de nosotros perecerá. Esta noche se me ha aparecido un ángel de Dios, cuyo soy y a quien sirvo, que me dijo: No temas, Pablo; comparecerás ante el César, y Dios te hará gracia de todos los que navegan contigo. Por lo cual, cobrad ánimo, amigos, que yo confío en Dios que así sucederá como se me ha dicho». (He 27, 21). Pero no obstante eso, el Apóstol venía preso, encadenado, captivus Christi y debió pasar situaciones muy difíciles, como naufragar en un día en que «llovía y hacía frío» (He 28, 1), y por eso, cuando llegó y vio a los hermanos, «cobró ánimos».

         Ciertamente que Pablo, ha pasado muy cerca de este lugar, y quien sabe si no ha subido hasta aquí. Muy probablemente lo mismo que luego Pedro. Según los estudiosos se sabe por el relato de los Hechos de los Apóstoles que Pablo viene a Roma en la época de las lluvias, lo que significa que no podía ir de Terracina por la Vía Apia actual, porque era todo pantano, sino que vino muy probablemente por la llamada “Vía Pedemontana”, el camino que está al pie de la montaña. Es el camino que tomamos cuando vamos a Frosinone, y que pasa por aquí, abajo. De aquí tomó ese mismo camino que tomamos nosotros para ir a la Via Apia, y allí, en el Foro Apio, se encuentra con los hermanos; se alegra de verlos, y “cobra ánimos”.

         ¿Y cómo puede ser que un Apóstol tan fogoso como Pablo necesite cobrar ánimos? No hay apóstol por fogoso que sea que no necesite cobrar ánimos. De hecho, la situación, la vida del consagrado, del sacerdote, de la religiosa, es una cosa muy frágil, como es la vida de la Iglesia: ¡muy frágil! La vida de la Iglesia es la Eucaristía, y la Eucaristía es una cosa muy frágil, apenas unos gramos. Se pude pulverizarla sin hacer mucha fuerza. Decía Marcelito que quería ser como “una hostia blanca… y frágil, solo fuerte en Ti”.

         Y así de frágil es la historia de la Iglesia. Son 2000 años. Hace cerca que 2000 años que San Pablo pasó por aquí. Y estaba frágil, tuvo que cobrar ánimos. Por eso es que, habiendo experimentado toda su fragilidad, todo el hecho de ser un recipiente de barro, de arcilla: «llevamos este tesoro en recipientes de barro…» (2Co 4,7), él puede decir, y de hecho lo dice, que la sabiduría de este mundo es locura a los ojos de Dios, pero «la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la flaqueza de Dios, más poderosa que los hombres» (cf. 1Co 1,25).

         Esto lo experimentó. Venía a la capital del Imperio, number one en ese momento, la ciudad más fuerte de la tierra. Las legiones romanas hacían temblar la tierra; conquistaban ciudades y las araban porque ellos estaban convencidos que las ciudades eran propiedades de los dioses manes y lares, era la patria, la tierra de los padres, que estaban enterrados en la tierra, y la daban vuelta, en señal de que ya no la poseían los habitantes conquistados por ellos. Venía a un imperio con tenía una lengua de las más extraordinarias que ha habido en la tierra, con un desarrollo del derecho que todavía hoy sigue siendo luz para las civilizaciones de este mundo, un imperio que extendió sus fronteras prácticamente a todo lo que era el mundo conocido de aquel entonces. Venía a la capital. ¿Entendemos lo que esto significa? Allí estaba el Emperador, estaban todas las legiones romanas, los generales, el Senado, todo el Foro Romano en su esplendor, con gran poder económico, con gran poder político, gran poder cultural… No obstante todo esto, lo mismo viene Pablo, esmirriado, de baja estatura, preso, débil… Sin embargo, él experimenta lo que es la fuerza de Cristo. Hermosamente lo dice en la segunda a los Corintios, cuando le reza tres veces a Dios pidiéndole que pasase esa tentación del ángel de Satanás: «¡Te basta mi gracia, que en la flaqueza llega al colmo el poder!» (2 Co 15, 9). No es una teoría. Lo experimentaba el apóstol de Jesucristo, testigo que vio a Cristo resucitado, que por revelación entendió con toda claridad y con luz meridiana todo el misterio de la Redención, el misterio de la Encarnación, el misterio de la Eucaristía, y, sin embargo, tenía un ángel de Satanás que lo abofeteaba. «¡Te basta mi gracia, que en la flaqueza llega al colmo el poder!»

         Entonces es él el que dice: «Muy gustosamente, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo» (2 Co 12, 9). Gloriarse en las debilidades, gloriarse en el «ser vasija de barro», en el ser pecador «para que habite en mí la fuerza de Cristo». «Por lo cual me complazco en las enfermedades, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones, en los aprietos por Cristo, pues cuando parezco débil entonces es cuando soy fuerte» (ib. 10). Ése es Pablo, ¡el que pasó por aquí!

         Esa debilidad ciertamente la tenemos que experimentar, y de hecho la experimentamos todos. Poca cosa hay en el mundo más débil que un sacerdote. Es un profeta inerme. Sólo tiene el poder de la Palabra de Dios, en tanto que ese “soplo” contacte y conecte con el Soplo de Pentecostés.

         Por eso el sermón del Jueves Santo lo titulé “El sacerdote cuelga de la Hostia que eleva”. El sacerdote cuelga de la Eucaristía, y no tiene otra cosa que la Eucaristía, y fuera de la Eucaristía va a tener tribulaciones, tentaciones, pecados, persecución, calumnia, incomprensión. Lo quise decir así porque, además, quiero expresar que es de esa Eucaristía; no depende de la Eucaristía in genere, ni del Tratado de la Eucaristía, sino de “ésta Eucaristía que celebro hoy”. Porque cuando lo elevo, cuelgo de esa Eucaristía, porque todo mi ser, todo lo mío, cuelga de la Eucaristía.

         El gran misterio de la vocación… ¿qué más frágil que la vocación? ¿Qué dice San Alfonso María de Ligorio? “¿Qué es necesario para perder la vocación?” ¿Qué responde el Santo Patrono de los moralistas?, ¿qué responde el Doctor de la Iglesia? “¿Qué es necesario para perder la vocación? Nada.” ¡Nada! “Una aficionsilla”, dice, el afecto a lo mejor a uno mismo, o al dinero, a una persona, una aficionsilla, a veces una palabra, a veces una mirada, ¡nada!

         Por eso es que somos seres frágiles. En alguna oportunidad dije: “somos como flor de invernadero.” Si la flor de invernadero no se la protege en el invernadero, sobre todo en invierno, muere, y nosotros también. ¿Por qué? ¡Porque se deja de hacer el acto de fe que se tiene que hacer, se deja de creer en Jesucristo, y entonces se pierde ánimo! Y al perderse ánimos en vez de pensar que Él nos dijo: «No temáis, yo soy», uno muchas veces se encierra en sí mismo, se encapsula, porque es una forma de no sufrir. Uno piensa que se protege, pero allí justamente viene la destrucción de uno mismo.

         Creo que debemos pensar siempre esto, y debemos pensarlo también a la luz de la experiencia de estos tiempos. Nunca en la historia de la humanidad, jamás, se dio un régimen tan totalitario, tan brutal, tan perseguidor de Dios y hasta de la misma idea a Dios, (“satánico azote” lo llamó Pío XI), como lo que se ha vivido bajo los regímenes comunistas. Y con todo el poder que tenía, con todo el Ejército Rojo, con toda la KGB, con toda la potencia nuclear, con todo… de un momento para otro, Dios dijo: “¡basta!”. Y se derrumbó por implosión. Lo hemos visto nosotros.

         Personas débiles. María Fix, 9 años de gulag. ¡Cuántos miles y miles murieron en los gulag, sin poder defenderse, sin tener nadie que los escuchase, a veces sin tener quien le diese una sopa caliente en Siberia! El Cardenal Slipyj, después de 18 de prisión en el gulag, sospechó que algo iba a pasar porque le sirvieron por primera vez sopa caliente. Estaba en un gulag en Siberia. A pesar de que era un hombre fuerte, ya no daba más. Estaba en un banco de piedra pensando que ya la muerte iba a llegar.

         Ellos entendieron, como entendieron nuestros hermanos de hace 2000 años al pasar Pablo por acá, que nuestra debilidad es la fuerza de Dios. Eso debemos experimentarlo necesaria y fatalmente. Quien no lo experimenta es porque es un superficial, o es un tonto, porque no es un discípulo verdadero de Jesucristo.

         Lo hemos de experimentar también como Comunidad, como Asociación, como Instituto, como Congregación. Siempre será frágil nuestra situación. Y desgraciado el día en que uno crea que porque nos pusieron dos sellos ya estamos seguros, y sólidos… ¡Tonteras! Los jesuitas tenían todos los sellos y los suprimieron cuarenta años, con lo que significó frenar la evangelización en América, sobre todo en Asia, y en tantos otros lugares.

         Por eso a nosotros, que estamos de paso en Sezze, ya que estamos tan cerquita del Foro Apio, lo cual es una gracia que se tiene por concomitancia, se nos tiene que pegar el hecho de dar gracias a Dios por los hermanos y el cobrar ánimos, sabiendo como dice el Apóstol: «Cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Co 12, 10).

        Y repetir siempre con San Teresa:

“Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
solo Dios basta”.

        ¡María Santísima nos de siempre ánimos!