Queremos referirnos a esta clara palabra del Señor que trae el evangelista San Juan: Sicut misit me Pater, et ego mitto vos (Jn 20,21).
1º El concepto de envío o misión (missio) incluye dos cosas:
- a) una, es la relación del enviado a quien lo envía, lo cual manifiesta que el enviado procede, de alguna manera, de quien lo envía;
- b) otra, es la relación del enviado con el término de su envío o misión. Es enviado para que comience a estar allí donde se lo envía.
Como el Padre me envió, así os envió yo.
Relación de origen.
Esto debemos aplicarlo al envío que hace el Padre del Hijo, y al envío que hace el Hijo de sus apóstoles, o sea, nosotros. Así el hecho de que el Hijo fue enviado por el Padre al mundo, incluye, por un lado, la relación de origen al que le envía -el Padre-, y, por otro, implica un nuevo modo de estar visible en el mundo por la carne. Así el hecho de que nosotros somos enviados por el Hijo al mundo, incluye, por un lado, una relación de origen al que nos envía -el Hijo-, y, por otro, implica un nuevo modo de estar nosotros en el mundo, que «es la radical novedad cristiana que deriva del Bautismo… regenerados como hijos en el Hijo… miembros de Cristo… templos vivos y santos del Espíritu… (participantes) en el triple oficio -sacerdotal, profético y real-…» (cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, nº10/14). De ahí que el cristiano que no obra de un modo nuevo no puede decir que actúa como enviado.
Cómo el Padre me envió, así os envío yo.
Relación de término.
2º El envío divino (missio) significa, además, que el que envía da al enviado todo lo necesario para que pueda cumplir con la misión encomendada. Es lo que enseña Santo Tomás de Aquino respecto a lo que el Hijo recibió del Padre, ya en la generación eterna, para el envío temporal: «En lo que se refiere al origen de las Personas divinas debe tenerse en cuenta cierta diferencia. Algunos términos en su significado… junto con la referencia al principio, designan el término temporal, como misión y donación… Y así, el Hijo procede eternamente para ser Dios y temporalmente para ser también hombre, según la misión visible…»[1]. Así como el Hijo recibió del Padre todo lo necesario para que fuese posible la misión, de manera parecida, nosotros recibimos de Cristo lo necesario para que sea posible nuestra misión.
Como el Padre me envió, así os envío yo.
Así se perpetúa su acción y misión.
3º Esta es la palabra decisiva que revela al Hijo perpetuando su acción y su presencia en la Iglesia. Así también se expresa en Jn. 17,18: «Como Tú me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo».
¡Esta es una declaración capital, esencial, en ella le va el todo a la Iglesia! ¡Que la misión de Cristo se perpetúe a través de los Apóstoles, define el misterio de la Iglesia!
La fuerza de este texto reside, en gran parte, en el adverbio como que en sentido comparativo denota idea de semejanza, y significa «del modo que», o «de la manera que». «Frecuentemente indica la norma o el ejemplo, así como la conformidad de la obra con el vaticinio o el mandato: así como, del modo que, como, como… así…»[2]
Como el Padre me envió, así os envío yo.
Lo envía por amor a nosotros.
4º San Gregorio Magno lo entiende del amor con que el Padre envía al Hijo para sufrir la Pasión y del amor con que el Hijo nos envía al escándalo de la persecución:
«Ciertamente el Padre envió al Hijo, a quien constituyó Redentor del género humano por medio de la Encarnación. Así dice: Así como me envió el Padre, yo os envío. Esto es, al enviaros en medio del escándalo de la persecución, os amo con la misma caridad que me amó el Padre, quien me envió a sufrir la Pasión»[3].
En el mismo sentido enseña Santo Tomás: «Así como el Padre, amándome, me envía al mundo para sufrir la Pasión por la salvación de los fieles (cf. 3,17), así yo, amándoos, os envío a vosotros para soportar las tribulaciones por mi nombre: He aquí que os envío como ovejas en medio de lobos (Mt 10,16)» (Super Evangelium S. Ioannis lectura, XX, 21, nº 2537).
Como el Padre me envió, así os envío yo.
El Padre habla por mí, yo por ustedes.
5º Así como el Padre habla por el Hijo, que es su Verbo, su Palabra (cf. Heb 1,1-2), el Hijo habla por sus apóstoles. Dicho de otra manera, el Padre nos habló por su Hijo (Heb 1,2), el Hijo nos habla por sus enviados: El que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha, a mí me desecha, y el que me desecha a mí desecha al que me envió (Lc 10,16). La Palabra de Cristo se hace presente en el mundo por medio de sus enviados, por eso un autor eclesiástico afirma que es como si Cristo dijese: «Así como el Padre me enseñó para enseñaros a vosotros, así yo os envío para que enseñéis a los demás». Les dio el oficio de enseñar.
Como el Padre me envió, así os envío yo.
El Padre me dio poder, yo les doy a ustedes.
6º Así como el Padre le dio poder al Hijo para reconciliar a los hombres con Dios: Dios, que por Cristo nos ha reconciliado consigo… (2Co 5,18), el Hijo da poder a sus discípulos para que hiciesen las paces entre Dios y los hombres: nos ha confiado el ministerio de la reconciliación… puso en nuestras manos la palabra de reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo (2Co 5,18-20).
Por eso dice San Cirilo: «A la manera que Cristo no buscaba a los justos, así también envía a los apóstoles para exhortar a los pecadores a la penitencia»[4]. Les dio el poder de santificar.
Como el Padre me envió, así os envío yo.
Enseño por autoridad del Padre, ustedes por mi autoridad.
7º Así como el Padre dio autoridad al Hijo para que obrara en su nombre:
– no puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre.
– lo que el Padre hace, lo hace igualmente el Hijo.
– el Padre ama al Hijo, y le muestra todo lo que El hace.
– como el Padre resucita… el Hijo a los que quiere les da la vida.
– como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo.
– el Padre… ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar.
– para que todos honren al Hijo como honran al Padre.
– El que no honra al Hijo no honra al Padre, que lo envió. (cf. Jn 5,19-26), así el Hijo dio autoridad a sus apóstoles para que obraran en su nombre. La autoridad de Cristo, por los discípulos, gobernará la vida de la Iglesia: En verdad os digo, cuanto atareis en la tierra será atado en el cielo, y cuanto desatareis en la tierra será desatado en el cielo (Mt 18,18).
Les dio el poder de pastorear.
Y así los enviados de Cristo son constituidos instrumentos de Cristo que enseña, santifica y gobierna.
Como el Padre me envió, así os envío yo.
Soy enviado por la autoridad del Padre, ustedes lo son por mi autoridad.
8º Además, se compara la potestad de Cristo con la del Padre. Como si dijera: «No tengo menos potestad para enviaros que la que tuvo El para enviarme a mí». Por eso: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues, enseñad a todas las naciones… Yo estaré con vosotros siempre… (Mt 28,18-20). Dijo os envío yo (Jn 20,21) con igual autoridad que mi Padre.
Debemos aclarar que el poder que Cristo recibe del Padre al ser enviado, lo recibe como igual por un igual, y que el que Cristo dio a los enviados al enviarlos, es como del superior al inferior haciéndolos vicarios suyos: a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos (Jn 20,23), que cuanta autoridad había recibido del Padre otra tanta, análogamente, les daba El y no hay otra mayor que perdonar pecados.
Hay que hacer notar que en esta semejanza de potestad -del Padre al Hijo, del Hijo a nosotros- existe la diferencia que hay entre el rey y su embajador. Cristo como hombre recibió del Padre un poder participado que, sin embargo, tenía por naturaleza, por ser Dios; nosotros sólo poseemos ese poder por concesión. Además, Cristo era legado de sí mismo; nosotros, no de nosotros mismos, sino de Cristo.
Como el Padre me envió, así os envío yo.
Cristo se hace presente en el que envía.
9º Todavía debemos agregar más. En virtud de su mandato el mismo Cristo se hace presente en el que Él envía: En verdad, en verdad os digo que quien recibe al que yo enviare, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe a quien me ha enviado (Jn 13,20).
Se hace presente por el poder eucarístico que les confiere a los Apóstoles y a los que ellos por la imposición de manos confiriesen el Orden: Haced esto en memoria mía (Lc 22,19; 1 Co 11,24); y se hace presente por su asistencia ininterrumpida: Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo (Mt 28,20).
Como el Padre me envió, así os envío yo.
Es un envío en el Espíritu Santo.
10º Por último, debemos decir que este envío que el Hijo hace de nosotros es un envío en el Espíritu Santo, ya que Cristo: Diciendo esto (“como el Padre me envió, así os envío yo”), sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo (Jn 20,22) y, también, aparecen en San Lucas: Yo os envío la promesa de mi Padre… (24,49).
Como enseña Juan Pablo II en la Carta encíclica Redemptoris Missio: «Fin último de la misión es hacer partícipes de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo; los discípulos deben vivir la verdad entre sí, permaneciendo en el Padre y en el Hijo para que el mundo conozca y crea (cf. Jn 17,21-23)»[5]. Eso es posible porque: «El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misión ad gentes…»[6]
De ahí la confianza inconmovible que debemos tener, a pesar de nuestras limitaciones y pecados, entregándonos totalmente a la misión. ¡Es Cristo quien elige y envía!: No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto (Jn 15,16).
Por tanto, no hay que tener ningún temor por muy dificultosa que sea la empresa, no hay que arredrarse ante ningún obstáculo, no hay que tener miedo a los peligros que no faltarán, no hay que ser «esquivos a la aventura misionera» (Santo Toribio de Mogrovejo).
Esperamos que se siga cumpliendo la profecía de Don Orione: «De Argentina saldrán misioneros…»[7], y que los miembros de nuestra familia religiosa estén en primera línea en esta tarea.
De por medio está la palabra de Jesucristo, el único que tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68). Y la Virgen, primera misionera después de su Hijo.
Carlos M. Buela
Villa de Luján, 15/06/1993.
[1] Santo Tomás de Aquino, Suma de teología, I, q. 43, a. 2: «in his quae important originem divinarum Personarum, est quaedam differentia attendenda… Quaedam enim in sui significatione… cum habitudine ad principium, important terminum temporalem, sicut “missio” et “datio” […] nam Filius ab aeterno processit ut sit Deus; temporaliter autem ut etiam sit homo, secundum missionem visibilem».
[2] Franciscus Zorell S.J., Lexicon graecum Novi Testamenti, Editrice Pontificio Istituto Biblico, Roma 1990, columna 637.
[3] San Gregorio Magno, In Evangelium S. Ioannis, homilía 25.
[4] Juan de Maldonado, Comentarios a los cuatro Evangelios. Evangelio de San Juan, BAC Madrid, 1954, pág. 955.
[5] nº 23.
[6] nº 21.
[7] Juan Carlos Moreno, Vida de Don Orione, Ed. Dictio, 1980, pág. 258.