En medio del Sermón del Pan de Vida nos encontramos con esta pregunta, con la que discutían entre sí los judíos. Pregunta es la proposición que uno formula para que otro (en este caso, Jesús) la responda.
Discutían entre ellos, porque no reinaba la verdad entre ellos. Examinan minuciosamente lo que Jesús enseña, investigan puntualmente sus circunstancias, cada uno expone su opinión y, a su vez, impugna la contraria, pero en algo están de acuerdo… “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (Jn 6, 52).
Están de acuerdo en el “¿cómo?” de la duda racionalista, es decir, es el “¿cómo?” de la razón que “a priori” se cierra a lo sobrenatural. No es el entender que busca la fe, no es la fe que busca entender. Es un “¿cómo?” opuesto diametralmente al “¿cómo?” de María: “¿Cómo sería posible si yo no conozco varón? (Lc 1,34); un “¿cómo?” opuesto al de un auténtico teólogo católico. La misma pregunta, pero de dos diversas y adversas actitudes del alma: la soberbia y la humildad. Uno termina en el rechazo: “¡Duras son estas palabras!” (Jn 6,60), la otra termina en la adoración: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).
“¿Cómo puede…?” preguntaron por la posibilidad y por el poder. ¿Ya se olvidaron que con cinco panes de cebada dio de comer a unos cinco mil hombres? (cfr. Jn 6, 5-14). Si es Dios ¿cómo no darse cuenta que para Él “nada es imposible”? ¡Puede! y ¡puede todo lo que quiere! Con voluntad eficaz, omnipontente, omnímoda, libérrima, decidida y enérgica.
“¿…éste…?”: aquí se juntan duda más desprecio. Ni siquiera lo nombran con nombre propio…“éste…”: un hombre impotente y de baja condición: “el hijo del carpintero” (Mt 13,55). En otra oportunidad dirán: “No queremos que éste reine” (Lc 19,14).
Pongámonos en el pellejo de quienes no creen que Cristo es Dios. Para hacerlo más difícil, imaginemos que la bruja de aquí enfrente nos dijese: “El pan que yo daré es mi carne…” (Jn 6,51).
Aunque te inviten a comer… un asado de carne dura de vieja redomada, ¿irías?
“¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
* Con mucha dificultad -es casi imposible- podría darnos otras carnes… y dice que nos quiere dar la suya.
* Quiere dárnosla para comer precisamente … si fuese para otros usos, para cuidarla, para contemplarla, para tocarla… pero, ¡para comerla!
* O si había que comerla forzosamente, que sólo fuera una parte…
* O toda su carne, si insiste, pero a unos pocos hombres… pero no, era a “todo el mundo”, o sea, a todos los hombres. Ni aún partiéndose en pedacitos todo el cuerpo sería bastante para el género humano y una vez consumida se acabaría la religión al faltarle la víctima.
* Puede ser que ellos -los judíos- pensasen que era una propuesta absurda y ofensiva de las prescripciones de la misma ley, al creer que deberían comer a Cristo en especie propia (lo que sería antropofagia) y no en especie ajena, esto es, sacramental.
Ciertamente que Jesucristo está ante quienes quieren carnalizar sus palabras: “Vosotros no me buscáis porque yo hice milagros, sino porque comieron pan hasta saciarse” (Jn 6, 26), lo buscan sólo por ventajas temporales (lo que pretenden algunos de posturas tercermundistas y liberacionistas). ¿Por qué carnalizan? Porque interpretan en sentido terrestre, inferior, natural, lo que en la mente de Dios es celeste, superior, sobrenatural.
“¿Cómo puede…darnos…su carne?”. Para que la comamos, la consumamos, la digiramos (según ellos pensaban), sin quedarse Él sin ella. Si se queda sin ella, ¿cómo seguirá viviendo?; y si no sigue viviendo, ¿cómo la dará?
Gran impiedad muestran, ya que reclaman contra Dios. No preguntemos nosotros ¿cómo? al modo de ellos “sino concedámosle a Él la habilidad y técnica de su trabajo”, dice San Cirilo[2].
No seamos como “muchos de sus discípulos (que) dijeron: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas? (Jn 6,60). Dice el Evangelio que “desde entonces muchos de sus discípulos se alejaron y ya no le seguían. Y Jesús dijo entonces a los doce: «¿También vosotros queréis iros? Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna»” (Jn 6, 66-68).
Ante los grandes misterios de Dios sencillamente confesemos como Santo Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28).
[1] Citamos libremente a Juan de Maldonado, S.J.,Comentarios a San Juan, BAC, Madrid, 1954, T.III, pág. 412-413.
[2] Citado por Maldonado quien comenta que San Cirilo: “Muchas razones acumula…contra los judíos comentando el adverbio cómo, lo mismo que Crisóstomo, Leoncio, Teofilacto y Gaudencio”.