vida

Compromiso con la Vida

Homilía predicada por el p. Carlos Miguel Buela en la Solemne Vigila Pascual, Sábado Santo 3 de abril de 1999, en el Seminario Mayor María Madre del Verbo Encarnado.

     Queridos hermanos y hermanas:

¡Qué grandiosa es esta solemne Vigilia, que es la madre y reina de todas las Vigilias!

    ¡Qué desborde de elementos variados! El fuego, el cirio pascual, los demás cirios, los textos bíblicos, el agua, las luces, las campanas, las oraciones, el incienso, los cantos, los aleluyas que se van como descolgando en cascadas … todo esto porque un día como hoy, Cristo ¡resucitó!

     Por eso pascua. Pero también la octava de pascua, es decir no solamente ahora, hoy y mañana sino toda la semana hasta el domingo in albis, que es el II domingo de Pascua. Además su cincuentena: todo el tiempo pascual es como un gran Domingo, es una gran Fiesta. Es la Fiesta de la Vida. Celebramos en este tiempo lo que anunció con toda claridad nuestro Señor y que lo cumplió; el cumplimiento de lo que Cristo había dicho de sí mismo: «¡yo soy la resurrección y la vida!»  (Jn 11, 22).

    Por eso, estos son días propicios para examinar nuestro compromiso con la vida. Y con la vida en todas sus manifestaciones: la vida de los seres animados; la vida humana en todas sus formas como vida del cuerpo, la vida del alma, la vida de la inteligencia, la vida del corazón, la vida cultural, la vida social, la vida del trabajo, del arte, etc., la vida de la gracia, la vida espiritual. Y en todo lo que hace a la vida en su inicio, en su desarrollo, en su propagación, los obstáculos que debe sortear, lo que debe multiplicarla, etc.

    En este día me parece que puede ser de provecho reflexionar acerca de un aspecto de la vida de la Iglesia, vida que llega a nosotros justamente por la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, ya que la gracia que Él ganó con su muerte y resurrección, hace a la vida de la Iglesia en su conjunto.

 I

     Hoy día todas las formas de vida se encuentran seriamente amenazadas. Es una amenaza que tiene dimensiones planetarias. Esa amenaza es bien concreta. Tiene nombre y apellido. Es la llamada «cultura de la muerte» que, despiadadamente, lo está invadiendo todo: hasta el santuario del hogar.

    La cultura de la muerte es una suerte de religión invertida; es una ideología y como toda ideología «es una religión laica con pretensiones totalitarias», como las llamó Pablo VI.1 Tiene sus sacrificios con la muerte de tantos no nacidos; sus ministros que predican las excelencias de su nihilismo, de la nada; sus escritores que multiplican pseudo argumentos para seducir a los incautos; sus símbolos; sus cantos; y en última instancia, su dios: Satanás que «es homicida desde el principio… –enemigo de la vida–  (y) …es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8, 44).

    La cultura de la muerte que nos invade tiene mil rostros, pero es reconocible. Nunca deja de mostrar su cola serpentina. Se la ve en las campañas montadas a favor del aborto, de los anticonceptivos, del divorcio vincular, de la eutanasia, de las parejas gay, de que ellos puedan adoptar niños, etc., etc., etc.

    La televisión les abre amplio crédito, les da voz y sonido, capaces de ahogar en su cháchara imbancable hasta el mismo sentido común. Instala un tema en el auditorio y el sólo hecho de que lo instala ya lo hace aceptable para muchos, aunque sea repugnante.

 II

    No somos  inmunes a estos manejos los  miembros humanos de la Iglesia. También la «cultura de la muerte», en distintos grados, en distintas responsabilidades, penetra en los ambientes eclesiásticos. Se siguen cerrando Seminarios que otrora eran muy nutridos, como el Seminario de Azul que acaban de cerrar. Lo mismo hay que decir de noviciados y estudiantados religiosos. El P. Ignace de la Poterie, que nos visitó el año pasado, nos decía que había un sólo novicio Jesuita en los Países Bajos. Hace quince días nos visitó Mons. Zalba, Obispo de Camaná, en Perú, quien nos contó que de los muchos noviciados que los dominicos tenían en España, muy poblados, en la actualidad sólo tienen uno y con apenas 4 novicios. Hay muchas parroquias sin párroco. Muchas poblaciones sin asistencia pastoral permanente. A nosotros son innumerables los pedidos de sacerdotes que nos hacen Obispos de todas partes. Pero a pesar que esa es la realidad, a pesar de lo difícil de la situación, pareciera que en muchos lados no se arbitran remedios eficaces. A pesar de las declaraciones en contrario, de algunos, sigue creciendo el número de los que se pasan a las sectas y sigue decreciendo en muchas partes el exiguo número de los que participan de la Misa dominical.

     Como decía el Papa en Santo Domingo: «…el avance de las sectas pone de relieve un vacío pastoral, que tiene frecuentemente su causa en la falta de formación, lo cual mina la identidad cristiana y hace que grandes masas de católicos sin una atención religiosa adecuada –entre otras razones por la falta de sacerdotes– queden a merced de campañas de proselitismo sectario muy activas. Pero también puede suceder que los fieles no hallen en los agentes de pastoral aquel fuerte sentido de Dios que ellos deberían de trasmitir con sus vidas».2

     En rigor, estos fenómenos que acabo de describir así, rápidamente, y que observamos con preocupación, vienen gestándose desde hace tiempo. Como enseña la Sagrada Escritura: «quien siembra vientos, recoge tempestades».

     Hablaba en su época Pablo VI de la «autodemolición de la Iglesia», y decía que «por alguna fisura ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios».3 Además decía a los católicos de Milán: «nosotros percibimos que las riquezas de las tradiciones religiosas se hallan amenazadas de disminución y de ruina, amenazadas no sólo del exterior sino también del interior; en la conciencia del pueblo se modifica y se disuelve la sana mentalidad religiosa y la tradicional fidelidad a la Iglesia… (esto aparece comprometido) …por algún cambio radical e irresistible que sustituye a la concepción de la vida de nuestro pueblo, otra concepción que no se puede definir, sino con el término ambiguo de progresismo; el no es ya cristiano ni católico».4 Y como dice el dicho: «de tales polvos, tales lodos».

     El error fundamental del progresismo cristiano es hacer que el católico se subordine, se sujete a lo que piense el mundo, al espíritu del mundo, subordinándose entonces, arrodillándose ante el mundo en vez de arrodillarse solamente delante de Dios Uno y Trino.

 III

     Tenemos que ser muy humildes y dejar de jugar al avestruz, que cuando se ve en peligro mete la cabeza bajo tierra creyéndose salvado por no ver el peligro.

    Y en este día y sobre este tema, quiero referirme al acto de caridad que nos ha hecho a los católicos un hermano separado. Se trata de un intelectual episcopaliano norteamericano, Thomas Reeves, quien dirige un mensaje a los católicos a través de un libro reciente titulado «The Empty Church: The Suicide of Liberal Christianity» («La Iglesia vacía: el Suicidio del Cristianismo Liberal»). En síntesis, el mensaje que hace es éste: «descubran que cosa nos destruyó y no cometan los mismos errores». La noticia apareció en el boletín de la Agencia Aica, fundada por la Conferencia Episcopal Argentina.5

     La idea de escribir la obra nació luego que Reeves llegara a un estado de total desolación al ver cómo los templos de su denominación, episcopaliana, se vaciaban de fieles al paso del tiempo y al ritmo de las «reformas» impulsadas por sus líderes. Golpeado por la experiencia, decidió hacer un recuento de los males que llevaron a este estado de cosas a su denominación y a otras iglesias cristianas norteamericanas. «por lo menos puede servir de advertencia», dice Reeves.

     En una entrevista concedida al Catholic Herald de la arquidiócesis de Milwalkee, Reeves dijo sin ambages: «Todavía no es tarde para que ustedes los católicos vean lo que pasó con las iglesias protestantes y hagan exactamente lo contrario: mantengan la fe y obedezcan al Papa». Paradójicamente, las declaraciones fueron hechas al semanario de una diócesis gobernada por el obispo benedictino Rembert Georges Weakland, uno de los que más promueve el «disenso» con la santa sede. (hace poco hubo también un episodio aquí, en la Argentina, de un obispo argentino hablando mal del Papa).

     Lo curioso es que este escritor que no es católico, nos dice que mantengamos la fe, obedezcamos al Papa, Reeves no es un especialista en religión, sino un gran profesor de historia de la Universidad de Wisconsin-Parkside… «escribí este libro –dice Reeves– porque estoy viendo cómo mi iglesia muere a mi alrededor, quiero hacer un llamado a los miles de fieles de las denominaciones liberales a que despierten».

     El libro, según los comentaristas, «es al mismo tiempo una cuidada historia del protestantismo norteamericano tradicional del último siglo y una crítica al estado actual de las iglesias protestantes». Además de su propia denominación, Reeves pasa revista a los bautistas, los luteranos, los metodistas, y otras iglesias menores.

     Reeves dice que «todas estas denominaciones tienen algo en común: la caída en picada en el número de miembros y en el número de participantes en las celebraciones litúrgicas».

     Según el autor, «la tesis de que estas iglesias se han “adaptado” es insostenible. En realidad el mejor calificativo es “estancadas en los años 60”, porque tanto en asuntos políticos como en culturales, sus líderes prefieren mantenerse encerrados en la ideología de los años de la guerra de Vietnam». ¿qué es lo que pasa? Resulta que se creen de avanzada y resulta que están en la edad de piedra, repitiendo viejos errores creyéndose ellos que son los grandes renovadores de la religión.

     Sigue diciendo: «sin una Biblia ni una tradición eclesial que provea una autoridad espiritual y ética confiable –porque la Biblia se convierte en una palabra humana–, los cristianos liberales se dejaron llevar por el flujo de los acontecimientos en el mundo secular», explica el historiador. Y en términos de enseñanza moral, las iglesias protestantes tradicionales, «sucumbieron a los peores males de aquel período al aceptar el aborto y la conducta homosexual», dice Reeves, quien también lamenta «el relajamiento de las enseñanzas tradicionales sobre el divorcio y nuevo matrimonio, especialmente entre los pastores».

    Finalmente, este autor hace un llamado a la renovación de la recta teología como única manera para rejuvenecer a las desfallecidas denominaciones protestantes tradicionales. Es muy interesante. Respecto del recurso de la Biblia, señala que «la ortodoxia no es el fundamentalismo de creer en la inerrancia de cada palabra de la Biblia, incluso fuera de su contexto», pero recuerda que en realidad los excesos en materia bíblica se dieron más por el lado de los teólogos protestantes que «han hecho demasiadas concesiones al racionalismo secular por temor a ser considerados fundamentalistas». Por miedo de que le digan atrasados, renunciaron a las verdades de fe. Según Reeves, la recta teología es la que «se centra en Jesucristo y al mismo tiempo evita la intolerancia». Y como modelos de esta actitud muestra a Juan Pablo II, de quien dice textualmente «que viajó por el mundo entero promoviendo la paz y la compresión», y a la Madre Teresa de Calcuta, «que amó y sirvió a los moribundos en una nación mayoritariamente hindú».

   Reeves confiesa que admira a la Iglesia Católica porque la ve como algo «firme, visible y con autoridad, una institución que le dice claramente a sus miembros qué cosas deben creer. El mundo secular odia eso, pero ignora lo que dicen los teólogos protestantes liberales».

     Reeves concluye su entrevista periodística con esta advertencia: «Todo lo que los sacerdotes, monjas y teólogos católicos radicales y liberales (los progresistas) reclaman, la tenemos los episcopalianos… y estamos muriendo».

 IV

     Queridos hermanos y hermanas: Nuestra opción por Jesucristo implica necesariamente nuestro compromiso con la vida. Debe ser un compromiso inteligente y valiente, y en cierto modo martirial, como lo estamos viendo.

      Tenemos que tener la inteligencia para hacer lo contrario que vemos, por ejemplo, en quienes no tienen vocaciones, y a pesar de los pesares, a pesar de que dan lecciones de qué hacer con las vocaciones y sobre tantas otras cosas que ni saben ni sabrán, como quienes hablan mucho de comunión eclesial y son los primeros en discriminar, llevados por su ideología progresista. Que esto es tan antiguo como la Iglesia.

      Como dice San Gregorio Magno: «En la Iglesia hay algunos que no sólo no hacen el bien, sino que persiguen el bien que hay en los otros. Y lo que ellos mismos desprecian de hacer lo detestan también en los otros; el pecado de éstos no es de debilidad o de ignorancia, sino de mala intención contra el Espíritu Santo».6

      ¡No tengamos miedo! Cristo ha resucitado, ha vencido a la muerte, la muerte no tiene ningún poder sobre Él ni sobre los que son de Él. La muerte no tiene poder, ni la cultura de la muerte por más que haga mucho ruido, como las nueces. El bien no es tan sonoro; sin embargo, es muchísimo más fuerte.

    ¡Comprometámonos, entonces, con todas nuestras fuerzas en favor de la cultura de la vida! Que la Santísima Virgen, que como nadie entendió lo que era llevar la Vida en su seno y fue primera testigo de la Resurrección, haga de nosotros valientes apóstoles de la vida, que demos testimonio de la misma y que la sepamos defender con valentía.

 NOTAS

(1) Cf. Carta Octogesima Advenies, 28; cit. en Documento de Puebla, 536.

(2) Discurso inaugural del Santo Padre Juan Pablo II en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 12 de octubre de 1992, n.12.

(3) 29 de junio de 1972; cf. L’Osservatore Romano, año 112, nº 150, 30 de junio-1 de julio de 1972.

(4) Mensaje del 15 de agosto de 1963.

(5) A.I.C.A., 24 de mayo de 1999, nº 2205.

(6) «Et beatus Gregorius dicit: «sunt nonnulli in Ecclesia qui bona non solum non faciunt, sed in aliis bona persecuntur et quae ipsi facere negligunt in aliis detestantur; horum non ex infirmitate aut ignorancia, sed ex certo studio peccatum est in Spiritum Sanctum». (Citado por Santo Tomás de Aquino en el Sermo II, pars. II); cf. Catena Aurena in Joannem, 15, 7; edición en castellano:  Catena Aura. San Juan, t. 5, Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, 1946, p. 361.