cristo

Cristo es el último en vencer

  1. Situación actual

Es una grave realidad en el mundo de hoy el avance aparentemente incontenible del Anticristo como vemos por el auge de la mentira, la cantidad de muertes de inocentes no nacidos, el odio y la guerra que brotan en distintos lugares del planeta.

También es una realidad que en los países de antigua cristiandad los cristianos somos pocos -cada vez menos-, pero también es una realidad que Cristo es Dios, y es Rey, y es Juez, y que «cuando parecemos débiles, entonces es cuando somos fuertes» (cfr. 2Cor 12,10).

  1. Dios puede dar la victoria.

No olvidemos las lecciones de la Sagrada Escritura y de la historia: «Dios puede dar la victoria con muchos o con pocos» (1Sam 14,16) y generalmente, la da con pocos.

  1. Recordemos el sueño del rey Nabucodonosor, interpretado por el profeta Daniel, en que había visto «una grande estatua, de elevada estatura…de presencia espantosa…cabeza de oro; pecho y brazos de plata; vientre y muslos de cobre; piernas de hierro; pies de hierro y barro…una piedra se desprende del monte, no lanzada por la mano, que hirió a la estatua en los pies… y la desmenuzó…y no quedó nada de ella» (Dan 7,31 y ss.). Según la interpretación más común la piedra es Jesucristo, el Buen Pastor, que destruirá al Anticristo con su Segunda venida.
  2. Recordemos la ocasión en que los madianitas penetraron en toda la llanura del Esdrelón y Gedeón, con 32.000 hombres, quiere salir a combatirlos, pero Dios le dice: «Tienes demasiada gente… no sea que vayan a enorgullecerse a costa mía diciendo: ‘ha sido nuestra mano la que nos ha librado’. Diles que los que tengan miedo se vayan». Se fueron 22.000 quedando tan sólo 10.000 hombres. Dios insiste: «Todavía es demasiada gente. Diles que se vayan a tomar agua… sólo los que la laman, como los perros, quedarán contigo». Tan sólo quedaron 300. Y esos pocos al grito de «¡Por Dios y por Gedeón!» derrotaron totalmente a los poderosos madianitas (cfr. Jue 7).
  3. Recordemos el hecho de David y Goliat. El gigante «cubría su cabeza con un casco de bronce y llevaba una coraza escamada de bronce… botas de bronce… escudo… lanza… espada… escudero». Y desafiaba e insultaba «al ejército de Dios vivo» y, por tanto, al mismo Dios. Sólo David, «un niño», con algunas piedras y una honda, lo enfrenta, pero con gran fe pues dice «Dios me librará de las manos de este filisteo». Goliat «miró a David y lo despreció», David le dice: «Tú vienes a mí con espada, lanza, escudo, pero yo voy contra ti en el nombre de Dios…y sabrán todos que no por la espada, no por la lanza, salva Dios, sino porque Él es el Señor» (1Sam 17). Y venció el pequeño David.
  4. En fin, recordemos por último, que Dios salvó al mundo por la locura de la Cruz, «más sabia que la sabiduría de los hombres… y más fuerte que la fortaleza de los hombres» (1Cor 1,25). Y Dios siempre triunfa así, con medios débiles y pobres, por eso como dice el P. Nicolás Mascardi S.J., mártir: «Elige a los hombres más miserables y despreciados para confusión de los fuertes, para que tanto más luzca el poder de la divina mano, cuanto más vil es el instrumento de que se sirve».

Grande es el mal en el mundo, pareciera que el Diablo anda suelto (cfr. Ap 12,12), pero el triunfo es de Dios y de los que son de Dios. Por eso, con la mismísima certeza teologal con que creemos que Jesús, como Buen Pastor, murió en la cruz por nosotros, debemos creer que es de Jesús la victoria final.

  1. Juan Pablo II derrotó a un poder diabólico, con la fuerza de su palabra: «No tengáis miedo», eco solemne de la de Jesucristo (Mt 10,26; 10,28; Mc 5,36; Lc 8,50; 12,4; 12,7; 12,32; He 18,9; 27,24; 1Pe 3,14; Ap 2,10)
  1.  Cristo y el Anticristo, hoy… ¡mis palabras no pasarán!

Se está desarrollando ante nuestros ojos un duelo gigantesco, entre el bien y el mal, entre Dios y el Diablo, entre Cristo y el Anticristo.

Pero en este duelo no solo somos espectadores, sino también actores, ya que esta guerra adquiere dimensiones planetarias y de suyo cada uno de nosotros debe optar -y de hecho opta- por uno de los dos bandos, como lo había profetizado el Señor: «El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12,30; Lc 11,23).

  1. 1. Hay que asumir las responsabilidades cristianas

¡No hay término medio! ¡Con Cristo o contra Él! Optan aún los que no quieren optar, los indiferentes, los que creen que esto no les toca, porque al no adherirse con todas sus fuerzas al bien y a la verdad, no luchan contra el mal y la mentira, trabajando en consecuencia para estos últimos, según aquello de que «el diablo a quién no pueda hacer malo lo hace estúpido». ¡No hay término medio! ¡Con Cristo o contra Él! Ya optaron, también, los que cierran los ojos a la realidad, los que se tapan los oídos para no oír, los que no quieren pensar para no entender, en una palabra, los que siguen la estrategia del avestruz… y así, por ejemplo, niegan que haya infiltraciones marxistas entre los miembros de la Iglesia. Y más aún señalan como «exagerados», como «faltos de prudencia», como de «extrema derecha» a quienes combaten las ideas marxistas y defienden la pureza de la fe, con lo cual ya demuestran que han optado porque atacan a los que son enemigos del marxismo.

¿No hubo infiltraciones marxistas en la Iglesia? ¿Qué son entonces los libros y declaraciones siguientes? Por ejemplo: Porfirio Miranda, SJ, con su libro Marx y la Biblia; Julio Santa Ana, con Cristianismo sin religión; el ex sacerdote dominico Jordan Bishop Mc Clave con Latin American and Revolution y Cristianismo radical y marxismo. El sacerdote poeta Ernesto Cardenal afirmó por TV «para ser un buen cristiano, hay que ser primeramente un verdadero marxista-comunista». Para el ex-sacerdote Miguel Mascialino, Cristo no sólo no es Dios, ni siquiera pretendía fundar una nueva religión, era sencillamente un rebelde, un guerrillero de la época, y hay que combatir a la Iglesia como institución, apoyando la revolución marxista. Para el jesuita Hugo Assmann, Cristo es un modelo de revolucionario. Para el dominico Jean Cardenal, Cristo es el gran rebelde que resucita a lo largo de los siglos en todas las revoluciones, en todas las rebeliones. Para el sacerdote José Comblin, «No solo hay que hacer la revolución marxista, sino que es preciso imponerla por la fuerza», etc., etc., etc. ¿Esto no es infiltración marxista en la Iglesia? ¡No hay término medio! ¡O con Cristo o contra Cristo!

También optaron los seguidores del liberalismo, para quienes la religión solo debe ocuparse de los asuntos privados de los hombres, y no de los asuntos públicos. Estos ya optaron también, porque no quieren que Cristo reine en la sociedad. En la Iglesia se hacen los católicos, fuera de ella son liberales con los liberales, ateos con los ateos, marxistas con los marxistas. A los únicos que abominan son a los católicos a carta cabal.

La Iglesia, en el Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes los equipara a los fariseos. Dice así: «Se equivocan los cristianos que consideran que pueden descuidar las tareas temporales… El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época… los profetas reprendían con vehemencia a semejante escándalo sobre todo Jesucristo personalmente conminaba graves penas contra él (cfr. Mt 23,3-23; Mc 7,10-13)»[1]. ¡No hay vuelta de hoja! ¡O estaremos con Cristo también en la vida pública y social de los pueblos o por el contrario estaremos con el Anticristo!

  1. 2. Uno de los por qué de la cobardía de estos que quieren llamarse «católicos»

Una de las causas de estas actividades, que, por lo menos son cómplices del enemigo, es la supuesta creencia que el marxismo va a triunfar. Lo cual implica falta de fe y un no seguimiento de Cristo pues Él ha dicho: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35; Mc 13,31; Lc 21,33). Comenta San Jerónimo: «Más fácil es que se derrumbe y destruya lo que parece inconmovible que falte un ápice a la palabra de Cristo». «Porque (sus palabras) producen su efecto y siempre lo producirán», agrega Orígenes. Y San Hilario: «Tienen en sí la virtud de ser permanentes».

Dos mil años de historia atestiguan que el triunfo es de Cristo. Pasaron las águilas romanas, pasó la media luna mahometana (en España después de ocho siglos), pasó la esvástica nazi, y la Cruz permanece. Pasaron Nerón y Diocleciano, Arrio y Nestorio, Alarico y Atila, los hugonotes y los enciclopedistas, Cristo permanece. Pasaron Kissinger, Carter, Mao y Mc Namara, Fidel Castro y Bernardo de Holanda, Cristo permanece. De la misma manera pasarán el compás y el mandil de los masones, pasará el Dios mercurio del capitalismo liberal, pasará el candelabro de siete brazos (como se anuncia en Ro 11,25), pasará la hoz y el martillo, la Cruz permanecerá. Y vendrá el Anticristo con todo su poder totalitario y universal, y también pasará, porque Cristo lo destruirá «con el aliento de su boca y con la manifestación de su venida» (2Tes 2,8).

Los hombres y los pueblos deben tomar partido en esta milenaria lucha, a alguien tienen que servir: Servirán a Cristo o servirán al Diablo, pero solo servir a Cristo es reinar porque «el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» ya que Él es el único «que tiene palabras de vida eterna» (Jn 6,68).


[1] Gaudium es Spes, 43.