San José de Calasanz

De Dios nadie se burla

De Dios nadie se burla – San José de Calasanz

 

Acerca de algunas persecuciones que sufrió San José de Calasanz[1]

Estamos celebrando el 450 aniversario del nacimiento de San José de Calasanz, ocurrido en Peralta de la Sal (Aragón, España) en 1557, que fue el fundador de los Escolapios o Escuelas Pías.

Nos sentimos muy unidos a él porque cercana a nuestra parroquia está la de San José de Calasanz, en Avenida La Plata, en Buenos Aires (Argentina); y, sobre todo, porque en momentos de dificultad para nuestra naciente Congregación religiosa, acudimos a él pidiéndole ayuda, ya que él había pasado muchas dificultades con su fundación, por lo que lo consideramos como el santo patrono de los fundadores en dificultades.

1. Las dos pruebas más grandes

a.     Fue depuesto del cargo de Superior General por Urbano VIII (Maffeo Barberini, florentino)[2].

b.    Su Instituto fue reducido a una simple federación de casas autónomas (de hecho, equivalía a una supresión de su Congregación), por Inocencio X (Juan Bautista Pamphili, romano)[1][3].

Para tener una idea de las consecuencias que dichas decisiones hubieran tenido si no se las revocaba (¡menos mal que luego se dio marcha atrás con la supresión!) digamos que en 1546 su Orden tenía seis Provincias, 37 casas y unos 500 religiosos, y actualmente están en cuatro continentes y en 34 naciones, con cerca de 200 casas y 1420 religiosos (hay otras 10 Congregaciones religiosas que lo invocan como especial Protector y Patrono)[4].

2. Prolegómenos de los problemas

Fundamentalmente son 4 las personas que más daño hicieron a San José de Calasanz y a  su obra:

·     El principal fue el p. Mario Sozzi, escolapio, quien supo tener muy buenos tratos con el Inquisidor de Florencia, donde estaba, y con Mons. Francisco Albizzi, Asesor del Santo Oficio de Roma, quien llegó a obligar que se nombrara Provincial de Toscana al p. Sozzi, calumniador de su fundador y de su Congregación. Urbano VIII nombraría a Sozzi Vicario General de la Congregación, con breve del 30 de diciembre de 1642.

·   El p. Esteban Cherubini, escolapio, nombrado por recomendación de Sozzi sucesor suyo en el gobierno de la Congregación, tristemente conocido por sus desviaciones pederastas. A éste le dio Mons. Albizzi «plena autoridad de poder para gobernar la dicha Religión».

·  El segundo Comisario, el Jesuita Silvestre Pietrasanta, hombre de innegables cualidades y méritos, pero instrumento flexible y complaciente de las intrigas y maledicencias de Sozzi y Albizzi.

·     Mons. Francisco Albizzi, Asesor del Santo Oficio, quien creía todo lo que le contaba Sozzi y obraba sin constatar si sus dichos eran falsos o verdaderos. Fue él quien influyó sobre los Secretarios de Estado y sobre los Papas.

3. Los mayores dolores de San José de Calasanz

Si uno leyera en una novela policial lo que pasó San José de Calasanz, sería difícil considerarlo verosímil.

El Card. Cesarini, cardenal protector de la Congregación, ordenó al conde Corona que registrara las habitaciones del p. Sozzi en San Pantaleón, el 7 de agosto de 1642, para buscar supuestos documentos en su contra. El p. Sozzi acusó ante Mons. Albizzi que le habían sustraído documentos del Santo Oficio. Éste avisó al card. Barberini, Secretario de Estado, y éste a Urbano VIII.

Decidieron ellos poner presos a San José de Calasanz y a los otros miembros de la Curia General en el Palacio del Santo Oficio. Fue viernes ese 8 de agosto, el viernes más dramático de todos los 85 años que tenía en ese entonces San José de Calasanz. Como aquel en que recorrió Jesús la Via Dolorosa. Se hizo ir el cortejo por las principales calles de Roma, los presos a pie, bajo el sol implacable de agosto.

A la tarde Mons. Albizzi increpó a los reos a devolver los documentos, y éstos sólo dijeron que eran totalmente ajenos a los hechos. El Card. Cesarini, por escrito, certificó esto. Fue una gran ‘cantonata’ de Albizzi, en la que implicó al Papa Urbano VIII. Los hizo volver a San Pantaleón y, en su mezquindad, los condenó a que quedaran 15 días encerrados, sin poder salir de casa para nada, sin que tuviesen culpa de ningún delito.

Más doloroso aún fue lo que decretó el 14 de agosto de 1642, menos de una semana después, Urbano VIII: «…en adelante ni se abran ni funden casas en cualquier parte de la cristiandad», a no ser con licencia de S.S. y del Santo Oficio. Además el card. Cesarini cesa, de hecho, de obrar como protector (así aparece en el original del decreto). Decreto vergonzoso, «pues sin tener en cuenta la verdad de los hechos, se ratifica la injusticia cometida por Mons. Albizzi contra las víctimas, se silencia su inocencia, se exalta la persona del calumniador Sozzi, desligándole de toda jurisdicción de la Congregación y de su cardenal protector, y obligando al general a que imponga la autoridad de Sozzi en su provincia de Toscana»[5].

El 17 de noviembre del mismo año Mons. Albizzi, para defender a «su amigo» (sic) Sozzi, formula por dos veces la amenaza de destrucción –«ruina total»— de la Congregación. Cosa que él mismo se encargaría más tarde de convertir en realidad. El mismo Mons. Albizzi consigue del Papa un nuevo decreto –del 30 de diciembre— nombrando a Sozzi, quien quería ser reformador de la Congregación[6], Vicario General de la Orden.

Sozzi presenta un memorial al Santo Oficio que es discutido en la sesión del 15 de enero de 1643, en presencia de Urbano VIII, donde deciden:

1.    Nombrar un visitador o Comisario apostólico para toda la Orden.

2.    Que el p. Sozzi tuviera el gobierno supremo de toda la Orden.

3.    No fundar más casas ni admitir más novicios sin licencias del Papa y del Santo Oficio.

4.    Calasanz quedaba suspendido de su cargo de General, así también como sus cuatro asistentes.

El primer Comisario, p. Agustín Ubaldini, tomó posesión el 22 de marzo de 1643, e inopinadamente examinó la habitación de Sozzi. Escandalizado vio cómo «en ella guardaba dinero, pastas, confituras, golosinas y bebidas, así como guantes, alfileres, peinas, trenzas, bordados, puntillas, rosarios elegantes, objetos de devoción caros, etc. De todo hizo inventario y lo comunicó a San José y a Mons. Albizzi. Comenzó la visita personal por el Santo Fundador y duró su audiencia más de cuatro horas, quedando impresionado de su lucidez, memoria y lógica del discurso, muy superiores a cuanto se podía esperar de un ochentón tan avanzado. Y más todavía de la prudencia y santidad que sus respuestas transpiraban»[7].

Este Comisario «se dio cuenta de que no lo habían nombrado para ser juez imparcial, sino más bien para servir de juguete en manos de Mons. Albizzi y Sozzi como verdugos de inocentes»[8]. Por eso estos intrigantes sacaron de en medio a este primer Comisario, que duró en su cargo ¡menos de 50 días!

El 9 de mayo de 1643 el Papa nombró segundo Comisario al jesuita p. Silvestre Pietrasanta, quien toma declaraciones juradas en presencia de Sozzi y del secretario de su visita, p. Juan Antonio Ridolfi (íntimo amigo de Sozzi), quien se mostró siniestro, taimado, maléfico en toda la visita apostólica.

Sozzi le dijo cierta vez a San José de Calasanz: «Viejo chocho, viejo fatuo; estos no me quieren obedecer y vos no les domináis. He llevado la Orden a la ruina y no he de sosegarme hasta que la arranque de cuajo»[9]. El santo mansamente le respondió: «Esos superiores son hombres que os habéis elegido vos. No os los he dado yo. Guardaos del castigo de Dios por el daño que hacéis a la Religión. Temed que os alcance demasiado pronto su ira». A los 15 días le comenzó a Sozzi la lepra, había cumplido 35 años. Se dijo que era «fuego de San Antón» o lepra, o bien «mal francés», es decir sífilis. El 10 de noviembre de 1643, dos meses después de este encuentro con el santo, moría.

El día siguiente Mons. Albizzi comunicaba que había sido nombrado el p. Esteban Cherubini como sucesor de Sozzi. Después de su superiorato fue conducido forzosamente a Frascati porque había recaído en su viejo pecado de pederastia ¡En manos de este hombre pusieron la suprema autoridad de la Orden Mons. Albizzi y Pietrasanta, el 2º Comisario!

En el entretiempo, la creada comisión de cardenales para las Escuelas Pías trataba si había lugar para la extinción de la Orden. El card. Barberini afirmaba que «esta Religión ha crecido y se ha dilatado desobedeciendo siempre, y desobedeciendo a la Sede Apostólica…»[10].

Luego por unanimidad de votos, el 17 de junio de 1645, se resolvió no extinguirla, pero la alegría duró poco, dieron marcha atrás. Cuando san José de Calansanz se disponía a salir de casa, camino del palacio del card. Roma, para recibir oficialmente la noticia de su reintegración en el cargo de General, junto con las instrucciones suplementarias, llegó un mensajero diciéndole que no fuera a la audiencia convenida hasta nuevo aviso. Aviso que nunca llegó.

En lugar de la reintegración, Inocencio X decidió que había que reducir la Congregación haciéndola «semejante al Oratorio de San Felipe Neri, sin votos, sin Superior General, ni provinciales, ni asistentes, ni visitadores, con casas independientes sometidas al Ordinario del lugar»[11].

El 3 de febrero de 1646 se reunió por quinta y última vez la comisión de cardenales y, por segunda vez, Inocencio X limitaba la decisión de la Comisión, imponiendo su voluntad de reducir la Orden. Llegan a las siguientes conclusiones y decisiones:

1.    Dan facultad a todos los religiosos para pasar a otra Orden cualquiera.

2.    No se puede admitir a nadie en el noviciado o a la admisión de votos (sin licencia de la Santa Sede, cosa que se excluye luego).

3.    Los religiosos, sus casas y colegios quedarán totalmente sometidos a los Obispos, quedando destituidos de toda autoridad san José de Calasanz y los demás superiores y visitadores.

4.    La Orden queda reducida a Congregación sin votos.

5.    Mons. Albizzi y otros harán nuevas Constituciones, etc…

Con todo lo cual «se abrían todas las puertas para dejar salir, y se cerraban herméticamente todas para poder entrar. Esto no fue una ‘reducción’, sino una supresión camuflada, una condena a muerte lenta, pero inexorable»[12].

El 16 de marzo de 1646 firmó el decreto Inocencio X y el día siguiente fue leído en el oratorio doméstico de San Pantaleón, y se oyó a san José de Calasanz que repetía las palabras de Job: «el Señor nos lo dio; el Señor nos lo quitó. Como plugo al Señor, así se hizo. Bendito sea su nombre».

4. La fuente de la fuerza sobrenatural del santo

Escribe Berro que Calasanz dijo: «Sé de una persona que con una sola palabra que le dijo el Señor en el corazón, soportó con mucha paciencia y alegría diez años continuos de trabajos y grandes persecuciones». Y después de muchos años dijo otra vez: «sé de una persona que con una sola palabra que Dios le dijo en el corazón, padeció con inmensa alegría quince años de trabajos que le sobrevinieron»[13].

Y cuenta el p. Castelli que los últimos días, estando el santo ya muy enfermo, lo fue a visitar y le dijo: «padre, me temo que queréis hacernos una mala pasada; queréis dejarnos; me da de ello mucho miedo». A lo que respondió: «estoy en las manos de Dios; haga su Divina Majestad cuanto le plazca». Al replicarle el p. Castelli «en todo caso, Ud. no puede caer sino de pie», el santo le respondió bajito, confidencialmente: «Sí, la Virgen me lo ha dicho, que esté contento y que no dude de nada». Asombrado, el p. le pidió que lo repitiera, como que no había entendido, para que lo oyera también otro padre que estaba allí, y el santo repitió: «la Virgen de los Montes me ha dicho que esté contento, que no dude de nada». San José de Calasanz tenía grandísima devoción a la Madonna dei Monti, que tiene una iglesia dedicada atrás del Foro Augusto.

El 25 de agosto voló al cielo pronunciando antes tres veces «Jesús, Jesús, Jesús».

Ocho años después, bajo el pontificado de Alejandro VII (Fabio Chigi, seniense), se restablece la Congregación con votos, y finalmente en 21 de octubre de 1669, por breve de Clemente IX (Julio Rospigliosi, pistoiense) fue restablecida totalmente la Orden.

5. La gloria de San José de Calasanz.

San José de Calasanz tuvo como pocos la gloria de vivir en plenitud la octava bienaventuranza:«Bienaventurados vosotros cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron  a los profetas anteriores a vosotros» (Mt 5,11-12).

Hoy le damos gracias por su intercesión y ayuda, por sus intachables ejemplos, y por el consuelo que dio tantas veces a nuestras vidas con su vida.

Pidamos también por todos los ‘Sozzis’ y ‘Albizzis’, que parecieran carecer de la sabiduría de Gamaliel, ya que se olvidan que «si viene de Dios, no podréis disolverlo» (He 5,39). Desconocen también que «de Dios nadie se burla» (Gal 6,7).


[1] Publicamos el sermón del P. Buela en la Iglesia de San Pantaleón, en Roma, ante la tumba de San José de Calasanz, el 26 de febrero para los miembros del IVE, y el 30 de marzo para las SSVM. Seguimos a Severino Giner Guerri, San José de Calasanz (BAC; 1985) 271ss.

[2]Juan Manuel Lozano, El Fundador y su familia religiosa (Madrid 1978) 82.

[3]Juan Manuel Lozano, El Fundador, 82. La nota 121 está equivocada.

[4]Guerri, Calasanz, 271.

[5]Guerri, Calasanz, 229.

[6]Guerri, Calasanz, 234; cfr. la carta de Sozzi al p. Berro, ibidem.

[7]Cfr. Guerri, Calasanz, 233.

[8]Guerri, Calasanz, 237.

[9]Guerri, Calasanz, 237.

[10]Guerri, Calasanz, 244.

[11]Guerri, Calasanz, 244.

[12]Cfr. Guerri, Calasanz, 252.

[13]Guerri, Calasanz, 253.