Diálogo Eucarístico

Diálogo Eucarístico

Diálogo Eucarístico ,solemnidad de Corpus Christi 1998

Queridos hermanos y hermanas:

Nuevamente nos reunimos para celebrar a Cristo Eucaristía y como es ya nuestra costumbre profesaremos nuestra fe eucarística en un diálogo. Este año lo haremos teniendo como fondo el texto base del XLVI CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL sobre el tema EUCARISTÍA  Y  LIBERTAD, con el lema “Para ser libres nos liberó Cristo” (Ga 5,1), que se realizó en 1997 en Wroclaw, Polonia.

Nos encaminamos con toda la Iglesia hacia la celebración del tercer milenio de la era cristiana, a finales de un siglo que ha presenciado el drama de enteras naciones sometidas a un régimen totalitario. Ha sido una experiencia dolorosa, que ha implicado de manera especial, a las naciones del Este europeo. Gracias a la Providencia, en pocos años hemos visto con nuestros propios ojos derrumbarse, casi inesperadamente los signos de esta opresión. Esas naciones han vivido la trágica experiencia de la negación de la libertad personal y social. Tomando nosotros como punto de partida el Misterio Eucarístico, queremos afirmar más y más la experiencia positiva de la libertad personal, como también la histórica y social, y para que resplandezca la libertad sobrenatural con la cual Cristo nos ha liberado.

La Eucaristía debe iluminar con el esplendor de la verdad a todas las naciones de la tierra, a aquéllas que aún están privadas de libertad o que son probadas por la guerra, como también a los pueblos oprimidos por las nuevas formas de pobreza, por el subdesarrollo, por el odio racial, por los malos gobiernos, por los abusos de los medios de comunicación; y también a todos los pueblos del mundo para quienes el mensaje de la verdadera libertad de Cristo debe resonar como llamada urgente a profesar la verdad, a respetar los derechos de Dios para así salvaguardar los derechos del hombre, a la concordia, a la verdadera paz en la justicia.

La Eucaristía misterio de fe y de vida, don de libertad

    1. 1. ¿Qué lugar ocupa la Eucaristía en la Iglesia?

La Eucaristía es el centro de la fe y de la vida de la Iglesia. En Cristo Jesús, Verbo Encarnado, muerto y glorificado, Pan Vivo y nuestra Pascua, se concentran todos los aspectos de nuestra redención.

    1. 2. ¿Por qué tratar de la Eucaristía y la libertad?

Queremos presentar y celebrar el misterio de la Eucaristía a la luz de un concepto de vasta resonancia antropológica, social y salvífica: la libertad. Un término que expresa la gran búsqueda del hombre, el deseo de los pueblos. La libertad de expresión de aquella chispa de verdad y de vida con la que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. El hombre en la libertad posee juntamente su expresión más alta y el riesgo más grande: ”Quiso Dios ‘dejar al hombre en manos de su propia decisión (Sab 15,14), de modo que busque a su Creador sin coacciones y adhiriéndose a El, llegue libremente a la plena y feliz perfección”.

    1. ¿Por qué la libertad es un don de Dios?

La libertad es el don que Dios ha hecho al hombre en la creación y mucho más aun en la redención. De hecho, San Pablo se refiere al misterio de la redención cuando afirma: “Para ser libres nos liberó Cristo” (Ga 5,1). Precisamente porque la libertad es un don frágil que compromete, ha sido “redimida” del pecado y “salvada” con el don del Espíritu Santo en el cual hemos sido hechos hijos de Dios, liberados de la esclavitud del pecado, para clamar juntos “¡Abba!”, ¡Padre¡ (Cf. Ga 4,4-6); en el mismo Espíritu podemos volvernos a los demás como hermanos, en la libertad y en la fraternidad evangélica como hijos de un mismo Padre.

    1. ¿Qué hizo Jesucristo para que fuésemos libres?

Por eso, para permanecer libres, el mismo Cristo ha querido que el misterio de la Redención y el de nuestra liberación, que es la suya y nuestra Pascua, estuviese con nosotros sacramentalmente presente en todo tiempo y en todo lugar, en la Eucaristía, hasta su venida gloriosa definitiva, cuando cantaremos la gloria del Padre.(1)

En el umbral del Jubileo del 2000

    1. ¿Qué relación hay entre la libertad y el Jubileo del año 2000?

Una fuerte llamada a la libertad cristiana se desprende de la feliz coincidencia con la preparación próxima del Jubileo del 2000. De hecho, el Jubileo en la tradición del Pueblo de Israel, era una celebración gozosa y comunitaria de la libertad y de la liberación ofrecida por Dios a todos. El mismo Cristo, consagrado por el Espíritu y enviado por el Padre, vino a realizar el gran Jubileo de la Redención “Es él quien trajo la libertad a los que están privado de ella, el que vino a liberar a los oprimidos, a dar vista a los ciegos (cf. Mt 11,4-5; Lc 7,22). De este modo realiza “un año de gracia del Señor” que anuncia no sólo con palabras, sino sobretodo con sus obras”.(2) El gran Jubileo de la salvación se ha realizado en el misterio Pascual de la muerte y la resurrección de Cristo, del cual la Eucaristía es el memorial perenne.

    1. ¿Cuál es la razón de unir la Eucaristía a la libertad?

La proclamación de la Eucaristía como fuente de libertad es de gran actualidad. Quizá nunca, como en nuestro siglo se ha sentido tan profundamente el anhelo de libertad, al mismo tiempo que han sido pisoteados los derechos más elementales del hombre y de las naciones. La humanidad en nuestro siglo ha alcanzado una maravillosa madurez de conciencia respecto a la dignidad de las personas; y, sin embargo, quizá nunca como en nuestro tiempo, se han perpetrado crímenes tan horrendos contra la libertad y los derechos humanos.

El acontecimiento de la libertad humana, social y política, restituida hace poco a las naciones del Este después de muchos años de totalitarismo y, al mismo tiempo, la crisis de la verdadera libertad que se experimenta aún en las naciones desarrolladas y de larga tradición democrática, constituyen un fuerte desafío para la Iglesia.

    1. ¿Cómo debemos actuar para que la Iglesia, meditando sobre la Eucaristía, otorgue a la libertad su justa dimensión, haciendo de las libertades humanas innatas el verdadero fundamento de una digna respuesta al Creador y de una convivencia fraterna y solidaria de los ciudadanos y de los cristianos, de las naciones y de los pueblos de la tierra, llamados a ser una sola familia?

La Iglesia, iluminada por la Palabra de Cristo y fortalecida con el Pan de la Vida, quiere, ante todo, ser en este mundo, un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”.(3)

I. EL DON DE LA LIBERTAD EN TIEMPO DE CRISIS

1. LA DOLOROSA EXPERIENCIA DE UN TIEMPO DIFICIL

Pruebas y victorias de la libertad humana

    1. ¿Fue pisoteada la libertad en estos tiempos?

La libertad ha sido pisoteada por los sistemas totalitarios en los países del Este. En primer lugar por la brutalidad de la opresión staliniana, después por la tiranía del nazismo. Se ha podido, no obstante, verificar la fuerza de la independencia del espíritu aun cuando en la vida pública la libertad ha sido fuertemente limitada o aún eliminada. Los sistemas totalitarios no querían formar al hombre desde dentro, sino imponían condiciones externas. Proclamaban una ideología según la cual la sociedad industrializada, siendo el resultado de éxitos científicos y técnicos, no podía brotar de decisiones libres, de la participación de todos los hombres libres. Así, la libertad humana quedó privada de la confianza.

    1. ¿Cómo se mostró la supremacía del hombre?

Al mismo tiempo, tales sistemas mostraron ser impotentes frente a la libertad interior del hombre. Los campos de concentración, el Gulag, la cárcel y los procesos políticos no han significado sólo millones de personas suprimidas en condiciones inhumanas. sino también innumerables victorias del espíritu del hombre que han dado a la vida humana un sentido más profundo en el perdón, en el amor activo hacia el prójimo, hasta ofrecer la propia vida por el bien del enemigo y por un mundo mejor. Estas han sido las victorias de hombres que jamás se han deshonrado con la traición, colaborando con el mal, o vendiéndose al poder.

    1. ¿De dónde les venía esa fuerza?

Se ha pagado un alto precio humano. Pero se han realizado experiencias admirables de libertad interior. Hay que preguntar ¿de dónde les venía esa fuerza? ¿Qué es lo que lleva al hombre a sacrificar la propia vida para defender la verdad, la justicia y la vida de los demás? ¿Qué es lo que hace que sólo con este acto, el hombre alcance la plenitud de su destino, su propia “salvación” y aquello que da sentido a su vida en el momento en que, desde un punto de vista humano, la pierde? Nadie puede dar una respuesta que satisfaga si no recurre a la conciencia humana, que graba en el corazón humano la ley divina y se forma en la experiencia de los valores universales y transcendentes.

    1. ¿Ha sido una experiencia particular de Dios?

La experiencia de genocidio, pero también de la victoria del espíritu humano, es una realidad trágica, de nuestro tiempo y que no puede ser tratada como algo banal. Es la experiencia particular del misterio del hombre frente a Dios, mejor dicho, frente a Aquel que es la revelación de Dios, Jesucristo. Una experiencia que al final ha demostrado ser más fuerte que el poder de los regímenes totalitarios que se han derrumbado improvisadamente, sea por su fragilidad intrínseca, sea por el anhelo de libertad que invadía a muchos hombres y mujeres, sea también por una gracia particular de Dios providente y misericordioso.

2. VERDAD Y LIBERTAD: AMBIGÜEDAD DE LA CULTURA CONTEMPORÁNEA

El riesgo de la libertad en la cultura contemporánea

    1. Pero, ¿no hay también, hoy día, un desenfreno de la libertad?

Al mismo tiempo que en muchas naciones se creó una situación nueva de libertad, con frecuencia, como reacción a la cultura de dependencia, hoy se propaga un liberalismo desenfrenado que difunde un estilo de vida, inspirado en una libertad casi absoluta, privándola de la dimensión que la dignidad rescatada del hombre asigna a una verdadera libertad. Las consecuencias son la pérdida de las relaciones personales, la soledad, el síndrome de la muchedumbre solitaria, el sentimiento de lo absurdo, el egoísmo, el vacío existencial que empuja al hombre a ser cada vez más agresivo y brutal. Dicho vacío existencial crea cada vez más, un mayor número de sustitutos de la libertad verdadera, como por ejemplo, el consumismo, el hedonismo, los más desvariados movimientos religiosos alternativos, el fenómeno de las sectas, que, en realidad, realizan la función de una religión, en cuanto pretenden dar una respuesta, desgraciadamente falsa y alienante, a aquellos que buscan el verdadero sentido de la vida.

    1. ¿Qué corrientes distorsionan la libertad?

Es cierto que, actualmente, las corrientes humanísticas del iluminismo han llevado a la concepción de los derechos humanos, pero su interpretación que está fuera del horizonte del derecho natural, ha perdido de vista la dignidad de la persona humana en cuanto persona. De aquí han surgido las corrientes liberales y subjetivistas que, basándose sobre ciertas pretensiones individualistas, tienden a definir y a decidir la verdad, la justicia y la moralidad.

    1. ¿Todos los hombres y mujeres son iguales en dignidad porque son creados a imagen y semejanza de Dios?

Dios no ha ampliado la propia semejanza ni, por lo tanto, la posibilidad de una verdadera libertad, a una raza privilegiada ideológicamente; no ha entregado al hombre a una clase revolucionaria que lucha por gobernar las almas, ni ha confiado el reflejo divino a un Estado liberal. El hombre, de hecho, siendo persona, lleva en sí la imagen del Dios personal, reafirmada por la gracia del Redentor. Sin embargo, él no nace ya libre, como lo quisiera el pensamiento liberal; sino que nace con la posibilidad de llegar a ser libre y con la promesa de la salvación liberadora. El hombre, con su naturaleza debilitada por el pecado, para el desarrollo que le exige la propia libertad, capacidad y formación, necesita, ante todo, la redención, esto es, necesita ser rescatado por Dios mismo. El misterio de la iniquidad queda superado por el misterio de la salvación.

El don de la verdadera libertad

    1. ¿Cuál es el problema de la libertad hoy día?

El problema de la libertad en el mundo actual se coloca como relación entre libertad y verdad, según la conciencia, la revelación evangélica y la doctrina de la Iglesia. Juan Pablo II afirma: «Solamente la libertad que se somete a la Verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar en la Verdad y en realizar la Verdad».

    1. Por eso uno de los grandes males de nuestro tiempo es el divorcio entre verdad y libertad.

El vínculo, que se ha roto, entre la verdad y la libertad, ha llevado a evidenciar en nuestro tiempo un derrumbamiento generalizado de los valores y, a la vez, a una verdadera y propia catástrofe antropológica. Juan Pablo II ha denunciado algunos síntomas: “Está ante los ojos de todos el desprecio de la vida humana ya concebida y aún no nacida; la violación permanente de derechos fundamentales de la persona, la inicua destrucción de bienes necesarios para una vida meramente humana”.(4) Todas las interpretaciones erróneas de la libertad, denunciadas tantas veces en nuestro tiempo por el magisterio de la Iglesia, se manifiestan en una crisis de la verdadera libertad en los individuos, en las familias y en la sociedad.

    1. ¿La libertad necesita ser liberada del pecado?

Ante este panorama, sigue siendo siempre actual el mensaje de Pablo que habla de la libertad humana liberada del pecado, rescatada por la gracia. “La libertad, pues, necesita ser liberada. Cristo es su Libertador: para ser libres nos liberó él (Gal 5,1)”.(5) De hecho “por su Cruz gloriosa, Cristo obtuvo la salvación para todos los hombres… La gracia de Cristo no se opone de ninguna manera a nuestra libertad cuando ésta corresponde al sentido de la verdad y del bien que Dios ha puesto en el corazón del hombre. Al contrario, como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente en la oración, a medida que somos más dóciles a los impulsos de la gracia, se acrecienta nuestra íntima verdad y nuestra seguridad en las pruebas, como también ante las presiones y coacciones del mundo exterior. Por el trabajo de la gracia, el Espíritu Santo nos educa en la libertad espiritual para hacer de nosotros colaboradores libres de su obra en la Iglesia y en el mundo”.(6)

3. RESPUESTAS A LA LIBERTAD DEL CRISTIANO

Contemplar al Crucificado – Resucitado

    1. Jesucristo es modelo y maestro de libertad.

Ante la dificultad de comprender profundamente el verdadero sentido de la libertad, brilla ante nuestros ojos el esplendor de la verdad en Cristo, Crucificado – Resucitado, en su libre oblación sacrificial al Padre y por los hermanos: “Cristo crucificado revela el significado auténtico de la libertad, lo vive plenamente en el don total de sí y llama a los discípulos a tomar parte en su misma libertad”.(7) De hecho, “la contemplación de Jesús crucificado es la vía maestra por la que la Iglesia debe caminar cada día si quiere comprender el pleno significado de la libertad: el don de uno mismo en el servicio a Dios y a los hermanos… La comunión entonces con el Señor crucificado y resucitado es la fuente inagotable de la que la Iglesia se alimenta incesantemente para vivir en la libertad, darse y servir… Por lo tanto, es la síntesis viviente y personal de la perfecta libertad en la obediencia total a la voluntad de Dios. Su carne crucificada es la plena revelación del vínculo indisoluble entre libertad y verdad, así como su resurrección de la muerte es la exaltación suprema de la fecundidad y de la fuerza salvífica de una libertad vivida en la verdad”.(8)

    1. La Eucaristía es la obra insigne del amor de Dios, ¿y, acaso, el amor no es una forma especifica de libertad?

En el Crucificado – Resucitado brilla la verdad del don libre con el cual Jesús “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el fin” (Jn 13,1). La Eucaristía es el sacramento de este amor. También esta verdad corresponde, de manera particular, a la verdad sobre el hombre y a su comprensión de la libertad. Una persona no es capaz de vivir si no es acogida y aceptada por otra persona y si no experimenta el amor y no lo da. “El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente”.(9) Por una parte la persona se realiza a sí misma consumiéndose en el amor y, así alcanza su propia perfección. Por otra parte, el amor es también una forma particular de libertad, porque el que ama camina constantemente hacia la libertad; hacia la libertad que lo desprende de sus propios apegos, que lo libera de sí mismo.

El Pan de la libertad y de la vida

    1. ¿Cómo nos hace libres la Eucaristía?

La contemplación del Crucificado y el don del amor, en realidad, han sido la explicación de tantas experiencias heroicas de aquéllos que escuchando la Palabra del Maestro y alimentándose del pan eucarístico, han permanecido fieles a la verdad de Dios y han dado testimonio de ella. Son ejemplos del pasado que siguen siendo como una llamada urgente que nos exige vivir en nuestra sociedad, en una relación indisoluble, la participación en la liturgia eucarística y la auténtica libertad de los hijos de Dios. De hecho, alimentarse de la palabra evangélica y del pan eucarístico, entrar en comunión con Cristo, adorar al Padre en espíritu y verdad, demostrar el amor por los hermanos hasta el don mismo de la vida, es celebrar y testimoniar la libertad con la cual Cristo nos ha liberado.

    1. La Eucaristía es el pan de la libertad.

Por lo tanto, es necesario recordar que la Eucaristía, en este siglo, como en los primeros siglos de la Iglesia, ha sido el pan de la libertad, el viático del valor y del martirio; su celebración, en las catacumbas del siglo XX, ha sido el espacio de la fe y de la esperanza, donde se han fortalecido los nuevos mártires quienes con el testimonio de sus vidas y, con frecuencia, con el precio de la muerte, han exaltado la dignidad de la conciencia y el valor de la obediencia a la Ley de Dios.

II. LA EUCARISTÍA PROCLAMACIÓN Y DON DE LA LIBERTAD

1. EL OFRECIMIENTO LIBRE DE CRISTO

La vida de Cristo, Misterio de libertad

    1. Jesucristo, Misterio de libertad.

La celebración de la Eucaristía hace resaltar la obediencia filial con la que Cristo se entregó en manos de los que lo crucificaban y en manos del Padre. La Carta a los Hebreos nos habla de Cristo que inaugura su propia obra de salvación al entrar en el mundo: “Al entrar en este mundo, Cristo dice: Sacrificio y oblación no quisiste… Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad!” (Hb 10,5-7). El mismo Cristo durante su actividad pública ilustrará su programa de vida con estas palabras: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34).

    1. ¿Donde alcanza la libertad de Cristo su manifestación máxima?

La fidelidad al programa entendido de esta manera y muchas veces repetido (cf. Jn 5,30; 6,38; 6,40) alcanza su culmen dramático en el misterio de la agonía en Getsemaní y en la muerte en la cruz. En el Huerto de los Olivos, Cristo pondrá fin al tormento de su misterioso titubeo, con la heroica prontitud expresada en estas palabras: “Padre… hágase Tu Voluntad” (Mt 26,42). Mientras en la cruz, cumpliendo definitivamente su obra, con la aceptación de la muerte, ratifica su programa de vida con una sola expresión: “Todo está consumado” (Jn 19,30). Esta expresión constituye la síntesis de la sumisión al Padre durante toda su vida, como también el ultimo eslabón de la obra así realizada por Cristo, obra de salvación y de rehabilitación del hombre, renacimiento de su libertad.

“El se ofreció libremente a su Pasión”

    1. La cruz, misterio de libertad.

La tradición cristiana ha aplicado a la oblación voluntaria de Cristo las palabras del Profeta Isaías (cf. Is 53,7), según la Vulgata): “Oblatio est quia ipse voluit”, “Se ofreció porque lo quiso” Su soberana libertad en el cumplimiento de la obra que el Padre le encomendó aparece claramente al principio del “libro de la gloria”, ésto es, en los capítulos en los que Juan narra la gloriosa Pasión del Señor.

    1. La Última Cena, misterio de libertad.

“Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús sabiendo que era llegada su hora de pasar de este mundo al Padre…, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13,1). Estas palabras muestran que en su última Cena, Cristo tenía conciencia clara que había llegado el momento histórico del cumplimiento de su misión, que es, al mismo tiempo, el momento histórico del hombre y de la humanidad. Para llegar a este momento contribuirá todo lo que ya ha sucedido en las primeras horas de aquel día, que tendrá como cúlmen su muerte: “Obediente hasta la muerte y muerte en cruz” (Flp 2,8). Por esto , toda “la hora de Jesús” está sumergida en la obediencia y en el amor y, uno de los momentos principales de esta hora, es precisamente el misterio de la Eucaristía.

    1. La Eucaristía, misterio de libertad.

Instituyendo en la última Cena el memorial de su sacrificio, Jesús ha expresado de la manera más clara la libertad con la cual ofrece a los discípulos, con inmenso amor, su cuerpo entregado y su sangre derramada, signo de su ofrecimiento, a la vez libre y voluntario. La liturgia de la Iglesia nos recuerda, en alguna oración eucarística, con fórmulas de la tradición occidental y oriental, este gesto de libertad de Jesús: “El cual cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada, tomó el Pan…”(10) “Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte”.(11) Una anáfora oriental precisa: “Aceptando voluntariamente sufrir por nosotros, pecadores, el que no cometió pecado, la noche en la cual fue traicionado, o más bien en la cual se entregaba por la vida y salvación del mundo…”(12)

    1. La Misa es el memorial de la libertad de Cristo.

Esta proclamación de la liturgia nos recuerda, cada día, el acto libre de amor con que Cristo se ofreció al Padre por nosotros y se entrega diariamente a la Iglesia para ser para los fieles, a su vez, fuente de verdadera libertad en el don de sí.

2. EL MISTERIO DE LA EUCARISTÍA

Eucaristía, don de liberación

    1. La Eucaristía es misterio de la libertad de Cristo.

La misma liturgia eucarística de la Iglesia, en el centro mismo de la celebración, al introducir las palabras de institución, recuerda el don de la libertad con que Cristo nos ha liberado: “Cuando iba a entregar su vida por nuestra liberación, estando sentado a la mesa, tomó el pan…”(13) “El mismo, llegada la hora en que había de ser glorificado…, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo”.(14) La Eucaristía es misterio de la libertad de Cristo, don de la libertad, amor hasta el fin, porque sólo el amor libera.

    1. ¿Cómo lo recuerda Juan Pablo II?

El Santo Padre Juan Pablo II ha expresado esto de manera elocuente: “La Eucaristía pertenece precisamente a aquella Hora, a la hora redentora de Cristo, a la hora redentora de la historia del hombre y del mundo. Esta es la hora en la que el Hijo del Hombre, amó hasta el extremo. Hasta el fin confirma el poder salvífico del amor. Revela que Dios mismo es amor. Nunca ha habido y nunca habrá una revelación más grande que esta verdad, lo confirma radicalmente: “no hay un amor más grande que dar la vida” (Jn 15,13) por todos, para que “tengan la vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10)”.(15)

De la Antigua a la Nueva Pascua

    1. ¿Por qué la Misa es memorial de la liberación?

“He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros antes de mi pasión” (Lc 22,14). La institución eucarística se une así a la gran tradición de la Pascua hebrea, memorial anual de la liberación de Egipto y, la orienta hacia el memorial de la Nueva Alianza. El memorial de la liberación estaba al centro de la celebración de la Pascua en Israel. En los textos de las oraciones de la tradición hebrea leemos estas expresiones tan elocuentes que acompañaban el banquete pascual: “En cada generación todos tienen el deber de considerarse como si ellos mismos hubieran salido de Egipto… Por eso, es nuestro deber dar gracias, alabar, celebrar, glorificar, ensalzar, encomiar a Aquel que hizo estos prodigios, a nuestros padres y a todos nosotros, que nos sacó de la esclavitud y nos llevó a la libertad, de la sumisión a la redención, del dolor a la alegría, del luto a la fiesta, de las tinieblas a la luz espléndida”.(16)

    1. ¿Cómo cumple Cristo la Pascua?

Jesús lleva a cumplimiento la Pascua con su muerte redentora y su resurrección, como dice San Pablo. “Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado” (I Co 5,7). En la Última Cena instituye el memorial de su Pascua e invita a cumplir el memorial de su cuerpo entregado y de su sangre derramada, hasta su venida gloriosa. Con el don de su cuerpo y el derramamiento de su Sangre, Cristo afirma nuestra liberación y redención del pecado; en el sacrificio de la Nueva Alianza, expresa la plenitud de nuestra liberación y de nuestra salvación con el don interior del Espíritu y nos convoca a la Pascua eterna de su Reino.

    1. La Eucaristía, ¿da la libertad?

De hecho, la Eucaristía, Pan que ha bajado del Cielo, carne ofrecida por la vida del mundo, don de resurrección y de vida, es el mismo Cristo, Verbo Encarnado, muerto y glorificado que nos hace pasar con El de este mundo al Padre y promete la liberación final, cuando nos resucitará en el último día (cf. Jn 6,51-54). El hombre, viendo en la Eucaristía, como en un espejo, lo que le será dado contemplar cara a cara en la eternidad, asume el peso de la vida, colmado de la fuerza de la Eucaristía y la esperanza que “resucitará”. Esta esperanza confiere características particulares a la libertad humana: enseña la paciencia, la perseverancia, a entregarse y a sacrificarse. Y, enseña que Cristo Resucitado es la fuente y la medida de la libertad plena.

3. CELEBRACIÓN DE LA LIBERTAD CRISTIANA

El don del Espíritu

    1. ¿Cuál es el mandato de Cristo a los Apóstoles?

La inefable riqueza del Cenáculo, juntamente con el don del sacerdocio, completa el mandato dirigido a los Apóstoles: ”Haced esto en memoria mía”. (I Co 11,24; Lc 22,19). ¡Qué profundo y significativo es ese mandato! Es así, que cuanto fue instituido en aquella hora del Cenáculo, permaneciendo estrechamente conectada con todo lo que sucederá en otra fracción de tiempo de aquel día histórico y, por lo tanto, con la pasión y con la muerte salvífica, supera los límites de la historia y se convierte en un acontecimiento que acompañará al nuevo Pueblo de Dios en su camino hasta el fin de los tiempos. La Pascua, de hecho, para los cristianos es una Persona, el mismo Cristo, y no un acontecimiento del pasado, porque con su resurrección perdura en el hoy de la eternidad.

    1. ¿De qué modo renueva la Eucaristía la experiencia de liberación?

“Cada vez que comemos este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte hasta que vengas” (I Co 11,26) y habiendo sido llamados a participar de los dones de la redención y de la salvación: la remisión de los pecados, el don del Espíritu Santo. Se renueva para nosotros la experiencia de la liberación especialmente por la efusión del Espíritu del Resucitado, como en un nuevo Pentecostés, para responder con la misma actitud de amor libre al don de Cristo: “Porque no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó”.(17)

    1. La Eucaristía, ¿rehabilita la libertad del hombre?

La Eucaristía, por lo tanto, instituida con aquel “haced esto en memoria mía”, se convierte en el encuentro redentor, gracias al cual la infinita riqueza de la salvación y, en ella la posibilidad de rehabilitar la libertad humana destruida por el pecado, están por decirlo así, a disposición del hombre de todos los tiempos. Por medio de la Eucaristía se le ofrece al hombre la posibilidad de salir del callejón de la esclavitud con todas sus consecuencias, que lo colocan hoy al borde del precipicio de la destrucción total. Los tres aspectos de la Eucaristía: el sacrificio, la comunión, la presencia, participan en la obra de la edificación de la libertad por la cual “Cristo nos ha liberado”.

La fuerza liberadora de la caridad

    1. La Eucaristía, ¿construye la Iglesia?

La celebración de la fracción del pan, llamada también “Cena del Señor” (I Co 11,20), constituye el Pueblo de la Nueva Alianza, hace presente al Señor Resucitado, y hace de todos aquellos que participan en el único Pan y el único cáliz, un sólo cuerpo en Cristo y en el Espíritu Santo (cf. I Co 10,16-17). Sin embargo, el hecho de que las divisiones subsistan dentro de la comunidad, como explica San Pablo, refleja una comprensión incompleta del significado original de la Eucaristía como comunión con Cristo y con los hermanos (cf. I Co 11,17-22). La comunión de la caridad, por el contrario, y el compartir los bienes, condición y efecto de la comunión con Cristo y en la Iglesia, expresa, en la forma más elocuente, que la libertad con la que Cristo nos ha liberado doblega todo egoísmo y ha sido concedida a los creyentes que constituyen el nuevo Pueblo (cf. Hch 2,42-45).

    1. La Eucaristía, ¿nos da la fuerza de la caridad?

San Ireneo de Lyon, tan fascinado por la libertad que Cristo nos trajo, hasta el punto de afirmar que los primeros discípulos fueron “predicadores de la verdad y apóstoles de la libertad”(18) , presenta la Eucaristía de los cristianos, bajo el aspecto de la libertad. Siendo don del Señor, es una oblación de hombres libres.(19) Las primeras comunidades cristianas, aún en medio de las persecuciones, comprendieron y testimoniaron cómo de la celebración eucarística emanaba un fuerte dinamismo de caridad recíproca, capaz de hacer que todos seamos hermanos, formando un pueblo nuevo, educando al valor del testimonio hasta el martirio, recreando una sociedad renovada por la caridad y una nueva socialización, que brota de la celebración eucarística, expresada en el compartir los bienes y en la ayuda a los necesitados.

III. PARA LA EDUCACIÓN A LA LIBERTAD A LA LUZ DE LA EUCARISTÍA

1. EL PRIMADO DE LA PALABRA EN LA EVANGELIZACION

Anunciar la Eucaristía para evangelizar la libertad

    1. ¿Como quién debemos anunciar la Eucaristía?

Como Pablo en su mensaje a los de Corinto, frente a las posibles violaciones del misterio eucarístico, y frente a las interpretaciones restrictivas de su realismo salvífico y de los compromisos de fe y de vida que ello lleva consigo, sin cansarnos, debemos volver a proponer el significado genuino de la revelación eucarística, a la luz del Magisterio de la Iglesia. Solamente una escucha amorosa de la verdad profunda de las palabras con las que Cristo, el Señor, y la comunidad apostólica expresaron el significado realizado por la Eucaristía, en el conjunto de la historia de la salvación, cuyo centro es el misterio Pascual, será posible hacer surgir la luz inexorable que emana de este misterio que está al centro de la fe, del culto y de la vida del Pueblo de Dios.

    1. Además, ¿por qué otro medio ofrece la Eucaristía la libertad?

La Eucaristía, que está indisolublemente vinculada con la proclamación de la Palabra, permite reevangelizar continuamente a la comunidad cristiana para que la enseñanza de Cristo resuene en la mente y se arraigue en los corazones, para ofrecer aquel don de la libertad verdadera que El concede a sus discípulos. Esto se realizará siguiendo la misma lógica que Jesús ha propuesto, el itinerario que se sigue de la escucha a la experiencia de la libertad: “Si permanecéis fieles a mi palabra seréis verdaderamente mis discípulos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,31-32).

    1. ¿Por qué la fidelidad a la Palabra de Dios libera?

Es necesario, ante todo, permanecer fieles a la Palabra: esto lleva consigo una unión íntima con el Maestro, con su doctrina y con su vida. Permanecer fieles a la Palabra es la condición esencial para ser discípulos. Esta comunión ofrece un don que quizá sólo los discípulos saben apreciar aun cuando todos lo buscan: conocer la verdad. La verdad del Evangelio libera, da también aquel gran bien que todos desean: la libertad, don de Dios, capacidad de amar y de entregarse, sin esclavitud y sin coacción. Pero sólo la verdad, esto es, Cristo que es la Verdad, nos hace libres. Libres del error causado por el pecado, libres del egoísmo; libres, en sentido positivo, para dar y para darse, hasta el ofrecimiento de la misma vida en servicio de Dios y del prójimo. En este tiempo en que se presenta tan agudamente el problema de la libertad, sigue siendo esencial, confrontarla con la Palabra de Verdad de Cristo y con su fuerza liberadora.

2. EL DON DE LA CONVERSIÓN Y EL CAMINO DE LA SANTIDAD

Conversión y Eucaristía

    1. ¿Por qué la conversión libera?

El primer fruto de la verdad que nos hace libres es el conocimiento pleno de nosotros mismos que nos lleva a la conversión. Sin conversión no hay experiencia de verdadera libertad cristiana. El principio mismo de la libertad cristiana comienza con reconocer que tenemos necesidad de perdón. Sólo así podemos llegar a una auténtica transformación espiritual. ¿Qué significa esta transformación espiritual? Negativamente es la liberación de lo que amenaza la integración interior del hombre, y por consiguiente, la liberación de la alienación del pecado, salvación de aquello que es negativo y malo, de lo que es pecado. Positivamente, la conversión es el don de una libertad que permite realizar las cualidades impresas en el propio carácter y llevar a buen fin, a la plenitud total, aquello de lo cual la persona humana, gracias a la capacidad que ha recibido del Creador, es dotada.

    1. ¿Es el ideal del hombre liberado el desarrollo y la madurez de la libertad?          

Cuando pensamos en el ideal del hombre liberado, ideal que la Iglesia debe realizar, volvemos el pensamiento a aquello que la persona humana en su desarrollo, ya posee, a aquello que, a través de la gracia divina, le ha sido otorgado, a aquello que, por este mismo hecho, tiene que realizarse. Pensamos al desarrollo y a la maduración de la libertad. La ayuda en el desarrollo humano y social, la asistencia a este desarrollo, por medio de la experiencia y la gracia, los consejos, la sabiduría teológica y la oración, aquí tenemos la pastoral y la educación, la formación en la libertad.

    1. La confesión, acto penitencial de la Eucaristía.

Pero todo comienza y se celebra en el misterio y en el ministerio de la reconciliación, en el «acto penitencial» de la Eucaristía, en la cual hay otros elementos de conversión y, por lo tanto, de la liberación del pecado.

Debemos intensificar la conciencia o conocimiento de la verdadera libertad por medio del sacramento de la Penitencia y la experiencia gozosa de sentirse perdonados para ser también fermento de reconciliación, de perdón y de paz en la Iglesia y en la sociedad.

Camino de santidad, vía de libertad

    1. ¿Se identifica la santidad con la libertad?

La fuerza convincente de la verdad cristiana se vive en la experiencia concreta de la libertad de los hijos de Dios, en la obediencia de la fe, y en la santidad que es camino de libertad evangélica. Como lo afirma Juan Pablo II: «En particular es la vida de santidad, que resplandece en tantos miembros del pueblo de Dios, frecuentemente humildes y escondidos a los ojos de los hombres, la que constituye el camino más simple y fascinante en el que se nos concede percibir inmediatamente la belleza de la verdad, la fuerza liberadora del amor de Dios, el valor de la fidelidad incondicionada a todas las exigencias de la ley del Señor, incluso en las circunstancias más difíciles».(20) En definitiva, la santidad cristiana revela, por medio del conocimiento de la verdad que convence desde dentro, la belleza del proyecto divino, la fuerza liberadora del amor, el valor de la fidelidad.

    1. ¿Por qué tiene la Eucaristía una importancia esencial en este contexto?

La Eucaristía tiene en este contexto una importancia esencial, como lo subraya el mismo Pontífice: «Participando en el sacrificio de la Cruz, el cristiano comulga con el amor de donación de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de vida. En la existencia moral se revela y se pone en acto también el efectivo servicio del cristiano: cuanto más obedece con la ayuda de la gracia a la ley nueva del Espíritu Santo, tanto más crece en la libertad a la cual está llamado mediante el servicio de la verdad, la caridad y la justicia».(21) La Eucaristía es banquete, comunión. Por la comunión, el fiel se une al que es Santo, que santifica y libera del pecado.

3. DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA A LA ORACIÓN POR LA LIBERTAD

La oración eucarística

    1. ¿Es necesaria la oración para obtener el don de una verdadera libertad?

Sí. La verdadera libertad de los hijos de Dios, siendo un don que viene de lo alto, una participación en la naturaleza de Dios, exige de toda la Iglesia y de cada uno de los fieles una oración intensa y humilde. La Iglesia celebra la Eucaristía con la plegaria eucarística que, en la estupenda y rica variedad de la Anáfora y preces del Oriente y del Occidente, expresa, de manera admirable, el significado pleno del misterio Pascual que se celebra.

Dar gracias por el don

    1. ¿Debemos, también, dar gracias por el don de la libertad?

Es necesario, ante todo, recordar las intervenciones salvíficas del Señor que, en la historia de la salvación, ha realizado grandes cosas para nuestra liberación, de la creación a la redención, esperando la libertad completa de los hijos de Dios en la gloria. Del recuerdo brota la bendición, la alabanza, la acción de gracias, la Eucaristía. La Virgen María en su «Magnificat», en el cual se inspira la Iglesia en su canto de alabanza, nos invita a glorificar al Señor por las cosas grandes que Dios ha hecho con su pueblo y continúa a hacer con nosotros en la historia de la salvación de la Iglesia y de los pueblos.

Invocar al Espíritu

    1. ¿La libertad es don del Espíritu?

La libertad es un don del Espíritu Santo. Así como en la Eucaristía invocamos al Espíritu Santo para que santifique los dones y los transforme en el cuerpo y sangre de Cristo y a la asamblea litúrgica en un solo cuerpo y un solo espíritu, así también debe elevarse continuamente una oración ardiente al Padre para que, por medio del don del Espíritu, se establezca en los corazones de los fieles, en la comunidad, en las familias, en la sociedad, la verdadera libertad en el amor, la fuerza liberadora de la caridad, para construir un mundo nuevo. María, la Santa por excelencia que, con su oración invocó y esperó al Espíritu de Pentecostés, es modelo de la súplica perseverante y confiada.

    1. ¿Nuestra vida debe ser una epíclesis?

Esta Fiesta del Corpus Christi y todas nuestras vidas tendrán que ser una intensa y armónica epíclesis de toda la Iglesia para que la verdadera libertad se arraigue en las conciencias, se fortalezca en los pueblos, se extienda en las naciones que aun no gozan plenamente de la libertad civil y religiosa, de manera que, libres de todo impedimento o coacción puedan libremente rendir culto a Dios.

    1. ¿Cuál es la condición para ser libres y para ser promotores de libertad?

Si la fuente de la verdadera libertad para todo el género humano está en el ofrecimiento libre hecho por Cristo al Padre con el que hemos sido redimidos y santificados, entonces la condición esencial para ser libres y promotores de la libertad, será el ofrecimiento humilde y convencido de nosotros mismos, hecho con aquella libertad que ennoblece al hombre en su relación con Dios y constituye el don más digno que se le puede ofrecer. En comunión con Cristo, la oración eucarística, nos enseña a hacer de nuestra vida un sacrificio perenne, un ofrecimiento agradable a Dios en el culto espiritual de la vida (cf. Rm 12,1-2). En nuestro «Sí» restituimos a Dios aquello que es suyo y le permitimos cumplir en nosotros su voluntad salvífica y santificadora. La Madre del Señor, la Virgen que ofrece, que se entrega a Dios en la Anunciación, que ofrece a Cristo en el templo y en el Calvario, a la vez que acompaña con su acto de ofrenda el don libre de sí misma, es modelo único para la Iglesia en la restitución a Dios de nuestra libertad y en el compromiso de nuestra colaboración en su designio de salvación.

La intercesión universal

    1. ¿Hay que rezar para que nuestros hermanos y hermanas vivan en libertad verdadera?

En la oración eucarística, confiándose a la comunión de los Santos y a la mediación de Cristo, la Iglesia presenta al Padre en el Espíritu Santo en su intercesión universal por las necesidades de la humanidad. Frente al panorama de nuestra sociedad, de conceptos falsos y comportamientos de una libertad no liberada y redimida, frente a los frutos amargos del egoísmo que hace esclavos y niega la dignidad de la persona humana, una plegaria intensa de intercesión debe elevarse del corazón de todo creyente por las víctimas del odio, de la violencia, de la explotación y abusos. Una intercesión que es expresión de la caridad de Cristo. María, Madre de la Iglesia, por su intercesión evangélica en Caná y su mediación materna en el Cielo por todos, es el modelo de la oración confiada y universal, expresión de la caridad que hemos de tener hacia los hermanos y hermanas necesitados.

4. PRESENCIA, ADORACIÓN Y LIBERTAD

Frente al Misterio

    1. ¿Qué decir del misterio de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía?

La última dimensión de la verdad sobre la Eucaristía es su misterio: la presencia salvífica de Cristo bajo las especies de pan y vino. De esta manera, el Señor ha querido estar permanentemente presente en su Iglesia como el Emanuel, Dios con nosotros. Aun cuando la Eucaristía, en todas sus manifestaciones, es misterio de presencia, este aspecto se capta de manera particular en la oración silenciosa delante del sagrario y en las diversas formas tradicionales de la adoración eucarística. Esto permite ponerse delante de Dios y reconocer su misterio y el don de su presencia. La grandeza de Dios y lo limitado del hombre parecen encontrarse en la contemplación del misterio eucarístico.

53.¿Qué hacer para no perder el sentido del misterio eucarístico?

En los tiempos modernos se ha perdido notablemente la dimensión del misterio. La verdad sobre la dimensión espiritual del hombre parece quedar sofocada por un modelo continuamente alimentado por el activismo mundano, considerado como única forma de vida digna del hombre. Y, sin embargo, el hombre siempre tendrá la experiencia de ser finito, rodeado como está por un misterio inescrutable. Al mismo tiempo, la verdad sobre la Eucaristía, en cuanto misterio, permite al hombre comprenderse a sí mismo en su dimensión más profunda, desde el momento que él, en la base de la autotrascendencia de su espíritu, es expresión de un misterio inmutable. Sólo en el contexto de este misterio de Dios se clarifica el misterio del hombre. El misterio del hombre, de su mundo y de su historia se dirige siempre más allá de sí mismo, indica Dios.

Adoración y oración: encuentro de dos libertades

54. ¿Qué exige la presencia de Cristo?

La presencia de Cristo en el Sacramento exige de todo creyente el acto de fe y de oración, la apertura a la trascendencia, el encuentro en la oración silenciosa de adoración con Aquel que es el «Tú» divino que se dirige al «tú» humano, lo revela y lo realiza. Para que la oración sea auténticamente cristiana «es esencial el encuentro de dos libertades, la infinita de Dios y la finita del hombre».(22) En el clima de la civilización moderna el hombre pierde la actitud de meditación, de reflexión, de recogimiento y de admiración. Todo esto repercute sobre la vida de la fe. Por consiguiente, es muy difícil para el hombre contemporáneo, aun para el creyente, estar delante de Dios en espíritu de adoración y de glorificación, de acción de gracias y de agradecimiento, de reparación y de consagración de oración y de súplica, que nacen de un corazón libre, porque es capaz de reconocer a Dios.

55. ¿Qué logramos delante del Santísimo?

Delante del Santísimo Sacramento, la contemplación del misterio permite realizar este encuentro esencial con Cristo, por encima de la prisa y de la superficialidad en la que a veces vivimos. Sólo en el santuario de la conciencia, iluminada por la fe, conociendo que estamos «en la presencia de Dios», brota la experiencia de una verdadera libertad que se expresa en la respuesta libre al amor de Dios, frente a su verdad y a la nuestra. La Eucaristía, misterio de presencia, invita a la adoración. Juan Pablo II ha escrito a propósito de la relación necesaria entre libertad y adoración: «Así, los verdaderos adoradores de Dios deben adorarlo `en espíritu y en verdad (Jn 4,23). En virtud de esta adoración llegan a ser libres. Su relación con la verdad y la adoración de Dios se manifiesta en Jesucristo como la raíz más profunda de la libertad».(23)

5. CELEBRAR Y VIVIR LA VERDADERA LIBERTAD CRISTIANA

Preparación cuidadosa de las celebraciones eucarísticas

56. ¿Cómo se puede, en la práctica, concretizar más la relación entre Eucaristía y libertad? Concretamente ¿cómo se puede educar para hacer más evidente y activa esta relación en el mundo de hoy?

Es necesario para alcanzar este objetivo poner en práctica una pastoral eucarística renovada. He aquí algunas sugerencias:

a) En primer lugar, es necesario un cuidado particular respecto a la calidad de las celebraciones eucarísticas, de manera que estén penetradas de aquel clima de vida teologal – fe, esperanza, caridad – que las hace fiestas de fe del Pueblo de Dios, una manifestación gozosa del encuentro con el Señor. Precisamente, en este clima es donde se respira la gracia de ser convocados por Cristo, formados por Él como discípulos, hechos uno con Él en la Eucaristía, para testimoniar por los caminos del mundo, la propia fe, con alegría, sin miedo y sin complejos.

b) Y, también es necesario poner en práctica todas las sugerencias de la renovación litúrgica postconciliar, para dar de nuevo a la celebración eucarística en las parroquias, en las comunidades y en los grupos, su verdadero carácter de banquete pascual, celebración de aquella libertad con la que el Señor nos ha liberado. Puede contribuir a esto la selección apropiada de los textos y de los cantos, la participación de toda la asamblea, la compresión de los ritos, el aprecio de los símbolos litúrgicos. Todo debe contribuir a expresar, de manera adecuada, el significado pascual de la Eucaristía, como también en la Misa cotidiana que vivifica el testimonio de los cristianos en el mundo de la familia, del trabajo, de la escuela, gracias al encuentro con su Señor.

La centralidad del domingo

57. ¿Cuál es la razón de la importancia insustituible del domingo?

Uno de los signos característicos de la vida de los cristianos está hoy, fuertemente, insidiado por la cultura contemporánea. Nos referimos al domingo, día del Señor y día de la Iglesia. Se está difundiendo una concepción, siempre más laica y recreativa del día de fiesta que desearía relegar el domingo cristiano fuera de la esfera pública. Frente a la alternativa de un fin de semana dedicado sólo al descanso y a la distracción y pasatiempo, la comunidad cristiana debe reafirmar el significado sacro del domingo como espacio propio de la libertad para adorar a Dios y manifestar su presencia en medio de nuestra sociedad.

58. ¿Por qué el domingo es la expresión gozosa de la libertad pascual?

Una celebración adecuada del día de la Resurrección del Señor, Pascua semanal, debe ofrecer el tiempo necesario para dedicarse al culto de Dios, especialmente por medio de la Eucaristía y otras celebraciones litúrgicas y de devoción, y tiene que dejar tiempo para el reposo, para la vida de familia, para el encuentro con los amigos, para las obras de caridad. La observancia del sábado, en la tradición judía era, y es aun ahora, un signo elocuente del descanso del Señor al final de sus obras, y un memorial perenne de la libertad del Pueblo de Dios rescatado de la esclavitud de Egipto (cf. Dt 5,13-15). El domingo también, memorial de la Resurrección del Señor, debe ser una expresión gozosa de la libertad pascual del Pueblo de Dios. El domingo es el día de la liberación del trabajo semanal, de lo cotidiano, y signo de seres libres.

6. DE LA EUCARISTÍA A LA VIDA

Eucaristía y caridad

59. La Eucaristía nos mueve a vivir aún más la caridad?

La celebración eucarística, fuente y cima de la vida de la Iglesia, preparada mediante la lectura y la meditación de la Palabra, se confirma en la vida social con el amor y la caridad. «El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros, cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías… El testimonio evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y los pequeños , con los que sufren».(24)

60. ¿Por qué la Misa crea la base y la motivación para la caridad?

La liturgia eucarística debe crear la base y la motivación para la caridad. Si no lleva a servir al hombre, a ayudar a los pobres y a aquéllos que sufren, no alcanza todo su fin. Si la celebración eucarística no se expresa en una recíproca demostración de ayuda por parte de aquéllos que participan, se menoscaba uno de los elementos esenciales de la comunidad eucarística. Por el contrario, cuanto más brote de la liturgia la necesidad interior de servicio y de amor, tanto más se convierte la caridad en anuncio y testimonio, y, al mismo tiempo, es la invitación más eficaz a participar en la liturgia. Así, en medio del egoísmo y de la esclavitud moral de nuestra sociedad, la Eucaristía asume una credibilidad particular frente a los que dudan y a los no creyentes. Cristo está presente en la Eucaristía y en los sacramentos, en su Palabra; está presente también en los necesitados. La gran tradición patrística, representada, por ejemplo por San Juan Crisóstomo, ha revelado la relación entre el sacramento de la Eucaristía y el sacramento del hermano, pobre y necesitado, recordando las palabras de Cristo: «Porque tuve hambre, y me disteis de comer… Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos, más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,35).(25)

¡Hacer que la tierra se convierta en Cielo!

61. ¿Están unidas la Eucaristía y la caridad social?

La tradición caritativa y social de los primeros siglos de la Iglesia ha querido insistir sobre esta estrecha unión entre la celebración eucarística y la caridad social, con una frase de San Juan Crisóstomo, que podría hoy convertirse en programa de vida eucarística: vivir la caridad que nace de la Eucaristía, con las obras de misericordia, «para que la tierra se convierta en Cielo».(26) La celebración eucarística es una fuerte llamada que nos pide llevar del altar eucarístico al mundo la fuerza renovadora de una caridad liberadora.

62. ¿Cuál debe ser nuestro testimonio?

Hoy, por un sentido equivocado de la libertad o porque perduran formas de opresión, la vida de muchos de nuestros hermanos tiene necesidad de ser llevada a la verdadera experiencia de la dignidad de hijos de Dios. Los cristianos, reunidos en asamblea, después de haber celebrado el gozo de la Pascua van por la calles del mundo, a anunciar, como los discípulos de Emaús, que han escuchado la voz del Señor y lo han reconocido al partir el pan. Sembrando la alegría y el amor activo en las obras de misericordia, con los más pequeños, con los cuales el Señor se identificó, llevan la experiencia del «Cielo sobre la tierra», que es la celebración de la Eucaristía, a una tierra que para muchos es todo, menos cielo, sino más bien un lugar de sufrimiento y de esclavitud.

63. ¿Cuál es el sentido profundo de la “colecta”?

Las necesidades de los pobres, de los enfermos, de los débiles, de los que sufren de los prisioneros y de los oprimidos, reveladas y elevadas en una luz sobrenatural, deben animar a la comunidad. Deben estimular la «colecta», que de una parte es la oración en la liturgia, y de la otra significa recoger ayuda, ofrendas, estimular la creatividad de la caridad. Todo ésto va recogido cuidadosamente, pero en la misma medida, en unión con los representantes de la comunidad, va también distribuido. De esta manera el amor concentrado, de manera particular, en la Eucaristía como servicio divino se prolongará durante el servicio humano concreto, organizando una vida digna de todo hombre. De esta manera los cristianos, iluminados por la Eucaristía, deben llegar a ser constructores de la verdadera reconciliación entre las personas, las familias y los pueblos, y deben contribuir a una liberación positiva que libere la fuerza de la verdad, del bien, de la belleza y de la justicia en nuestro mundo.

CONCLUSIÓN

Liberar la fuerza del bien

64. ¿A qué debe contribuir la Misa?

Mientras la Iglesia se encamina a celebrar el Jubileo del año 2000, tan relacionado con la experiencia de la verdadera libertad y de la verdadera liberación, también social, la celebración eucarística debe contribuir a dar la libertad a los prisioneros, la alegría a los afligidos, la salud y la esperanza a los enfermos y a los que dudan, la compañía a todos los que viven en soledad, el socorro a los pobres.

65. ¿Qué gracia pedimos en este día?

Pueda la gracia de la Eucaristía proclamada, celebrada, comunicada y adorada, contribuir a romper el círculo de la opresión, del odio y del egoísmo y, promover la sincera dedicación, hasta el don de la vida por los demás, en un grande movimiento de caridad, también social, abriendo así una perspectiva nueva, completamente diversa en los países del Este, que acaban de salir de un largo período de opresión, y en todas las naciones del mundo, por medio de la cultura de la comunión y de la unión. Los discípulos de Jesús se convirtieron de tal manera en germen de una nueva sociedad en la que en recíproca solidaridad uno lleve la carga del otro, donde los hombres, interiormente libres y reconciliados, conozcan y vivan en la felicidad y la paz social.

En camino hacia la libertad definitiva

66. ¿Por qué razones podemos alimentar tales esperanzas?

Podemos alimentar tales esperanzas, desde el momento que la Eucaristía interpreta de su propia manera la esperanza cristiana. Ella demuestra que la actividad del hombre en el mundo, sus aspiraciones y su libertad respecto a todo bien que ha alcanzado en realidad contienen en sí la imposibilidad de alcanzar la plenitud en este mundo. En su esperanza trascendente, el hombre alimenta en sí aspiraciones, sueños y deseos que con sus propias fuerzas no podrá nunca apagar. En el camino hacia su realización no está solamente la muerte. Su fin, de hecho, no es el futuro histórico, sino el futuro trascendente. En su interior, la historia de la humanidad no alcanzará la propia plenitud si no en la gloria.

67. ¿Cuál será la libertad plena?

El Concilio Vaticano II, proyectando el valor de la actividad humana a la luz del misterio Pascual, ha descubierto el significado de una libertad que llegará a ser plena cuando toda la humanidad será entregada al Padre como oblación agradable (Cf. Rm 15,16). Y mientras nos encaminamos hacia este futuro la Iglesia nos asegura: «Una prenda de tal esperanza y alimento para el camino en aquel sacramento de la fe en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en el cuerpo y sangre glorioso con la cena de la comunión fraterna y la degustación del banquete celestial».(27)

Con María la Madre de Jesús

68. ¿Cuál es el papel de la Virgen en orden a la libertad?

Nuestra incorporación a Cristo es posible gracias a la mediación materna de María, Madre del Hijo de Dios. No se trata solamente de una referencia debida que es propia de la devoción tradicional a la Madre de Dios en la Iglesia. La Iglesia ve en María un modelo de liberación. La libertad es concedida al hombre no solamente para que se confirme en sí mismo, sino también para que se dé a sí mismo en el amor. Reconoce por este mismo hecho que él se construye a sí mismo, cuando elige libremente pertenecer a aquella comunidad de la cual la familia es la primera célula y, después de ella, la comunidad local y profesional, la nación, la comunidad internacional. Esta disposición de mantenerse fiel al don de sí mismo es una fuerza de la cual María, la Madre de Dios, nos ofrece un eximio ejemplo que aparezca siempre en solidaridad con Dios y con su Pueblo. En la Virgen de la Anunciación que se entrega libremente al Padre para colaborar en la salvación de la humanidad, en la Virgen del Magnificat que canta la obra salvífica de Dios en el pasado, en el presente y en el futuro de la historia. Juan Pablo II nos invita a contemplar a aquella que «dependiendo totalmente de Dios y plenamente orientada hacia El por el empuje de su fe, María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos».(28)

A su intercesión materna confiamos nuestras celebraciones eucarísticas para que los frutos que de la Eucaristía broten sean copiosos, para que los hombres y los pueblos, iluminados y alimentados de Cristo, Luz del mundo y Pan bajado del Cielo, puedan gozar de la verdadera libertad con la cual Él, el Redentor del hombre, nos ha liberado para que permanezcamos libres (cf. Ga 5,1).

(1) Cf. Plegaria Eucarística IV

(2) JUAN PABLO II, Carta Apostólica Tertio millenio adveniente, n. 11.

(3) Para las misas “Por diversas necesidades” (VB)

(4) Ibid., n. 84.

(5) Ibid., n. 86

(6) Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1741-1742.

(7) Veritatis Splendor, n. 85.

(8) Ibid, n. 87.

(9) JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptor Hominis, n. 10.

(10) Plegaria eucarística II.

(11) Plegaria eucarística IV.

(12) Anáfora de Santiago.

(13) Plegaria II de la Reconciliación.

(14) Plegaria eucarística IV.

(15) Homilía durante la Misa inaugural del Congreso Eucarístico Nacional de Varsovia, 8 de junio de 1987.

(16) Shedar haggadah shel pesah.

(17) Plegaria Eucarística IV.

(18) Adversus Haereses, III, 15,3: PG 7, 919.

(19) Ibid., IV, 18, 1-2: PG 7, 1025.

(20) Veritatis Splendor, n.107.

(21) Ibid.

(22) CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta Orationis formas, (15.10.1989) sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, n.3.

(23) Veritatis Splendor, n. 87.

(24) JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris Missio, n. 42.

(25) Cf. In Math. Hom. 50, 3-4: PG 58, 508-509.

(26) In Act. Apost. Homil. 11,3: PG 60, 97-98.

(27) Gaudium et Spes, n. 38.

(28) JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris Mater, n. 37.