Dios Padre y la Pasión de su Hijo
Homilía predicada por el p. Carlos Miguel Buela el Domingo de Ramos, en la Misa de clausura de la III Jornada de la Juventud, realizada en el Seminario «María, Madre del Verbo Encarnado».
Todo el arco de la vida de Nuestro Señor Jesucristo está marcado en las referencias explícitas e insistentes a su Padre Celestial. Cuando se hace hombre en las entrañas de la Virgen, como leemos en la Carta a los Hebreos, clama: «He aquí, oh Padre, que vengo, a hacer tu voluntad». Desde el primer instante de su existencia terrena hace referencia al Padre; y en el último instante de su vida terrena, también: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».
I
Jesucristo se constituye en el gran revelador del Padre. Hoy quiero referirme a casi todas las veces que Jesús durante su Pasión se refiere al Padre. Como bien sabéis, la Pasión tiene, por así decirlo como una dimensión primero sacramental –la Última Cena–, y luego, propiamente, la Pasión dolorosa, cruenta, que comienza en Getsemaní: «Llegada la tarde, vino con los Doce. Y cuando fue la hora, se puso a la mesa con sus apóstoles. Y les dijo: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer. Porque os digo que ya no la comeré hasta que sea cumplida en el reino de Dios». Y tomando un cáliz, dio gracias y dijo: “Tomadle y repartidlo entre vosotros. Porque os digo que no beberé ya de este fruto de la vid hasta que no haya venido el reino de Dios, hasta el día aquel en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre”»1 (Lc 22, 14).
La pasión sacramental antecede y comienza en el Cenáculo. Por ejemplo, Cristo nos recuerda que es el Padre que nos da el Reino: «Como mí Padre me ha dado el reino, así os lo doy a vosotros, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis sobre tronos y juzguéis a las doce tribus de Israel» (Lc 22, 29).
Nos enseña que esos momentos, son los momentos del paso, es decir de la Pascua: «Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús, sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, –ese pasar es la Pascua– habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. –Y versículos más abajo–…sabiendo [Jesús] que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que salió de Dios y volvía a Dios» (Jn 13, 1-5).
Nos enseñó también en esos momentos, los más importantes de su vida terrena que en la casa de nuestro Padre, metáfora referida al cielo, hay muchas moradas: «No se turbe vuestro corazón. ¿Creéis en Dios? Creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas (…)voy a preparamos un lugar. Y cuando os haya preparado lugar, después de irme, de nuevo volveré para tomaros conmigo, a fin de que estéis donde yo estoy. Y el camino para donde voy, lo conocéis» (Jn 14, 1-4).
Y Él manifiesta también de una manera muy elocuente su propio misterio al revelar al Padre. Porque nos tiene que enseñar que Él es consustancial con el Padre, de la misma sustancia, de la misma naturaleza divina, numéricamente una. Pero que también es hombre, porque asumió una naturaleza humana en las entrañas de la Virgen. «Le dice Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿y cómo podemos conocer el camino? Jesús le responde: Yo soy el camino, la verdad, y la vida2. Nadie llega al Padre sino por mí. Si me hubierais conocido, hubierais conocido también a mi Padre» (Jn 14, 5-11).
Quien conoce a Jesús entonces, conoce al Padre, porque tienen la misma naturaleza divina, numéricamente una: «Desde ahora le conocéis y le habéis visto. Dícele Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le responde –con un poco de tristeza–: Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto, ha visto al Padre3. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre?» (Jn 14, 12-14).
Y entonces va a expresar esa relación misteriosa y real que se da entre Él y el Padre, el Padre y Él, porque son una sola cosa: «¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí? Las palabras que yo os digo, no las digo por mi cuenta; y el Padre, que permanece en mí, Él es quien obra. Creedme, yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed por las mismas obras» (Jn 14, 12-14).
Expresa su muerte de una manera muy hermosa, muy tierna. Ya ha dicho que es un «paso». Insistirá en la idea que es una «marcha»: «En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, ése hará las obras que yo hago. Y las hará mayores que ellas, porque yo voy al Padre. Yo haré todo aquello que pidiereis en mi nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Yo haré cualquier cosa que me pidiereis en mi nombre» (Jn 14, 12-14).
Le dice a los apóstoles que no tengan miedo, que Él rogará al Padre para que el Padre les envíe el Espíritu Santo: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador4» (Jn 14, 15-16).
Insiste en la mutua inhesión que hay entre el Padre y Él, Él y el Padre: «En aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él» (Jn 14, 20).
Aún más. Ese estar Él en el Padre, el Padre en Él y Él en nosotros hace que en nosotros, en nuestra alma inhabite la Santísima Trinidad, inhabite por tanto también el Padre:«Judas, no el Iscariote, le dice: Señor, ¿cómo puede ser que hayas de manifestarte a nosotros, y no al mundo? Jesús respondió y le dijo: Todo el que me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y moraremos en él» (Jn 14, 22).
Él ama al Padre: «Pero es menester que conozca el mundo que amo al Padre y que tal como el Padre me ordenó, así obro» (Jn 14, 21).
Lo presenta al Padre como si fuese un campesino, un finquero, un agricultor: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el agricultor…. Mi Padre es glorificado en esto: en que deis mucho fruto, y así seréis mis discípulos» (Jn 15, 1. 8).
Grandes sueños tiene con nosotros el Padre celestial, su gloria es que demos muchos frutos por eso decía un grande Santo Padre, san Ireneo: «La gloria de Dios es el hombre viviente»5: «Como me amó el Padre, así yo os amé. Permaneced en mi amor. Si vosotros guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; como he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Todas estas cosas os he dicho para que yo me goce en vosotros y vuestro gozo sea completo» (Jn 15, 10).
Nos llama amigos. Nos recuerda la obligación que tenemos de amarnos entre nosotros: «Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este de dar uno la propia vida por sus amigos. Vosotros seréis mis amigos, si hacéis las cosas que os he mandado. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Yo os llamo amigos». Y ¿porqué nos llama amigos? «Porque os he revelado todo lo que he oído de mi Padre. Vosotros no me escogisteis, sino yo os escogí a vosotros, y os destiné para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca, para que el Padre os conceda cualquier cosa que le pidáis en mi nombre. Esto os encomiendo, que os améis los unos a los otros» (Jn 15, 12-17).
De tal manera el Padre está en el Hijo y el Hijo está en el Padre, que quien odia al Hijo odia al Padre: «Si yo no hubiera venido ni les hubiese hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado. El que me odia, odia también a mi Padre. Si no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado; pero las han visto, y me odian a mí y a mi Padre. Para que se cumpla la palabra escrita en su Ley6: me odiaron sin razón. Cuando venga el Consolador que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros también daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (Jn 15, 18-27; 16, 1-4 a).
Y habrá dificultades: «Os he dicho estas cosas para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas7; y vendrá tiempo en que todos los que os maten creerán hacer un servicio a Dios. Y harán estas cosas porque no conocieron al Padre ni a mí. Os he dicho estas cosas para que, cuando llegue su tiempo, os acordéis de que yo os las anuncié» (Jn 16, 1-4).
De tal manera el Padre es infinitamente generoso, que Jesús promete reiteradas veces que el Padre nos dará todas las cosas: «Dentro de poco ya no me veréis; de nuevo un poco y me veréis. Algunos de los discípulos se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Dentro de poco ya no me veréis; de nuevo un poco, y me veréis y Yo me voy al Padre?…. En verdad, en verdad os digo que el Padre os dará cualquier cosa que pidáis en mi nombre» (Jn 16, 16-24).
Es en esta ocasión que Jesús nos dice: «El Padre os ama»: «En aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo pediré por vosotros al Padre, PORQUE EL MISMO PADRE OS AMA, pues vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre y vine al mundo: ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre. Dícenle sus discípulos. Ahora sí que hablas claramente y no dices ninguna parábola. Ahora vemos que sabes todas las cosas y no necesitas que nadie te pregunte: por esto creemos que has salido de Dios» (Jn 16, 25-33).
De tal manera es esto, que Jesús nunca está solo, como tampoco nosotros estamos solos, estamos en gracia de Dios: «Jesús les respondió: ¿Ahora creéis? Mirad, llega la hora –y ya es llegada–en que vosotros os dispersaréis cada uno por su lado, y a mí me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis tribulaciones; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Jn 16, 25-33).
De tal manera que entre ellos también se glorifican mutuamente: «Así habló Jesús, y levantando sus ojos al cielo, dijo: “Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique a ti…”».
De tal manera esto es importante, que es la vida eterna: «… Y para que, por el poder sobre toda carne que le has conferido, dé la vida eterna a todos aquellos que le has dado. Y ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único verdadero Dios, y al que enviaste, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, realizando la obra que me encargaste hacer. Y ahora, Padre, glorifícame tú con la gloria que yo tenía en ti antes que el mundo existiese»8 (Jn 17, 1-5).
Pide al Padre que nos cuide: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, que tú me los has dado9, para que sean uno, como nosotros» (Jn 17, 6-19).
No ruega solamente por los que están allí, sino también por todos, también por nosotros que estamos reunidos hoy aquí, ahora y por los que vendrán a través de los siglos: «No ruego solamente por ellos, sino también por los que han de creer en mí por su palabra. Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti» (Jn 17, 20-26).
Cristo reza para que estemos junto al Padre y junto a Él: «Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Padre, quiero que los que tú me has dado estén también conmigo allí donde yo estoy, para que contemplen mi gloria, la que tú me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos conocieron que tú me has enviado. Yo les manifesté tu nombre y se lo haré conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos, y yo en ellos» (Jn 17, 20-26).
II
Cuando comienza la Pasión cruenta en Getsemaní, por tres veces Jesús se va a postrar en tierra en la roca de la agonía y va a clamar por tres veces: «Y Él se alejó de ellos como un tiro de piedra, se puso de rodillas y postrándose sobre su rostro10 oraba, y pedía que, si era posible, pasase de Él aquella hora; y decía: Abba, Padre, todas las cosas te son posibles: si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 41). «De nuevo por segunda vez se alejó y oró diciendo las mismas palabras: Padre mío, si esto [el cáliz] no puede pasar sin que lo beba, hágase tu voluntad. Volvió de nuevo y los halló durmiendo, porque sus ojos estaban cargados, y no sabían qué responderle» (Mt 26, 42). Por tres veces. Una oración de suprema ternura: Padre mío; de suprema angustia: pase sobre mí este cáliz de dolor; y de supremo abandono en la voluntad de Dios: no se haga mi voluntad sino la tuya. Y sudó sangre.
Y luego, colgado en la cruz, en la primer palabra se refiere al Padre: «Y Jesús decía: Padre, –otra vez, suprema ternura- perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 33). Perdónales. Misericordia heroica de nuestro divino Salvador. Le está pidiendo al Padre que perdone a los que habían crucificado. No saben lo que hacen.
Y también, colgado en la cruz va a pronunciar en su lengua madre, en hebreo, propiamente en arameo: «Eloí, Eloí, lama sabactani?, que, traducido, es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?11. Y algunos de los presentes dijeron al oír: Mirad, éste llama a Elías» (Mc 15. 34).
Oración de suprema desolación, la desolación más grande que ha existido jamás y jamás existirá en un corazón humano.
Y finalmente, luego de mojarse los labios con la esponja embebevida en vinagre y decir está cumplido, consumatum est, dijo: «Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: Está cumplido. y dando de nuevo una gran voz, dijo: Padre, en tus manos entrego mi espíritu12. Y, dicho esto, bajó la cabeza y entregó el espíritu» (Jn 19. 30). La más hermosa definición de la muerte: entregar el alma a Dios.
Cuántas veces queridos hermanos Jesús durante su Pasión se refirió al Padre celestial, ¡cuántas veces! Es que realmente para Él, como tiene que ser para nosotros el punto de referencia insoslayable porque Él es el principio de todo; Él es el que nos ha creado; Él es el que manda a su Hijo para que muera en la cruz y nos salve; Él es el que envía el Espíritu Santo para que nos santifique; Él quiere que todos nos salvemos y lleguemos al cielo y gocemos de esa felicidad sin fin, que es estar en la casa de nuestro Padre celestial.
Que la Santísima Virgen, nuestra Madre, ejemplo de hija fiel del Padre celestial nos enseñe a amar cada vez más a nuestro único Señor y Padre.
NOTAS:
(1) Muchas veces Jesús había hablado del cielo como de un banquete. Ahora, al anunciar a sus discípulos la inminencia de su muerte, les promete que celebrará con ellos un nuevo banquete, mucho más espléndido, en el cielo, y lo expresa con las palabras vino nuevo. La idea central de esta promesa es la nueva reunión en una superior intimidad entre los discípulos y el Maestro, eficaz pensamiento de consuelo en este momento de despedida.
(2) Por el pecado habían perdido los hombres el camino de la vida, sin esperanzas de encontrarlo de nuevo. Jesús se presentó en el mundo como verdad, como luz que disipa el error y señala cuál es el camino del cielo. Sólo Él es el camino, porque es el único mediador para llegar al Padre. Pero es también la vida, el único que posee y da la vida.
(3) El Padre y el Hijo son una misma cosa; por esto, donde está el Hijo, está también el Padre. Jesús demuestra su consubstancialidad con el Padre con un argumento sacado de sus palabras y de sus obras: su doctrina transcendente no puede ser humana; sus milagros superan las fuerzas de la naturaleza: son palabras y obras de Dios.
(4) La palabra griega Paráclito significa abogado, defensor, y, en sentido derivado, consolador. Es el Espíritu Santo, del cual se dice que es otro consolador, porque también Jesús lo es.
(5) Adv. Haereses, IV, 20, 7.
(6) Salmos 35 (34), 19; 69 (68), 5.
(7) Ser expulsado de la sinagoga equivalía para los judíos a ser tenido por apóstata o excomulgado.
(8) En esta oración Jesús habla como sacerdote y como víctima antes de subir al ara de la cruz. Pide su propia glorificación en premio de haber cumplido la obra que le encomendó su Padre, le ruega que santifique y guarde a sus discípulos unidos por la caridad, ora por último por aquellos que creerán por la palabra de sus discípulos, para que también ellos sean una sola cosa en la fe y el amor.
(9) Guárdalos en tu nombre, es decir, en el recto conocimiento de ti, que tú me has dado. Preferimos esta locución a la versión de la Vulgata que dice: guarda en tu nombre a los que me has dado.
(10) Mc Cayó en tierra; Mt Se postró.
(11) Palabras con que comienza el Salmo 22 (21).
(12) Cf. Salmo 31 (30), 6.