De entre las enseñanzas que nos deja el misterio del nacimiento de nuestro Señor en el Portal de Belén, vamos a referirnos solamente a una que suele ocurrir muchas veces en la vida: que Dios se encuentra donde uno menos lo espera encontrar. Pongámonos por ejemplo en el caso de los pastores, pongámonos en el caso de los Reyes magos. Ellos salen a buscar al Rey de reyes y al Señor de los señores. Podían esperar encontrarlo en un palacio de cristal y oro, con todas las comodidades y los lujos propios de tan gran Señor. Sin embargo, la estrella se detiene en un pueblito perdido del Medio Oriente, en un lugar del Imperio romano prácticamente insignificante y además no sobre un palacio, no sobre una casa y ni siquiera sobre un ranchito: sobre un establo, sobre el lugar donde dormían y comían los animales. ¿Y cómo puede ser? ¡Todo un Dios que nace y está en un lugar donde nadie espera que esté!
Así pasa con nuestra vida. En la vida espiritual, en general las almas creen que Dios está en la consolación. Sí, está en la consolación. Pero resulta que la mayoría de las veces está en la desolación, no porque haya que seguir lo que la desolación pide, sino porque hay que hacer en contra de la desolación. Y en medio de esa desolación, de esa aridez, de esa sequedad; allí está Dios que permite esa aridez, esa sequedad, ese desierto del alma para que uno lo busque a Él sin apoyarse en medios sensibles, humanos.
En la 2° lectura de hoy se nos hablaba de la Cruz: Dios me libre de gloriarme si no es en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo…[1]. ¡Cuántas veces tenemos que pasar cruces en la vida espiritual! Las cruces que son tentaciones, las cruces que son tribulaciones, incomprensiones, soledades y a veces hasta el mismo Dios parece que ha desaparecido, parece que no se ocupa de nosotros, que no nos escucha… ¡y sin embargo Dios está allí! Está probando esa alma, la está purificando, la está arrancando de los afectos desordenados, la está llevando al puro amor de Dios.
Podríamos multiplicar los ejemplos en la vida espiritual, la práctica verdadera, genuina de los votos ¡cuántas veces es una Cruz el voto de castidad o de pobreza o de obediencia, que significa la renuncia a la voluntad propia! ¡Cuántas veces hay almas que están sin paz porque no quieren obedecer, no quieren hacer la voluntad de Dios sino su propia voluntad! Y sin embargo, allí mismo, en esa prueba, en esa dificultad, en ese sufrimiento, allí está Dios y si uno supiese tener ojos de fe, como tuvieron los pastores, como tuvieron los Magos, se daría cuenta que muchas veces Dios está donde pareciera que es imposible.
Pasa también en la vida intelectual, en la vida intelectual verdadera, cuando uno se zambulle en los misterios de nuestra fe. Uno no puede trascender ese claroscuro de la fe porque no puede anular el misterio. «No sería Dios quien es, si fuese Dios entendido» (San Agustín, Serm. 52, 6, 16; PL XXXVIII, 360.), decía San Agustín. Los caminos de Dios son inescrutables; dejaría de ser Dios quien es, si los caminos de Dios fuesen escrutables por los meros ojos humanos. ¡Cuántas veces en nuestra vida, Dios nos propone caminos que son increíbles! Son caminos que son muy superiores a los caminos que nosotros nos imaginábamos que deberíamos recorrer; porque los pensamientos del Señor son mucho más grandes, mucho más altos, mucho más trascendentes que los pensamientos de nosotros, los hombres.
Cuántas veces –bajando un poco todavía en el nivel intelectual– la mala nota en un examen, reprobar un examen, el dar una mala clase, el tener que estudiar un autor que no es ortodoxo para refutar lo (decía Santo Tomás que la lectura de los libros de los herejes es un verdadero martirio y sin embargo alguien tiene que hacer ese trabajo), muchas veces allí donde pareciera que Dios no está porque es herejía, es error, es blasfemia, sin embargo Dios quiere que uno ponga su interés en eso porque hay que refutarlo para que otras almas no caigan en el error. De tal manera que también allí es verdad que Dios está muchas veces donde parece que no está.
Pasa también en la vida comunitaria, uno tiene que soportar a una hermana que es nerviosa, no tiene paz, es contrera, si hablás con ella te dice: «tratá de no molestar»; si no hablás: «qué tenés para no hablarme», o sea, que no se sabe qué hacer para que no se chifle. Eso pasa, suele pasar, puede pasar. Sin embargo esa prueba con esa hermana, es una ocasión hermosísima para practicar la paciencia, la mansedumbre, la caridad, el servicio, la ayuda, para rezar al Espíritu Santo que nos haga comprender cómo tratar a esa alma, cómo acercarse, qué le ha pasado en su vida ¡vaya a saber! para que esté así como un erizo, siempre con las espinas para afuera y pinchando a todo el que se acerca.
A veces nos puede tocar en la comunidad una superiora injusta, ¡cuántas veces pasa!, por más que se busque elegir la mejor religiosa, la que parece más prudente, más sabia, más delicada, más amorosa, con más sentido común, la eligen y después es un desastre. Y a partir de eso cuántos méritos se ganan por tener que llevar la Cruz de un superior que no es según el Corazón de Jesús. De tal manera que allí también se dará esa realidad que vemos en el misterio del nacimiento de Jesús: donde menos uno espera encontrar a Dios, allí está. «Pero Padre, ¿esa es una cosa buena?». No, no es una cosa buena, pero si uno lo lleva con espíritu de fe, aprovecha para santificarse, para ganar méritos para la vida eterna, para hacer lo que hicieron los santos de todos los tiempos que supieron aprovechar de las circunstancias. Santa Gemma Galgani tenía un Director espiritual que era un Obispo y no entendía nada de lo que pasaba por el alma de Santa Gemma (si yo hubiese estado en el lugar de él me hubiese pasado lo mismo, tal vez, o peor, porque son cosas muy difí ciles de entender esos fenómenos de vida mística como el caso de Santa Gemma). Menos mal que había uno, el P. Germán, que la entendía. Pero no es fácil, porque viene la cosa complicada y no es una cosa que sea así no más. Sin embargo ella era obediente: «no vea más al P. Germán», no lo vio más, en el tiempo que estaba establecido… «no escribas más», no escribió más…; «no tal cosa», y ella no hacía tal cosa.
Bueno, y así podríamos seguir repasando todo lo que hace a nuestra vida religiosa. Y en cada lugar, en cada circunstancia, nos puede pasar eso: que Dios está allí escondido, donde menos parece estar. No necesariamente porque quiera esa cosa, pero la permite. Y si la permite, la permite para nuestro bien. Y si la permite es porque Él es capaz de sacar de las cosas malas, por su infinito poder y por su infinita sabiduría, muchísimas cosas buenas. De tal manera que, como dice San Agustín, el mal viene a ser como la burra de noria, la burra que se pasa el día dando vuelta alrededor del pozo de agua para sacar agua. Y entonces allí dice: si faltasen males, faltarían muchos bienes. Notemos, por ejemplo, en la breve, pequeña historia de nuestras Congregaciones cuántas pruebas hemos tenido que pasar, cuántas dificultades, cuántas cosas que –hablando humanamente– eran sin sentido, dolorosas, inexplicables, injustas y cuánto bien ha traído eso a nuestros Institutos, cuántas bendiciones, qué expansión misionera hemos tenido en tan poco tiempo, imposible si no hubiésemos tenido esas pruebas, esas dificultades ¡imposible! Qué adelanto, por ejemplo, en concreto en las Servidoras, lo que eran hasta hace pocos años, eran un conjunto de niñas que más o menos no sabían hacer mucho de la vida religiosa, pero que tenían una gran idea: ¡querían ser religiosas! Y como Dios, el Divino Esposo, las premió y las fue haciendo madurar y las fue llevando de su mano para que fuesen avanzando cada vez de bien en mejor.
Por eso que quede este solo pensamiento: Dios está muchas veces donde parece que no puede estar, como estuvo en un establo, que humanamente parecería que fuese el lugar menos adecuado para que allí nazca todo un Dios.
¡Que la Virgen, que le tocó vivir esa realidad y no protestó, y no se quejó, nos enseñe también a nosotros a descubrir a Dios en las circunstancias difíciles!
[1] Cf. Gal 6,14.