Jesucristo, “toda deuda paga”[1].
Efectos de la Redención.
- Las causas de la redención producen seis efectos, a saber[2]:
1. Liberación del pecado (o sea, de la culpa del pecado en cuanto ofensa a Dios).
2. Liberación del poder del diablo.
3. Liberación de la pena del pecado (de la pena merecida como castigo por el pecado).
4. Reconciliación con Dios.
5. Apertura de las puertas del cielo.
6. Exaltación del propio Cristo.
- Estos efectos se relacionan del siguiente modo con las casualidades de la Pasión.
Habíamos visto que Cristo realizó la Redención por relación a cinco causas, ahora las relacionaremos con los efectos que produce:
1. A su Divinidad, por vía de eficiencia, tanto principal –por ser el Verbo de Dios-; cuanto instrumental –por ser hombre-; Efecto producido: la liberación del pecado en cuanto culpa (o sea, en cuanto ofensa a Dios): “Vi en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos… Cuando recibió el libro, los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo: «Eres digno de recibir el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste degollado, y con tu sangre has adquirido para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación” (Ap 5,1.8-9).
2. A la Voluntad con que padeció, por vía de mérito; el efecto es doble, sobre Cristo y sobre nosotros:
a- La exaltación de Cristo: resurrección, glorificación del cuerpo, ascensión al Cielo, estar a la derecha del Padre, exaltación de su Nombre, Rey universal y Juez supremo de vivos y muertos: Cristo Jesús “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,6-11).
b- Para nosotros, los hombres: la gloria y la apertura del Cielo: “Así pues, teniendo libertad para entrar en el santuario, en virtud de la sangre de Jesús, contando con el camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne, y teniendo un gran sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de mala conciencia y con el cuerpo lavado en agua pura. Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa. Fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras; no faltemos a las asambleas, como suelen hacer algunos, sino animémonos tanto más cuanto más cercano veis el Día” (Heb 10,19-25).
3. A su Carne que sufre:
A. Reconciliándonos con Dios, por vía de sacrificio; Efecto: reconciliación con Dios: “Cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvados del castigo! Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvados por su vida! Y no solo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación” (Ro 5,6-10).
B. Librándonos de la culpa del pecado, por vía de redención; Efecto: liberación del poder del Demonio: “«Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí»” (Jn 12,31-32).
C. Librándonos de la pena del pecado, por vía de satisfacción; Efecto: liberación de la pena (o sea, del castigo que merecen nuestros pecados): “Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes…Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron…El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación…Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores” (Is 53,2-12).
- Las causas de la justificación del pecador, o redención subjetiva, según el Concilio de Trento.
“…son:
- La final, la gloria de Dios y de Cristo y la vida eterna;
- La eficiente: Dios misericordioso, que gratuitamente lava y justifica (cf. 1 Co 6,11), sellando y ungiendo (cf. 2 Co 1,21 s.) “con el Espíritu Santo de su promesa, que es prenda de nuestra herencia (Ef 1,13 s);
- La meritoria, su Unigénito muy amado, nuestro Señor Jesucristo, el cual “cuando éramos enemigos” (Ro 5,10), “por la excesiva caridad con que nos amó” (Ef 2,4), nos mereció la justificación por su pasión santísima en el leño de la cruz (can 10, DH 1560) y satisfizo por nosotros a Dios Padre;
- La instrumental, el sacramento del bautismo, que es el “sacramento de la fe”, sin la cual jamás a nadie se le concedió la justificación”.
- Finalmente, la única causa formal es la justicia de Dios, no aquella con la que Él es justo, sino aquella con que nos hace a nosotros justos (can. 10-11, DH 1560-1561), es decir, aquella por la que, dotados por Él, somos renovados en el espíritu de nuestra mente (Ef 4,23) y no sólo somos reputados, sino que verdaderamente nos llamamos y somos justos (cf. 1 Jn 3,1), al recibir en nosotros cada uno su propia justicia, según la medida que el Espíritu Santo la reparte a cada uno según quiere (cf. 1 Co 12,11) y según la propia disposición y cooperación de cada uno” (DH 1529). Es la gracia santificante.
- Explicación de los frutos del Árbol de la Cruz, o sea, de sus efectos.
- De cómo por la pasión de Cristo fuimos librados de la culpa del pecado.
“Por otra parte, se lee en el Apocalipsis: “Nos amó y nos limpió de los pecados con su sangre” (Ap 1,5).
La pasión de Cristo es la causa propia de la remisión de los pecados de tres maneras:
Primera, por cuanto mueve a la caridad; pues, como dice San Pablo, “dio pruebas de su caridad hacia nosotros, porque, siendo aún enemigos suyos, Cristo murió por nosotros” (Ro 5,8-9). Pero por la caridad conseguimos el perdón de los pecados, según lo, que se lee en San Lucas: “Le son perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho” (Lc 7,47).
Segunda, la pasión de Cristo es causa de la remisión de los pecados por vía de redención. Siendo El nuestra cabeza, con la pasión sufrida por caridad y obediencia nos libró, en razón de miembros suyos, de los pecados, como por el precio de su pasión, como si un hombre, mediante una obra meritoria ejecutada con las manos, se redimiese de un pecado que había cometido con los pies.
Pues, como el cuerpo natural es uno, no obstante constar de diversidad de miembros, así toda la Iglesia, que es el cuerpo místico de Cristo, se comporta como una sola persona con su cabeza, que es Cristo.
Tercera, por vía de eficiencia, en cuanto la carne, en la que Cristo soportó la pasión, es “instrumento de la divinidad”; de donde proviene que los padecimientos y las acciones de Cristo obran por la virtud divina en la expulsión del pecado”[3].
“Aunque Cristo no padeció como Dios, pero su carne es instrumento de la divinidad, de donde su pasión posee cierta virtud divina para perdonar los pecados…”[4].
“La pasión de Cristo, aunque corporal, recibe cierto poder espiritual de la divinidad, a la cual está unida la carne como instrumento, y por este poder la pasión de Cristo es causa de la remisión de los pecados”[5].
“Con su pasión nos libró Cristo de nuestros pecados causalmente, es decir, instituyendo una causa de nuestra liberación en virtud de la cual pudieran ser perdonados cualesquiera pecados cuando quiera que hayan sido cometidos, sean pasados, presentes o futuros; como si un médico prepara una medicina con la que pueden curarse cualesquiera enfermedades aun en el futuro”[6].
“Como quiera que la pasión de Cristo haya precedido como causa universal de la remisión de los pecados, es preciso que se aplique a cada uno para que obtenga la remisión de los pecados, y esto se hace por el bautismo y la penitencia y por los otros sacramentos, que de la pasión de Cristo reciben el poder (ver III, 62, 5)”[7].
“Aun por la fe se nos aplica la pasión de Cristo para percibir sus frutos, según la sentencia de San Pablo “Dios ha puesto a Cristo como sacrificio propiciatorio mediante la fe en su sangre”. Pero la fe por la que se limpian los pecados no es la fe informe, que puede coexistir con el pecado, sino la fe informada por la caridad, para que de esta suerte se nos aplique la pasión de Cristo no sólo en el entendimiento, sino también en el afecto. Y por esta vía se perdonan los pecados en virtud de la pasión de Cristo”[8].
- De cómo por la pasión de Cristo fuimos librados del poder del diablo.
“Por otra parte, dice el Señor al acercarse la pasión: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera, y yo, si fuese levantado de la tierra, todo lo atraeré a mí” (Jn 12, 31-32). Pero fue exaltado de la tierra por la pasión; luego por ésta fue el diablo privado del poder sobre los hombres.
Acerca del poder que el diablo ejercía sobre los hombres antes, de la pasión de Cristo, tres cosas hay que considerar:
La primera, de parte del hombre, que con su pecado mereció ser entregado en poder del diablo, que con la tentación le había superado.
La segunda, de parte de Dios, a quien ofendió el hombre pecando, y que en justicia “fue abandonado al poder del diablo”.
La tercera, de parte del diablo, que con su perversísima voluntad impedía al hombre, la consecución de su salud.
Pues cuanto a lo primero, el hombre quedó libre del poder del diablo por la pasión de Cristo, por cuanto ésta es la causa de la remisión del pecado.
Cuanto a lo segundo, hay que decir que la pasión de Cristo, nos libró del poder del diablo, reconciliándonos con Dios (ver III, 48, 4).
Cuanto a lo tercero, nos libró del poder del diablo la pasión de Cristo, por haberse él excedido en el uso de los poderes a él permitidos por Dios, maquinando la muerte de Cristo, que no la había merecido, por estar inmune de pecado. Por esto dice San Agustín: “Por la justicia de Cristo fue vencido el diablo; pues, no existiendo en Él cosa que le mereciese la muerte, sin embargo, se la dio. Y así era justo que quedasen libres los deudores que retenía, en virtud de la fe en Aquel a quien sin ninguna deuda había dado muerte”[9].
“No decimos que el diablo tuviera tal poder sobre los hombres que pudiera dañarlos sin la permisión divina, sino que con justicia se le permitía dañar a los hombres, a quienes con la tentación había inducido a prestarle consentimiento”[10].
“También ahora puede el diablo, permitiéndolo Dios, tentar a los hombres en el alma y vejarlos en el cuerpo; pero tienen preparado el remedio en la pasión de Cristo, con la cual se pueden defender contra las impugnaciones del enemigo para no ser arrastrados al abismo de la muerte eterna. Y cuantos antes de la pasión de Cristo resistían al diablo, por la fe en esta pasión podían hacerlo aun antes de realizarse la pasión. Todavía hemos de conceder que en una cosa no podía ninguno escapar a las garras del diablo, a saber, en no descender al infierno, del que, después de la pasión de Cristo, pueden los hombres librarse mediante la virtud de ésta”[11].
“Permite Dios al diablo engañar a los hombres en ciertas personas, lugares y tiempos, según las razones ocultas de los juicios divinos pero siempre tienen los hombres preparado por la pasión de Cristo el remedio con que se defiendan de la maldad del diablo, aun en la época del anticristo. Si algunos descuidan valerse de este remedio, esto no dice nada contra la eficacia de la pasión de Cristo”[12].
- De cómo por la pasión de Cristo fuimos librados de la pena del pecado.
“Por otra parte, dice Isaías (53,4): “Pero fue él, ciertamente, quien tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores”.
De dos maneras fuimos librados por la pasión de Cristo del reato de la pena:
La primera, directamente, en cuanto la pasión de Cristo fue suficiente y sobreabundante satisfacción por los pecados de todo el género humano. Sabido es como, ofrecida la satisfacción suficiente, se quita el reato de la pena.
La segunda manera es indirecta, en cuanto la pasión de Cristo es causa de la remisión del pecado, en que se funda el reato de la pena”[13].
“La pasión de Cristo produce su efecto en aquellos a quienes se aplica mediante la fe y la caridad y mediante el sacramento de la fe. Por esto, los condenados del infierno, que no se unen con la pasión de Cristo del modo dicho, no perciben el efecto de la pasión”[14].
“Según queda dicho, para conseguir el efecto de la pasión de Cristo es preciso que nos configuremos con Él. Esto se logra sacramentalmente por el bautismo: “Con El hemos sido sepultados por el bautismo, para participar en su muerte” (Ro 6,4). Por eso a los bautizados ninguna pena satisfactoria se impone, pues por la satisfacción de Cristo quedan totalmente libres. Más, porque “Cristo murió una sola vez por nuestros pecados”, como dice San Pedro (1 Pe 3,18), por eso no puede el hombre configurarse segunda vez con la muerte de Cristo por el sacramento del bautismo.
Esta es la razón por la cual los que después del bautismo se hacen reos de nuevos pecados necesitan configurarse con Cristo paciente mediante alguna penalidad o pasión que deben soportar, la cual, sin embargo, es mucho menor de lo que exigiría el pecado, por la cooperación de la satisfacción de Cristo”[15].
“La satisfacción de Cristo produce su efecto en nosotros por cuanto nos incorporamos a Él como miembros a su cabeza… Pero los miembros deben conformarse con la cabeza, y por esto, como Cristo tuvo primero la gracia en el alma junto con la pasibilidad del cuerpo, y por la pasión alcanzó la gloria de la inmortalidad, así también nosotros, que somos sus miembros, quedamos libres por su pasión del reato de cualquier pena, pero con la condición de que primero recibamos en el alma el “espíritu de adopción de hijos” (Ro 8,15), con el que, viviendo aún en cuerpo pasible y mortal, somos adscritos a la herencia de la gloria inmortal. Luego, “configurados con los padecimientos y la muerte de Cristo” (Fil 3,10), somos conducidos a la gloria inmortal, según aquello del Apóstol: “Si somos hijos, también herederos; herederos de Dios, pero coherederos con Cristo, a condición de que con El padezcamos para ser con El glorificados (Ro 8,17; Fil 3,10)”[16].
- De cómo por la pasión de Cristo fuimos reconciliados con Dios.
“Escribe el Apóstol en Ro 5,10: Hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.
La pasión de Cristo es causa de nuestra reconciliación con Dios, de dos modos: Primero, en cuanto que quita el pecado, por el que los hombres se constituyen en enemigos de Dios, según el pasaje de Sb 14,9: Dios aborrece por igual al impío y a su impiedad; y en Sal 5,7 se dice: Odias a todos los que obran la iniquidad.
Segundo, en cuanto que es para Dios un sacrificio gratísimo. Es un efecto propio del sacrificio el de aplacar a Dios, como acontece con el hombre que perdona la ofensa cometida contra él, en atención a un obsequio que se le hace. Por esto se dice en 1 Sam 26,19: Si es el Señor quien te excita contra mí, que El reciba el olor de una ofrenda. Y, de igual modo, fue un bien tan grande el que Cristo padeciese voluntariamente que, por causa de este bien hallado en la naturaleza humana, Dios se aplacó en relación con todas las ofensas del género humano, en cuanto a aquellos que están unidos a Cristo paciente en el modo antedicho (a.1 ad 4; a.3 ad 1; q.48 a.6 ad 2)”[17].
“Dios ama a todos los hombres por razón de la naturaleza, que El mismo ha creado. Pero los aborrece por razón de los pecados que cometen contra El, según el pasaje de Eclo 12,3: El Altísimo odia a los pecadores”[18].
“No se dice que Cristo nos haya reconciliado con Dios como si éste comenzase a amarnos de nuevo, puesto que en Jr 31,3 está escrito: Con amor eterno te he amado. Se dice eso porque, mediante la pasión de Cristo, fue suprimida la causa del odio, sea por la purificación del pecado, sea por la compensación de un bien más aceptable”[19].
“Así como fueron hombres los que mataron a Cristo, así también lo fue Cristo, que sufrió la muerte. Pero la caridad de Cristo paciente fue mayor que la iniquidad de quienes le mataron. Y, por tal motivo, la pasión de Cristo tuvo más poder para reconciliar a todo el género humano con Dios que para provocarle a la ira”[20].
5. De qué modo con su pasión nos abrió Cristo las puertas del Cielo.
“Dice el Apóstol en Heb 10,19: Tenemos plena confianza para entrar en el santuario, es decir, en el cielo, en virtud de la sangre de Cristo.
La clausura de las puertas es un obstáculo que impide al hombre la entrada. Y los hombres no tenían acceso al reino de los cielos por causa del pecado, porque, como se dice en Is 35,8, aquella vía se llamará santa, y lo manchado no pasará por ella. Pero el pecado que impide entrar en el reino de los cielos es doble. Uno, el común a toda la raza humana, que es el pecado del primer padre. Y tal pecado impedía al hombre la entrada en el reino de los cielos; por lo cual se lee en Gn 3,24 que, después del pecado del primer hombre, Dios puso un querubín, con una espada de llama vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida. Otro, el pecado especial de cada persona, que cada hombre comete con sus propios actos.
Por la pasión de Cristo hemos sido librados no sólo del pecado común a toda la raza humana, lo mismo cuanto a la culpa que cuanto al reato de la pena, al pagar Cristo el precio por nosotros, sino también de los pecados propios de los que participan de su pasión por la fe y la caridad y por los sacramentos de la fe. Y por este motivo, mediante la pasión de Cristo, nos fue abierta la puerta del reino celestial. Y esto es lo que dice el Apóstol en Heb 9,11-12: Cristo, constituido Pontífice de los bienes futuros, penetró una vez para siempre en el santuario con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Esto se encuentra figurado en Nm 35,25ss, donde se dice que el homicida permanecerá allí, esto es, en la ciudad de refugio, hasta la muerte del sumo sacerdote, que fue ungido con el óleo santo; muerto aquél, podrá regresar a su casa”[21].
“Los santos padres, practicando la justicia, merecieron la entrada en el reino de los cielos por la fe en la pasión de Cristo, conforme a aquellas palabras de Heb 11,33: Los santos, por la fe, subyugaron reinos, practicaron la justicia; por ésta, cada uno se purificaba del pecado en lo que atañe a la pureza personal. Pero ni la fe ni la justicia de ninguno de ellos era suficiente para apartar el obstáculo que provenía del reato de toda la naturaleza humana. Tal obstáculo fue quitado por el precio de la sangre de Cristo. Y, por este motivo, nadie podía entrar en el reino de los cielos para alcanzar la bienaventuranza eterna, que consiste en el goce pleno de Dios”[22].
“Como antes se ha expuesto (III, q.39 a.5), cuando Cristo fue bautizado, se abrieron los cielos, no para el mismo Cristo, que siempre los tuvo abiertos, sino para dar a entender que el cielo se abre para los bautizados por el bautismo de Cristo, que recibe la eficacia de su pasión”[23].
“Cristo nos mereció con su pasión la entrada en el reino de los cielos, y apartó el obstáculo; pero con su ascensión vino a ponernos en posesión del reino celestial. Y por eso se dice que abrió el camino, subiendo delante de nosotros” (Mi 2, 13)”[24].
6. De qué modo con su pasión mereció Cristo ser exaltado.
“Está lo que se dice en Flp 2,8-9: Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz por lo cual Dios también le exaltó.
El mérito supone cierta igualdad de justicia; por ello dice el Apóstol en Ro 4,4: Al que trabaja, el salario se le computa como deuda. Ahora bien, cuando alguno, por un injusto deseo, se atribuye más de lo que le es debido, resulta justo que se le prive de lo que le era debido; por ejemplo, como cuando se dice en Ex 22,1: Si alguno roba una oveja, devolverá cuatro. Y esto se llama merecer, en cuanto que, de ese modo, es castigada su perversa voluntad. Y, de la misma manera, cuando alguno, por su justa voluntad, se priva de algo que debía tener, merece que se le añada algo como recompensa de su voluntad justa. Y de ahí que, en Lc 14,11, se diga: El que se humilla será exaltado.
Ahora bien, Cristo en su pasión se humilló por debajo de su dignidad, en cuatro campos: Primero, en cuanto a la pasión y a la muerte, de las que no era deudor. Segundo, en cuanto al lugar, porque su cuerpo fue puesto en el sepulcro, y su alma en el sheol. Tercero, en cuanto a la confusión y las injurias que soportó. Cuarto, por haber sido entregado a los poderes humanos, tal como él se lo dijo a Pilato, en Jn 19,11: No tendrías poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto.
Y por eso, con su pasión, mereció la exaltación también en cuatro campos: Primero, en cuanto a la resurrección gloriosa. Por eso se dice en Sal 138,2: Tú conociste mi asiento, esto es, la humillación de mi pasión, y mi resurrección. Segundo, en cuanto a la ascensión al cielo. Por esto se dice en Ef 4,9-10: Primero descendió a las partes bajas de la tierra, pues el que bajó es el mismo que subió sobre todos los cielos. Tercero, en cuanto a sentarse a la derecha del Padre, y en cuanto a la manifestación de su divinidad, conforme a aquellas palabras de Is 52,13-14: Será ensalzado y elevado y puesto muy alto; como de él se pasmaron muchos, así de poco glorioso será su aspecto entre los hombres. Y en Flp 2,8-9 está escrito: Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz por lo cual Dios le exaltó, y le dio el nombre sobre todo nombre, esto es, el que todos le llamen Dios, y el que todos le rindan reverencia como a Dios. Esto es lo que se añade en el v.10: Para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos. Cuarto, en cuanto a la potestad de juzgar, pues en Job 36,17 se dice: Tu causa ha sido juzgada como la de un impío; recibirás el juicio y la causa”[25].
“El principio del mérito está en el alma; pero el cuerpo es el instrumento del acto meritorio. Y, por este motivo, la perfección del alma de Cristo, que fue el principio de su mérito, no debió ser adquirida en Él por vía de mérito, como aconteció con la perfección del cuerpo, que estuvo sujeto a la pasión y que, por esto, fue el instrumento del mismo mérito[26].
“Por los primeros merecimientos, Cristo mereció la exaltación por parte de su alma, cuya voluntad estaba informada por la caridad y por las demás virtudes. Pero por la pasión mereció su exaltación, a modo de recompensa, incluso por parte del cuerpo, puesto que es justo que el cuerpo, sometido a la pasión por caridad, recibiese la recompensa en la gloria”[27].
“Por cierta disposición divina aconteció en Cristo que la gloria de su alma, antes de la pasión, no redundase en su cuerpo, con el fin de que lograse la gloria del cuerpo de un modo más honroso, cuando la mereciese por medio de la pasión. En cambio, no convenía diferir la gloria del alma, porque ésta estaba unida inmediatamente al Verbo, por lo que resultaba conveniente que fuese saturada de gloria por el propio Verbo. Pero el cuerpo estaba unido al Verbo por medio del alma”[28].
- Aplicaciones de la redención a nosotros.
La obra de la redención hecha por Jesucristo es superior a la obra de la creación del mundo, porque es la obra de la recreación del mundo la que muestra, aún con mayor fuerza, la Omnipotencia, la Sabiduría infinita, el ilimitado Amor y la desbordante Misericordia de Dios por los hombres.
Si la creación del mundo es una obra que nos da una idea más exacta de la grandeza y poder del Creador, la redención nos la da del inconmensurable Amor del Redentor. Por eso es un Misterio inabarcable para nuestra limitada inteligencia.
No sin razón quise transcribir, casi puntualmente, los célebres escritos de Santo Tomás de Aquino sobre la redención, porque la inmensa mayoría de los cristianos los ignora y, al parecer, algunos sacerdotes también, ya que nunca se les escucha predicar sobre los mismos.
La redención efectuada por Cristo tiene dos aspectos que debemos tener en cuenta: Primero, la redención objetiva, que es la obra del Redentor. Segundo, la redención subjetiva (o justificación), que es también obra del Redentor, es la aplicación de la redención a cada hombre, por eso, cada hombre debe recoger y hacer suya la redención obrada por Cristo, pero con la aquiescencia o asentimiento del hombre. El misterio insondable de la gracia consiste en la íntima cooperación y enlazado del poder divino y la libertad humana.
En su camino hacia la redención subjetiva, Dios sostiene al hombre no solamente por el poder de la gracia –principio intrínseco-, sino también por la actividad de la Iglesia –principio extrínseco- en la enseñanza de la doctrina, en el gobierno pastoral, en la difusión de la gracia por medio de los sacramentos, en la memoria –perpetuación- del sacrificio de la cruz en cada Eucaristía. Todo auténtico apostolado en la Iglesia pretende hacer llegar la fuerza del Árbol de la Santa Cruz a cada hombre y mujer para que consigan eternamente la visión beatífica de Dios. Por ejemplo, la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, ¿no es una búsqueda de aplicar la redención a la humanidad de hoy, como puede verse en el Proemio 1-3, Exposición preliminar 4-10, 1ª parte La vocación del hombre 11-45 (Dignidad de la persona humana, comunidad, actividad, misión de la Iglesia), 2ª parte 46-93 Algunos problemas más urgentes (Matrimonio y familia, Progreso cultural, Vida económica y social, Comunidad política, Promoción de la paz, Cooperación internacional)?
Lo que una vez sucedió en la cruz, lo continúa haciendo hoy en el mundo, en cada Misa, Jesucristo.
[1] San Juan de la Cruz, Obras completas, ¡Oh llama de amor viva, BAC 2005, estrofa 2, 111 y 957-963.
[2] Léase en Fray Luis de Granada, OP., Introducción al Símbolo de la Fe, 3ª parte, Madrid 1788, pp.17-237, dónde se encontrará la más completa declaración de éste artículo de Santo Tomás al describir los veinte singulares frutos del Árbol de la Santa Cruz (que se pueden reducir a los seis efectos señalados por el Angélico).
[3] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 1.
[4] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 1, ad 1m.
[5] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 1, ad 2m.
[6] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 1, ad 3m.
[7] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 1, ad 4m.
[8] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 1, ad 5m.
[9] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 2.
[10] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 2, ad 1m.
[11] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 2, ad 2m.
[12] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 2, ad 3m.
[13] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 3.
[14] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 3, ad 1m.
[15] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 3, ad 2m.
[16] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 3, ad 3m.
[17] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 4.
[18] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 4, ad 1m.
[19] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 4, ad 2m.
[22] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 5, ad 1m.
[23] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 5, ad 3m.
[26] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 6, ad 1m.
[27] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 6, ad 2m.
[28] Santo Tomás, S. Th., III, 49, 6, ad 3m.