En la actualidad, según la Liturgia Romana, el rito introductorio, el rito penitencial con el que comienza la Misa, puede ser suplido por el rito de la aspersión del agua bendita, como también antiguamente lo era, de manera particular en las grandes fiestas y solemnidades. ¿Y por qué se reemplazaba el rito penitencial por el rito de la aspersión del agua bendita? Porque la aspersión del agua bendita es símbolo de pureza y de algún modo reclama la purificación interior. Es un rito que se remonta al siglo IX. Ese rito de la aspersión evoca la liturgia de la Vigilia Pascual, la vigilia madre de todas las vigilias, la más importante de toda la liturgia católica. Evoca también la liturgia de la dedicación del Templo, cuando se dedica de manera especial la Catedral. Y también evoca nuestro nacimiento espiritual, es decir, nuestro bautismo, ya que por el bautismo, por ser lavados por el agua y por haber expresado el ministro la fórmula del bautismo, hemos quedado lavados del pecado original, y -si hemos sido bautizados de grandes- de todo pecado cometido hasta ese momento, si uno está arrepentido.
Ese rito de la aspersión, que solemos hacer muy brevemente cuando ingresamos en el templo y mojamos nuestros dedos en agua bendita para hacernos la señal de la cruz, ayuda también a la preparación moral y espiritual antes de la celebración de la Eucaristía. Y por eso nos hacemos la señal de la cruz con las palabras que se toman de la fórmula del bautismo: «… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»: la mención explícita de la Santísima Trinidad.
Por eso, como dice un célebre liturgista, Jungmann: «Se puede interpretar el rito de la aspersión como un puente que se tiende entre el sacramento del bautismo y la Eucaristía»[1]. Por eso, el escritor eclesiástico Eusebio de Cesarea dice que «la pila de agua bendita en la entrada de nuestros templos y de nuestras casas -que deberíamos tener- representan el baño sacrosanto del bautismo». Así como debimos purificarnos en el bautismo para entrar en el seno de la Iglesia, así tomamos agua bendita al entrar en el templo, para purificarnos de los pecados veniales, que nos quedan perdonados.
Tiene otra finalidad la aspersión con agua bendita, según Santo Tomás de Aquino: «aquella finalidad que es contrarrestar los ataques exteriores del demonio mientras que los exorcismos se instituyen contra los ataques interiores»[2]. Y agrega: «También puede decirse que así como la confesión constituye el segundo remedio contra el pecado, puesto que el bautismo no se puede repetir, asi también se concede el uso del agua bendita como segundo remedio contra las embestidas del demonio, puesto que los exorcismos bautismales tampoco se reiteran».
El agua bendita es un sacramental «que dispone para el sacramento quitándole obstáculos, a semejanza del agua bautismal que está ordenada contra las asechanzas del demonio y contra los pecados»[3].
Por todo esto todos los santos le tuvieron gran devoción.
Santa Clara de Asís «estuvo una vez tan compenetrada de la significación del agua bendita, dice Joergensen, como símbolo de la sangre de Cristo, que roció a las monjas exhortándolas tiernamente a no olvidar jamás aquella ola de salvación que manaba de las llagas de Cristo»[4].
San Beda, San Malaquías, San Francisco Javier, últimamente San Charbel Maklouf (libanés), etc., hicieron muchos milagros con el recto uso del agua bendita. De este último se cuenta que venía una manga de langostas y el superior le mandó -porque no le dejaban hacer milagros- que rociase la manga de langostas con agua bendita. La manga de langosta se abrió en dos y no pasó por el terreno de ellos.
- acá llegamos a Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia, cuya fiesta hoy celebramos. Y de quien hemos dicho en la oración de la asamblea u oración colecta, que «debemos nutrirnos espiritualmente de su doctrina». Ella, hablando del agua bendita, dice: «debe ser grande la virtud del agua bendita». Y cuenta varios casos. Nosotros veremos algunos, nada más.
«Estava una vez en un oratorio y aparecióme hacia el lado izquierdo, de abominable figura; en especial miré la boca, porque me habló -era el demonio-, porque la tenía espantable. Parecía le salía una gran llama del cuerpo, que estava toda clara, sin sombra. Díjo- me espantablemente que bien me havía librado de sus manos, mas que él me tornaría a ellas. Yo tuve gran temor y santigüéme como pude, y desapareció y tornó luego. Por dos veces me acaeció esto. Yo no sabía qué me hacer; tenía allí agua bendita y echélo hacia aquella parte y nunca más tornó»[5]. Nunca más volvió.
«Otra vez me estuvo cinco horas atormentando con tan terribles dolores y desasosiego interior y exterior, que no me parece se podía ya sufrir. Las que estavan conmigo estaban espantadas y no sabían qué se hacer ni yo cómo valerme. Tengo por costumbre, cuando los dolores y mal corporal es muy intolerable, hacer actos como puedo entre mi, suplicando al Señor, si se sirve de aquello, que me dé Su Majestad paciencia y me esté yo así hasta el fin del mundo.
Pues como esta vez vi el padecer con tanto rigor, remediávame con estos actos para poderlo llevar, y determinaciones. Quiso el Señor entendiese cómo era el demonio, porque vi cabe mí un negrillo muy abominable, regañando como desesperado de que adonde pretendía ganar perdía. Yo, como le vi, reíme, y no hube miedo, porque havía allí algunas conmigo que no se podían valer ni sabían qué remedio poner a tanto tormento, que eran grandes los golpes que me hacía dar, sin poderme resistir, con cuerpo y cabeza y brazos; lo peor era el desosiego interior, que de ninguna suerte podía tener sosiego. No osava pedir agua bendita por no las poner miedo y porque no entendiesen lo que era.
De muchas veces tengo experiencia que no hay cosa con que huyan más para no tornar. De la cruz también huyen, mas vuelven. Debe ser grande la virtud del agua bendita. Para mi es particular y muy conocida consolación que siente mi alma cuando lo tomo. Es cierto que lo muy ordinario es sentir una recreación, que no sabría yo darla a entender, como un deleite interior que toda el alma me conforta. Esto no es antojo ni cosa que me ha acaecido sola una vez, sino muy muchas, y mirado con gran advertencia. Digamos que si uno estuviese con mucha calor y sed y bebiese un jarro de agua fría, que parece todo él sintió el refrigerio. Considero yo qué gran cosa es todo lo que está ordenado por la Iglesia, y regálame mucho ver que tengan tanta fuerza aquellas palabras que ansí la pongan en el agua, para que sea tan grande la diferencia que hace a lo que no es bendito»[6].
«Pues como no cesava el tormento, dije: si no se riesen, pediría agua bendita. Trajéronmelo y echáronmelo a mí, y no aprovechava; echélo hacia donde estava, y en un punto se fue y se me quitó todo el mal, como si con la mano me lo quitaran…»[7]
«Otra vez, poco ha, me acaeció lo mismo, aunque no duró tanto y yo estava sola. Pedí agua bendita y las que entraron después que ya se habían ido (que eran dos monjas de bien creer, que por ninguna suerte dijeran mentira), olieron un olor muy malo como de piedra azufre. Yo no lo olí. Duró de manera que se pudo advertir a ello»[8].
«En este tiempo también una noche pensé que me ahogavan; y como echaron mucho agua bendita, vi ir una multitud de ellos como quien se va despeñando. …»[9].
«Lo dicho aproveche de que el verdadero siervo de Dios se le dé poco de estos espantajos que éstos ponen para hacer temer. Sepan que, a cada vez que se nos da poco de ellos, quedan con menos fuerza y el alma muy más señora. Siempre queda algún provecho, que por no alargar no lo digo.
Sólo diré esto que me acaeció una noche de las Animas: estando en un oratorio, haviendo rezado un nocturno y diciendo unas oraciones muy devotas -que están al fin de él-, que tenemos en nuestro rezado, se me puso sobre el libro, para que no acabase la oración. Yo me santigüé y fuese. Tornando a comenzar tornóse. Creo fueron tres veces las que la comencé, y hasta que eché agua bendita no pude acabar. Vi que salieron algunas almas del purgatorio en el instante, que devía faltarlas poco, y pensé si pretendía estorbar esto»[10].
En una carta a Lorenzo de Cepeda, del 10 de febrero de 1577, le dice a su hermano: «Tenga agua bendita junto a sí, que no hay cosa con que más huya. Esto me ha aprovechado muchas veces a mí. Algunas no paraba en solo miedo, que me atormentaba mucho… Mas si no le acierta a dar el agua bendita, no huye, y así es menestar echarla alrededor»[11].
Por eso si esta Doctora de la Iglesia tenía devoción al agua bendita, tengamos nosotros devoción, sobre todo en este tiempo en que pareciera que el diablo anda suelto, por el crecimiento del satanismo, incluso aquí en Italia.
Entonces lo más importante es Jesús, amar a Jesús y seguir a Jesús, pero no es un seguirlo a Jesús sin dificultades, hay enemigos fuertes, poderosos, contra los que tenemos que luchar si queremos ser fieles a Nuestro Señor Jesucristo.
Por esto tengamos agua bendita, nos recuerda nuestro santo bautismo, nos sirve para purificarnos y nos defiende contra el enemigo.
Pidámosle a la Santísima Virgen entender esto.
[1] Josef Andreas Jungmann, El sacrificio de la Misa: tratado histórico-litúrgico, BAC, Madrid 1951, 335.
[2] Santo Tomás, Suma teológica, III, 71, 2 ad 3.
[3] Santo Tomás, Suma teológica, III, 65, 1 ad 6.
[4] Cf. Johannes Jörgensen, San Francisco de Asís, Fontis, Buenos Aires 1986, 226.
[5] Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, BAC, Madrid 20069, 31, 2. (Resaltado nuestro)
[6] Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, BAC, Madrid 20069, 31, 3-4.
[7] Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, BAC, Madrid 20069, 31, 5.
[8] Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, BAC, Madrid 20069, 31, 6.
[9] Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, BAC, Madrid 20069, 31, 9.
[10] Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, BAC, Madrid 20069, 31, 10.
[11] Santa Teresa de Jesús, Epistolario, BAC, Madrid 20069, Carta 179, 13.