cid campeador

El Cid Campeador

El Cid Campeador[1]

Rodrigo Ruy Díaz de Vivar nace en España el año 1043 y muere el 10 de julio de 1099. Los moros lo llamaban ‘Cid’, del árabe ‘Sayyid’ = amo o señor, y Campeador = Campidoctor; otros lo derivan de la raíz germana kampf, asignándole el significado de campeón, el que sobresale en el campo de batalla con acciones señaladas [2] . En 1074 se casa con Jimena Díaz, hija del Conde de Oviedo, con quien tiene tres hijos. Entre tantos héroes sólo él alcanzo fama y reputación europea.

La ocasión para hablar algo de él es que se cumple este año de 2007 la conmemoración del VIII centenario el Códice del El Cantar del Mío Cid [3], considerado como uno de los testimonios más emblemáticos e importantes de la literatura y de la lengua española. “La característica más saliente del Cid del Cantar es la mesura; es decir, la contención y la prudencia, el dominio de las pasiones, la ausencia de soberbia” señala Jon Guaresti.

Quiero pagar, de alguna manera, una deuda que tengo con él. De niño aprendí a quererlo por su estatua ecuestre, con la frase ‘Siglo XI. El Cid Campeador encarnación del heroísmo y espíritu caballeresco de la raza’, que está en Avda. Gaona y San Martín, en la Ciudad de Buenos Aires, y por haber leído el ‘Poema del Mío Cid’, cuando en el tranvía 55 iba al 1er. año del Colegio ‘Carlos Pellegrini’. Y por el hermoso comentario de Ramón Menéndez Pidal.

1. Rodrigo, el guerrero invicto

El rasgo más sobresaliente de la personalidad de Rodrigo Díaz de Vivar fue sin duda su genio militar, en el que confluían la inteligencia, la astucia y el valor a partes iguales. “El Cid cabalga: «al destierro con doce de los suyos, polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga» [4]

El Romancero le hace decir:

“Por necesidad batallo,
y una vez puesto en la silla,
se va ensanchando Castilla
delante de mi caballo”.

Éste su carácter de guerrero genial le valió durante treinta y cinco años de continuo ejercicio de las armas salir siempre victorioso de todos sus enemigos, tanto en combates o lides singulares; como en las batallas de su mesnada contra ejércitos de príncipes cristianos o de emires musulmanes.

Situaciones desesperadas, que todos juzgaban irremediable­mente perdidas, su genialidad de caudillo las trocaba en ocasión de victorias inesperadas, como en Almenar, frente a una hueste doce veces superior en número, en Tébar, aprisionado en un es­trecho valle, en Cuarte, mediante el sorpresivo ataque al campa­mento almorávide, o en Bairén, con una carga irresistible que rompe y aniquila cuanto encuentra a su paso.

Sus enemigos islámicos, como Ibn Alqama, que lanzan sobre él cada vez que le mencionan toda clase de maldiciones y anatemas como «Dios lo maldiga; maldito jefe; enemigo de Dios; quebrante Dios sus miembros: a un cierto perro, de los perros gallegos, llamado Rodrigo y apellidado el Campeador; semejante a un buitre; este tirano, a quien Dios maldiga», no niegan su genio militar, afirmando del Campeador: «El poder de este tirano creció hasta el punto de ser gravoso a los lugares más elevados y a los más cercanos al mar y de llenar de miedo a los nobles y a los pecheros. Y me contó uno haberle oído decir cuando su imaginación estaba exaltada y su avidez era extremada: “En el reinado de Rodrigo se conquistó esta Península, y otro Rodrigo la libertará” […] Con todo, esta calamidad de su época por su gran suspicacia [astucia], por la firmeza de su carácter y por su heroico ánimo era uno de los milagros de su Dios…» [5] .

Los mismos enemigos musulmanes nos describen sus combates siempre victoriosos con estas palabras: «Siguió, maldígalo Dios, la victoria a sus banderas, triunfando de las tahifas de Bárbaros, teniendo con sus jefes varios encuentros como con García, apellidado el Boca Torcida [6] , y con el príncipe de los Francos[7] y con Ben Radmir [8] , deshaciendo sus ejércitos y matando con pequeño número de los suyos gran copia de sus contrarios» [9] .

Sólo evoca Ben Bassam en esa descripción las victorias de Rodrigo sobre los ejércitos cristianos del conde García Ordóñez, del conde de Barcelona Berenguer Ramón II y del rey de Aragón Sancho Ramírez; pero más importantes y trascendentales fueron sus victorias sobre los ejércitos musulmanes, primero sobre todas las huestes de los reyes taifas y caídes de Levante: Lérida, Denia, Valencia, Alpuente, Albarracín, Almenara, Murviedro, etc., y luego en tres ocasiones sobre los ejércitos almorávides, integrados por fuerzas africanas y andalusíes: Almusafes, Cuarte y Bairén.

A este impresionante elenco de victorias, desde los primeros combates singulares con el caballero navarro y el adalid musulmán, cuando todavía era un adolescente, hasta su postrer victoria en Murviedro, un año antes de su muerte, no se puede oponer ni un solo descalabro, ni una sola derrota, ni un solo combate desgraciado. Siempre y sin excepción la victoria sonrió al Campeador; murió sin conocer el sabor amargo de la derrota; con toda propiedad, tras treinta y cinco años de combates, podía ostentar con toda propiedad el título de Invicto.

Este carácter de imbatido, que acompañó al Campeador en todos los combates sin excepción, es el que pone de relieve la Historia Roderici en el colofón con que cierra la vida de Rodrigo: «Mientras vivió en este siglo siempre triunfó brillantemente sobre los enemigos que se le enfrentaron con las armas, y nunca por nadie fue vencido» [10] .

Era tal la fama militar del Campeador y el respeto que imponía a sus adversarios, que ganaba batallas sin necesidad de combatir, cuando su sola presencia bastaba para desmoralizar y hacer retroceder y abandonar el campo a ejércitos mucho más numerosos: como García Ordóñez en Alberite, los almorávides de Abu Beker en Almusafes o Ramón Berenguer III en Oropesa.

Y contrasta tanto más la figura del Campeador, el único y solo siempre invicto, en los mismos años que ante las huestes almorávides todos los ejércitos cristianos cosecharon continuas derrotas en todas las batallas campales que mantuvieron con las tropas del Yusuf ibn Texufin: el propio Alfonso VI en Zalaca, Jaén y Consuegra, Álvar Fáñez en Almodóvar y Cuenca, los yernos del rey: don Ramón de Borgoña en Lisboa y don Enrique de Borgoña en Malagón, y finalmente García Ordóñez en Uclés.

Un balance pavoroso de desastres frente al elenco de victorias de Rodrigo Díaz de Vivar. Y todas ellas alcanzadas por la sola fuerza de su espada al servicio de su genialidad militar, sin contar tras de sí con los recursos humanos y económicos de un reino, de un condado, de una tenencia; conseguidas esas victorias por un infanzón pobre, desterrado y proscrito por su rey, que tenía que comenzar por ganar las primeras monedas para poder sostener y pagar a su mesnada.

¡Qué no hubiera hecho el Campeador si hubiera tenido tras de sí los recursos de un gran reino, como era el caso de Alfonso VI!

A su habilidad y genialidad militar unía el Cid un valor personal extraordinario, absolutamente necesario para galvanizar  y conducir a la victoria a la mesnada que le servía. Era el jefe que arrastraba con su ejemplo a todos los hombres a sus órdenes.

Dejando a un lado los dos duelos personales y victoriosos de su juventud y sus actuaciones al servicio del rey Sancho II en las batallas de Llantada y Golpejera, así como su combate con el ejército sevillano y el del conde García Ordóñez en Cabra y las represalias que ejerce por tierras de Toledo el año 1081, nos vamos a fijar únicamente en los rasgos de valor del Campeador, al frente de su mesnada después del destierro.

La Historia Roderici nos resalta como hizo frente sin retroceder a ejércitos muy superiores numéricamente, como eran los de Sancho Ramírez y el rey taifa de Lérida en Olocau o la hueste almorávide, a la que esperó a pie firme fuera de los muros de Valencia, y que retrocedió sin combatir desde Almusafes.

Nos narra también la Historia Roderici como dos veces fue derribado del caballo en pleno combate; la primera en el pinar de Tébar, al iniciar la carga al frente de su mesnada contra las fuerzas de Berenguer Ramón II fue derribado quedando maltrecho en el suelo; fue su mesnada bien adiestrada, la que a pesar de la baja del jefe continuó la carga y ganó la batalla [11] .

La segunda caída o derribo del Cid tuvo lugar en julio de 1093 en el ataque al arrabal de Alcudia, donde tropezando su caballo quedó descabalgado, aunque en esta ocasión pudo hacerse con el caballo y volver de nuevo a cabalgar y combatir [12] .

Más grave y con posibles fatales consecuencias fue el percance que le ocurrió durante las operaciones de castigo contra Albarracín el año 1092, cuando, estando un día el Cid con cinco de los suyos apartado de los hombres de su mesnada, fue atacado por sorpresa por doce jinetes de la ciudad de Santa María de Albarracín. Rodrigo los acometió, mató a dos y ahuyentó a los otros; dos caballeros de Rodrigo cayeron también muertos y el propio Rodrigo recibió una tan terrible lanzada en el cuello, que amigos y enemigos se preparaban ya para la muerte del Cid [13] .

Sin el valor y el ejemplo personal del Cid su mesnada poco hubiera valido; el valor del caudillo se contagiaba a todos los hombres que lo seguían.

 

2. El Cid, ideal del caballero en la lucha contra el Islam

Los éxitos militares del Cid hirieron la imaginación de sus contemporáneos, que vieron en él al modelo del caballero, del héroe; era una sociedad que nacía en la guerra y vivía para la guerra. No en vano estamos en los años centrales de la Reconquista.

Tres siglos de duro combatir habían llevado, tras la pérdida de España, al puñado de cristianos resistentes en Covadonga y refugiados en el baluarte de las montanas cantábricas hasta las orillas del Tajo; y la reconquista de Toledo el año 1085; cuatro siglos más de duras batallas esperaban antes de que la cruz y el pendón de Castilla fueran izados en la torre de la Alhambra de Granada.

Entre el Islam y la Cristiandad podían acordarse períodos de tregua, más o menos prolongados, nunca la paz; porque la paz con los infieles, que no se sometían, no la admitía el Corán, y la paz con el invasor, que retenía una parte de España, no la admitían los cristianos del norte, que consideraban suyo todo el suelo de España, que había que ganar arrojando a los musulmanes al otro lado del mar.

Este proyecto político, presente siempre en la mente de los cristianos, es expresamente declarado por el mozárabe Sisnando Davídiz, gobernador de Coimbra por Alfonso VI, cuando fue enviado como embajador a Abd Allah ibn Bullugin, rey de Granada, el cual lo consignó en sus memorias: «Al–Andalus –me dijo de viva voz– era en principio de los cristianos, hasta que los árabes los vencieron y los arrinconaron en Galicia, que es la región menos favorecida por la naturaleza. Por eso, ahora que pueden, desean recobrar lo que les fue arrebatado, cosa que no lograrán sino debilitándoos y con el transcurso del tiempo, pues, cuando no tengáis dinero ni soldados, nos apoderaremos del país sin ningún esfuerzo» [14] .

A la luz de estos principios –recuperación de lo que les había sido arrebatado, rechazo del invasor y debilitamiento del musulmán hasta que, privado de dinero y de soldados, pudiera ser expulsado– hay que juzgar toda la acción política, tanto de Alfonso VI como de Rodrigo Díaz de Vivar, tanto en la exigencia de parias (= tributos) como en la ocupación de ciudades y avances territoriales.

Los éxitos de Rodrigo ganando a los moros no una ciudad, sino todo un reino como Valencia, lo convirtieron en el héroe ideal, que todos los caballeros cristianos de los reinos hispánicos del siglo XI hubieran querido ser. De aquí que su figura y sus hechos comenzaran a ser cantados y exaltados por plazas y palacios por cantores y juglares.

Nadie como el infanzón de Vivar supo encarnar en su vida al héroe de la «guerra divinal», en expresión de Sánchez Albornoz [15] , contra el enemigo islámico en la que nacido se había forjado y crecido el reino astur–leones, y especialmente Castilla, en continua tensión y pugna asumida por todo un pueblo, que comenzó luchando por su supervivencia y continuaba la batalla por la libertad y reconquista de su solar nacional. El Cid era mucho más que el ideal del caballero, era el símbolo, era el héroe en el que todo un pueblo en armas se sentía encarnado.

3. El Campeador, vasallo siempre fiel de su rey Alfonso

Otro de los rasgos destacados del guerrero heroico, que fue Rodrigo Díaz de Vivar, es su fidelidad nunca desmentida a su rey y monarca Alfonso VI, más allá de la razón o de las sinrazones que motivaran la actitud y las medidas tomadas por el rey contra su vasallo.

En una época donde la fidelidad y la lealtad personal en las relaciones de vasallaje, voluntariamente establecidas entre señor y vasallo, eran uno de los fundamentos de la sociedad y de los valores más estimados y respetados de la convivencia social, Rodrigo quiso ser toda su vida el fiel vasallo de su rey.

Se ha querido presentar con total ignorancia o deformación de los hechos históricos al Campeador como uncondottiere o un capitán de mercenarios, que se alquila al mejor postor; nada más lejos de la verdad.

4. Rodrigo, político magnánimo y generoso

         El Campeador no fue únicamente un hombre de armas genial y arrojado, conductor sin par de una mesnada, sino que fue también un político que sabía mezclar y dosificar la firmeza con la generosidad y la magnanimidad y que siempre ponía por delante la negociación y la vía pacifica para resolver los conflictos.

Ya en Sevilla, el año 1080, antes de enfrentarse con la hueste del rey moro de Granada y su asociado, el Conde García Ordóñez, antes de acudir a las armas, ruega a sus adversarios que interrumpan su cabalgada «por el respeto debido a su señor, el rey Alfonso», a quien el rey de Sevilla pagaba parias.

Igualmente el año 1082, ya al servicio del rey taifa de Zaragoza, sugiere a éste que llegue a un acuerdo, incluso abonando una suma de dinero a los enemigos, para evitar el choque armado en Almenar; sólo la intransigencia del rey de Lérida y sus aliados hizo inevitable el combate.

Del mismo modo, tratando siempre de evitar el derramamiento de sangre, propone al rey aragonés Sancho Ramírez en 1084 una solución amistosa; el enfrentamiento, al menos con príncipes cristianos, siempre es rechazado por Rodrigo, que sólo lo acepta cuando le resulta inevitable.

Con el conde Berenguer Ramón II la generosidad de Rodrigo queda bien patente cuando, tras la derrota y prisión del conde y de muchos de sus compañeros de armas en el pinar de Tébar y establecida la cantidad debida por el rescate de cada uno de ellos, les condona la parte impagada del mismo por la que le ofrecían rehenes, garantía de su pago posterior.

En su conducta hacia los musulmanes demuestra parecida generosidad y una gran paciencia; otorga a los valencianos un trato benévolo, a pesar de que, habiendo infringido el pacto de rendición, podía haberles aplicado las duras leyes de la guerra a la que quedaban sometidos los habitantes de las ciudades conquistadas sin previa capitulación.

Inicialmente les promete que sólo soldados mozárabes guardarán las puertas y las torres por el Cid; que nadie, bajo pena de muerte, podrá entrar en Valencia acompañado por un siervo musulmán; que sus hombres no entrarán en la ciudad, señalando el arrabal de Alcudia para sus compras y ventas; que el mismo no ocupará el alcázar, seguirá en su almunia del arrabal de Villanueva, y sólo acudirá a la ciudad a administrar justicia en una casa junto a la puerta de Alcántara. Medidas todas que complacieron sobremanera a la población valenciana.

Devuelve a sus propietarios las importantes sumas de dinero y de joyas que les había confiscado como legítima presa de guerra a los emisarios, que habían sido autorizados a salir de la Valencia sitiada y dirigirse a Murcia, y que trataban de sacarlas de contrabando, contra lo expresamente convenido.

Rehúsa los regalos que le ofrece el cadí Ibn Yahhaf, porque conocía que eran el producto de confiscaciones arbitrarias a los comerciantes, que habían vendido pan durante el asedio de Valencia; con estas y otras medidas su popularidad aumentaba entre la población valenciana.

En el asedio de Murviedro el año 1098, amplia generosamente el plazo otorgado una primera vez para la entrega de la plaza nada menos que otras dos veces y más allá de la misma petición de los sitiados.

Las concesiones generosas y voluntarias que otorga a los valencianos sólo serán modificadas y retiradas cuando la proximidad de los ejércitos almorávides le fuercen a adoptar medidas preventivas que le permitan resistir eficazmente el ataque ya inminente. La generosidad deberá ceder su lugar a las necesidades bélicas.

5. El Cid y el mundo del derecho

El caballero o el magnate de la Alta Edad Media no sólo debía ser un conductor de hombres en el campo de batalla, sino que también estaba llamado normalmente a regir y gobernar hombres en la paz y a resolver problemas y litigios conforme a las normas del derecho cuando se hallaba al frente de sus tierras o de las tenencias que el rey le confiare.

Así, desde muy pronto, nos encontramos al Cid actuando en los tribunales, bien como procurador bien como juez designado por el rey Alfonso para resolver pleitos muy importantes.

Todavía antes de su matrimonio con doña Jimena encontramos a Rodrigo el 17 de abril de 1073 actuando como procurador del abad de Cardeña, junto con el merino (= juez) de Burgos en el pleito que este monasterio mantenía con los infanzones del valle de Orbaneja ante el tribunal del propio rey Alfonso. La elección de Rodrigo, a pesar de su juventud, para representar al cenobio en un litigio tan importante, es un índice de la confianza que el abad san Sisebuto tenía en la cultura y pericia jurídica del infanzón de Vivar.

7. Rodrigo, esposo y padre de familia

La vida familiar de los reyes y demás protagonistas de la historia apenas tiene cabida en las crónicas y anales altomedievales; tan sólo la noticia del matrimonio, nacimientos y defunciones, y no siempre. Y Rodrigo Díaz de Vivar no será una excepción.

Ya hemos presentado su ascendencia paterna y materna, su matrimonio con doña Jimena con la carta de dote y la mutua profiliatio, los tres vástagos de matrimonio: su hijo Diego y sus hijas Cristina y María, así como la descendencia de éstas.

Podemos dar por cierto que ambos esposos vivieron muy unidos desde su matrimonio el año 1074 hasta el destierro de Rodrigo el año 1081; en estas fechas pudieron nacerles algunos o todos sus hijos.

La salida para el destierro pudo suponer una breve separación de los esposos, hasta que el Campeador se encontró asentado en Zaragoza al servicio del rey taifa; lo lógico es que llamara junto a sí a doña Jimena y a sus hijos. Su honrosa situación se lo permitía; así que la separación probablemente no pasaría de algunos meses, que doña Jimena pudo pasar en sus casas–palacios castellanas a junto a sus hermanos, los condes de Asturias.

Tras su regreso a Castilla el año 1086, el matrimonio volvería a ocupar sus casas–palacios, aunque las exigencias del servicio del rey alejarán a Rodrigo de su familia durante no cortas temporadas. Es de suponer que doña Jimena no acompañará a su marido en las expediciones de éste por Levante de los años 1087 y 1088.

Esta no presencia de Jimena y sus hijos junto a su marido y padre nos es confirmada por el hecho de que con ocasión del desencuentro de Aledo y el nuevo destierro del Campeador, ahora condenado como traidor sin ser oído, Alfonso VI pudo apresar a doña Jimena y a sus hijos, que habían quedado en el castillo de Ordejón, cabeza de una de las tenencias de Rodrigo [16] , aunque los liberara al poco tiempo y les permitiera marchar a unirse con su marido y padre.

Ya en la primavera del año 1089, el protectorado que el Campeador ejercía sobre la ciudad de Valencia y su rey al–Qadir, así como sobre los castillos de la región, le permitían acoger y tener a su lado su mujer e hijos en condiciones seguras y honrosas.

Como la Historia Roderici nos atestigua [17] doña Jimena y sus hijos se unieron al Campeador en 1089, sin aguardar a la conquista de Valencia el año 1094. Entre 1089 y 1094 no estamos en condiciones de precisar cuál fuera el lugar de la residencia familiar de Rodrigo, entre tantos castillos y fortalezas que le prestaban sumisión.

Después de 1094, hasta su muerte en julio de 1099, dueño y señor de Valencia, es lógico que la familia permaneciera unida en Valencia.

De las relaciones intrafamiliares, prescindiendo de las creaciones poéticas de los juglares, no tenemos otro testimonio que el del propio Campeador, cuando recién ganada Valencia, dirigiéndose a los musulmanes de Valencia, el propio Rodrigo alude a su vida familiar morigerada, «ca yo non me aparto con mugeres, nin a cantar nin a beuer, commo fazíen uuestros sennores» [18] .

Tampoco las fuentes históricas nos proporcionan el nombre ni de uno solo de sus compañeros de armas, ni de uno de los capitanes de su mesnada, ni de uno de sus amigos. Todos los nombres de caballeros cristianos relacionados con el Cid durante su exilio han sido tomados de las obras de los juglares, especialmente del Cantar de Mío Cid, y en principio no podemos considerarlos históricos.

8. Rodrigo, cristiano creyente

Los hombres todos del siglo XI, lo mismo caballeros que simples campesinos, vivían en una sociedad donde la fe cristiana era el elemento esencial de la misma y con la que prácticamente todos sus componentes se sentían vitalmente identificados.

Además, en los reinos del norte de la Península, la defensa de su fe cristiana, frente a los ataques del Islam, que profesaba como una de las obligaciones de sus fieles la guerra santa, hacía que esa fe se sintiera más honda y vitalmente, y que aun en medio de las debilidades y fragilidades humanas, esa fe se dejara sentir y estuviera presente en todas las actividades de la vida humana.

Por eso, decir que el Cid era un caballero cristiano firmemente creyente resultaría una obviedad; pero, si queremos recoger aquí los someros testimonios conservados en las fuentes históricas acerca de su religiosidad, es porque un día Rodrigo Díaz de Vivar fue propuesto para ser elevado a los altares y se trató de introducir su causa de beatificación.

Ya en su juventud, a los dos años de su matrimonio, lo encontramos en unión de doña Jimena donando dos medias villas y algunos solares al monasterio de Silos, el 12 de mayo de 1076, «por la salvación del cuerpo y alma propios y de sus padres». La donación se hace como contribución «a las luminarias de la iglesia, para la acogida de los huéspedes y limosna de los peregrinos y para sustentación de los monjes y en ayuda de los siervos de Dios que viven en el monasterio…» [19] .

Los desafíos y juramentos, que envía al rey Alfonso el año 1089, los cierra invocando el juicio de Dios: «… si miento, Dios me entregue en tus manos para que hagas de mi lo que quieras; en caso contrario, Dios, que es juez justo, me libre del falso desafío» [20] .

Antes del combate vemos que Rodrigo oraba devota e insistentemente invocando el nombre de Jesucristo y pidiéndole el favor divino para sus hombres; así nos consta que lo hizo antes de la batalla de Cuarte [21] .

En los dificilísimos momentos que preceden a la batalla de Bairén anima a sus hombres asegurándoles que «hoy Nuestro Señor Jesucristo pondrá a nuestros enemigos en nuestras manos y en nuestro poder» [22] , y después de la victoria tanto Rodrigo como los hombres de su mesnada «dieron gloria a Dios con toda la devoción de su alma por la victoria que el mismo Dios les había concedido» [23] .

Conquistada Almenara el año 1097, tras tres meses de asedio, la primera disposición de Rodrigo será ordenar «allí la construcción de un altar y de una iglesia para el Señor en honor de la Santísima Virgen María» [24] .

En el asedio de Murviedro, que sigue a la conquista de Almenara, la Historia Roderici presenta a Rodrigo orando al Señor con las manos extendidas hacia el cielo con la siguiente oración: «Oh Dios eterno, que conoces todas las cosas antes que sucedan y a quien ningún secreto se oculta, tú sabes, ¡oh Señor!, que no quisiera volver a Valencia antes de haber asediado y domeñado Murviedro, y una vez domeñado por la fuerza de la espada con el auxilio de tu poder, y tomado, poseído por donación tuya y sometido a nuestro poder, yo te haré celebrar allí a ti, oh Dios, una misa cantando tus alabanzas» [25] .

Habiendo capitulado Murviedro, el Campeador entró en la fortaleza y, en cumplimiento de su promesa, «inmediatamente ordenó con ánimo devoto celebrar en ella una misa y ofrecer un obsequio en el ofertorio de la misma. Hizo también construir allí una iglesia de San Juan de admirable fabrica» [26] , en honor del santo del día, puesto que la entrada en Murviedro tuvo lugar en la festividad de San Juan Bautista.

En su ciudad de Valencia el Campeador dedicó una atención especial a la restauración religiosa; en primer lugar, poco después de la entrada en la ciudad, convirtió la mezquita mayor en iglesia de Santa María. Más adelante «mandó construir en el mismo lugar un hermoso y admirable edificio como iglesia de Santa María, en honor de la Madre de Nuestro Redentor, regalando a la misma un cáliz de ciento cincuenta marcas de peso. Donó también a dicha iglesia dos preciosísimas cubiertas tejidas en oro y seda» [27] , e hizo celebrar en la tal iglesia solemnísimos cultos.

Sabemos que en el segundo semestre de 1098 se preocupó de buscar para la sede de Valencia un obispo en la persona de don Jerónimo y que formó una rica dote con importantes heredades para el sostenimiento del culto y clero de la iglesia catedral, heredades que donó a la iglesia de su propio patrimonio [28] .

Vemos, pues, como Rodrigo aparece como un cristiano profundamente creyente en diversos momentos de su vida. Impresionados por esta su profesión de hombre de fe y más quizá por los numerosos prodigios que la leyenda tejió en torno a su persona, la figura de Rodrigo comenzó a ser considerada …por algunos de sus admiradores como la de un siervo de Dios [29] .

Felipe II, al mismo tiempo que impulsaba la canonización de los doscientos mártires de Cardeña, ordenó a su embajador en Roma don Diego Hurtado de Mendoza que comenzase a tratar de la canonización del venerable caballero Rodrigo Díaz de Vivar. El mismo embajador hizo una recopilación de las virtudes y sucesos milagrosos del Campeador con los papeles y noticias que le remitieron desde el monasterio de Cardeña [30] .

No parece que se pasara adelante en este…intento de llevar a los altares al Cid, en el que había tanto de patriotismo como de fervor religioso; todo quedó reducido al mandato de Felipe II y a las gestiones y trabajos que en cumplimiento de la orden regia realizó el embajador español.

Pero además y por encima de las hazañas bélicas y políticas que llevó a cabo en su vida mortal, el Cid continuó viviendo en la memoria y en los corazones de tantos caballeros cristianos de nuestro medioevo, que veían en él el modelo y el ejemplo que imitar en la lucha secular, en la «guerra divinal» contra el Islam, combate que se prolongará hasta el día en que los Reyes Católicos hicieron ondear la cruz y el pendón de Castilla en las torres de la Alhambra de Granada.


[1] Gonzalo Martínez Díez, El Cid histórico. La verdadera biografía de un héroe medieval: Rodrigo Díaz de Vivar (Planeta, Barcelona 2007),  cap. XXXV, Semblanza de Rodrigo Díaz de Vivar,428–450. Resumimos.
[2]  Gonzalo Martínez Díez, 20, nota 7.
[3] “Y su primer nombre debía ser el eusquérico Eneco, Yennegus o Íñigo, cuya traducción literal al romance es Mío, interpretado erróneamente como parte del tratamiento de respeto semiarábigo que le habrían dado a Rodrigo los moros (Mío Sidi o Mío Cid, «mi señor»). Sin embargo, el propio héroe se identifica de esa forma: «Yo soy Mío Cid Ruy Díaz», lo que sería un tanto chocante si Mío no fuese uno de sus nombres de pila” dice Jon Guaresti, El Cid cabalga, en el ABC, 6-7-2007.
[4] Cit. por Jon Guaresti.
[5] Ibn Bassam, trad. Malo de Molina, Manuel, Rodrigo el Campeador (Madrid 1857) 129.
[6] El conde García Ordóñez derrotado en Cabra el año 1081.
[7] El conde Berenguer Ramón II derrotado en Almenar el año 1082 y en el pinar de Tébar el año 1090.
[8] El rey de Aragón Sancho Ramírez derrotado el año 1084.
[9] Ibn Bassam, trad. Malo de Molina, Manuel, Rodrigo el Campeador, 129.
[10] Falque Rey, Emma, «Historia Roderici vel gesta Roderici Campidocti», Chronica Hispana saeculi XII (Corpus Christianorum, LXXI, pars I) (Turnhout 1995) 98.
[11] Falque Rey, «Historia Roderici…», 98.
[12] Menéndez Pidal, Ramón, Primera Crónica General de España (Madrid 1906) 570.
[13] Menéndez Pidal, Primera Crónica General, 572–573.
[14] Ed. Lévi–Provençal, E., y García Gómez, Emilio, El siglo XI en primera persona. Las «memorias» de Abd Allah, último rey zirí de Granada, destronado por los almorávides (1090) (Madrid 1981) 158–159.
[15] España, un enigma histórico, I (Barcelona 1973) 302–311.
[16] Ruiz Asencio, José Manuel, Crónica de Veinte Reyes (Burgos 1991) 228.
[17] Falque Rey, «Historia Roderici…», 64: «Verumptamen et uxorem et liberos ad eum redire permisit».
[18] Menéndez Pidal, Primera Crónica General, 589.
[19] Vivancos Gómez, Miguel C., La documentación del monasterio de Santo Domingo de Silos (954–1254)(Burgos 1988) doc. 18.
[20] Falque Rey, «Historia Roderici…», 64–68.
[21] Falque Rey, «Historia Roderici…», 88: «…et Dominum Ihesum Christum, ut suis diuinum preberet auxilium, incensanter ac prece deuota deprecabatur».
[22] Falque Rey, «Historia Roderici…», 91.
[23] Falque Rey, «Historia Roderici…», 92.
[24] Falque Rey, «Historia Roderici…», 92.
[25] Falque Rey, «Historia Roderici…», 93.
[26] Falque Rey, «Historia Roderici…», 96.
[27] Falque Rey, «Historia Roderici…», 97.
[28] Archivo Catedral de Salamanca, caj. 43, leg. 2, n. 72.
[29] Berganza, Francisco de, Antigüedades de España, I (Madrid 1719) 550.
[30] Berganza, Antigüedades de España, I, 550–551; cfr. Garate, José María, «La posible santidad del Cid», en Bol. de la Instit. Fernán González, núm. 132, 11 (1955), 754–760.