cielo

El Cielo. “¡Qué bien se está aquí!”

«Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó aparte, a un monte alto. Y se transfiguró ante ellos, brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se le aparecieron Moisés y Elías hablando con ellos. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí!…» (Mt 17, 1–4)

«¡Qué bien estamos aquí!», exclama San Pedro, lleno de gozo, y estaba bien porque la transfiguración del Señor es «un trasunto de la belleza del cielo» (San Alfonso Maria de Ligorio).

I. ¿Qué cosa es el cielo?

¿Qué hay allá? ¿Qué desea tu corazón? ¿Eres amigo de la música? Allá habrá… pero ¡celestial! ¿Eres amigo de comer y beber? Allá tendrás sabores exquisitos, pero sin manjares. ¿Quieres olores? Allá los tendrás suavísimos sobremanera, aunque no tengan los objetos presentes. ¿Deseas buena compañía? Los ángeles, los santos, la Santísima Virgen, nuestros seres queridos… la flor y nata del mundo, la «crema» de la humanidad… ¿Qué deseáis?, dice Dios: Abre tu boca que yo la llenaré (Sl 81,11).

En el cielo Dios nos dará todo lo que deseamos: allí habrá buena compañía, allí deleites inenarrables, allí satisfacción completa, allí honra, allí hartura, allí verdadera riqueza.

Y yo dispongo del Reino en favor vuestro, como mi Padre ha dispuesto de él en favor mío, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino y os sentéis sobre tronos como jueces de las doce tribus de Israel (Lc 22,29–30). ¿Qué quiere decir esto? Que será tan grande nuestra felicidad, que hemos de comer y beber de lo que Dios come y bebe. En la tierra dos esposos que se aman comen la misma comida. De modo semejante, lo que hemos de comer en el cielo es lo mismo que come Dios. No comerás tu un manjar y Dios otro; de lo mismo que Él come comerás, de lo que Él bebe beberás, de lo que Él se alegra te alegrarás. Todos comeremos una cosa. ¿No habéis leído en la Sagrada Escritura: todos comieron el mismo pan espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual (1Cor 10,3)?

¿Qué come Dios, qué es lo que bebe? Su manjar es: conocerse, amarse y gozarse de todo el bien que tiene y que no los puede perder. Estos son sus placeres, estos sus pasatiempos. ¡Bendito sea Dios que no quiere que nuestra gloria sea alguna cosa creada –ni aun la humanidad de Jesús– sino que sea el mismo Sumo, Eterno e Infinito Bien Increado que es Él!

 II. Pero, ¿quién sabrá decir lo que es?

Es mucho más de todo lo que podemos decir y pensar:

– mucho más que toda velocidad de un coche de carrera,

– mucho más que un avión surcando las nubes…

Mucho más…

– que el esquiar en la nieve,

– que el participar de una caza submarina,

– que una torta de chocolate.

– que el canto de los pájaros en el bosque,

– que las flores silvestres de la montaña,

– que un buen partido de fútbol,

– que una rosa mojada por la lluvia,

– que navegar en alta mar,

– que la sonrisa de los niños,

– que una fiesta de cumpleaños,

– que el nacimiento de un hijo,

– que el cielo estrellado,

– que la salida y la puesta del sol,

– que la fiesta de Navidad en familia,

– que la alegría de las bodas,

– que el gozo de un buen libro,

– que el amor de la madre,

– que el afecto de los amigos,

– que el alma de monje,

– que una mujer con alma de muchacha,

– que la recolección de los frutos,

– que un caballo al galope,

– que el aprobar un examen,

– que un regalo inesperado.

¿Cuál piensan que es la alegría de los santos en el cielo? Muy pocos de los que están aquí lo saben. Algunos piensan que es descansar, no tener malos vecinos, ni tentación, ni sufrimiento. Es eso, pero no sólo eso; eso sólo es muy poco. El que no sabe de amor no lo entenderá.

La alegría será que:

– viéndolo a Dios lo deseo para mí y deseo para Él tan grandes bienes que no hay lengua que los pueda decir;

– amándolo más que a mí, le deseo más bienes que a mí; le deseo: vida, descanso, hermosura e infinitos bienes. Y como ven que Dios tiene incluso más bienes de los que le pueden desear, se gozan en ellos muchísimo más que si ellos mismos los tuviesen; de esta manera se entiende que estén sentados a la mesa de Dios, comiendo de lo mismo que come Dios. ¡Éste es el deleite sobre todo deleite…! Donde hay un amor tan encendido que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que lo aman (1Cor 2, 9), lo cual consiste, dice San Juan de Ávila, «en amar a Dios para ti y amar a ti para Dios y a ti y a Dios para sí». ¿Qué gozo es este? El mismo gozo de Dios: Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho; entra en el gozo de tu señor (Mt 25, 23) … entra a gozar de lo que goza Él, a vivir de lo que vive Él, a ser un espíritu con Él; en una palabra, a ser Dios por participación.

Seremos semejantes a Dios…: Dios hermoso y tú hermoso, Dios poderoso y tú poderoso, Dios bueno y tú bueno, Dios impasible y tú impasible, Dios bienaventurado y tu bienaventurado. ¿Por qué? Porque veremos a Dios tal cual es (1Jn 3, 2).

¿Y qué bien es ese? Ni es comer ni beber, ni reír, ni deleites carnales, ni dineros, ¿qué es? Un bien por el cual los santos de Dios moraron en cuevas, vivieron vírgenes toda la vida, padecieron calor y frío, hambre y desnudez, tormentos y persecuciones; un bien por el que el mismo Cristo derramó su sangre e incruentamente continúa sacrificándose en los altares. ¿Qué esto? Ese es su nombre que no tiene otro nombre: Al que venciere le daré el maná escondido y le daré una piedrecita blanca, y en ella escrito un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe (Ap 2,17). Sólo lo conocen los que lo reciben y nunca acaban de conocerlo. ¡Aunque os gocen millones de años nunca se cansarán de Ti! Maravillados están diciendo: Maná, ¿qué es esto?

¿Qué es el cielo? Ver a Dios, gozar de Dios y poseer a Dios; y con Dios de todas las cosas.

– Por eso, nos enseña el Apóstol: Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha e manifestarse en nosotros (Ro 8,18).

III. El cielo es Jesucristo.

– Para que pudiésemos ir al cielo murió Cristo en la Cruz y nosotros, ingratos, nos olvidamos del Cielo y de Cristo. ¡Cuánto sufre Cristo por ello!

Y esto hermosamente lo expresaba un poeta, cantando:

«Un pastorcico (Jesús) solo está penando,

ajeno de placer y de contento,

y en su pastora (el alma) puesto el pensamiento,

y el pecho del amor muy lastimado.

No llora por haberle amor llagado,

que no le pena verse así afligido,

aunque en el corazón está herido;

más llora por pensar que está olvidado.

Que sólo de pensar que está olvidado

de su bella pastora, con gran pena

se deja maltratar en tierra ajena

el pecho de amor muy lastimado.

Y dice el Pastorcico: ¡Ay, desdichado

de aquel que de mi amor ha hecho ausencia,

y no quiere gozar la mi presencia.

y el pecho por su amor muy lastimado!

Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado

sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,

y muerto se ha quedado, asido de ellos,

el pecho del amor muy lastimado».