Misa

‘El Espíritu Santo y la Misa’

Hoy reciben la sotana varios hermanos nuestros. Es como un primer paso hacia el poder celebrar la Santa Misa. Además, hoy es Pentecostés y recordamos la venida del Espíritu Santo sobre la Santísima Virgen y los Apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén, en el mismo lugar donde Cristo había ordenado sacerdotes a los Apóstoles cuando celebró la Primera Misa del mundo en la Última Cena. Ayer entronizamos la representación figurada del Espíritu Santo en este Templo, escultura realizada por el P. Benito Lagos. Hoy quiero hablar sobre el Espíritu Santo y la Misa.

I- Las epíclesis o invocaciones.

        Uno de los grandes e insustituibles protagonistas de la Misa es el Espíritu Santo. ¿Cuándo obra el Espíritu Santo en la Misa?

      En rigor, la acción del Espíritu Santo se extiende a toda la Misa. Pero, de modo particular, la acción del Espíritu Santo en la Misa se realiza en dos aspectos: en las epíclesis (o invocaciones) y en la méthexis (o participación).

        ¿Qué es la epíclesis? Se llama epíclesis a la parte de la Misa en que se invoca al Espíritu Santo.

        En las Plegarias Eucarísticas, anáforas o canon suelen haber dos epíclesis; una, antes de la consagración, invocando al Espíritu Santo para que obre la presencia de Cristo; y otra epíclesis, después de la consagración, sobre el pueblo invocando al Espíritu Santo para que lo colme de bienes.

        Las primeras epíclesis se caracterizan por el gesto pneumatológico de imposición de manos sobre los dones que se van a consagrar, determinando así lo que constituye la materia del sacrificio y como apropiándose, los sacerdotes, de esa materia determinada. Por ejemplo, comienzan con las siguientes palabras:

-»Bendice y santifica, oh Padre, esta ofrenda, haciéndola perfecta, espiritual y digna de ti,..»1;
-» …te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu…»2 ;
-»…te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti…»3 ;
-» …te rogamos que este mismo Espíritu santifique estas ofrendas, para que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor»4 
.

        Las segundas epíclesis comienzan así:

-»Te pedimos humildemente … que esta ofrenda sea llevada a tu presencia … para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo … seamos colmados de gracia y bendición»5 ;
-»Te pedimos … que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo»6 ;
-»…para que … llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu»7 ;
-»…concede a cuantos compartimos este pan y este cáliz, que, congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria»8 .

        Por eso enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «La Epíclesis (=’invocación sobre’) es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios»9.

        En rigor, la acción del Espíritu Santo se extiende a toda la Misa; en este sentido toda la Misa es epíclesis en sentido amplio. Y aún se extiende a antes de la Misa y a después de la Misa por medio de las epíclesis y paráclesis extracelebrativas. Es lo que hace que toda celebración sea nueva, inmensamente fecunda, única, irrepetible… porque el Espíritu Santo al conducir al cristiano a su madurez en Cristo10 , es el gran animador de la liturgiaEs Quien hace que la Misa nunca sea algo mecánico, rutinario, aburrido. Siempre extraemos algo nuevo de la Misa y siempre traemos algo nuevo a la Misa, y eso es por obra del Espíritu Santo. Él es el que hace que cada Misa sea singular.

        Así como el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia y «Si la Iglesia no es signo del Espíritu Santo, Ella es nada»11 así el Espíritu Santo es el alma de la liturgia y si la liturgia no es signo del Espíritu Santo, la liturgia es nada.

        Sin el Espíritu Santo no hay liturgia. Por eso, para que la liturgia sea viva y verdadera debe serepliclética y paraclética:

-Epiclética porque se invoca el poder del Espíritu Santo:
-para que los dones se transformen en el Cuerpo y Sangre de Jesús; y
– para que sea causa de salvación para los que lo van a recibir;
-Y, a su vez, debe ser paraclética, o sea, animada por el Espíritu Santo:
– para convertir a cada hombre en Cristo;
– para hacer crecer progresivamente a cada cristiano;
– para manifestar en plenitud al Espíritu en el cristiano;
-porque a la kénosis del pan y del vino corresponde el don del Paráclito;
– para transfigurarnos con la presencia y acción del Espíritu;
– para que glorifiquemos a la Santísima Trinidad.

        Toda Misa es una manifestación imperceptible, pero realísima del Espíritu Santo, quien de manera imprescindible obra en las acciones litúrgicas.

II- La méthesis o participación.

        La presencia de Jesucristo va unida a la presencia del Espíritu Santo, la acción de Jesucristo va unida a la acción del Espíritu Santo. De tal modo, que la presencia de Cristo se da por obra del Espíritu Santo, dicho de otra manera, el Espíritu Santo obra para manifestar a Cristo y, donde está Cristo, está el Espíritu Santo, como decía San Ireneo: «El Espíritu manifiesta al Verbo…; pero el Verbo comunica al Espíritu»12 y San Bernardo: «Nosotros tenemos una doble prueba de nuestra salvación: la doble efusión de la Sangre y del Espíritu. Ningún valor tendría la una sin el otro: no me favorecería, por tanto, el hecho de que Cristo haya muerto por mí, si no me vivificara con su Espíritu»13 .

El Espíritu Santo vivifica todo el misterio litúrgico. Se lo invoca para que se vivifique siempre más laacción litúrgica y se constituya la Iglesia. Se lo invoca para que la vida de los fieles refleje, cada vez más, lo celebrado en la celebración14 . De tal manera, que siempre se una, más y más, la celebración a la vida y la vida a la celebración. Y si es verdad que «la Eucaristía hace la Iglesia; y la Iglesia hace la Eucaristía»15 ,ello es posible por la presencia y acción del Espíritu Santo. La Iglesia está allí donde florece el Espíritu16 decía San Hipólito. Y el gran San Ireneo: «Allí donde está la Iglesia, está el Espíritu Santo; y donde está el Espíritu Santo, allí está la Gracia y todo don, porque es el Espíritu de Verdad»17 .

Es siempre el Espíritu Santo el que mueve desde dentro a los participantes para que se unan al Misterio de Cristo que se celebra y aprovechen de la Palabra de Dios, del Sacrificio y del Sacramento. Toda Misa es una epifanía del Espíritu Santo.

En el Antiguo Testamento, entre tantas prescripciones sobre los sacrificios, ocupaba un lugar indispensable el fuego, venido del cielo, que debía haber en el altar para la consumición de las víctimas y consumación de los sacrificios18 , ya que así las víctimas eran separadas totalmente de la tierra y subían a Dios. Pero también hay fuego en el altar en el Nuevo Testamento, aunque infinitamente superior. En efecto, en el Apocalipsis el ángel llena el incensario «del fuego del altar» (8, 5)19 . Por tanto, en los altares católicos hay «fuego». Ese fuego es el Espíritu Santo20 . Por eso, cuando entramos en los templos protestantes nos parecen fríos, no sólo por la ausencia de Sagrario, no sólo por la ausencia de la Madre, sino sobretodo por la ausencia «del fuego del altar» al no tener sacrificio. Por eso los que participan auténticamente en la Santa Misa, al igual que los discípulos de Emaús, experimentan que: «…ardían nuestros corazones dentro de nosotros… «21 ¡Hay fuego en nuestros altares! Sólo no se dan cuenta de ello quienes dejaron que «…se enfriara la caridad… «22 .

III- La Misa es la gran forja de los cristianos y, en especial, de los sacerdotes.

Nuestro prócer Fray Francisco de Paula Castañeda a quienes querían que dejase de polemizar y se contentase con limitarse a celebrar la Misa les decía: « es precisamente la Misa lo que me enardece, y me arrastra, y me obliga a la lucha incesante»23 . En la Misa es donde se forjan los grandes gladiadores de Dios. Es la Misa la que enardece y arrastra a los jóvenes para que se entreguen totalmente al Señor y allí los va formando para que lleguen a ser grandes sacerdotes. Es la Misa la que forma los grandes líderes católicos laicos, enardeciéndolos. Es la Misa la que enardece a las jóvenes para ser fidelísimas Esposas de Cristo. Es la Misa la que enardece y empuja a los esposos a ser verdaderos evangelizadores de sus hijos.

En la Misa, Jesucristo nos habla con su Sacrificio. En un lenguaje conciso, pero ardiente. Para captarlo necesitamos al Espíritu Santo. Por eso los que dejan de lado al Espíritu Santo, creen que hacen interesante la Misa con novedades extra litúrgicas, usurpan el protagonismo inderogable que corresponde al Espíritu Santo y al rebajar a mero nivel humano el Santo Sacrificio lo hacen, de hecho, para los feligreses, prescindible. Lo que se necesita es que los ministros del altar sean hombres llenos del Espíritu Santo, que no sean membranas del mismo, sino transparentes, que dejan percibir su presencia y su acción. El sacerdote carnal y el mundano no deja transparentar al Espíritu Santo, porque no lo ve ni lo conoce ni lo ama. Podemos decir, dime cómo se celebra la Misa en el Seminario y te diré qué sacerdotes se forman. Ya lo había señalado nuestro Señor: «el Espíritu de Verdad, que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce» (Jn 14, 17).

Una gran docilidad al Espíritu Santo es el mejor medio para lograr una participación litúrgica verdadera y profunda. La piedad y devoción al Santo Espíritu de Dios nos lleva a aprovechar al máximo del Santo Sacrificio, así como el Santo Sacrificio nos lleva a amar más al Espíritu Santo, ya que Jesucristo en la cruz «por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios» (Heb 9,14) y en la Misa se sigue ofreciendo por el mismo Espíritu.

Pidamos siempre la asistencia del Espíritu Santo para lograr en la Santa Misa una mayor participación litúrgica verdadera y profunda, más fructuosa, conciente y activa. ¡Ven Espíritu Santo…!. Y, desde aquí, démosle gracias ya que: «En los pueblos de América, Dios se ha escogido un nuevo pueblo … lo ha hecho partícipe de su Espíritu»24 .

De manera especial, pidamos por estos 24 jóvenes a quienes se les impondrá la sotana, para que la sotana se les haga piel y lleguen a ser «curas» de raza: dignos ministros de la Sangre, ministros del Fuego y ministros del Viento.

                                                                                                                                               


1 Plegaria I.
Plegaria II.
Plegaria III.
4 Plegaria IV.
5 cfr. nota 1.
6 cfr. nota 2.
7 cfr. nota 3.
8 cfr. nota 4.
9 Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1105.
10 cfr. Ef. 4, 13.
11 Don Anscario Vonier, The Spirit and the Bride, London, 1935, pág. 33: «If She is not a sign of the Paraclete, She is nothing…».
12 La consumación apostólica, n. 5, Patrología Orientalis 22, 663; cit. por Achille M. Triacca, Espíritu Santo y Liturgia, en Revista Liturgia, Comisión Episcopal Argentina de Culto, Año XI, n.47, Oct-Dic 1981, pag. 56.
13 Epist.107, 9; PL. 182, 247 A.
14 cfr. Achille M. Triacca, Sfondo ‘Liturgico-vitale’ del Catechismo della Chiesa Cattolica, en RevistaNotitiae, CCDDS, Cittá del Vaticano, Ian-Febr. 1992, 1-2, nº 318-319, pág. 34-47.
15 Ideas que ya pueden encontrarse, v.g., en San Agustín, Contra Faustum 12, 20; PL 42, 265.
16 San Hipólito, Traditio Apostolica, «…ad Eclesiam ubi floret Spiritus», n.35.
17 Adversus haereses, 3, 24, 1; PL 7, 986 C.
18 cfr. Lev. 9, 24; 2 Cron 7, 1; 2 Mac 2, 10; el fuego era alimentado continuamente, Lev 6, 5-6.
19 «Ignis altaris»(cfr. Ap 8, 5).
20cfr. Albert Vanhoye, Sacerdotes antiguos, Sacerdote nuevo, Ed. Sígueme, Salamanca, 1992, pág. 208.
21 cfr. Lc. 24, 32.
22 cfr. Mt. 24, 12.
23 Guillermo Furlong, S.J., Francisco de Paula Castañeda, en Revista Mikael, Paraná, Año 1, nº 1, Primer cuatrimestre de 1973, pág. 52.
24 CELAM, Documento de Santo Domingo, 16.