Monte Carmelo

El monte de perfección

Homilía predicada por el R. P. Carlos M. Buela en la Santa Misa del 5 de julio de 2004 en la Capilla del Estudiantado “Santa Teresa de Jesús” con motivo de los Ejercicios Espirituales de las Madres Capitulares.

Una forma de entrar en la 3° manera de humildad es ese abrazarse a la Cruz de manera incondicional que está magníficamente expresada por San Juan de la Cruz en una síntesis –dibujo o croquis- que él hace de la doctrina de la “Subida al Monte Carmelo”. Él lo hacía para sus discípulos como lo refieren, entre otros, Ana de San Alberto, Martín de San José, José de la Madre de Dios, Magdalena del Espíritu Santo… Se estima que el santo hizo unos 60 ó 65 dibujos del monte. Se lo dio en llamar “El Monte de Perfección ó El Monte Carmelo”

. Hay en la actualidad 5 manuscritos no autógrafos[1], pero uno de ellos es copia notorialmente autenticada del original entregado por el santo a Magdalena del Espíritu Santo. El más divulgado y conocido es el de Diego de Astor, de 1618. En mi vida sacerdotal he entregado cientos de fotocopias del mismo.

     1º. La línea de fuga del dibujo es de abajo hacia arriba. Abajo se abren tres caminos que ascienden; y arriba se encuentra la cima del Monte. Abajo se suelen colocar en letrillas divididas en cuatro grupos, son las normas que aparecen en la “Subida al Monte Carmelo”, libro 1º, cap. 13, a saber:

“Para venir a gustarlo todo,

no quieras tener gusto en nada.

Para venir a saberlo todo,

no quieras saber algo en nada.

Para venir a poseerlo todo,

no quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo,

no quieras ser algo en nada.

 

Para venir a lo que no gustas,

has de ir por donde no gustas.

Para venir a lo que no sabes,

has de ir por donde no sabes.

Para venir a lo que no posees,

has de ir por donde no posees.

Para venir a lo que no eres,

has de ir por donde no eres.

 

         Cuando reparas en algo,

dejas de arrojarte al todo.

Porque para venir del todo al todo

has de negarte del todo en todo.

Y cuando lo vengas del todo a tener,

has de tenerlo sin nada querer[2].

 

En esta desnudez halla el

Espíritu su descanso, porque,

no codiciando nada,

nada le fatiga hacia

arriba, y nada le oprime

hacia abajo, porque está en

el centro de su humildad.

 

Porque, si quieres tener algo en todo,

no tienes puro en Dios tu tesoro”.

El santo explica lo que entiende por santidad, ese llamado de Cristo Rey al cual no hay que ser sordo, pone tres caminos por los cuales intentan los hombres llegar a la santidad, es decir, subir al Monte.

2º. A la derecha, hay un “Camino de espíritu errado” por el cual no se llega al Monte, sino que es un desvío que impide el llegar arriba. Es el camino espacioso de los que buscan los “Bienes de tierra”, y pone la letrilla en el borde izquierdo del camino: “Cuánto más los procuraba con tanto menos me hallé” y a la derecha del camino: “No pude subir al monte por llevar camino errado”.  Señalando con una rayita los bienes de la tierra pone cinco “ni esotro” (= “ni eso otro”) y señala: “Gusto. Libertad. Honra. Ciencia. Descanso”. (Fácilmente podríamos actualizar cada uno de estos bienes usados desordenadamentecomo impedimentos para la perfección: Comida, bebida, velocidad, sensualidad, televisión, internet, adicciones, vestidos, títulos, propiedades, dinero, vehículos, conocimientos, vacaciones, juegos, teléfonos, etc.).

3º. A la izquierda, otro camino espacioso es “Camino de espíritu imperfecto” es el de aquellas almas que buscan los “Bienes del cielo”, sí, pero buscan y se apegan de manera desordenada a esos bienes. Cinco “ni eso” señalan dichos bienes: “Gloria. Seguridad. Gozos. Consuelos. Saber”. Son los que buscan el cielo sin ordenar las cosas de la tierra, los que están siempre buscando consuelos, están siempre buscando que se los comprenda o en la oración buscan sentirse bien. Pretenden seguridades que aquí no se pueden tener. Quieren entender los misterios que superan nuestra capacidad, etc. Y llegan o pueden llegar al Monte de la perfección, pero demorarán muchísimo más, e incluso, corren serio peligro de perderse en el camino, porque se atan a bienes del cielo de manera desordenada. Por eso pone a la izquierda de este camino: “ Tarde más y subí menos porque no tomé la senda” y a la derecha del mismo: “Por haberlos procurado, tuve menos que tuviera, si por la senda subiera”.

Por encima de los “ni eso” y de los “ni esotro” pone: “Tanto más algo serás, cuánto menos ser quisieres”.

4º. En cambio, el tercer camino es la senda del Monte Carmelo, ya es la “Senda estrecha de la perfección”,llevado a su máxima expresión, que nos recuerda: “…entrad por la puerta estrecha…es angosta la senda que lleva a la vida…” (Mt 7, 13-14). Y aquí en este camino, que es más estrecho que los otros y son pocos los que lo siguen, y es el que lleva a la perfección, pone San Juan de la Cruz: “nada, nada, nada, nada, nada”. Por allí sube el alma al Monte, y sin embargo todavía pone arriba: “Y en el Monte, nada”. En el esquema a Magdalena, en la mitad superior a la izquierda, escribe: “No me da gloria nada” y en la derecha: “No me da pena nada”.

Y ¿qué quieren decir estas ‘nadas’? Quieren decir, como pone en la mitad inclinados hacia el centro, a la izquierda, que: “Cuanto con propio amor no lo quise, dióseme todo sin ir tras de ello” y a la derecha:“Después que me he puesto en nada, hallé que nada me falta”. Son los que no pone el corazón en el “nido” [322] de los bienes del cielo ni de la tierra. Ni: gloria, seguridad, gozos, consuelos, saber, gusto, libertad, honra, ciencia, descanso… ¡Nada! Que ”Cuando ya no lo quiero querer, tengo todo sin quererlo”. ¡Ése es el camino de la ‘nada’! En muchas partes explica esta ‘indiferencia’ San Juan de la Cruz, por ejemplo, en el libro 1, capítulo 4; en el capítulo 13 presenta la doctrina de modo muy chocante, a propósito:

“Procure siempre inclinarse:

 no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso;

no a lo más sabroso, sino a lo más desabrido;

no a lo más gustoso, sino antes a lo que da menos gusto;

no a lo que es descanso, sino a lo trabajoso;

no a lo que es consuelo, sino antes al desconsuelo;

no a lo más, sino a lo menos;

no a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado;

no a lo que es querer algo, sino a no querer nada;

no a andar buscando lo mejor de las cosas temporales, sino lo peor,

y desear entrar en toda desnudez y vacío y pobreza

por Cristo de todo cuanto hay en el mundo”.

5º. Subiendo un poco más en el esquema se halla escrito en forma vertical: Ya por aquí no es camino, que para el justo no hay ley”, tomado de San Pablo 1Tim 1,9, que nos recuerda a San Agustín con el “Ama y haz lo que quieras”[3]. Allí, como estrellas, reinan los dones del Espíritu Santo: “Sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, temor de Dios” (cfr. Is 11, 2-3); reinan, también los frutos del Espíritu Santo: “Caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad” (cfr. Ga 5, 22); las virtudes cardinales: “Justicia, fortaleza, prudencia, templanza”; y las virtudes teologales: “Fe, esperanza”.

6º. Ya en la cima del Monte: “Caridad”, dando a entender que es la única que no morirá jamás;“Bienaventuranza eterna” ( o “Convite continuo”); “Divino silencio”“Divina Sabiduría”.

Por sobre la cumbre del Monte de la perfección: “Sólo mora en este Monte la honra y gloria de Dios”. Éste es el fin de todo hombre y mujer. Éste es el principio, centro y fin de la historia de la humanidad y del universo todo. Es alcanzar la santidad. Es el fin de los Ejercicios. Éste es el 3° de humildad, ése es el ponerse realmente en marcha para alcanzar la perfección, eso es abrazarse a la Cruz: “Nada, nada, nada, nada, nada. Y en el Monte nada”, para llegar al Sumo Bien, que es Dios.

Bordeando el arco superior: “Yo os introduje en el país fértil del Carmelo para que comiéseis sus frutos y gozaseis sus delicias” (cfr. Jer 2, 7).

Rodeando el dibujo: “El Monte de Dios es monte fértil, monte cuajado, monte fecundo. En este Monte Dios se deleitó en fijar su morada. Sí, en él habitará el Señor para siempre” (Sal 67 (68), 16-17).

Si nos entretenemos tontamente con bienes de la tierra, cosa que suele suceder; o tontamente nos entretenemos con los bienes del Cielo, estamos perdiendo el tiempo. No llegamos a donde tendríamos que llegar, “porque cuando reparas en algo, dejas de arribar al todo”.

Esto se engarza perfectamente con lo que Jesús quiere de nosotros, como hemos visto en las dos banderas: suma pobreza espiritual, pasar por oprobios y menosprecios, para llegar a la suma humildad. Para quien esto busca de verdad: “Nada le fatiga de arriba y nada lo oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad”.

Si nosotros fuésemos capaces de formar religiosas que de verdad amen la Cruz, el mundo podría cambiar. Pero mientras no tengamos almas que realmente sigan a Cristo crucificado y quieran estar crucificadas con Cristo, haremos cosas, muchas veces cosas externas, que algún valor pueden tener. Pero no haremos lo más importante de lo que tenemos que hacer, que es alcanzar la santidad y difundir la santidad de Cristo por todo el mundo.

Y podemos, como pasa muchas veces, querer escapar de la Cruz. Buscamos bienes de la tierra, buscamos los bienes del Cielo… pero “donde quiera que vayas, allí encontrarás Cruz” (Cfr. II, 12), dice la Imitación de Cristo. Donde quiera que mires, verás Cruz, Cruz adelante, Cruz atrás, Cruz al costado, Cruz arriba, Cruz abajo… ¡en todas partes! Porque pasa lo que hermosamente dice Chesterton de un hombre que odiaba la Cruz de tal manera que estaba fuera de sí. Iba caminando y encuentra una cruz y la tira abajo. Sigue caminando, ve una empalizada de una obra en construcción y ve los palos cruzados: una fila india de cruces. Tira abajo la empalizada. Llega desesperado, sudando, a su casa, se va a sentar en la silla y ve que el respaldo de la silla tiene dos cruces, rompe la silla. No tiene donde descansar, se va a recostar en la cama, mira el respaldo, había barrotes de bronce, como se usaba antes, y eran cruces: rompe la cama. Se mira a sí mismo: ¡es una cruz! Termina matándose. Quiere destruir la Cruz, no quiere saber nada con la Cruz. Pero no se da cuenta que él mismo, cada uno de nosotros, es una Cruz.

La que estuvo al pie de la Cruz nos enseñe a amar entrañablemente la Cruz, que es el lecho mortal del Divino Esposo.


 [1] Cfr. San Juan de la Cruz, Obras completas (Madrid 51993), pp. 134-143.

[2] San Juan de la Cruz, Obras completas (Madrid 51993) 212 y en los distintos croquis del Monte.

[3] Ad Parthos, 7, 8.