san Pedro

El multifacético Pedro

 Homilía predicada por el p. Carlos Miguel Buela, el 29 de Junio de 1999, Solemnidad de San Pedro y San Pablo,
a los seminaristas del Seminario “María, Madre del Verbo Encarnado”.

 

        Hoy celebra la Iglesia el santo martirio de los dióscuros cristianos, Pedro y Pablo, que en Roma dieron el supremo testimonio de Jesucristo derramando su sangre por Él. Por razón de tiempo casi exclusivamente me referiré al multifacético Pedro. Lo haré en forma de florilegio.

1. Pescador.

«Caminando (Jesús) por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores…» (Mt 4, 18).

2. Esposo.

«Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre» (Mt 8, 14).

3. Elegido.

«Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías” – que quiere decir, Cristo. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas” – que quiere decir, “Piedra”» (Jn 1, 41-42).

4. Discípulo.

«Tomando Pedro la palabra, le dijo: “Explícanos la parábola”…». (Mt 15, 15).

 5. Testigo.

En el monte Tabor: «Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos  como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: “Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”» (Mt 17, 1-4).

En el monte de los Olivos, en Getsemaní: «Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: “Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo”. Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú”. Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: “¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil”» (Mt 26, 37-41).

En el monte Gareb: «Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro.  Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte.   Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos» (Jn 20, 3-9).

6. Apóstol.

«Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó. A estos doce envió Jesús…» (Mt 10, 2-5).7

7. Hagiógrafo.

«Pedro, apóstol de Jesucristo, a los que viven como extranjeros en la Dispersión: en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre, con la acción santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo  y ser rociados con su sangre. A vosotros gracia y paz abundantes» (1 Pe 1, 2).

«Simeón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra. A vosotros, gracia y paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor» (2 Pe 1-2).

8. Taumaturgo.

«Había un hombre, tullido desde su nacimiento, al que llevaban y ponían todos los días junto a la puerta del Templo llamada Hermosa para que pidiera limosna a los que entraban en el Templo. Este, al ver a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les pidió una limosna. Pedro fijó en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo: “Míranos”. Él les miraba con fijeza esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a  andar”. Y tomándole de la mano derecha le levantó. Al instante cobraron fuerza sus pies y tobillos, y de un salto se puso en pie y andaba. Entró con ellos en el Templo andando, saltando y alabando a Dios» (Hech 3, 2-8).

«Los creyentes cada vez en mayor número se adherían al Señor, una multitud de hombres y mujeres. … hasta tal punto que incluso sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos. También acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran curados» (Hech 5, 14-16).

«Pedro, que andaba recorriendo todos los lugares, bajó también a visitar a los santos que habitaban en Lida. Encontró allí a un hombre llamado Eneas, tendido en una camilla desde hacía ocho años, pues estaba paralítico. Pedro le dijo: “Eneas, Jesucristo te cura; levántate y arregla tu lecho”.  Y al instante se levantó» (Hech 9, 32-34).

«Había en Joppe una discípula llamada Tabitá, que quiere decir Dorcás. Era rica en buenas obras y en limosnas que hacía. Por aquellos días enfermó y murió. La lavaron y la pusieron en la estancia superior. Lida está cerca de Joppe, y los discípulos, al enterarse que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres con este ruego: “No tardes en venir a nosotros”. Pedro partió inmediatamente con ellos. Así que llegó le hicieron subir a la estancia superior y se le presentaron todas las viudas llorando y mostrando las túnicas y los mantos que Dorcás hacía mientras estuvo con ellas. Pedro hizo salir a todos, se puso de rodillas y oró; después se volvió al cadáver y dijo: “Tabitá, levántate”. Ella abrió sus ojos y al ver a Pedro se incorporó. Pedro le dio la mano y la levantó» (Hech 9, 36-41).

9. Predicador.

«Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo: “Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras: … Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó…”» (Hech 2, 14-15. 22-24).

10.  Papa.

La promesa del Primado: «Díceles él: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?” Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Replicando Jesús le dijo: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que  desates en la tierra quedará desatado en los cielos”» (Mt 16, 15-19).

La investidura del Primado: «Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Le dice Jesús: “Apacienta mis corderos”. Vuelve a decirle por segunda vez: “Simón de Juan, ¿me amas?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas”. Le dice por tercera vez: “Simón de Juan, ¿me quieres?  Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: “¿Me quieres?” y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero”. Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas”» (Jn 20, 15-17).

Ejerce el Primado: «Uno de aquellos días Pedro se puso en pie en medio de los hermanos –el número de los reunidos era de unos ciento veinte– y les dijo: “Hermanos, era preciso que se cumpliera la Escritura en la que el Espíritu Santo, por boca de David, había hablado…”» (Hech 1, 15-16).

11. Mártir.

«”En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras”. Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios» (Jn 20, 18-19). Una nube de testigos(1) habla del martirio de los Príncipes de los Apóstoles, así: El Papa San Clemente Romano –de quien decía San Ireneo de Lyon: «…en tercer lugar, a partir de los Apóstoles, hereda el episcopado Clemente, que también había visto a los bienaventurados Apóstoles y tratado con ellos, y todavía tenía resonándole en sus oídos la predicación de los Apóstoles y delante de los ojos su tradición»(2) – afirmaba: «Por emulación y envidia fueron perseguidos los que eran máximas y justísimas columnas de la Iglesia y sostuvieron combate hasta la muerte. Pongamos ante nuestros ojos a los santos Apóstoles.

A Pedro, quien, por inicua emulación, hubo de soportar no uno ni dos, sino muchos más trabajos. Y después de dar así su testimonio, marchó al lugar de la gloria que le era debido. Por la envidia y rivalidad mostró Pablo el galardón de la paciencia. Por seis veces fue cargado de cadenas; fue desterrado, apedreado; hecho heraldo de Cristo en Oriente y Occidente, alcanzó la noble fama de su fe; y después de haber enseñado en todo el mundo la justicia y haber llegado hasta el límite de Occidente y dado su testimonio ante los príncipes, salió así de este mundo y marchó al lugar santo, dejándonos el más alto dechado de paciencia».(3) San Dionisio de Corinto: «Y, en efecto, habiendo ambos plantado en esta nuestra ciudad de Corinto, también a vosotros os enseñaron, y ambos, igualmente, después de enseñar juntos en Italia, sufrieron por el mismo tiempo el martirio».(4)

Tertuliano: «¡Feliz Iglesia ésta, sobre la que derramaron los apóstoles, juntamente con su sangre, toda su doctrina! Allí Pedro igualó la Pasión del Señor; allí Pablo fue coronado con la muerte de Juan Bautista; allí el apóstol Juan, después de ser sumergido en aceite hirviendo, sin sufrir daño, fue relegado a la isla».(5)

Leemos en la Vida de los Césares: Nerón fue el primero en ensangrentar la fe cuando crecía en Roma. Entonces Pedro es ceñido por otro, cuando es atado a la cruz. Entonces Pablo es, por nacimiento, de ciudadanía romana, cuando renace por nobleza del martirio».(6) «Veamos […] qué leen los filipenses, los tesalonicenses, los efesios; qué suenan ahí cerca los romanos, a quienes Pedro y Pablo dejaron el Evangelio hasta firmado con su sangre».(7)

Orígenes : «Parece que Pedro predicó en el Ponto, en Bitinia, Capadocia y Asia a los judíos de la dispersión. Venido, hacia el fin de su vida, a Roma, allí fue crucificado cabeza abajo, por haber pedido él mismo sufrir este modo de martirio. ¿Y qué hablar de Pablo, llenó el Evangelio de Cristo, desde Jerusalén al Ilírico, y sufrió luego el martirio en Roma bajo Nerón?».(8)

Cayo, presbítero romano (escribe entre 198-217): «Yo puedo señalar los trofeos o sepulcros de los Apóstoles. En efecto, si quieres venir al Vaticano o a la Vía Ostiense, hallarás los trofeos de los que asentaron esta Iglesia».(9)

Porfirio Neoplatónico (muere en Roma el 303), enemigo de Jesucristo: «Veamos aquello que se dice a Pablo; “Dijo en visión el Señor por la noche a Pablo: ‘No temas, sino habla, pues yo estoy contigo y nadie te echará encima las manos para dañarte'” (Hech 18, 9). Y a este fanfarrón, apenas llega a Roma, se le prende y corta la cabeza, él, que decía: “A los mismos Ángeles juzgaremos”. Es más, el mismo Pedro, que tuvo potestad de apacentar a los corderos, clavado en una cruz, muere empalado».(10)

Eusebio de Cesarea (muere el 340): «Cuando los santísimos apóstoles Pedro y Pablo fueron coronados, en el combate por Cristo, con la corona del martirio».(11)

Lactancio: «Así, siendo el primero en perseguir a los siervos de Dios, a Pedro le clavó en la cruz y a Pablo le pasó a espada».(12)

Orosio: «Empeñado en extirpar el nombre mismo de los cristianos, de los beatísimos apóstoles de Cristo Pedro y Pablo, a uno le mandó a clavar en cruz, al otro lo pasó al filo de espada».(13)

Sulpicio Severo: «Muchos eran crucificados o quemados vivos».(14)  «Entonces fueron condenados a muerte Pedro y Pablo. A Pablo le cortaron a espada el cuello; a Pedro lo levantaron en una cruz».(15)

San Agustín: «Hubo de sufrir cadenas, azotes, cárceles y naufragios. El Señor mismo le procuró la pasión y lo condujo a la gloria de este día. En un solo día celebramos la pasión de ambos apóstoles. Pero ellos dos eran una unidad (“duo unum erant”); aunque padeciesen en distintas fechas, eran una unidad. Pedro fue delante, Pablo detrás».(16)

«Pedro, por tanto, fue el primero de los apóstoles, y Pablo el último; Dios, en cambio, de quién ellos eran siervos, heraldos y predicadores, es el primero y el último. Pedro es el primero de los apóstoles, y Pablo el último: Dios es el primero y el último, antes de quien no hay nada, ni tampoco después. Dios, pues, se presenta a sí mismo como el primero y el último por su eternidad, unió en la pasión al primero y al último de los apóstoles. Las pasiones de uno y otro se aúnan en la fecha de celebración, del mismo modo que a sus vidas las aúna la caridad».(17)

«El merecimiento hizo igual la pasión, y la caridad hizo que coincidieran en el día. Así lo hizo en ellos quien en ellos estaba y en ellos y con ellos padecía, quien ayuda a los combatientes y corona a los vencedores».(18)

 12. Santo.

Del otro lado del Tévere (el río Tíber), sobre el cementerio judeo-cristiano de la colina Vaticana, del siglo I, se alza majestuosa la Basílica de Miguel Ángel y Maderno, que cobija en sus entrañas el sepulcro y los huesos del primero de los Apóstoles. Es el centro de la Cristiandad que recibe el mayor número de peregrinos por año. Cobija las reliquias de alguien que fue muy santo.

13. Sucesores.

El único de los Doce que transmite a sus Sucesores sus poderes es Pedro. De él brota una cadena ininterrumpida de 264 Obispos de Roma, hasta el actual, Juan Pablo II. Todos Cabezas visibles de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. Y así, Pedro y Pablo, sobre todo con su martirio, dan brillo y lustre a la Iglesia de Roma y a sus Obispos, y, a su vez, los que han encabezado la Iglesia que guarda sus trofeos, han hecho refulgir, de manera inigualable, el clarividente testimonio de aquellos dos gigantes que eran uno: «duo unum erant». Y todos juntos, los 264 Obispos de Roma, Sucesores de Pedro, forman un inmenso coro de alabanza y testimonio de la preeminencia sin par de Jesucristo, de Quien han sido Vicarios sobre la tierra.

Que la «Salus Populi Romani», desde el monte Esquilino, proteja siempre al que vive en el monte Vaticano, custodiando la fe y los huesos del primer Papa, del primer Padre de los Padres. Y nos consiga la gracia de la fidelidad a Pedro.

Notas 

(1) Todas las citas, salvo las de San Agustín están tomadas de Actas de los Mártires, BAC, Madrid, 1974, p. 226ss.
(2) San Ireneo,  Adv. haer. III, 3, 3, y apud Eusebio, HE V, 6, 1-3. (3) San Clemente Romano, Carta primera a los Corintios, V, 1-3. VI.
(4) San Dionisio de Corinto, apud Eusebio., HE II, 25, 8.
(5) Tertuliano, De praescriptione, 36, 1-3.
(6) Tertuliano, Scorpiace, 15, 2-5.
(7) Tertuliano, Adv. Marcionem, 4, 5, 2.
(8) Orígenes, apud Eusebio, HE, III, 1, 1-3.
(9) Cayo, presbítero romano, apud Eusebio, HE, II, 25, 5-7.
(10) Texto conservado en la obra de Macario Magnes, editada por A. Harnack, TU 37, 4 (1911), p. 74 Cf.
Kirch, FE, p. 200, n. 328.
(11) Eusebio, Chron., 2, 2.084, ad a. Chr.70.
(12) Lactancio, De Mort. Pers., 2, 4-6.
(13) Orosio, Historiarum ad. pag., VII, 7, 10.
(14) Sulpicio Severo, Chronicorum, 3, 29.
(15) Sulpicio Severo, Chronicorum, 3, 29.
(16) San Agustín, Sermón 295, c. VII; citado en Obras Completas de San Agustín, t. XXV, BAC, Madrid, 1984, p. 264.
(17) San Agustín, Sermón 299; o.c., p. 302.
(18) San Agustín, Sermón 299A; o.c., p. 320.