Sermón pronunciado por el P. Carlos M. Buela con ocasión de la primera Misa del P. Diego Cano
En este día quisiera dejarle al nuevo sacerdote como un recuerdo para toda su vida lo que podríamos llamar el Padre Nuestro sacerdotal.
Todos los días rezamos muchas veces el Padre Nuestro, y ciertamente que lo rezamos en todas las misas. Sin embargo, muchas veces no le sacamos todo el jugo que le deberíamos y podríamos sacar.
Como bien sabemos, esta oración nos la enseño nuestro Señor Jesucristo. Es una oración que salió de sus labios y de su corazón. Por tanto es una oración no solamente perfecta, sino perfectísima. Contiene todo cuanto debemos pedir. Esta en el orden en el cual se debe pedir: lo más importante, lo que le sigue, lo que le sigue y lo menos importante. De manera tal que constituye una norma, una regla, una medida para poner orden en nuestros deseos, en nuestros sentimientos y en nuestros afectos.
Tiene un pórtico y siete peticiones. El pórtico es lo que se tiene que mantener durante toda la oración: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre’. ‘Padre nuestro que estás en los cielos, venga a nosotros Tu reino’. ‘Padre nuestro que estás en los cielos, hágase Tu voluntad’. ‘Padre nuestro que estás en los cielos, danos hoy nuestro pan’.
¿Por qué? Porque ese pórtico, ese inicio, ese exordio del Padre Nuestro, es lo que nos da confianza y fuerza y nos hace recordar a Quién le estamos pidiendo y el poder que tiene Aquél a quien le pedimos para que pueda darnos lo que le estamos pidiendo. Porque pensar que Dios es nuestro Padre excita nuestra confianza en Él y diciendo que ‘que estás en los Cielos’ recordamos que tiene poder como para darnos todo lo que sea necesario con tal de que sea para nuestro bien. Por eso es que el sacerdote es el hombre del Padre Nuestro.
Y por razones de retórica, por el hecho de que a veces hay que ponerle un poco de suspenso. Voy a comenzar por la ultima petición: ‘Líbranos del mal’.
I
Como si dijésemos ‘Padre nuestro que estás en los cielos, líbranos del mal’
El Sacerdote debe más que nadie en la oración, con su penitencia, con sus sacrificios, pedir a Dios que nos libre del mal y libre del mal a los fieles encomendados a él. Porque como bien dice San Pablo: No es nuestra lucha contra la carne y la sangre (Ef 6,12), es decir contra aquella persona, tal o cual. Nuestra lucha es contra el mal espíritu, contra el diablo que busca de hacer siempre lo mismo: contra los Espíritus del Mal que están en las alturas (Ef 6,12). Como padre de la mentira que es, busca engañarnos para apartarnos del camino del bien. Como homicida que es, busca que dejemos de trabajar a favor de la vida y trabajemos a favor de la muerte, que es como trabajar a favor de él, más en esta cultura en que estamos sumergidos, que es una cultura de la muerte.
Por eso el corazón sacerdotal, si es verdaderamente sacerdotal, no puede dejar de luchar contra el mal. El día que el sacerdote deja de luchar contra el mal, primero comienza a ser un sacerdote pastelero y después comienza a dejar de ser sacerdote. El ser sacerdote no es jugar a la mancha con el diablo, ‘basta, pido no juego más, no me molestes’. Es una lucha que comenzó con el comienzo del hombre sobre la tierra y seguirá hasta el fin de la vida del hombre sobre la tierra. Hay una enemistad, una guerra que no es un mal entendido, no es ‘bueno, puede ser el modo, la manera, el estilo’. Esas son excusas, hay una oposición radical y total entre lo que es de Dios y lo que es del diablo. No hay negociación posible. No es una cosa que nos sentamos en una mesa a negociar. Algunos lo pretenden hacer y así les va. Y si en la lucha uno cayese, más vale caer con gloria que vivir con ignominia.
Finalmente, poco importamos nosotros en la lucha, sino que lo que importa es nuestra bandera, lo que defendemos y lo que queremos defender, nuestros ideales sacerdotales. Por eso como dijo aquel ‘Si en combate veis caer a mi caballo y a mi bandera, primero levantad mi bandera’
II
‘Padre nuestro que estás en los cielos, no nos dejes caer en la tentación’.
El sacerdote es un hombre asediado de tentaciones, cientos de tentaciones, miles de tentaciones. Así está escrito, está revelado. Aparece en el libro de los Proverbios Hijo mío si quieres darte al servicio de Dios prepara tu alma a la tentación (2,1). Entender otra cosa en una cosa tonta, estúpida. El que se da al servicio de Dios tiene que preparar su alma contra la tentación y tentaciones contra todas las virtudes teologales (fe, esperanza, caridad), contra todas las virtudes morales infusas, contra todo, porque el diablo busca desesperadamente apartar al sacerdote de su camino, porque sabe que le está robando lo que el quiere, que son las almas. Por eso lo molestaba tanto al Santo Cura de Ars, del cual llegó a decir que lo buscaba porque le había robado 80.000 almas.
Notemos que nuestro Señor no dice que pidamos no tener tentaciones, eso es imposible. Mientras vivamos en este mundo todos – sacerdotes y laicos – hemos de tener tentaciones. Y no hay que tenerle miedo, lo que le pedimos es no caer en las tentaciones, el no consentir en ellas, rechazarlas con fuerza, con energía, haciendo ‘agere contra’.
III
En la quinta petición le pedimos que nos aparte del pecado, porque le pedimos que nos perdone. ‘Padre nuestro que estás en los cielos, perdónanos, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores’
En el caso del sacerdote, ese ‘perdónanos’ no es solo pedir el perdón personal de los propios pecados, que los tenemos, por eso nos tenemos que confesar, por eso en cada misa rezamos el Yo Pecador al comienzo; El sacerdote no solamente pide por si, sino que pide por todos. A mi me da risa ahora que en tantas oportunidades el Papa ha pedido perdón, los diarios ‘Oh!!! El Papa pidió perdón’ Y si esta pidiendo perdón todos los días. Nosotros cristianos, todos los días pedimos perdón. ¿Qué novedad es pedir perdón? Novedad sería no pedir perdón.
En este sentido el sacerdote es el hombre del ‘Kyrie eleison’, ‘Ten piedad de nosotros’. Pide por todo el pueblo. Eso lo hacemos habitualmente en la Santa Misa y también en la Liturgia de las Horas pero aún espontáneamente en la oración que brota de nuestro corazón. Como dice un celebre novelista hablando de un sacerdote santo que a la mañana decía ‘Kyrie eleison’ y al mediodía se le escuchaba decir ‘Kyrie eleison’, y a la tarde y a la noche ‘Kyrie eleison’, ten piedad de todos nosotros que somos una humanidad pecadora y que mereceríamos castigo por tantos pecados si no fuese por la misericordia de Dios, que está esperándonos, que nos tiene paciencia.
El sacerdote es justamente el hombre que ora mucho por su pueblo. Si no tuviésemos nosotros esos pararrayos de la ira divina, ¿Qué sería de nuestra vida? Si no tuviésemos nosotros a aquel que tiene poder dado por Cristo de absolvernos de nuestros pecados. ¿Qué sería de nuestra vida?
Y estos son los medios que indirectamente nos conducen al fin, y pedimos en el Padre nuestro que se aparten los obstáculos: el mal, la tentación y el pecado. Hay otros medios que no son indirectos, sino que son directos y es lo que pertenece a la cuarta y tercera petición.
IV
‘Padre nuestro que estás en los cielos, danos hoy nuestro pan de cada día’. Estamos pidiendo que Dios nos permita acercarnos a la mesa de la Eucaristía, que es el pan supersustancial, el pan de los ángeles, el pan que nos da la vida eterna. Y al pedir el sacramento de la Eucaristía, estamos pidiendo junto con el sacramento de la Eucaristía todos los otros sacramentos, que nos son necesarios. La Confesión para recibir dignamente la Eucaristía si hemos tenido la desgracia de caer en pecado grave.
Al pedir el pan nuestro – dice San Agustín – pedimos también todas las cosas. Todas las cosas que nos son necesarias, aún las corporales. Pedimos también el pan de la mesa, por eso recordaran las personas mayores – a mi me le enseño mi abuela – cuando se caía un pedazo de pan al piso, había que levantarlo, besarlo y se lo podía comer o no comer, pero había que besarlo porque era el pan que se había pedido a Dios, y dejarlo en el piso o no respetarlo sería no respetar al mismo Dios a quien se la ha pedido el pan de cada día.
Y si hoy día estamos como estamos, con todas las dificultades económicas que hay, acá y en otras partes mucho peor, es porque los pueblos no piden a Dios el pan de cada día. Creen que lo van a obtener con el solo esfuerzo de su trabajo, con la capacidad de su inteligencia, porque se han desarrollado nuevas técnicas, porque ya se ha llegado a la Luna, etc.. y así estamos.
Que hermoso sería que nuestras familias tratasen de participar de la Misa todos los días si es posible, recibir todos los días el pan supersustancial de la Eucaristía, y pedir todas las cosas necesarias para la vida y para la salvación.
¿Y por qué cada día? Dice muy bien San Agustín: ‘Para pedirlo igualmente mañana y corregir nuestra codicia’, porque si lo pidiésemos todo junto para una sola vez después nos aferraríamos de manera desordenada a esos bienes. Por eso que también Dios permite los problemas económicos para corregir nuestra codicia, nuestra avaricia, nuestro deseo desordenado de bienes materiales, porque muchas veces ponemos en ellos nuestro corazón en forma desordenada.
V
¿Qué cosa pedimos en la tercer petición? ‘Padre nuestro que estas en los cielos, hágase tú voluntad así en el tierra como en el cielo’
Si la Eucaristía es realmente el acto principal del sacerdote, si la Eucaristía es lo que lo caracteriza singularmente, lo que hace que sea absolutamente distinto de todos lo demás porque se le da el poder de transubstanciar el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor, porque perpetua el sacrificio de Cristo en la cruz en la Santa Misa, porque obra ‘in Persona Christi’; pues otra característica que tiene que ser plenamente sacerdotal es el querer hacer siempre y únicamente la voluntad de Dios que es lo único que cuenta en esta vida.
Nosotros podemos tener nuestro planes, nuestro proyectos, pero ¿qué importa nuestro planes y nuestro proyectos? Lo que importa son los planes y proyectos de Dios. Uno puede tener un plan de trabajar hasta los 70 años y resulta que después no encuentra trabajo. El sacerdote puede tener un plan ‘yo voy a convertir esta parroquia, toda la gente se va a poner devota, fiel, va a venir a Misa, va a recibir los sacramentos’ y después resulta que lo rechazan. Un misionero va a un país lejano, dejando casa, familia, a veces la misma lengua, la cultura y resulta que pareciera que no produce fruto. Lo que importa es hacer la voluntad de Dios siempre y en todo lugar.
Y en este sentido la voluntad de Dios debe ser siempre para el sacerdote ‘invariablemente, adorable'(1) . No es adorable en algún momento cuando las cosas que nos ocurren nos resultan agradables, sino que siempre la voluntad de Dios es adorable. Por eso que el hacer la voluntad de Dios, de manera especial, en el cumplimiento de los mandamientos de su santa ley es una preocupación esencial en el sacerdote que es pastor de las ovejas. Debe lograr enseñar que sus feligreses realmente respeten la ley de Dios, porque allí van a encontrar la felicidad aún en este mundo y en el otro nada menos que la vida eterna.
VI
Queda algo más importante todavía, son las cosas que se refieren directamente al fin de la vida del hombre, a las cosas que no son medios solamente, sino que son el fin mismo.
Le segunda petición es la que pedimos ‘Padre nuestro que estás en los cielos, venga a nosotros tu Reino’. Hermosísima petición, que el Reino de Dios venga a nosotros. Ese Reino de Dios, aunque tengan matices diversos en algún aspecto, se identifica con la Iglesia. Ese Reino de Dios que ciertamente se identifica con Jesucristo, es como pedir, que Jesucristo venga a nosotros.
En este sentido el sacerdote tiene que trabajar en primer lugar para que Jesucristo de verdad viva en su alma, para que Jesucristo viva en las familias de su parroquia, en los pobres de su parroquia, en los enfermos de su parroquia, en los niños de su parroquia y en los trabajadores de su parroquia. Muchas veces el ámbito de acción se extiende muchos más allá de la parroquia, porque Jesucristo tiene que reinar por la verdad en nuestras inteligencias y por la caridad en nuestras voluntades. De esa manera aprendemos a amarnos a nosotros mismos en Dios, de esa manera excitamos en nosotros el deseo de su Reino, de esa forma tratamos de cumplir lo que el nos enseño, buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura (Mt 6,33).
De manera particular si la familia es la Iglesia domestica, es la Iglesia en miniatura, es la Iglesia pequeña, la familia es el Reino domestico, la familia es el Reino en miniatura, a la familia tiene que llegar Jesucristo y Jesucristo tiene que vivir en ella en plenitud.
Y acá en San Luis que por gracia de Dios hay tantas familias que vienen ya de tantos años, pero que son familias jóvenes todavía, que Dios les ha concedido tantos hijos. ¡Como tienen que seguir trabajando incansablemente! teniendo bien en claro que hoy para ser fiel discípulo de Jesucristo hay que remar, nadar contra la corriente. Justamente una de las cosas que más se ataca hoy día es la santidad del santuario familiar. Y no hay que claudicar, no hay que rendirse, hay que saber que cuando en el Padre Nuestro pedimos ‘venga a nosotros tu Reino’, estamos pidiendo eso. Y aunque el mal aparentemente siga creciendo cada vez más, no importa, siempre está la gracia de Dios y deberíamos decir, como solemos recordar: ‘estamos rodeados por todas partes, no los dejemos escapar’ No como hicieron algunos en otras épocas que llegaron a decir ‘más vale rojos que muertos’, porque se sentían rodeados por todas partes. Esos claudicaron.
VII
Y la primera petición es la cumbre de todas las peticiones y en ese termómetro de la santidad cristiana es lo más importante : ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre’.
Es lo primero que pedimos respecto a nuestro fin. A Él debe tender nuestro corazón y nuestra alma de dos maneras: deseando su gloria, deseando que su nombre sea santificado por todos los hombres, que lo reconozcan como tal, que la gloria de Dios se propague entre los hombres, que reconozcamos su santidad, que glorifiquemos a Dios, que podamos decir como San Ignacio de Loyola, todo para la mayor gloria de Dios (2) , que podamos decir como San Juan de la Cruz en la cima del monte de perfección: ‘Sólo mora en este monte honra y gloria de Dios’ (3)
Y en este día de manera especial, ya que lo hemos escuchado en el Evangelio, que podamos decir siempre y en primer lugar, como la Santísima Virgen en el Magnificat: Mi alma canta la grandeza de Dios(Lc 1,46). El sacerdote con su corazón lleno de fuego del amor de Dios, debe tender con toda la fuerza de su alma, con todas las fibras de su cuerpo a buscar siempre y en primer lugar la gloria de Dios, porque Dios debe ‘ser el primer servido’ (4). Y el sacerdote que se olvida de servir en primer lugar, con fuerza, con energía, entregando todo su ser en la busqueda de la unión con el Ser Supremo, por más que diga después que está buscando el bien de los hombres, está buscando chucherias, porque el bien del hombre es que al hombre se le de Dios. Como decía San Ireneo ‘la gloria de Dios es que el hombre viva, y la gloria del hombre es conocer a Dios’.(5)
Pidamos en esta Santa Misa entonces para el P. Diego Cano, para todos los sacerdotes, la gracia de que se haga carne en nosotros esto que doy en llamar el Padre Nuestro sacerdotal. De tal manera que siempre buquemos en primer lugar la gloria de Dios, junto con la gloria de Dios, la extensión de su Reino sobre la tierra, es decir el bien de los hombres, y luego que sepamos poner eficazmente lo medios para alcanzar a Dios. Los medios directos como hacer siempre su Voluntad y recibir los Sacramentos; y los medios indirectos como el luchar contra el pecado, las tentaciones y el mal. Que la santísima Virgen le conceda a este joven sacerdote un fecundo ministerio, que sus manos al llegar a tener más edad esten repletas de buenas obras, que sea capaz de formar santos y si es necesario que este dispuesto a entregar su sangre con tal de ser fiel a Dios. Gracia que ciertamente la Santisima Virgen le alcanzará si es necesario.
1 San Francisco de Sales, citado en el Directorio de Ejercicios Espirituales, 40
2 Cf. Libro de los Ejercicios Espirituales 16
3 Monte de Perfección, Obras Completas (Madrid 1982) 73.
4 Santa Juana de Arco, Dictum
5 Adversus Haereses IV, 20, 7