Guillermo Costantini

El paso del P. Guillermo Costantini

Homilía pronunciada por el R.P. Carlos M. Buela, VE el día 9 de enero de 2001 en la Parroquia San Maximiliano Kolbe.

        Nos encontramos en el santo sacrificio de la Misa ofrecida por el eterno descanso de nuestro hijo, hermano y amigo, el Padre Guillermo Costantini. Quiero, en este clima familiar, hablar al modo de fantasía de mi mente sobre un aspecto de la intensa vida apostólica y misionera del Padre Guillermo: Su sentido profundo de la familia porque ‘Habiendo establecido el Creador del mundo la sociedad conyugal como principio y fundamento de la sociedad humana, convirtiéndola por su gracia en sacramento grande… en Cristo y en la Iglesia (Cf. Ef., 5,32), el apostolado de los cónyuges y de las familias tiene una importancia trascendental tanto para la Iglesia como para la sociedad civil’1.

        Mi fantasía me lleva a verlo en el cielo.

        Allí, mucho mejor que aquí en la tierra, desplegó toda la hermosura de su alma pura de niño. Asombrado, con los grandes ojos de su alma trasparente, va observando todo sin perder detalle, porque no ha perdido su vieja costumbre de describir todo lo que ha visto a sus amigos y hermanos.

        1. Como corresponde, en primer lugar, se goza de contemplar en la perfecta visión beatífica a la Santísima Trinidad: Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y ve la Bondad infinita, la infinita Vida y el infinito Amor de Dios y en una mezcla de éxtasis y arrobamiento producido por el ‘lumen gloriae’ que le hacía contemplar al Infinito ‘cara a cara’ (cfr. Gen 32, 31; Ex 33,11; Dt 5, 4; en especial, 1 Co 13,12: Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido), lleno de profundo respeto exclama: ‘¡Qué tal, familia!’. Nunca tan bien dicho ese saludo casi letánico del Padre Guillermo. En efecto, Dios no es un ser solitario en la inmensidad de los cielos, sino que es una sociedad de Tres para el Amor: El Padre Amante, el Hijo Amado y el Espíritu que es Amor. En su esencial realidad, Dios es un Nosotros. Es intimísima Comunidad. No es sólo un yo o un tú, sino un Nosotros y por eso, Dios Trinidad es Familia de familias y sumo modelo de toda familia sobre la tierra. Y toda auténtica familia es un reflejo de la Familia de los Tres, y por eso toda familia humana está llamada, a su manera, a ser un reflejo de la unidad de Dios. Así sucede con la Iglesia: ‘Este es el Sagrado misterio de la unidad de la Iglesia de Cristo y por medio de Cristo, comunicando el Espíritu Santo la variedad de sus dones, el modelo supremo y el principio de este misterio es la unidad de un solo Dios en la Trinidad de personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo’, dice el concilio Vaticano II2 . ¡Una eternidad le parecía poco para gozar fruitivamente de ese piélago de perfecciones trinitarias!

        2. ¿Cómo no acercarse a la Sagrada Familia? Allí, en lo más alto de los cielos: ¡Jesús, María y José!

        ¡El Verbo Encarnado!: ¡Cuánto para hablar con Él, cuanto para pedir por nosotros, sus hermanos, que todavía peregrinamos en la tierra! ¡Quién puede pretender decir con palabras humanas, sin destruir momento tan sublime, lo que sólo pueden comprender los bienaventurados del cielo! ¡Él, que nació en Belén y murió en la cruz! ¡El carpintero de Nazareth que resucitó al tercer día! ¡El Sumo y Eterno Sacerdote ‘fuente de todo sacerdocio’! ¡El que fundó la Iglesia e instituyó la Eucaristía! ¡’El Radaban de los Pastores’ (1 Pe 5, 4) y el Pastor y Pasto que ‘da la vida por las ovejas’ (Cf. Jn 10, 15)!

        ¿Qué decir del encuentro con María, la Inmaculada? ¡La de los tantos nombres: Luján, Valle, Piedad, Milagro, Auxiliadora, Mercedes, Carmen, Aparecida, Anunciación, Dolores, Rosario… la misma y única Myriam de Judá, Madre de Jesús y nuestra! ¿Cómo no honrarla con las mejores galas del corazón y agradecerle por todo los bienes recibidos de sus manos en la vida terrestre, en especial, la gracia de la perseverancia final por la que podemos contemplarla, radiante, en el cielo? ¿Cómo no agradecerle por el padre y la madre que tuvo en la tierra de quienes aprendió a hacer apostolado: ‘La formación para el apostolado debe empezar desde la primera educación de los niños. Pero los adolescentes y los jóvenes han de iniciarse de una forma peculiar en el apostolado e imbuirse de este espíritu. Esta formación hay que ir completándola durante toda la vida, según lo exijan las nuevas empresas. Es claro, pues, que a quienes pertenece la educación cristiana están obligados también a dar la formación para el apostolado. En la familia es obligación de los padres disponer a sus hijos desde la niñez para el conocimiento del amor de Dios hacia todos los hombres, enseñarles gradualmente, sobre todo con el ejemplo, la preocupación por las necesidades del prójimo, tanto de orden material como espiritual. Toda la familia y su vida común sea como una iniciación al apostolado’3 .

        ¿Y el ‘varón justo’ (Mt 1, 19), San José? Padre providente a quién tantas veces te molestamos rezándote la treintena y nunca dejaste de oír nuestras súplicas. ¡Gracias por la hermosa muerte que me concediste!

        Al ver a la Familia por antonomasia, ¿no les habrá dicho con todo derecho: ¡Qué tal, familia!? Pero si como sacerdote tenía por vocación la obligación de formar la familia de Dios: ‘Mas en el presente orden de cosas, del que surge una nueva condición de la humanidad, la Iglesia, sal de la tierra y luz del mundo ( Cf. Mt., 5,13 – 14 ), se siente llamada con más urgencia a salvar y renovar a toda criatura para que todo se instaure en Cristo y todos los hombres constituyan en El una única familia y un solo Pueblo de Dios’4 .

        3. Con su vieja curiosidad de scout, nunca satisfecha del todo, me imagino que habrá seguido con los saludos a todos los demás contemporáneos –o coneternos- del cielo. Rápidamente se habrá dirigido a los coros de los Ángeles. El Ángel de la guarda medio le echó en cara todo el trabajo que había tenido que pasar para salvarlo de los peligros en las rutas, en las picadas de los cerros, en campamento, cuando saltaba el muro del Liceo, cuando… Pero, al modo de él, no le replicó nada, sino que lo sacó de tema al decirles a todos: ‘¿Quieren que les haga un número de magia?’ ‘Guillermo, somos más vivos que vos’, replicaron. ‘¿Tal vez jugar al ‘tesoro’?’ Los ángeles se miraron entre ellos con complicidad, no querían contradecir tanta bondad e inocencia y respondieron: ‘Cómo quieras, pero vamos a llegar al ‘tesoro’ antes que vos porque nosotros no discurrimos sino que intuimos’. Se entretuvo con los ángeles musiqueros. Uno le prestó una armónica y allí nomás interpretó la misma música que tantas veces oímos nosotros. Con los ángeles cantores ensayó su repertorio familiar, infantil, campamentero… y al final les espetó: ¡Qué tal, familia! El director de coro no se dejó seducir, con su diapasón en la mano le amenazó con la tarjeta roja si cantaba ‘La Chicharra chóchiga’ o si cantaba cinco veces seguidas cualquier canto, aún gregoriano.

        4. Se entretuvo largo rato con el coro de los Santos. Con San Juan Apóstol patrono del Seminario Menor, donde fue Rector varios años; con los santos de los niños y jóvenes San Felipe Neri y San Juan Bosco de quienes tomó ejemplo, entre otros cosas, de entretenerlos con números de magia; con San Juan Crisóstomo patrono de los predicadores; con San Alfonso María Ligorio de los misioneros populares; con San Ignacio de Loyola de los directores de ejercicios; San Juan María Vianney de los párrocos; San Maximiliano Kolbe de la parroquia donde fue párroco por más tiempo; con el Beato Pier Giorgio Frassati de nuestros oratorios; con Don Orione por los Hogarcitos; San Francisco de Asís patrono de la naturaleza, que tanto admiró en numerosos campamentos; Santo Tomás de Aquino en cuya doctrina se abrevó; Santo Tomás Moro su patrono en estos tiempos en que estudiaba derecho canónico; y todas las Teresas: la de Jesús, la del Niño Jesús, la de los Andes, la Journet, la de Calcuta… y Catalina, Edith Stein, Juana Beretta Molla… Muy largo tiempo estuvo con su gran amigo Marcelo Javier Morsella… Con Mons. León Kruk el Obispo que lo ordenó sacerdote. El P. Carlos Lojoya, su padre espiritual. ¡Eran todos sus hermanos del cielo! Porque ‘Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos’5 .

        5. Tan popular como era no pudo olvidarse de saludar a los miembros del coro del Pueblo fiel. Entre ellos se encontraban sus abuelos y demás parientes; sus vecinos; cientos de antiguos feligreses a quienes había predicado, bautizado, enseñado catecismo, confesado, celebrado Misa, visitado, consolado, aconsejado… de todas partes donde había realizado un muy fecundo apostolado… ¡Es la solidaridad del cielo! Aquí en la tierra: ‘Esta solidaridad debe aumentarse siempre hasta aquel día en que llegue su consumación y en que los hombres, salvados por la gracia, como familia amada de Dios y de Cristo hermano, darán a Dios gloria perfecta’6 . El P. Guillermo sabía muy bien que: ‘Pertenece a los sacerdotes, debidamente preparados en el tema de la familia, fomentar la vocación de los esposos en la vida conyugal y familiar con distintos medios pastorales, con la predicación de la palabra de Dios, con el culto litúrgico y otras ayudas espirituales; fortalecerlos humana y pacientemente en las dificultades y confortarlos en la caridad para que formen familias realmente espléndidas’7 .

        Alguien le escuchó decir: ‘Espero ardientemente la resurrección de la carne, porque ahora no sólo me faltan los dedos índices para hacer ‘chiqui chiqui’, sino que tampoco los demás tienen cuerpo, por tanto, no tienen cosquillas’.

        Padre Guillermo: ¡Sigue rezando a Dios por nosotros!

        ¡Muchas gracias por tu gran ejemplo de vida sacerdotal y tu entrega generosa de siempre! ¡Dios te premiará de manera sobreabundante, porque no se deja ganar en generosidad por nadie!

        ¡Pídele a la Virgen por todos!

                                                                                                                                                


 1 Apostolicam actuositatem, 11.
2 Unitatis redintegratio, 2.
3 Apostolicam actuositatem, 30.
4 Ad gentes, 1.
5 Gaudium et spes, 24.
6 Gaudium et spes, 32.
7 Gaudium et spes, 52.