El Seminario es la Misa

 Homilía predicada por el p. Carlos Miguel Buela, VE, a los seminaristas del Instituto del Verbo Encarnado, el domingo 5 de mayo de 1998, «Domingo del Buen Pastor»

        Hoy, Domingo del Buen Pastor, se celebra la Jornada mundial de oración por las vocaciones. Quiero referirme a un aspecto muy importante del tema: la buena formación sacerdotal. Si la formación no es buena, las vocaciones no llegan. Dijo al respecto Juan Pablo II: «…la conducción de una verdadera vocación es también una formación justa. Si no la encontramos, las vocaciones no llegan y la Providencia no nos las da»[1] . De modo tal que un elemento esencial para que una auténtica pastoral vocacional dé frutos, es asegurar una formación justa, buena.

I

        ¿Quienes son los principales formadores de los sacerdotes? Son el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo.

¿Cuál es la cátedra desde la que enseña la Santísima Trinidad? Su cátedra diaria es la santa Misa. Quiero expresar la idea con una frase rotunda y que golpee: El Seminario es la Misa y nada más.

Sí, allí en el rescoldo de la Misa, Dios se va preparando sus futuros sacerdotes. Allí en el torno de la Misa, Dios modela a su alter Christus. Es la forja de corazones valientes. Es la fragua donde se funden los corazones del Sumo Sacerdote y los de sus ministros. El yunque donde los labra. La palestra donde nos enseña a luchar. El regazo donde nos acoge. La casa que nos protege. Jardín donde nos deleita. Patio en el que nos alegra. Escuela donde nos enseña. Libro en el que aprendemos. Locutorio donde dialogamos. Hoguera que nos incendia. ¡Y néctar, polen, perfume, flor, fiesta, banquete, comunión, diálogo, avanzada, agoné… y Fuego …y Viento!

Sin duda. Los principales formadores de los futuros sacerdotes (y de los que ya son sacerdotes) son: el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo. Cuando los responsables se olvidan de esto sólo logran un Seminario horizontal que forma sacerdotes ocupados únicamente en los problemas de dentro de los horizontes de este mundo, un Seminario inmanentista que forma ministros no trascendentes, un Seminario desacralizado donde sus alumnos no viven el tremens fascinans de lo sagrado.

De ahí que,  como dijo Juan Pablo II, «la celebración diaria de la Eucaristía y la adoración asidua del Sacramento del altar ocupan un lugar central en la formación sacerdotal»[2] .

De hecho, ninguno de nosotros ha entrado en la vida consagrada para seguir a hombres, aunque puedan ser santos. Entramos porque entendimos que el Señor nos llamaba, para gloria de Dios Padre, en el Espíritu Santo. Alguno podrá preguntar, pero ¿acaso no debemos ser fieles al carisma del fundador? Ciertamente que sí, pero porque el carisma es don del Espíritu Santo, ser fieles al carisma del fundador no es ser fieles a un hombre sino al Espíritu Santo. Entramos en un Instituto religioso «porque nos damos cuenta de que nuestra vocación coincide esencialmente con la de los miembros del mismo y con los fines que esta institución se propone… advertimos una coincidencia entre los dones propios que nos orientan hacia una misión en la Iglesia y los que recibió quien dio vida a ese Instituto»[3].

       La Santísima Trinidad es la que nos hace crecer en la Misa en la fe, la esperanza y la caridad. Es el misterio de la fe, prenda de nuestra futura resurrección y vínculo de caridad, con Dios y con todos los hermanos. Podemos apropiar al Padre el hacernos crecer en confianza, el abandonarnos a su Providencia que nos da el pan de cada día, la fidelidad a sus designios, el asombro ante la creación continua de quien dice siempre: «Hagámoslo de nuevo» como se ve en la Misa. Al Hijo podemos atribuir el enseñarnos en la Misa a sacrificarnos por los otros, a servirlos como hizo Él en el Cenáculo, a entregarnos hasta morir como el grano de trigo, a anonadarnos como Él que lo hace bajo la apariencia de pan y de vino, a ser hacedores de comunión, a ser firmes como Él que es el Amén de Dios. El Espíritu Santo nos enseña a amar la belleza, a no desmayar en alcanzar la santidad a pesar de toda la realidad de nuestros pecados en contrario, a gozar de las cosas de Dios, a penetrarlas sabrosamente, a dejarnos llevar por sus santos dones.

Y miles de cosas más.

Por eso estimo que el Seminario es, fundamentalmente, la santa Misa.

II

        Alguien podría decir, pero entonces ¿todos los Seminarios serían iguales contra lo que nos dice la experiencia? No se sigue, como no se sigue que todos saquen el mismo fruto de la Misa, por ser la Misa perpetuación del sacrificio de valor infinito. No solo está en la Misa lo que se obra ex opere operato, sino también lo que se obra ex opere operantis según la «fe y entrega»[4].

Pero aún hay una distinción más a tener en cuenta. Si el Seminario es sólo la santa Misa, ¿para qué los Superiores, formadores y profesores? Ciertamente que ellos tienen gran responsabilidad en la formación de los futuros sacerdotes, de manera específica e insustituible en discernir la idoneidad o no de los candidatos. Pero nunca dejaremos de ser meros instrumentos, e instrumentos deficientes. Así como nadie es digno de ser sacerdote porque es una gracia que trasciende a todo hombre, así nadie es digno de ser Superior, formador o profesor de los futuros alter Christus ya que todo hombre está muy lejos de poder llegar a la altura de esa misión de altísima responsabilidad. Siempre seremos instrumentos deficientes. Nuestra gran habilidad consiste en secundar de la manera más perfecta posible las inspiraciones del Espíritu Santo con el fin de lograr que los seminaristas participen de manera activa, consciente y fructuosa del Sacrificio del altar. Ellos son los que tienen que lograr un clima de serenidad gozosa en el Seminario, para que sea posible el clima de oración. Ellos tienen que esforzarse para que la liturgia de la Misa sea catedralicia sin formalismos, bella sin afectaciones, solemne sin engolamientos, austera pero plena, fiel a las rúbricas pero creativa, con el máximo de participación y desarrollando todas las posibilidades que da la misma liturgia al máximo, de modo particular en los cantos y en la música sagrada.

Y los estudios de lenguas, los filosóficos y los teológicos, ¿qué razón se ser tienen? Todo lo otro se ordena a preparar de la manera más digna posible a quién a de subir un día al altar para ofrecer el Sacrificio y predicar la Palabra. Incluso el deporte y la eutrapelia, el apostolado y los campamentos, y todo lo demás en la vida del Seminario debe brotar de la Misa y debe orientarse a la Misa.

Queridos hermanos:

Como tuve oportunidad de decir, un Seminario no lo forman sólo los Superiores sino también los seminaristas. Hoy se necesitan seminaristas que con serenidad y alegría se preparen para el futuro sacerdocio dejándose formar por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo. De manera especial, en la Misa.        No ahorren ningún esfuerzo para participar cada vez mejor de la santa Misa. Luchen contra la pereza, la acidia, las distracciones, la aridez, la rutina. Lo más tonto que se puede hacer en un Seminario es desaprovechar la Misa. Estudien todos los años, por lo menos, un libro sobre la Misa, como sacrificio y como sacramento, la liturgia eucarística, su historia, desde los grandes tratados teológicos hasta los libros más simples de reflexión y meditación. Vale la pena.

Quiero recordarles que en nuestro empeño no figura sólo el que lleguen a ser sacerdotes, sino, con la gracia de Dios, a que muchos de ustedes lleguen a ser Superiores, formadores y profesores de Seminarios, para gloria de Dios y bien de los hombres.

Entre los formadores ocupa un lugar preferencial la celestial formadora, la Virgen María. A Ella le encomendamos la tarea que nuestros Padres desempeñan en tantos Seminarios del mundo. En especial, le encomiendo mi sueño de poder ofrecer más equipos de formadores para Seminarios.


[1] Diálogo con los periodistas durante el vuelo Roma-Montevideo, L’Osservatore Romano, n. 1016,  p.23.
[2] Discurso a un grupo de rectores de seminarios de lengua alemana, 17-marzo-1998, L’Osservatore Romano n. 1525, p.4.
[3] Juan Manuel Lozano, CMF, El Fundador y su familia religiosa, Instituto Teológico de Vida Religiosa, Madrid, 1978, pp. 88-89.
[4] Misal Romano, 100: «quorum tibi fides cognita est et nota devotio».