manos juntas

Esas manos juntas nos recuerdan…

Queridos todos:

        En nuestra Patria, por las noticias que me llegan, las cosas están muy difíciles. Esto debe motivar un renovado fervor en nuestra oración por ella, como por ella rezaba con tanto fervor el beato Luis Orione, como por ella reza actualmente la Hermana Lucía, según lo que ella me dijera: “¡Argentina! ¡Siempre rezo por Argentina!”.

        Por eso, me parece oportuno ofrecerles parte de la homilía que prediqué el día 25 de mayo pasado, con ocasión de la fiesta Patria, donde hago mención de dos signos de nuestra Patria relacionados con Fátima: la consagración de Argentina al Inmaculado Corazón, y las manos juntas de Nuestra Señora de Luján.

         «Muchas dificultades pasa nuestra Patria, pero también desde hace muchos años decía, y lo tiene escrito, el Padre Meinvielle, que “en nuestra Patria siempre está encendida una luz de la esperanza”. Una luz que nos indica que algún día las cosas han de mejorar, que algún día las cosas van a estar mejor. Y esa luz es la consagración de la Argentina al Inmaculado Corazón de María, consagración que hizo el Presidente de aquel entonces, como cabeza de la sociedad civil, es decir, en nombre de todos, quién ejerciendo de una manera sacral la autoridad conferida, consagró en Luján toda la Patria a la Santísima Virgen.

         Y para nosotros, para los sacerdotes como para los consagrados no-sacerdotes ministeriales, ése tiene que ser un gran motivo de esperanza. Lo que Dios ha querido hacer con nosotros, a pesar de “nuestros infinitésimos pecados”, como decía San Francisco Javier, tiene resonancias muy profundas y también muy importantes para nuestra Patria Argentina.

         Por las circunstancias actuales tenemos que salir afuera a misionar a los distintos continentes, a los distintos lugares, e incluso ir a misionar a lugares dificilísimos, para los cuales, prácticamente, pareciera que estamos preparados por el hecho de no tener medios, de tener que bastarnos a nosotros mismos, de vivir colgados de la Providencia, y aprender a ingeniárselas para hacer que el Evangelio llegue a los hombres, en cualquiera de las circunstancias y situaciones en las cuales se encuentran.

         Creo yo que se ha de dar -creo que ya se da, pero creo que ha de darse aún más todavía-, una suerte de feed back, porque al regresar los misioneros a la Argentina, visitar las distintas comunidades, visitar incluso a sus parientes, amigos, conocidos, se va haciendo un apostolado enormemente grande. De hecho, año a año, incluso de forma visible, aumenta el número de los laicos y laicas que quieren consagrarse a Dios en la Tercera Orden, o aumenta el número, visiblemente, de quienes se consideran amigos nuestros, y que ayudan, y que son en última instancia los que hacen posible lo que se está haciendo, ya que lo nuestro es posible porque el Pueblo de Dios en Argentina comprende que tiene que ayudar a una obra de Dios.

         Por así decirlo, se refuerza esa esperanza, esa certeza en la protección materna de la Virgen, aún por la misma imagen milagrosa de Luján. Esas manos juntas de la Virgen nos recuerdan permanentemente que el oficio más importante de Ella en lo más alto de los Cielos es interceder, es rezar. ¿Y por qué todos los años van millones y millones de personas en peregrinación a Luján? Porque los pueblos no son tontos, los pueblos no comen vidrio. Los pueblos van allí donde hay alguien que los atiende. El pueblo argentino está convencido que la Mujer que espera junto al río es una mujer que reza por ellos. Como sucede también en la vida pastoral: ¿a quién se acercan los hombres y mujeres? ¡A aquellos que saben que rezan por ellos! Como se dice en el Oficio de Pastores, en el responsorio: “¡Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo!”.

         Esas manos juntas de la Virgen nos recuerdan que Ella sigue cumpliendo en el Cielo ese oficio principal, que fue su oficio principal también aquí en la tierra, porque entre los muchos privilegios que tiene la Santísima Virgen hay un privilegio que hace que Ella sea el refugio de los pecadores; hace que Ella sea el imán que atrae a las multitudes, hace que Ella sea llamada bienaventurada por todas las generaciones, y a medida en que nos vayamos acercando al fin de los tiempos, más aún; de alguna manera, como vemos en la actualidad, los Santuarios que mayor número de peregrinos tienen son santuarios de la Virgen: Guadalupe, Lourdes, Fátima, Luján, etc.

         Esas manos juntas nos recuerdan que un día en Caná de Galilea Jesús le dijo: “no ha llegado mi hora”, porque se habían quedado sin vino. Sin embargo, la Santísima Virgen, con plena conciencia de que Ella es Madre del Hijo de Dios, va a imperarles a los servidores: «¡Haced lo que Él os diga!». El Hijo Único de Dios, Aquel que es consustancial al Padre y al Espíritu Santo, no pudo decir que no a esa intercesión, a ese pedido de la Santísima Virgen, y por así decirlo se vio obligado a realizar ese primer milagro, porque la Santísima Virgen es la “Omnipotencia suplicante”. No es omnipotente como Dios es omnipotente. Como Dios es omnipotente, sólo Dios es omnipotente. La Virgen no tiene la omnipotencia por su naturaleza, que es una naturaleza humana, pero sí tiene una forma muy particular de omnipotencia: es la “Omnipotencia suplicante”, es la omnipotencia de aquella que siempre alcanza lo que pide, porque así como su Hijo la escuchó en Caná de Galilea, así su Hijo en este mismo instante sigue escuchando todos y cada uno de los pedidos de la Santísima Virgen.

         Por eso, por muy difíciles que sean los tiempos para nuestra Patria, por muy difíciles que sean los momentos para nosotros mismos como Congregación, Aquella que ha comenzado en nosotros la obra buena, Ella misma la llevará a feliz término.

         Y podremos nosotros también hacer para nuestra Patria una gran obra: una obra de testimonio evangélico, una obra en la cual se muestre la primacía de Dios, una obra que incluso tendrá consecuencias sobre el mismo orden temporal, el orden político, económico, social; el orden de la realización de la vida del hombre en su dimensión social, ya que ha de redundar en ese orden, lo que auténticamente se realice en el orden espiritual.

         Por eso hoy, con renovado fervor, nos encomendamos a María de Luján, nuestra Patrona; le pedimos por nuestra Patria, por sus gobernantes, por sus habitantes, por los que fueron, por los que están y por los que vendrán. Y le pedimos a Ella la gracia de poder aportar nuestro pequeño granito de arena para la construcción del Reino de Dios en la tierra, y en particular en aquella tierra».

         Hasta aquí lo que dije el 25 de mayo. Quiero añadir que esas manos juntas de la Inmaculada de Luján nos invitan a la oración, como también nos indican lo mismo, las manos juntas de la Inmaculada de Lourdes, y las manos juntas de la Inmaculada de Fátima: “Rezad, rezad mucho, dijo con aire de tristeza, y haced sacrificios por los pecadores, pues van muchas almas al infierno, por no tener quien se sacrifique y pida por ellas”.

         Sepamos responder a este pedido, más en este momento difícil de la historia de nuestra Patria. Un signo suficiente para que tomemos conciencia de esto son las manos de la imagen de la Virgen de Luján, que se desprendieron de la imagen cuando cayó la cruz de 1600 kg., y permanecieron en su lugar en su actitud orante, en su actitud de intercesión.

         El rector de la Basílica ha calificado este hecho como milagroso. Y no son cosas casuales, como no fue casual siglos atrás que la imagen de Nuestra Señora del Milagro de Salta durante el terremoto cayera frente al Sagrario y permaneciera en actitud de intercesión.