EVANGELIZACIÓN DE LA CULTURA
- ¿Cómo prepararnos para la gran aventura de evangelizar la cultura?
- Viviendo auténticamente la radicalidad evangélica
Creo que a una de las conclusiones válidas a las que puede llegar todo cristiano usando de su sentido común, es que no basta decirse “cristiano” para serlo de verdad.
Para ser cristiano de verdad no sólo hay que tener fe, sino que hay que vivir de acuerdo a ella.
No basta ser piadoso y participar de la Misa dominical. Además, hay que ser COHERENTE con la fe en todo lo que uno hace, de la mañana a la noche.
Hay que llevar el Evangelio toda la vida. Cristo debe reinar en las fiestas, en el noviazgo, en las diversiones, en el deporte, en la música…
La vida cristiana es como un castillo: la parte central -la fe- suele estar más resguardada, cuando el enemigo la quiere robar intenta antes triunfar en las partes menos protegidas. Así en la vida cristiana, el demonio antes de dar el zarpazo final sobre la fe, antes, pasa de triunfar en otros campos más fáciles.
Por eso la tarea, ineludible, que le corresponde a un joven que de verdad quiera ser leal a Cristo, es examinarse a sí mismo para ver si en todo es fiel a Cristo, si en todo es dócil al Espíritu Santo.
No basta con un “barnicito” de Evangelio; no basta con una cáscara artificial; ni un rótulo. Hay que vivir el Evangelio con toda su radicalidad. Pablo VI en Evangelii Nuntiadi, nº 19, lo dice claramente:
“Hay que transformar con la fuerza del Evangelio:
-los criterios de juicio,
-los valores determinantes,
-los puntos de interés,
-las líneas de pensamiento,
-las fuentes inspiradoras,
-los modelos de vida de la humanidad”[1].
Por tanto, si siguiendo a nuestras Constituciones aplicamos estas normas al fin específico de nuestra familia religiosa, que es nuestro carisma propio, podremos renovar nuestro convencimiento de que únicamente es el Evangelio, el Evangelio vivido en toda su radicalidad -como lo hicieron los santos-, el único medio capaz de transformar positivamente la cultura moderna, la cultura contemporánea de cada pueblo. En efecto, como decía Pablo VI, “el misterio de la fe cristiana ofrece a los cristianos valiosos estímulos y ayudas para (…) descubrir el sentido pleno de esa actividad que sitúa a la cultura en el puesto eminente que le corresponde en la entera vocación del hombre”[2].
¡Tamaña misión nuestra tarea de evangelizar la cultura! ¡Entra de lleno en lo que el Papa Juan Pablo II llama “la gran aventura de vivir la vida según el Evangelio”! Precisamente por eso, por ser una aventura, en su cumplimiento deberemos correr riesgos de los cuales debemos estar prevenidos. Para ello, un estudio conciente y meditado de nuestro Directorio sobre la Evangelización de la Cultura nos permitirá concretar en la práctica todo lo que nuestro carisma nos exige.
Viviendo consecuentemente con el Evangelio que queremos inculturizar.
Para ello, para vivir consecuentemente el Evangelio en sus raíces más profundas, tengo que tener en claro que:
– No debo tener criterios de juicio mundanos,
– No debo poner en primer lugar el tener, el poder o el placer,
-No debo interesarme sólo por el fútbol, o por el aumento del dólar…, o los modelos de moto…, o los conjuntos de música…,
-No sea mi línea de pensamiento ninguna ideología rechazada por la Iglesia.
Me debo inspirar en el Evangelio, en las enseñanzas de la Iglesia, en la vida de los Santos. No deben ser fuentes inspiradoras lo que me presentan de malo los medios de comunicación social.
No debe ser modelo de mi vida, ni la actriz corrompida, ni la estrella de fútbol moralmente aridece, ni el seudónimo de la serie extranjera, ni la machucada atrevida que termina siendo depravada.
Debo imbuir con el poder del Evangelio
-mis modo de pensar
-mis criterios de juicio
-mis normas de acción
¡Cómo lo hizo la Virgen! Para imitarla cada vez más, para ser cada vez más coherente con la fe (Soneto de José de Valdivieso f 45)
- Examinando si hemos inculturizado el Evangelio en nosotros mismos.
Ante esta exigencia no debemos evadir el examinarnos acerca de un primer principio elemental para todo evangelizador, y ese principio es tan radical que la sabiduría popular lo ha hecho refrán: “nadie da lo que no tiene”.
¿Podrá evangelizar la cultura aquel religioso que no está imbuido por el Evangelio?
¿Podrá acaso “transformar con la fuerza del Evangelio” la cultura contemporánea, a la que el Papa califica de “cultura de la muerte”, aquella religiosa que no vive el Evangelio de la Vida?
¿Cómo podrá evangelizar la cultura una religiosa que no posea el grado mínimo de cultura general? Ciertamente que Dios suple nuestras carencias y falencias al respecto, porque todos, aunque no lo percibamos, somos partícipes de una cultura determinada.
Tarea nuestra es la de inculturizarnos verdaderamente, como aconsejaba el Apóstol San Pablo a los filipenses, cuando les decía: “Por lo demás, hermanos, cuantas cosas sean conformes a la verdad, cuantas serias, cuantas justas, cuantas puras, cuantas amables, cuantas de buena conversación, si hay virtud alguna, si alguna alabanza, a tales cosas atended” (4,8).
De ahí la necesidad de aprovechar al máximo, en los años de formación, todo lo que nos procure una cultura general que nos permita afrontar la cultura moderna. De ahí la urgencia de concientizarnos de la necesidad de redimir el tiempo, es decir, de no perderlo en pavadas, sino las cosas que realmente nos aprovechen, nos “cultiven” interior e intelectualmente. Si el Concilio Vaticano II establecía en el documento sobre el apostolado de los seglares: “(en la formación apostólica) no se descuide en mi modo alguno la importancia de la cultura general unida a la formación práctica y técnica”[3], ¡cuánto más estaremos obligados nosotros, evangelizadores de la cultura, a poseer una base cultural que nos permita participar de ese diálogo que la Iglesia viene manteniendo desde hace dos mil años con las culturas en las cuales “cultivó” la semilla del Evangelio!
- Aprendiendo a asimilar a nuestro interlocutor, la cultura
Para ese diálogo es necesario el conocimiento del interlocutor, ¡la cultura!, porque enseña el Concilio que “… los tesoros escondidos en las diversas culturas permiten conocer más a fondo la naturaleza humana, abren nuevos caminos para la verdad y aprovechan a la Iglesia”[4].
Nuestra propia naturaleza humana nos exige alimentarnos con el pan de la cultura. Así dice el Concilio que “es propio de la persona humana el no llegar a un nivel verdadera y plenamente humano si no es mediante la cultura, es decir, cultivando los bienes y los valores naturales. Siempre, pues, que se trata de la vida humana, naturaleza y cultura se hallan unidas estrechísimanente”[5].
Pero para nosotros, religiosos, ese “pan de la cultura” es la misma “Palabra de sale de la boca de Dios” (cf. Mt. 4,4) como alimento, como “Pan vivo bajado del cielo… para la vida del mundo” (cf. Jn. 6,33). Por eso estableció el Concilio que “(los religiosos) han de esforzarse en perfeccionar cuidadosamente durante toda su vida esta cultura espiritual, doctrinal y técnica, y los superiores, según sus fuerzas, deben procurarles oportunidad, ayudas y tiempo para ello”[6].
De ese modo, una vez “cultivados”, podremos ser fecundos promotores de la cultura, porque en los tiempos actuales:
–“es preciso, (…), hacer todo lo posible para que cada cual adquiera conciencia del derecho que tiene a la cultura y del deber que sobre él pesa de cultivarse a sí mismo y de ayudar a los demás”[7];
–“es preciso, (…), procurar a todos una cantidad suficiente de bienes culturales, principalmente de los que constituyen la llamada cultura “básica”…”[8]
- Naturaleza de nuestra misión en la Iglesia: ser evangelizadores y redentores de la cultura
Pero no es nuestra principal misión el ser “promotores de la cultura” del mismo modo como no lo es la promoción social. Nuestra misión es ser inculturizadores del Evangelio, es decir, redentores de la cultura de todos los hombres. Cristo murió por todos, y por tanto, no existe cultura que no pueda ser redimida.
La redención de la cultura es la obra monumental que la Iglesia a realizado a lo largo de sus 2000 años de historia.
La Iglesia, de la que somos parte, de las que somos hijos, “ha contribuido mucho al progreso de la cultura”[9]; la Iglesia “con su trabajo consigue que todo lo bueno que se encuentra sembrado en el corazón y en la mente de los hombres y en los ritos y culturas de estos pueblos, no sólo no desaparezca, sino que se purifique, se eleve, se perfeccione…”[10].
La Iglesia “ha empleado los hallazgos de las diversas culturas para difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación a todas las gentes”[11].
Es precisamente la Iglesia la que, “cumpliendo con su misión propia, contribuye por lo mismo a la cultura humana y la impulsa, y con su acción, incluida la litúrgica, educa al hombre en la libertad interior”[12].
I). El ejemplo de los grandes inculturizadores del Evangelio
Podemos poner como ejemplo, como fue la acción “litúrgica” el origen remoto de la cultura de Europa, con la obra iniciada por San Benito y llevada a su grado máximo por aquellos grandísimos inculturizadores del Evangelio que el Papa nombró copatronos de Europa, los santos Cirilo y Metodio. El capítulo VI de encíclica Slavorum apostoli, titulado “Evangelio y Cultura”, es sumamente elocuente al respecto:
“En la obra de evangelización que ellos llevaron a cabo como pioneros en los territorios habitados por los pueblos eslavos, está contenido, al mismo tiempo, un modelo de lo que hoy lleva el nombre de “inculturación” -encarnación del evangelio en la cultura autóctonas- y, a la vez, la introducción de éstas en la vida de la Iglesia.
Al encarnarse el evangelio en la peculiar cultura de los pueblos que evangelizaban, los santos Cirilo y Metodio tuvieron el mérito particular en la formación y desarrollo de aquella misma cultura, o mejor, de muchas culturas. En efecto, todas las culturas de las naciones eslavas deben el propio “comienzo” o desarrollo a la obra de los hermanos de Salónica. Ellos, con la creación, original y genial, de un alfabeto para la lengua eslava, dieron una contribución fundamental a la cultura y a la literatura de todas las naciones eslavas.
Además, la traducción de los libros sagrados realizada por Cirilo y Metodio, junto con sus discípulos, confirió capacidad y dignidad cultural a la lengua litúrgica paleoslava, que, vino a ser durante largos siglos no sólo lengua eclesiástica, sino también la oficial y literaria, e incluso la lengua común de las clases más cultas en la mayor parte de las naciones eslavas y, en concreto, de todos los eslavos de rito oriental”.
Ahora bien, si alguien se pregunta porqué fue eficaz la obra inculturizadora de los estos santos, el Papa le responderá: “los hermanos de Salónica eran herederos no sólo de la fe, sino también de la cultura de la antigua Grecia, continuada por Bizancio. Todos saben la importancia que esta herencia tiene para la cultura europea y, directa o indirectamente, para la cultura universal”.
De estas palabras del Santo Padre, concluyamos: ¡nadie da lo que no tiene!
¿Cómo hubieran podido trasmitir la cultura greco-romana, redimida por el Evangelio, si no hubiesen vivido su cultura y el Evangelio?
Pero hay más, ¿cómo habrían podido forjar una nueva cultura, “no imponiendo a los pueblos cuya evangelización les encomendaron, ni siquiera la indiscutible superioridad de la lengua griega y de la cultura bizantina, o los usos y comportamientos de la sociedad más avanzada, en la que ellos habían crecido y que necesariamente seguían siendo para ellos familiares y queridos”, si los Apóstoles de los eslavos no se hubiesen preparado “para ir a la Gran Moravia, llenos de toda la tradición y de toda la experiencia religiosa que caracterizaba el cristianismo oriental y que encontraba un reflejo peculiar en la enseñanza teológica y en la celebración de la Sagrada Liturgia”?
¿Cómo habrían podido dialogar con la cultura de su tiempo -que también lo era “de muerte”, como “de muerte” eran la cultura de los romanos y la de los bárbaros con las cuales se enfrentaron los Apóstoles y los más grandes santos evangelizadores, San Agustín de Canterbury en Inglaterra, San Patricio en Irlanda, San Bonifacio en Alemania, etc., etc.-, si no estaban capacitados para dialogar con su interlocutor, la cultura?
Esta es la razón por la cual los santos Cirilo y Metodio nos brindan su ejemplo como evangelizadores de la cultura: “llevaron el Evangelio y al mismo tiempo pusieron los fundamentos de las culturas eslavas (…) El patrimonio de su evangelización ha permanecido en las vastas regiones de Europa central y meridional, y tantas naciones eslavas, aún hoy, reconocen en ellos no solamente a los maestros de la fe, sino a los padres de la cultura”[13].
Por eso mismo debemos estar convencidos de que la Iglesia, como dice la Gaudium et Spes, “puede entrar en comunión con las diversas formas de cultura; comunión que enriquece al mismo tiempo a la propia Iglesia y a las diferentes culturas”[14]. El Papa explícitamente dice que “la historia de la evangelización, (es) una historia que se ha desarrollado en el encuentro con la cultura de cada época“[15].
- El auténtico diálogo con la cultura, cimiento de nuestra misión
No debemos ser ingenuos. El verdadero diálogo y comunión con la cultura está muy lejos de ser una recepción pasiva de conocimientos de costumbres, creencias y hábitos de pueblos paganos. ¡Para eso nada mejor que consultar una enciclopedia y no sacrificar sacerdotes enviándolos como misioneros a tierras extranjeras con la misiva de un falso “diálogo”, como lamentablemente sucede actualmente con muchísimos “misioneros” que al dialogar con las demás religiones, sobre todo con las orientales, por poco no se han convertido a ellas, cuando han perdido la intención de ganar almas para Cristo. ¡Quien sabe si alguna vez la tuvieron tal intención, porque esa actitud es fruto de la mentalidad progresista que puso “pretextos para oponerse a la evangelización”!
Bien lo dice Juan Pablo II siguiendo a Pablo VI, hablando de estos pretextos: “Los más insidiosos son ciertamente aquellos que para cuya justificación se quieren emplear ciertas enseñanzas del Concilio”[16].
Sí, la Iglesia debe dialogar con la cultura budista, islámica, hinduista… pero para hablarles de Jesucristo.
En la Encíclica Redemptoris missio, documento magistral que debemos tener de cabecera siempre que necesitemos de luz en nuestra tarea misionera, al igual que todas las directivas, orientaciones y enseñanzas del Magisterio ordinario sobre el fin específico de nuestra pequeña familia religiosa, el Papa claramente afirmaba: “Aunque la Iglesia reconoce con gusto cuanto hay de verdadero y de santo en las tradiciones del Budismo, del Hinduismo y del Islam -reflejos de aquella verdad que ilumina a todos los hombres-, sigue en pie su deber y su determinación de proclamar sin titubeos a Jesucristo, que es el “camino, la verdad y la vida”… El hecho de que los seguidores de otras religiones puedan recibir la gracia de Dios independientemente de los medios ordinarios que él ha establecido, no quita la llamada a la fe y al bautismo que Dios quiere para todos los pueblos”[17].
El extremo contrario, un peligro fatal para la evangelización, es la evasión del diálogo entre Evangelio y cultura. Por algo el Papa les aseguró a los Obispos de Brasil que “el éxito de la nueva evangelización dependerá de cómo la Iglesia y en particular vosotros -se refiere a los obispos-, sepáis mantener el diálogo entre la cultura y la fe“[18].
El diálogo entre el Evangelio y la cultura es insustituible. Así como Iglesia y progreso no se contraponen en modo absoluto, Iglesia y cultura son inseparables. La razón teológica está en el diálogo que Dios ha entablado con la humanidad al revelarse: “múltiples son los vínculos que existen entre le mensaje de la salvación y la cultura humana. Dios, en efecto, al revelarse a su pueblo hasta la manifestación de sí mismo en el Hijo encarnado, habló según los tipos de cultura propios de cada época”[19]
- ¿Qué es evangelizar la cultura?
Ahora bien, ¿en que consiste ese diálogo?… ¿En qué consiste la evangelización de la cultura? ¿Qué es, entonces, evangelizar la cultura?
- Es hacer lo mismo que hicieron los Apóstoles: “La evangelización llevada a cabo por los apóstoles puso los fundamentos para la construcción del edificio espiritual de la Iglesia, convirtiéndose en germen y, en cierto modo, en modelo válido para cualquier época”[20].
- Evangelización de la cultura es todo esfuerzo de profundización teológica: “La evangelización, dice el Papa, no es solamente la enseñanza viva de la Iglesia, el primer anuncio de la fe (kerigma) y la instrucción, la formación en la fe (catequesis), sino que es también todo el vasto esfuerzo de reflexión sobre la verdad revelada, que se ha expresado desde el comienzo en la obra de los Padres de Oriente y de Occidente y que, cuando hubo de confrontar esa verdad con las elucubraciones gnósticas y con las varias herejías nacientes, fue polémica”[21].
El Papa sitúa el período patrístico como una de las etapas de la historia de la evangelización: “A los Padres de la Iglesia debe reconocérseles un papel fundamental en la evangelización del mundo, además de en la formación de las bases de la doctrina teológica y filosófica durante el primer milenio”[22]. Por tanto, ya tenemos otros grandes modelos de inculturizadores: ¡los grandes Padres de la Iglesia!
- Evangelización de la cultura es también realizar aquella magnífica obra de misericordia espiritual, la corrección del errado. Y si esto implica la refutación del error, debemos ser concientes de que el hacer esto es mojarle la oreja al Anticristo. El Papa ha destacado como en tiempos de las controversias cristológicas, cuando “muchos se deslizaron hacia el arrianismo… y lucharon por la victoria de esa herejía en el mundo cristiano”, esas combates “no fueron sólo disputas teológicas; se trataba de una continua lucha por la afirmación del Evangelio mismo. Y constantemente a través de aquellas controversias, resonaba la voz de Cristo: “Id por todo el mundo y enseñad a todas las naciones” (cfr. Mt. 28,19). ¡Ad gentes!: es sorprendente la eficacia de estas palabras del Redentor del mundo”[23], concluye el Sucesor de Pedro.
- Evangelizar la cultura es escuchar el grito del Apóstol “¡Ay de mí si no predicase el Evangelio”! (1 Co. 9,16) y seguir su ejemplo acudiendo a los “Areópagos modernos”: “es decir, nuevos púlpitos. Estos areópagos son hoy el mundo de la ciencia, de la cultura, de los medios de comunicación; son los ambientes en que se crean las elites intelectuales, los ambientes de los escritores y de los artistas”[24].
- Dialogar con la cultura para evangelizarla es la búsqueda apasionante de los “semina verbi” de los que hablan los Santos Padres empezando por San Justino, cuando decía que las verdades que se hallan en los autores paganos, las pudieron descubrir gracias al Verbo: “Todos los escritores sólo oscuramente pudieron ver la realidad gracias a la semilla del Verbo en ellos ingénita. Una cosa es, en efecto, el germen e imitación de algo que se da conforme a la capacidad, y otra aquello mismo cuya participación e imitación se da, según la gracia que de aquél también procede”[25]. Antes de decir esta frase, San Justino acertadamente había escrito: “cuanto de bueno está dicho en todos ellos, nos pertenece a nosotros los cristianos, por que nosotros adoramos y amamos después de Dios, el Verbo, que procede de Dios ingénito e inefable; pues Él, por amor nuestro, se hizo hombre para ser particionario de nuestros sufrimientos y curarlos”[26]. No se trata de buscar los fragmentos de verdad para armar una nueva verdad, sino que se trata de recuperar lo nuestro: “cuanto de bueno está en todos ellos, nos pertenece a nosotros, los cristianos”.
- Evangelizar la cultura es ir a la búsqueda y al rescate de esas semillas del Verbo que se hayan en las culturas no cristianas. Ese rescate por ser el mismo con que Cristo nos rescató, es un rescate redentor. La evangelización de la cultura evidentemente es redención de la cultura.
San Justino expresaba que “los demonios han tenido siempre empeño en hacer odiosos a cuantos, de cualquier modo, han querido vivir conforme al Logos y huir de la maldad”. Aquí pareciera que nos previene sobre las persecuciones que nos puede acarrear esta tarea, cuando dice: “nada tiene de maravilla si (los demonios), desenmascarados, tratan también de hacer odiosos y con más empeño, a los que viven no ya conforme a una parte del Verbo seminal, sino conforme al conocimiento del Verbo total, que es Cristo”. Nosotros, por la gracia de Dios, somos aquellos que viviendo bajo la luz del “Verbo total”, sabemos que Él es “luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn. 9,1), el dispensador de toda verdad. Por eso estamos convencidos que toda verdad, hállese donde se halle, procede de una sola fuente, el Logos eterno, el Verbo del Padre, que ya antes de la Encarnación fue iluminando a los hombres con destellos parciales de verdad.
Clemente de Alejandría explicaría con una comparación similar a la parábola del Sembrador: “Uno es el sembrador y una misma la semilla que siembra. El Sembrador es el Logos. La semilla, la Verdad. Las diferencias proceden del distinto terreno y del tiempo en que fue recibida. Por esto, si los hebreos pueden alegar una parte de verdad, también pueden hacerlo los griegos, los cuales han conseguido arrancar una partecilla de verdad del Logos teológico” (I 7,732).
- Evangelizar las culturas es rastrear las huellas del Espíritu Santo en la historia de la humanidad. La consideración sobre la búsqueda de los “semina Verbi” que deberemos hacer cuando evangelicemos una cultura no cristiana, se complementa con la concientización de que la acción del Espíritu de Dios no se limita solamente a los cristianos.
Esto es una clara enseñanza de Juan Pablo II, Padre de nuestra familia religiosa. El Papa nos hablará de la acción que el Espíritu Santo obra también en los pueblos no cristianos: “Así como el Espíritu que «sopla donde quiere» (Jn.3,8) y «obraba ya en el mundo aun antes de que Cristo fuera glorificado»[27], que llena todo el mundo y todo lo mantiene unido, que sabe cuanto se habla» (Sab 1,7),nos lleva a abrir más nuestra mirada para considerar su acción presente en todo tiempo y lugar. Es una llamada que yo mismo he hecho repetidamente y que me ha guiado en mis encuentros con los pueblos más diversos. La relación de la Iglesia con las demás religiones está guiada por un doble respeto: «Respeto por el hombre en su búsqueda de respuesta a las preguntas más profundas de la vida, y respeto por la acción del Espíritu en el hombre»[28]. (…) Todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones tiene un papel de preparación evangélica,[29] no puede menos de referirse a Cristo, Verbo encarnado por obra del Espíritu, «para que, hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas»[30]“[31]
Sabemos que en nuestra misión de evangelizar la cultura el protagonista principal es el “Viento que sopla donde quiere”, que conmueve, que inspira, que consuela a todos los hombres hacia lo bueno y verdadero. No existe una sola verdad o una sola acción de bondad que procede del padre del mentira, de aquel desgraciado que no puede amar” (Santa Teresa). Si todavía nos quedare alguna duda de esta acción del Espíritu Santo en la historia de cada pueblo y hombre individual, podemos traer la autoridad de eximios evangelizadores dela cultura. Por ejemplo la autoridad de San Ambrosio:
– “omne verum a quocumque dicatur a Spiritu Sancto est” (cualquier cosa verdadera
O la de San Agustín: “Quisquis bonus verusque christianus est, Domini sui esse intelligat ubicumque invenerit, veritatem”[32]
O la de Santo Tomás, que estaba plenamente convencido de esta verdad: “nullus potest dicere quodcumque verum, nisi a Spiritu Sancto motus, qui est Spiritus veritatis” “quia omne verum et omne bonum est a Spiritu Sancto”.
- Inculturizar el Evangelio es poner todos los medios para que Cristo sea conocido y amado, ya sean:
– misiones populares,
– ejercicios espirituales,
-apostolado familiar, recordando que “contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida”[33]…
– la educación católica, medio sumamente particular: “(La escuela católica) persigue, en no menor grado que las demás escuelas, los fines culturales y la formación humana de la juventud. Su nota distintiva es (…) ordenar finalmente toda la cultura humana según el mensaje de la salvación, de suerte que quede iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre”[34].
– apostolado juvenil, oratorios: con respecto a la evangelización cultural de la juventud: hay que salvar a los jóvenes del naufragio de la cultura de la muerte, ayudándoles a superar lo que heredan de las generaciones anteriores, la generación de la desazón, la generación deprimida, la generación perdida, a fin de ayudarles a ser partícipes de la generación heroica. Pertenecer a la generación heroica implica el que sean capaces de nadar contra corriente al saber “contestar” a los valores del patrimonio cultural que ha recibido de sus mayores. Para el Papa este “contestar” no es necesariamente una rebeldía sino una “verificación existencial”: “Esta búsqueda abierta de la verdad, que se renueva cada generación, caracteriza la cultura de cada Nación. En efecto, el patrimonio de los valores heredados y adquiridos es siempre objeto de contestación por parte de los jóvenes.
Contestar, por otra parte, no quiere decir necesariamente destruir o rechazar a priori, sino que quiere significar sobre todo esta verificación existencial, hacer que esos valores sean más vivos, actuales y personales, discerniendo lo que en la tradición es válido respecto a las falsedades y errores o de formas obsoletas, que pueden ser sustituidas por otras más en consonancia con los tiempos.
En este contexto conviene recordad que la evangelización se inserta también en la cultura de las Naciones, ayudando a ésta en su camino hacia la verdad y en la tarea de purificación y enriquecimiento (Cf. R. Missio, 39; 52)”
.
- Urgencia de la necesidad de evangelizar la cultura
La urgencia y necesidad del cumplimiento fiel de nuestro carisma nace de la gravedad que implica la corrupción de la cultura, cuando el hombre asume una aptitud contrario al misterio de Dios: “Al hombre se le comprende de manera más exhaustiva si es visto en la esfera de la cultura a través de lengua, la historia y las actividades que asume ante los acontecimientos fundamentales de la existencia, como son nacer, amar, trabajar, morir.
El punto central de toda cultura lo ocupa una actitud que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de Dios. Las culturas de las diversas Naciones son, en el fondo, otras tantas maneras diversas de plantear la pregunta acerca del sentido de la existencia personal.
Cuando esta pregunta es eliminada, se corrompen la cultura y la vida moral de las Naciones. Por esto, la lucha por la defensa del trabajo se ha unido espontáneamente a la lucha por la cultura y por derechos nacionales” [35].
- Exhortación final
Queridas hijas:
Como padre quiero exhortarlas a que no se amedrenten ante lo que Dios les pide, sino que sean monjas “viriles”, como las quería Santa Teresa.
Con Juan Pablo II, padre de nuestra familia religiosa, quiero gritarles en vuestro corazón, de manera que les quede gravado con fuego, aquella frase que Jesús repitió varias veces: “¡NO TEMÁIS!”
¡No temáis Servidoras de Cristo! ¡No temáis esclavas de su Madre! ¡No temáis esposas del Verbo!
¡No evadáis la fascinante aventura de vivir la vida según el Evangelio y la todavía más fascinante aventura de evangelizar la cultura!
¡Uds. se enfrentarán contra la muerte, porque de muerte es la cultura moderna! Es entonces cuando el Verbo, vuestro Esposo, les dirá: “La muerte es engullida en la victoria. ¿Dónde está muerte tu victoria? ¿dónde tu aguijón?” (1 Cor. 15, 54-55)
¡Uds. se enfrentarán contra el mundo, porque necesariamente toda cultura está enraizada en el mundo! Pero Uds., sabiendo que “el Reino de Dios, presente en el mundo sin ser del mundo, ilumina el orden de la sociedad humana, mientras las energías de la gracia lo penetran y vivifican”[36], no deben temer: es vuestro Esposo quien les dirá entonces: “En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo” (Jn. 16,33)
¡Uds., en fin, se enfrentarán con el autor de la cultura de la muerte, con es que es mentiroso y homicida desde el principio! Pero estando prevenidas de “para nosotros la lucha no es contra la carne ni la sangre sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanos de estas tinieblas, contra los espíritus de la maldad en lo celestial” (Ef. 6,12), sabréis que “esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe” (1 Jn. 5,4).
¡No temáis el diálogo con la cultura! ¡No temáis ir a los Areópagos modernos! ¡No temáis la cultura moderna!
¡Los santos y santas más grandes del cielo os dan ejemplo! ¡Los Ángeles las admiran!
¡Felices, mil veces felices, si vuestra luz brilla ante los hombres de modo tal que estos glorifiquen a vuestro Padre del cielo (cf. Mt. 5,16)
[1] Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, 8-XII-1975, 19; cit. en Const. [26].
[2] Ibim, 56g.
[3] Conc. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los seglares, 29d.
[4] Const. pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 44b.
[5] Gaudium et spes, 53a.
[6] Decr. Perfectae caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 18c.
[13] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, cap. 18, “El reto de la nueva evangelización”, p. 122.
[16] Redemtoris missio, 35b; cf. Exh. Ap. Evangelium nuntiandi, 80: l.c., 73.
[17] Carta a los Obispos de Asia con ocasión de la V Asamblea Plenaria de la Federación de sus Conferencias Episcopales (23 de junio de 1990), 4: cit. en Redemptoris missio, 55c.
[18] Discurso del Papa a los obispos brasileños de la región nordeste-3, en visita “Ad Limina”, 19-IX-1995, L´Osservatore Romano nº 40, 6-10-1995, p. 6.
[27] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 4.
[28] Discurso a los Cardenales y Prelados de la Curia Romana, 22 de diciembre de 1986, 11: AAS 79 (1987), 1089.
[29] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Cons. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 16.
[30] Cons. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 45; cf. Enc. Dominum et Vivificantem, 54: l.c., 876.
[31] Redemptoris missio, 29a y 29b.
[32] De Doctrina Christiana II 18,28.
[33] Juan Pablo II, Enc. Centesimus annus, 27.