Fluyen hacia el sacerdote la misteriosa y milagrosa suma de los poderes divinos
Homilía enviada (01 Junio 2013) para la primer Misa en Washington (DC) de los neosacerdotes Brian y Alwin.
Sí, porque desde el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, fluyen hacia sus elegidos sacerdotes, en cascadas, ríos de carismas divinos, la gracia propia del sacramento del Orden Sagrado, los dones y los frutos del Espíritu Santo, como decía Pablo VI: «la misteriosa y milagrosa suma de los poderes divinos, como la del anuncio de la Palabra de Dios, o la virtud de resucitar a la gracia las almas muertas y, sobre todo la de inmolar en la Misa en su real y sacramental presencia a Jesús, víctima de nuestra redención»[1].
- La misteriosa y milagrosa suma de los poderes divinos: En primer lugar, es la del anuncio de la Palabra de Dios.
La palabra de Dios tiene muchas características.
1º. No es un libro, aunque viene en forma de libro. Se puede decir que es como una biblioteca. Como se decía de San Jerónimo: “A través de la diaria lectura y meditación de la Escritura, ha hecho de su corazón una biblioteca de Cristo”[2].
2º. Aunque nosotros vemos la Sagrada escritura como inerte, como si no tuviera vida, es algo vivo. Como dice el Apóstol San Pablo “Ciertamente es viva la palabra de Dios” (Hebreos 4,12). ¿Por qué es viva? Porque fue inspirada por el Espíritu Santo y es el mismo Espíritu Santo quien le sigue dando vida a cada una de las palabras de la Sagrada Escritura.
3º. Y porque es viva la Palabra de Dios, es eficaz, es decir que produce efectos beneficiosos para el alma. Sucede hoy día: suscita conversiones, provoca decisiones vocacionales, produce vocaciones misioneras… nos hace aprender a amar más a Dios y las cosas de Dios.
4º Es viva la palabra de Dios y es eficaz. Con una eficacia tal, que la palabra de Dios penetra en el alma, y no de cualquier manera, sino que penetra el alma como espada de doble filo. Lo acabamos de leer en la carta a los Hebreos “tajante como espada de dos filos y penetra hasta las fronteras del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y las médulas y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible. Todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuentas” (vv 12–13). Por eso el Apóstol pone entre las armas espirituales que debe usar el cristiano la espada de la palabra: “Tomad también el yelmo de la salvación y la espada del espíritu que es la Palabra de Dios” (Efesios 6,17). Por eso se debe aprender a ser buen esgrimista, a saber usar esa espada. Es una espada de doble filo, es una espada penetrante, es una espada con la cual todavía hoy día se deben luchar los combates del Señor. ¡Y es tan eficaz que es capaz de darnos la victoria!
5º. La Palabra de Dios también alimenta. Así como nos alimentamos en la mesa de la Eucaristía, comiendo el Cuerpo y la Sangre del Señor, tenemos que aprender a alimentarnos en la mesa de la Palabra, haciendo nuestra esa Palabra que es Palabra de Dios. Y porque alimenta –a semejanza de la Eucaristía– la Palabra de Dios también fortalece, sustenta. Por eso dijo Nuestro Señor Jesucristo, rechazando las tentaciones del diablo “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).
6º. Es Sagrada la Escritura. Y así como nadie va a mezclar hostias sin consagrar con hostias consagradas, porque las hostias consagradas ¡son sagradas!, así tampoco tenemos que mezclar nuestra interpretación meramente humana con el sentido genuino de lo que es sagrado, de lo que es Palabra de Dios.
7º. Es una Palabra que es superior a mí, está por encima. Dice Jesús: “El Cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán” (Mt 24,35).
8º. Es una Palabra que es anterior a mí: Viene antes que yo existiese y además va a existir después de mí. Yo moriré, pero la Palabra de Dios seguirá viva eternamente.
9º. Es una Palabra que es trascendente a mí. Yo puedo interpretarla, yo puedo rezar con ella, puedo vivir contemplándola, sin embargo la Palabra de Dios siempre va a ser como una fuente inagotable, nunca podré agotar la fuente. Y beberé de ella y tendré ganas de beber más. Y beberé más y la fuente no se agotará. Y al no agotarse la fuente, mis ansias de beber serán más grandes y aprovecharé más, y la Palabra de Dios seguirá siendo trascendente a mí. Por eso dice Santo Tomás de Aquino: “El Espíritu Santo fecundó la Sagrada Escritura con verdad más abundante de la que los hombres puedan comprender”[3].
10º. ¿Cuál es la singularidad de la Palabra de Dios? ¿Qué cosa es lo que hace que la Palabra de Dios sea algo absolutamente único? La palabra de Dios tiene a Dios por autor principal[4], de tal modo que el autor humano, o los autores humanos: Moisés, David, Isaías, Mateo, Juan, Pablo, Pedro… escribieron –hay que observar estas palabras– todo y sólo lo que Dios quiso[5]. Ella contiene lo que Dios ha querido revelar, por tanto, la Palabra de Dios se debe recibir primero con fe. Siempre debo abrir mi alma cuando abro la Sagrada Escritura. Debo abrir mi corazón, mi mente, mi alma para que lo que yo vaya leyendo, se vaya grabando en mi corazón, en mi mente, en mi alma. Cuando uno hace así –eso lo tienen que experimentar ustedes – la palabra de Dios se hace más dulce que la miel. Como dice el Eclesiástico, referido a la sabiduría: “Mi recuerdo es más dulce que la miel, mi heredad más dulce que panal de miel” (24,27).
11º. Por eso es lámpara que ilumina. Y como dice otro salmo: “Tu eres Yahvé mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas” (Sl 18,29). Y las alumbra por medio de su Palabra.
12º. La Palabra de Dios también consuela al alma. El alma que está triste, el alma que está sufriendo tentaciones, el alma que no sabe por dónde seguir: “Lámpara para mis pasos”. “Palabras buenas, palabras de consuelo”, dice Zacarías 1,3. Para que con la paciencia y el consuelo[6] que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. La Escritura da esperanza, da consuelo, da paciencia.
13º. La Biblia es como una farmacia donde se encuentra los remedios adecuados para nuestras enfermedades. Así la llama San Gregorio Nacianceno[7].
- La misteriosa y milagrosa suma de los poderes divinos: En segundo lugar, es el poder de resucitar a la vida de la gracia las almas muertas.
Si el joven neo-sacerdote pudiese ver en este día de su 1ª Misa la fila variopinta, zigzagueante, interminable, de hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, niños, de tantísimos y distintos lugares, que a través de todos los años de su sacerdocio oirá en confesión, y a quienes, uno a uno, dará la absolución sacramental, en nombre y con el poder de Jesucristo, estará absolutamente asombrado de tamaña fila de incontables penitentes.
Pero, cuando pasados muchos años, eche una mirada hacia tras y vea esa prolongada e incesante fila, el Espíritu Santo aleteará en su corazón y una alegría, que nada ni nadie puede comparar, invadirá su alma, porque colaboró a la salvación de tantas almas.
- La misteriosa y milagrosa suma de los poderes divinos: En tercer lugar y sobre todo, es la de inmolar en la Misa en su real y sacramental presencia a Jesús, víctima de nuestra redención.
Estalla esa cascada de poderes que este neo-sacerdote acaba de recibir por la imposición de manos del Señor Obispo, cuando toma el pan y el cáliz, y por las palabras mismas de Jesús y la acción del Espíritu Santo, los transustancia en el Cuerpo y Sangre del Señor, junto con su Alma y Divinidad. Nos da así el Pan de los Ángeles, que alimenta nuestras almas, que nos da fuerzas para seguir combatiendo el combate de esta vida, que inspira la esperanza del Cielo y de la vida eterna, que perpetua el sacrificio de la Cruz y aplica a nosotros los méritos ganados en el Calvario, porque satisface al Padre reconciliándonos con Él, porque nos rescata, redimiéndonos.
¡En este mundo no hay cosa más grande que la Misa!
Queridos hermanos:
Debemos aprender a dejarnos trascender por la grandeza del sacerdocio católico fundado por Jesucristo, nuestro Señor. Que ha realizado, a través de más de 2000 años de historia, a pesar «de los dolorosos casos negativos»[8], gestas heroicas y epopeyas épicas, para gloria de Dios Sólo y bien de los hombres y de los pueblos.
Debemos, también, dejarnos trascender por la grandeza incomparable de la Santa Misa, que multiplicaran por el mundo los Padres Alwin, Brian y todos los que son, más todos los que serán.
A sus padres, familiares, amigos y compañeros, suplicamos sus oraciones por ellos, ahora y siempre. Con nuestro agradecimiento, sin límites y de todo corazón, en especial a sus padres, por la generosidad que han tenido al entregarlos a Dios para bien de los hombres. Nunca fueron tan padres como en este momento.
La Madre del Sumo, Principal y Eterno Sacerdote, Madre de todos los sacerdotes ministeriales y Madre de todos los sacerdotes bautismales los acompañe, proteja, guíe, ayude y enardezca en la peregrinación al Cielo.
[1] Pablo VI, Discurso con motivo del día de oración por las vocaciones, 27 de abril de 1975.
[2] San Jerónimo, Ep. ad Heliodorum, LX, 10.
[3] II Sent, 12, 1, 2, ad 7.
[4] cfr. Dei Verbum 11.
[5] cfr. Dei Verbum 11.
[6] cfr. Romanos 15,4.
[7] Cfr. Epist. 2,3; PG 32, 228 BC; cit. Tomas Spidlík, Ignacio di Loyola e la spiritualitá orientale, Roma 1994, 16-17.
[8] Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, (Ciudad del Vaticano) 1994, n. 57.