Haced esto

¡Haced esto…!

Homilía del R.P. Carlos M. Buela predicada a jóvenes que festejaron el Día del estudiante en el Seminario religioso “María, Madre del Verbo Encarnado”, el 21 de septiembre de 1995

Hoy preside nuestra liturgia unas palabras que verán, allí en el retablo: ¡Haced esto…! Palabras muy simples, muy sencillas: ¡Haced esto…!

¿Quién dijo estas palabras? Las dijo Jesucristo, Nuestro Señor.

¿Cuándo las dijo? Las dijo un día jueves, un jueves 13 del mes de Nissan, según cuentan los hebreos -o sea del mes de abril-, cerca del plenilunio del equinoccio de primavera en el hemisferio norte,  según nuestro cómputo, en el año 33.

¿Dónde se encontraba Jesús? Se encontraba en la ciudad santa de Jerusalén, en lo que luego en el transcurso de los tiempos se iba a llamar el Monte Sión de los cristianos, más precisamente en el Cenáculo, es decir, “lugar de la cena”. Fue el lugar donde Jesús con los Doce, los “dodeca”, los doce Apóstoles -apóstol quiere decir “enviado”-, se reunió por última vez para comer la cena. Los Apóstoles son aquellos elegidos por Jesús que luego envió a todo el mundo a predicar el Evangelio.

Y se había reunido allí -en ese lugar llamado Cenáculo que incluso el día de hoy se puede visitar-, como Él mismo lo había previsto, o si quieren, profetizado, como por ejemplo leemos en el Evangelio de Marcos: “Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: ‘Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua;” -en aquel tiempo no había agua corriente, iban a buscar agua al pozo. En el caso de Jerusalén era al Pozo de Guijón, que en la actualidad se llama Fuente de la Virgen, porque la Virgen iba a buscar agua allí; aún los árabes, los mahometanos le llaman Aim Sitti Mariam, Fuente de la Virgen. “…seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la casa: -los Apóstoles no sabían donde iba a entrar este hombre llevando el cántaro de agua sobre su hombro- El Maestro dice: «¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?» El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros” (Mc 14, 13-15).

¿Qué tenían que preparar los Apóstoles? Tenían que preparar la cena pascual, es decir, el cordero pascual que recordaba el paso que los judíos, siendo esclavos de los egipcios, habían hecho al pasar el Mar Rojo de manera milagrosa, liberándose de la esclavitud del Faraón.

¿Quienes acompañaban a Jesús? Ya lo dije, los Doce Apóstoles: Pedro, los que están en los cuadros de las columnas de esta Iglesia: Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Mateo… Hoy justamente celebramos la fiesta de uno de los Doce, San Mateo, que escribió el primer Evangelio, y lo escribió en hebreo, porque su Evangelio, la Buena Noticia de él, estaba dedicada a los judíos que se convirtieron al cristianismo. Y siempre, hoy 21 de septiembre, se celebra la fiesta del Apóstol San Mateo.

¿Qué hizo Jesús? Cantó los Salmos, el llamado Hallel (Sal. 113-118) -son tres salmos que siempre se cantaban cuando se comía el cordero pascual-, como dicen los Evangelios: “cantados los salmos” (Mt 26, 30; Mc 14, 26); que viene a corresponder a lo que actualmente en la Liturgia, en la Misa, es la primera parte, que es la Liturgia de la Palabra, donde se lee la Biblia, la Palabra de Dios, es decir, lo que Dios quiere de nosotros.

¿Qué más hizo Nuestro Señor, allí en el Cenáculo? Dice el Evangelio: “Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo». Luego tomó un Cáliz  y, dadas las gracias, se lo dio diciendo: ‘Tomad y bebed  todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna que será derramada por  vosotros y por todos los hombres  para el perdón de los pecados” (Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-25; Lc 22, 15-20; 1 Cor 11, 20-25).

¿Y dijo algo más? Sí, dijo algo más: “¡Haced esto… en memoria (o en conmemoración) mía” (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 24 y 25). “¡Haced esto…!” Así les dijo a los Apóstoles y no solamente a esos Doce entre los cuales estaba San Mateo, sino a los sucesores de los Apóstoles: “¡Haced esto…!”

Los sucesores de los Apóstoles en primer lugar son los Obispos, pero también somos todos los sacerdotes, como dice el Concilio de Trento: “…a sus Apóstoles, a quienes entonces -en ese momento de la última cena en el Cenáculo- constituía sacerdotes del Nuevo Testamento, a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, les mandó… que los ofrecieran”[1] , el pan consagrado y el vino consagrado.

¿Qué quiere decir “esto”? “Esto”, evidentemente lo dijo Jesús en el Cenáculo, es lo que Jesús hizo ahí en el Cenáculo, en Jerusalén, el Jueves Santo.

¿Y qué es lo que hizo?

-En primer lugar, transustanciar el pan y el vino en su cuerpo  y en su sangre,

-En segundo lugar, perpetuar el sacrificio que Él iba a hacer al día siguiente en la cruz. Así como en la cruz la Sangre se separó del Cuerpo, en el Cenáculo de manera anticipada, en forma sacramental, como ocurre en cada Misa, la Sangre aparece separada del Cuerpo. Nos habla a las claras de que la Eucaristía es un sacrificio.

-En tercer lugar, se ofrece Cristo en la cena como se ofreció en la cruz, como se ofrece en cada Misa, como Víctima de salvación por todos los hombres. Así como está en la cruz con los brazos extendidos abrazándonos a todos, lo mismo en la Misa. Por todos Cristo nuevamente se inmola de manera sacramental.

Y para que eso fuese posible, para que fuese posible que el pan y el vino se transustancie, para que fuese posible que el pan y el vino realicen de manera eficaz el mismo sacrificio de la cruz, para que fuese posible que ese pan y vino convertido en su cuerpo y en su sangre se ofreciesen al Padre como Víctima de expiación por toda la humanidad,

– en cuanto al lugar, les mandó a los Apóstoles y a sus sucesores, a todos los sucesores a través de los siglos, a muchos de estos jóvenes que hoy estuvieron jugando con ustedes, también a ellos, les mandó que hiciesen lo mismo: “¡Haced esto …!”  Y no solamente les mandó sino que les dio el poder de hacer lo que Él mismo hacía allí en el Cenáculo, el poder de hacer en su nombre y en su memoria: “¡Haced esto en memoria mía”.

Algunos de ustedes podrá decir: “Padre, comprendo esto; si lo enseñó Jesucristo y Jesucristo es Dios, es la verdad; pero esto sólo vale para los Apóstoles, para los sucesores de los Apóstoles, los sacerdotes, que lo son en orden a consagrar el cuerpo y la sangre del Señor. Pero, “Haced esto…”  no vale para mi…”

¿Qué hay que responder? Hay que responder: sí y no. Ciertamente cuando Jesús dice “Haced esto…” primaria, directa y fundamentalmente se refiere a los Apóstoles. Los sucesores de los Apóstoles son los únicos que por el sacramento del Orden Sagrado tienen el poder de transustanciar y, por tanto, de ofrecer litúrgicamente la Víctima que nuevamente se inmola de manera sacramental en la Misa. En ese sentido sí solamente se refiere a los Apóstoles, pero en cierto sentido no. En cierto sentido cuando dice “Haced esto…”  se refiere también a todo bautizado. ¿En qué sentido? En el sentido de que todo bautizado -a su manera, a su modo- debe ofrecer la Víctima. Cada uno de ustedes, por el hecho de estar bautizado tiene el poder que le da el sacramento del Bautismo de ofrecer a Jesucristo, la Víctima que se inmola.

“¿Y cómo, Padre, tengo yo poder de hacer eso?” En primer lugar, por manos del sacerdote. El sacerdote es representante de todo el pueblo y él en nombre de todo el pueblo y por sus manos ofrece la Víctima. Pero, además, junto con el sacerdote, cada uno de ustedes por el hecho de estar bautizado, tiene poder de ofrecer la Víctima que se inmola junto con el sacerdote.

¿Qué Víctima? Es doble la Víctima. Primero Jesucristo bajo la apariencia de pan y vino y después cada uno de ustedes, que debe ofrecerse junto con Jesucristo, la Víctima que se inmola. Así lo dice, por ejemplo, el Concilio Vaticano II: Los fieles, o sea los bautizados, ustedes, “participando del sacrificio eucarístico -la Misa- ofrecen a Dios la Víctima divina -Jesucristo- y se ofrecen a sí mismos -cada uno de ustedes- juntamente con ella”[2].

Y así, de esa manera, siguiendo con esa suerte de peregrinación con los jóvenes de San Rafael que venimos realizando ya desde hace tiempo, al ofrecer al Padre Celestial la Víctima, su Hijo, y junto con su Hijo, nosotros vamos aprendiendo -cada uno a su manera, unos más otros menos- que el hombre, el varón y la mujer “no pueden  encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”, como también enseña el concilio Vaticano II[3].             ¿Quiénes son los demás? Dios y el prójimo.

“¡Haced esto …!”  por tanto vale, a su manera, para todo bautizado, ya que todo bautizado debe participar de la Eucaristía de una manera “activa, consciente y fructuosa”[4].

¿Qué quiere decir de manera activa? Quiere decir que cada uno tiene que poner en la Misa lo que corresponde, lo que le corresponde a él. Por eso el sacerdote dice: “Orad hermanos para que este sacrificio mío y vuestro…”. ¿Por qué vuestro? Porque ustedes también ponen lo que a ustedes les corresponde en el Sacrificio de manera activa: respondiendo a determinadas oraciones, cantando, con los gestos (de pie, sentados, arrodillados), adorando, dando gracias, y de manera especial -de manera activa- ofreciendo la Víctima y ofreciéndose ustedes junto con la Víctima.

¿Qué quiere decir de manera consciente? Quiere decir que no se trata de un montón de tontitos que están sentados ahí paspando moscas, que no saben lo que pasa. Tienen que ser conscientes de que es lo que está pasando. ¡Está pasando nada menos que lo que pasó en la Última Cena, en el Cenáculo! ¡Está pasando nada menos que lo que pasó en el Calvario, en la cruz! ¡De nuevo se separa sacramentalmente la sangre del cuerpo! ¡Eso pasa!

¿Qué quiere decir de manera fructuosa? Quiere decir que debo disponer mi alma, mi corazón, mi mente, mis fuerzas interiores para aprovecharme de eso que pasa, para recibir con fruto el sacrificio de Cristo en la cruz, para entrar en comunicación con Dios. De manera especial, participando al comulgar la Víctima, donde nos hacemos “concorpóreos y consanguíneos”[5] con Cristo. Por eso mi alma tiene que estar limpia de todo pecado mortal. Para recibir la Víctima mi alma tiene que estar limpia.

Todo esto implica que hay que comprender el significado de los ritos; intervenir en las acciones; concordar “la mente con la voz”[6]; sintonizar los propios sentimientos con los de Cristo; prolongar en la vida lo vivido en el rito; conectar la vida ordinaria con la liturgia[7].

Miren: con esto que les he dicho bastaría. Si se llegan a acordar esto, ya estoy contento. Una cosa más. Hoy están de fiesta y por eso tienen que saber que el sentido último de la fiesta no lo da ni la música, ni los cantos, ni que pase el avión tirando caramelos -porque ya son grandotes-. Está bien: ¡pasó el avión!, pero el sentido último de la fiesta no lo da eso. Esto lo tienen que saber porque hay muchos grandes que no lo saben; algunos papás no lo saben porque nadie se los ha enseñado, no porque sean malos sino porque nadie se los enseñó. El sentido último de la fiesta es el acto de culto, como es la Misa.

¿Qué quiere decir culto? Quiere decir que uno reconoce con su mente, con su corazón, con su mismo cuerpo que Dios es Dios.

¿Qué quiere decir eso? Quiere decir, en primer lugar, que Dios es bueno. Parece una tontera, pero “Padre, lo único que falta ahora…” Sí, pero hay muchos que no lo saben. Dios es infinitamente bueno. Es nuestro Padre, pero un Padre infinitamente bueno, más bueno que todos los padres de la tierra. Cuando yo rindo culto a Dios le estoy diciendo eso: “Señor, Vos sos bueno”. Al decir eso le estoy diciendo otra cosa: “Señor, tus obras, la creación -los pájaros, las flores, las plantas, los seres humanos, las montañas, la nieve, el agua- son buenas, porque vos las hiciste, te doy gracias por eso”. ¿Entienden?  Y cuando ustedes dicen: “Dios, Vos sos bueno”, “tus obras son buenas” están diciendo otra cosa más: “Señor, te doy gracias porque me creaste y haberme creado es una cosa buena; te doy gracias por mi cuerpo y por mi alma, te doy gracias por mi inteligencia y por mi voluntad, te doy gracias porque me has dado capacidad para pensar y capacidad para amar, ¡casi nada! Te doy gracias porque puedo contemplar la creación, toda esta hermosura que has hecho para mí. Te doy gracias Señor.” Y eso se hace en el acto de culto.

¿Cuál es el acto de culto del cristiano? El acto de culto del cristiano es la Misa, donde el cristiano adora a Dios, le rinde alabanza, le da gracias -eso quiere decir Eucaristía-, le pide perdón, le pide por todas las cosas que necesita. Es decir, le rinde culto, y al  rendirle culto uno se santifica. Por eso, miren, si este día le basta para entender lo que dijo Nuestro Señor: “Haced esto…” -la Misa, la Eucaristía- y cada uno de ustedes aprende a participar cada vez de manera más consciente, de manera más activa y de manera más fructuosa en la Misa, ¡bendito sea este día y todos los días que se han de seguir!, porque habrán aprendido lo más importante que el hombre -varón y mujer- tienen que hacer sobre la tierra, que es rendir culto a Dios y así aprender el sentido de la fiesta, de ese alegrarse en el amor que es la fiesta, de ese reconocer todos los beneficios, todas las grandezas, todas las bondades que hay en la creación… En el hecho de que Dios me ha creado a mí, sí, también… Que Dios me haya amado y que yo sea de verdad su hijo, de que Cristo haya muerto por mi en la cruz, de que sea templo vivo del Espíritu Santo, que la  pueda llamar a la Virgen mi madre, que lo pueda recibir al Señor en la Eucaristía.

Por eso repito, ¿qué es lo que hace que la fiesta sea fiesta? ¿Cuál es la raíz profunda que hace que determinados días sean una fiesta? La raíz última de la fiesta es ¡Hacer esto …!, es el acto de culto. Hacer fiesta es afirmar que todo lo que existe es bueno y es bueno que exista, es decir que vivir es bueno, que la creación es buena, porque Dios es bueno.

Por eso el hombre, varón y mujer, adora a Dios, lo alaba, le da gracias; en una palabra, le rinde culto, hace fiesta. Hemos pasado un día con gran alegría y caridad y “donde la caridad se alegra, allí hay fiesta”[8], y ahora afirmamos todo ello rindiendo culto a nuestro Padre del cielo, por Jesucristo, en el Espíritu Santo. Y lo hacemos poniendo en práctica lo que Él nos enseñó cuando nos dijo: “¡Haced esto…!”


[1] Concilio de Trento, Dz. 938; Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1337.
[2] Constitución dogmática sobre la Iglesia, nº 11.
[3] Constitución pastoral sobre la iglesia en el mundo actual, nº 24.
[4] Cf. Constitución sobre la Sagrada Liturgia, nn. 11. 14. 79; Decreto sobre los obispos, nº 30; Declaración sobre la Educación cristiana, nº 4.
[5] San Cirilo de Jerusalén, Catech. 4.
[6] San Benito, Regla, cap. 19; cit. por Pío XII, Mediator Dei, nº 83.
[7] Cf. J.A. Abad Ibañez-M. Garrido Bonaño, OSB, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, Ed. Palabra, Madrid, 1988, págs. 49-58, en especial, págs. 51-52.
[8] San Juan Crisóstomo; cit. por Josef Piper, Una teoría de la fiesta, Ed. Rialp, Madrid, 1974, pág. 33.