Hegel y el Verbo

Hegel y el vaciamiento del Verbo

Homilía predicada el 25 de marzo de 1996.

Celebramos hoy los doce años del comienzo en la experiencia de vida religiosa. La Misa de inauguración la había celebrado Mons. León Kruk bajo la galería del Seminario Diocesano. La gente se encontraba hacia donde está la parte de tierra, hacia la entrada del Seminario. Recuerdo que el P. Rolando Santoianni, entonces seminarista, había hecho unas banderolas de papel crepé, con los colores de la bandera papal, amarillo y blanco, y el escudo de Juan Pablo II.

Justo ese día, 25 de marzo de 1984, el Papa juntamente con todos los obispos consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María; y precisamente ese día está fechado el documento tan importante sobre la vida religiosa, «Redemptionis donum».

No era que nosotros hayamos podido elegir la fecha, sino que la fecha salió de toda una serie de tires y aflojes que hubo ya antes de comenzar, de dificultades que ponían para el comienzo del Seminario y de la experiencia de vida religiosa; y, de manera providencial, comenzamos en un día como hoy.

Nosotros teníamos muy en claro muchas cosas; por ejemplo, no íbamos a dar batalla por la sotana. ¡No!, esas son escaramuzas; no es la gran batalla, ¡ni de lejos! Recordábamos que Don Orione, cuando le impuso la sotana a un sacerdote argentino, uno de los primeros que él llevó a Italia, le dijo: «dentro de poco los curas se la van a sacar». Eso no es materia para dar una batalla.

Tampoco era restaurar el latín en el «universo mundo». No nos dan las fuerzas ni las capacidades. ¡Si apenas sabemos decir en latín «Kyrie eleison»!, como dijo el hermano N.N. en una oportunidad (risas del Padre y del auditorio porque la expresión es griega y no latina).

Tampoco era el sueño de la restauración de la Edad Media, con lucha de torneos y doncellas (risas del auditorio), castillos y novelas de caballería, y afeitarse con navaja… ¡tch! ¡no! Nuestros sueños, nuestras ilusiones, no llegaban ahí. Más aun, consideramos que si alguno tiene ese intento es un proyecto que va al muere, porque nunca se puede –por así decirlo– resucitar una situación histórica determinada que ya pasó. Ahora hay luz eléctrica: ¡no vamos a abolir la luz eléctrica!

Pero sí, nuestra idea clara era formar jóvenes que tuviesen en claro que ¡el Verbo se hizo carne!

¿Y por qué eso? Porque entendíamos con claridad – dentro del claro oscuro de la fe– que eso era lo central de la fe y que por eso sí, ¡vale la pena dar la vida! Todas las otras cosas finalmente son tonteras, o por mejor decir, tienen una importancia relativa. Tantas cosas que nos han achacado durante estos doce años no eran para nosotros de envergadura suficiente como para dar batalla … ¡porque no tienen suficiente entidad! Pero que el Verbo se hizo carne, ¡ah, sí! ¡Eso sí!

Teníamos en claro que era necesario formar sacerdotes y religiosas con ese convencimiento, con el convencimiento de San Juan, como en la lectura breve de Vísperas de hoy hemos leído: Lo que existía desde un principio, lo que hemos oído – lo escucharon hablar porque el Verbo se hizo carne de verdad– , lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos, lo que tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida…– insisto– lo que hemos visto y oído os lo anunciamos” (1Jn 1, 1– 3).

 Y también teníamos conciencia de que lograr una cosa así no iba tanto a ser el poner el dedo en las llagas del Señor y la mano en su costado, como hizo Tomás, el Apóstol, sino que era poner el dedo en el ventilador. En efecto, en la actualidad se da un fenómeno tremendo, que ya lo señalaba Pablo VI en la locución consistorial del 24 de mayo de 1976 – ¡hace 20 años! diciendo: «No admitimos la actitud de cuántos parecen ignorar la tradición viviente de la Iglesia … e interpretan a su modo la doctrina de la Iglesia, incluso el mismo Evangelio, las realidades espirituales, la divinidad de Cristo, su Resurrección o la Eucaristía, vaciándolas prácticamente de su contenido y creando de esta manera una nueva gnosis…»[1]. Estamos en una época gnóstica. Y esta es la batalla: Contra las cerebraciones de la gnosis, sólo se opone, verdaderamente, la realidad de que «el Verbo se hizo carne».

Esto no es algo de ahora. Ya un gran filósofo polaco, Erich Przywara, en un artículo publicado en 1931, lo decía con toda claridad. Él decía, por ejemplo, que se estaban formando dos corrientes que finalmente se encontraban: una de interiorismo gnóstico y la otra corriente de escatologismo radical. Él percibía eso y en la Revista de Filosofía de 1931 justamente frente a la situación contemporánea del cristianismo alemán protestante observaba que «el contraste entre gnosticismo fanático y un radicalismo escatológico es eminentemente la situación de hoy”. Hace un desarrollo sobre el tema y termina con la conclusión de que la reforma protestante finalmente terminaba en dos cosas: «Sectas o socialismo, son los herederos de las iglesias territoriales. En esto la sombra de Hegel se halla misteriosamente grande detrás de todos». Y hemos visto hasta el cansancio tanto la multiplicación de sectas cuanto el desarrollo y posterior caída del socialismo real. Agregaba Przywara que a este proceso de disgregación se oponía: «sólo el catolicismo, si el catolicismo alemán no se deja deslumbrar por el nuevo hegelianismo». Ahora se advierte que la fascinación por Hegel se va imponiendo no sólo en el campo protestante, sino en el campo católico.

De tal manera que, como señala un autor contemporáneo, Massimo Borghesi, que acaba de publicar un libro sobre el tema[2], estamos justamente ahora en ese punto del debate ideológico, es decir, en «el intento de reducir el cristianismo de acontecimiento (el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros[3], y hemos visto su gloria… lo hemos oído, lo hemos visto, lo hemos palpado…[4]) a idea. Así es como los católicos de los últimos decenios, incluso sin darse cuenta, se han vuelto idealistas», es decir, no llenos de ideales, sino alejados de la realidad.

No puedo hacer, evidentemente, el resumen de todo este trabajo, que es un resumen que hace el mismo autor de ese libro, pero sí recordar algunas cosas, algunos antecedentes; por ejemplo, esa dialéctica que ha entrado también en el campo católico entre el Cristo histórico y el Cristo de la fe. La misma finalmente termina siendo algo hegeliano, porque para toda esa línea de pensamiento no interesa el Cristo histórico real; lo que interesa es la idea que se tiene de Cristo, que es eterna, que está presente en nuestra alma más allá de sus ejemplificaciones históricas.

Como ya escribía Kant: «En la manifestación fenoménica del hombre– Dios el verdadero objeto de la fe santificante no es lo que de éste resulta a nuestros sentidos o que puede ser conocido mediante experiencia, sino el modelo ideal ínsito en nuestra razón y que ponemos como fundamento de dicha manifestación fenoménica». La «Idea Christi» es eterna, no está vinculada a ejemplificaciones históricas. «El Cristo como idea no se ha de buscar fuera de nosotros, sino dentro; y su figura histórica es ilustración que nos debe servir de ejemplo«. Para Kant «aunque fuese posible y se diera efectivamente un “Cristo histórico”, su función no podría ser otra que la de una ocasión para despertar en nosotros su figura ideal que desde siempre está presente en nuestra razón y a la que solamente nosotros debemos hacer referencia de modo decisivo». Coherentemente con esta perspectiva el idealista Fichte escribirá: «Solamente lo que es metafísico y no la dimensión histórica, nos hace bienaventurados; la segunda comporta solamente erudición. Si alguien se ha unido realmente a Dios y ha entrado en Él, es completamente indiferente por qué camino ha llegado». En esto le sigue Hegel para quien: «A la fe no interesa el acontecimiento sensible, sino lo que sucede eternamente». Conclusión ésta que, al negar toda importancia a los hechos y a los signos sensibles por medio de los cuales el cristianismo se hace acontecimiento, ocasión de encuentro, tiene su epílogo en la teoría del «cristianismo anónimo», que de hecho sanciona la insignificancia de la Iglesia para la salvación», sigue diciendo Massimo Borghesi en su artículo[5]. ¡Y cuánta razón tiene! Si de acuerdo a la teoría se admite que todos los hombres ya son cristianos, se sanciona no sólo la insignificancia de la Iglesia para la salvación, sino también, como consecuencia, la insignificancia del hecho de que el Verbo se hizo carne.

De esa manera, «En la interpretación idealista del cristianismo, la realidad del contenido cristiano, su presencia sensible en el ámbito espacio–temporal, su ser un acontecimiento que se manifiesta eminentemente en el rostro concreto de la Iglesia, se niega y se resuelve en lo universal religioso».

 Ahora bien, ¿por qué niega Hegel importancia a los signos sensibles? Porque para él «la fe no reside en la autoridad, en lo que se ha visto, entendido, sino en la naturaleza del espíritu eterno y sustancial, la cual ha llegado a la conciencia (…) la fe reside en el testimonio del espíritu, no en los milagros, sino en la verdad absoluta, en la idea eterna». Los signos exteriores pertenecen a la «edad del Hijo», al catolicismo medieval.

La «edad del Espíritu», la edad nueva caracterizada por un cristianismo «interior» –en contraposición a la concepción «exterior», histórica y sensible, del hombre-Dios–, hallaba su cumplimiento en la Razón realizada, en la perfecta realización entre humano y divino. Hegel llegaba a estas conclusiones mediante la interpretación de la teología de la historia de Joaquín de Fiori. El tercer Reino, el «Reich Gottes», el tiempo del «nuevo Evangelio eterno», indicaba en la escatología secularizada de la ilustración, la meta final de la historia, la era del Logos universal que ya no necesita al Verbum caro, dice Lorenzo Cappelletti[6]. Le daba su horizonte un «Pentecostés especulativo» que, si bien sobrentiende una genial comprensión de la importancia cultural del cristianismo, es, sin embargo, como observa Borghesi, la más imponente «cristología gnóstica» de los tiempos modernos, como la llama un autor protestante, Karl Löwith (un hombre muy inteligente).

Por eso es que en este día, cumpliendo doce años de existencia –de alguna manera hay que decirlo–, nosotros debemos tener clara conciencia de que lo que pretendemos es conocer al Cristo verdadero y lo que pretendemos es dar testimonio de ese verdadero Cristo, teniendo en cuenta estas dificultades de los tiempos actuales, estas confusiones que a veces se dan incluso en teólogos encumbrados. ¡Nosotros queremos dar testimonio de que Cristo, de que el Verbo se hizo carne! Estas cristologías que dejan de lado el acontecimiento, el hecho, muchas veces se presentan como cristologías imponentes, pero como diría San Juan Crisóstomo «pesan lo que las telas de araña».

Pidamos, entonces, la gracia de que podamos seguir festejando más aniversarios, todos los que Dios nos quiera dar como familia religiosa en formación, pero teniendo siempre en claro que eso es lo más importante: que ¡el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros! Lo demás es añadidura. Le cantamos a la Madre del Verbo Encarnado.


[1] «Alocución consistorial del 24 de mayo de 1976», L’Osservatore Romano del 30 de mayo de 1976, 4.

[2] L’eta dello Spirito in Hegel. Dal Vangelo «storico» al Vangelo «eterno», Studium (Roma 1995) 322.

[3] cfr. Jn 1,14.

[4] cfr. 1Jn 1,1.

[5] L’eta dello Spirito in Hegel. Dal Vangelo «storico» al Vangelo «eterno», Studium (Roma 1995).

[6] «Una imponente cristología gnóstica», recensión al ensayo de Borghesi sobre Hegel, artículo publicado en la Revista 30 Días, página 38.