Cruz

Himno a la Cruz

La Cruz: Es milagro. Es misterio. Es cobijo. Es sabiduría. No es inaccesible. No es aburrida. No es esclavizadora. No es anodina.

La Cruz es clarividente. Es libertadora. Es plenitud. Es anticipo del Cielo. Es el Paraíso en la tierra. No es una reducción de la Encarnación; sino su más plena aceptación, es ir hasta lo más profundo del ser y de las cosas.

La Cruz es el más bello regalo de Dios, pero es tropiezo para muchos. Es el «indicador de los viajeros libres», pero es cáustica para los mundanos. Es la que nos hace dirigir la historia –aun no alcanzado el poder–, pero es escándalo para los que no tienen fe. Es la máxima aventura, aunque para muchos sea la más grande incomodidad.

La Cruz divide y une, abaja y eleva, da muerte y da vida, aplasta y abraza, oscurece e ilumina, condena y salva. La Cruz hace eso según la disposición del corazón del hombre hacia ella: si busca vaciarla[1] o si busca completarla[2].

La Cruz es realidad y es símbolo. Es centrífuga –se vuelca hacia afuera–, y es centrípeta –en su centro hay fusión y una contradicción–, se hinca en la tierra y al mismo tiempo se dirige al cielo. Puede prolongar hasta siempre sus cuatro brazos sin alterar su estructura. Se agranda sin cambiar, abre sus brazos a los cuatro vientos.

La Cruz es literal y es paradójica. Es de palo viviente. Es punto de apoyo y trampolín. Es llave que abre la puerta de nuestro corazón. Es el cetro del reino de la santidad. Es la señal de los predestinados. Es el único camino de la vida. Es la cumbre sobre las cumbres. Es una aspiración perseverante e inflexible. Es un grito. Sólo se aprende en la escuela de Jesucristo.

La Cruz es cátedra, es altar y es palestra. Es el amor enardecido hasta el fin. Es la disposición total para lo que Dios quiera. Es fuente. Es carro de combate. Es grandeza de alma. Está fija mientras el mundo se mueve. Hace reyes a los regenerados en Cristo. Es bandera real. Todo está en Ella.

La Cruz nos clava en el corazón al que fue clavado en Ella. Es la gloria de las almas santas, es la librea de las almas nobles que fuera de Ella no quieren saber nada. Si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación de los hombres que llevar la Cruz, Cristo lo hubiera enseñado con su palabra y ejemplo. Pero Él dice: … toma tu Cruz… (Mt 16,24).

La Cruz cambia en rosas las espinas. Quien posee la ciencia y la alegría de la Cruz sabe que hay que morir para vivir, sepultarse para resucitar, sufrir para gozar, perder la vida para encontrarla, humillarse para ser ensalzado. Sabe que el débil es el fuerte[3], que los pocos muchos, los necios sabios, los pobres ricos, los obedientes libres, los esclavos reyes; que hay que combatir para descansar, ser violento con uno mismo para ser pacíficos, renunciar a todo para poseerlo todo, ser podado para dar fruto, ser despreciado para ser honrado; que los muchos son pocos, los sabios necios, los ricos pobres, los libres esclavos, los reyes sirvientes; que hay que despreciar el mundo para ganar al Creador del mundo, negarse a sí mismo para afirmarse en Dios, sacrificarse para realizarse. En la Cruz, Dios ha invertido el significado de muchas cosas.

En Ella, aprendemos a adorar al «Verbo Eterno Encarnado» sea en la Santísima Cruz de los Milagros de Corrientes, sea en el Señor de la Quebrada de San Luis, en el Santo Cristo de la buena Muerte en Reducción, en el Señor del Milagro de Salta, en el Señor de Cuero de San José de Jáchal en San Juan, en el Señor de Matará en Santiago del Estero… y en las cruces de nuestras Iglesias, de nuestros cementerios, de las cabeceras de nuestros lechos. En Ella aprendemos a «más seguir e imitar al Señor nuestro, así nuevamente encarnado»[4].

El que ama la Cruz da testimonio de Ella hasta el martirio y sabe, que en el sabio decir de los Padres de la Iglesia: «El que no confiesa el testimonio de la Cruz procede del diablo» (San Policarpo).

La Cruz «tiene palabras de vida eterna»[5].


[1] cfr. 1 Cor 1,17; Flp 3,18.

[2] cfr. Col 1,24; 2 Cor 11,30.

[3] cfr. 2 Cor 12,9–10.

[4] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales [109].

[5] cfr Jn 6,68.