1. Introducción
Dos son los principales misterios de nuestra santa fe católica: el de la Santísima Trinidad y el del Verbo Encarnado. En ellos se encuentra una sabiduría tan profunda que excede, sobreabundantemente, todo conocimiento humano y angélico.
En ambos brilla, fulgurante, la infinita trascendencia: en el segundo, además, como señala Santo Tomas “está comprendida una referencia a la criatura”. La realidad teándrica de Nuestro Señor Jesucristo, por un lado, al hombre le muestra a Dios: “… quien me ha visto, ha visto al Padre” (Jn. 14, 9); y por otro, al hombre le muestra el hombre, como proclamó, sin saber lo que decía, Poncio Pilato: “Ecce homo”, “he aquí al hombre” (Jn. 19, 6); de allí que, tanto la Trinidad Santísima, cuanto el Verbo hecho carne, son una referencia permanente para “el justo que vive de la fe” (cfr. Heb. 10, 38) en su vida privada y en su vida pública.
2. La cristiandad
Bajo esta clarividente luz, la cristiandad no es otra cosa que Cristo mismo prolongando, análogamente, su encarnación en lo temporal. Es Cristo sometiendo a su poder la creación entera, entregando a la Majestad infinita “un Reino eterno y universal: el Reino de la verdad y de la vida, el Reino de la santidad y la gracia, el Reino de la justicia, el amor y la paz” (cfr. prefacio de Cristo Rey).
De modo tal, que podemos decir que el Verbo encarnado en una naturaleza humana individual es Cristo y “encarnado” en un pueblo es la cristiandad. En otras palabras, la cristiandad es Cristo “encarnado” en la sociedad, en el orden público y social de las naciones. Esto intuyen bien los enemigos de la Trinidad y de la Encarnación. Los testigos de Jehová, por ejemplo, que niegan ambos misterios, consideran que: “La cristiandad es el más elevado refinamiento y la más seductora forma de la organización de Satanás”1. Ineluctablemente quien atenta contra la verdad de la Encarnación atenta contra la cristiandad y vice‑versa, aunque no de la misma manera.
De allí que la defectuosa inteligencia del misterio del Verbo encarnado, lleve a una defectuosa inteligencia de la cristiandad. Podemos agrupar algunas de estas falsas miradas en tres sectores respecto al origen, a la naturaleza y al fin de la encarnación.
a) Respecto al origen
La unión de la naturaleza divina y la naturaleza humana integra en la única persona divina del Verbo, se realiza por obra y gracia del Espíritu Santo en las entrañas purísimas de la Sma. Virgen, es decir, que es una obra sobrenatural originada por el poder de Dios con el consentimiento humano de la Virgen, iluminada por la gracia. Ebión negaba esto afirmando que la Virgen concibió no del Espíritu Santo. Los solo “humanistas”, que quieren resucitar el orden natural negando el sobrenatural no quieren reconocer que Dios mismo está en el origen de la cristiandad y que “si el Señor no vigila la ciudad en vano vigilan los centinelas” (Sal. 1. 27,1).
b) Respecto a las naturalezas
Los docetas negaban la naturaleza inferior y algunos la asumían pero no íntegramente. El “angelismo” respecto a la cristiandad no asume lo inferior, o, a lo más, sólo algún aspecto. Pareciera que tienen asco a lo político, económico y social.
Los arrianos negaban la naturaleza superior. Los modernos “kenotistas” pierden lo superior, como las falsas teologías de la liberación y los movimientos como “Cristianos por el socialismo”. Sólo se quedan con lo político, económico y social.
Los valentinianos pretendían la encarnación en materia celeste. Los “reencarnacionistas” pretenden, primero, desencarnar el cristianismo de cualquier estructura temporal —de la cristiandad— para luego encarnarlo en el mundo moderno. Pretenden encarnar en materia no propia porque le falta dignidad o necesidad: digo falta dignidad porque no se puede asumir en Cristo lo inhumano—como el terrorismo, la drogadicción, etc.—ni lo antihumano—como los campos de concentración, el pecado, la mentira, el odio, etc.—, ni lo infrahumano—como los animales, vegetales y minerales—: y falta necesidad —como las supersticiones, las idolatrías, el error, etc.—como a la filosofía moderna en general que, por estar encerrada en la concreción de la inmanencia, en cuanto tal y en cuanto fi jada en doctrina, es irredimible,—como el hegelianismo, el marxismo, el existencialismo ateo, etc.
Los nestorianos destruían la unión de las naturalezas en la unidad de persona. El liberalismo separa la Iglesia y Estado en una suerte de dualismo maniqueo; realidades que deben estar unidas jerárquicamente en una auténtica civilización. Al respecto señala el Concilio Vaticano ll: “El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época” (Gaudium et Spes, 43). Dios y el Cesar están divorciados.
Los monofisitas mezclaban las naturalezas como Eutiques. Los “monistas” de hoy día confunden, en una mala mezcla, lo que es distinto y atentan contra la recta autonomía de los religioso o contra la recta autonomía de lo temporal. Mezclan Dios y César.
El naturalismo racionalista emancipa a lo inferior de lo superior, como Pelagio. Los pelagianos “sociales” emancipan el orden social del moral, al Estado de la Ley de dios. Se olvidan que el César, a fuer de criatura, debe subordinarse y rendir culto a Dios: caso contrario, el Estado se constituye en totalitario, en un dios dueño arbitrario de la vida, de la hacienda y del honor de los ciudadanos. El César es más que Dios.
c) Respecto al fin
“El Verbo se hizo carne” (Jn. 1,14) para dar Gloria a Dios y salvar a los hombres. Sólo se puede concebir la cristiandad para la gloria de dios y el bien temporal y eterno de los hombres. No hay lugar para narcisismos, ni para apetencias del poder por el poder, ni es una ideología ya que el Evangelio y la doctrina social de la Iglesia no lo son, ni se busca explotar a los demás sino servir, tampoco es buscar un mero formulismo de reconocimiento confesional. La cristiandad es el reconocimiento existencial del señorío de Dios sobre la sociedad y sus cuerpos intermedios —familia, municipio, profesiones, sindicatos universidades, fuerzas armadas, etc.—es constituir una familia cristiana de pueblos; es el reconocimiento constante de la gratuidad por parte de Dios de todos los bienes que nos da; es la afirmación de la necesidad de redención—aún en lo social—por razón del pecado original; es la confesión de que “uno sólo es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo‑Jesús…” (1 Tim. 2, 5) y la negación de todo falso mesías; es la proclamación de que sólo Dios es Dios y que, por tanto, hay que derribar todo falso ídolo llámese poder, confort, placer, Estado…; es trabajar por la búsqueda del bien común temporal de los individuos y los pueblos lo cual implica—necesariamente—que el mismo esté abierto al bien común eterno de los individuos, que es Dios.
Obviamente, así como en la vida cristiana hay distintos grados de perfección, “moradas” los llamará Teresa, así también hay grados en la cristiandad, de mayor o menor perfección o difusión. En rigor, aunque hubiese un solo cristiano auténtico en el mundo habría cristiandad, porque, necesaria y fatalmente, ordenaría todo lo temporal según Dios.
La Santísima Virgen María en toda su vida terrena trabajó más y mejor que nadie por la cristiandad, en efecto, todo lo que hacia en el orden temporal: cocinar, lavar, viajar, caminar, buscar agua, prender fuego, coser, hilar, comprar, comer, administrar la casa, etc., estaba todo ordenado a la gloria de Dios y eso es cristiandad. En el mismo Jesucristo, toda su tarea temporal es cristiandad. Cristiandad no es esencialmente asunto geográfico o numérico o de poder material: es de naturaleza espiritual. Cuando la Iglesia cabía en una humilde habitación en Nazareth, ya había cristiandad.
Tan sólo dejará de haber cristiandad cuando se complete el número de los elegidos (cfr. Ap. 6, 11) cuando se termine el tiempo y este mundo llegue a su fin.
También es cierto que, mientras tengamos tiempo, debemos trabajar para que llegue el Evangelio a toda la realidad, incluso, al Estado, y, aunque nos toque vivir en tiempos del Anticristo, con mayor razón entonces, no debemos olvidar que ese es el ideal al que debemos tender, aunque en la práctica nos debamos conformar con menos. Olvidarse de esto es señal clara de una cierta apostasía en la fe, porque es olvidarse de que “es preciso que Cristo reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies” como enseña San Pablo (1 Cor. 15, 25).
3. El error fundamental de progresismo
Señala el P. Julio Meinvielle que el error fundamental del progresismo cristiano “consiste en negar la necesidad de un orden social público cristiano…” de la civilización cristiana, de la ciudad católica de la cristiandad. Agrega “al rechazar la necesidad de trabajar para implantación de un orden social cristiano, los progresistas vense obligados a aceptar la ciudad laicista, liberal, socialista o comunista, de la civilización moderna. Aquí radica el verdadero error o desviación del progresismo cristiano, en buscar la alianza de la Iglesia con el mundo moderno… en cuanto tiende a rechazar a Dios…” (2).
Error fundamental que pervive, por ejemplo, en el Equipo de Reflexión Teológico‑Pastoral del CELAM. En efecto, en el libro “Reflexiones sobre Puebla”3 afirman: “No hay lugar a falsas unanimidades” de cristiandad, en una realidad tan plural como la de nuestro tiempo. El “Estado Cristiano” es un anacronismo que no puede entrar en ningún modelo o proyecto de futuro. Estas eran imaginerías retrógradas de tiempos “defensistas”, no abiertos como hoy a los dilatados horizontes del mundo y las nuevas dinámicas evangelizadoras”.
Estos ideólogos del progresismo caen siempre en su misma trampa: Son utópicos, incoherentes y antifrásticos. Utópicos porque en un mundo que los masones luchan por el “Estado ateo”4, los musulmanes por el Estado islámico, los liberales por el “Estado… indiferente hacia los diversos cultos” 5, los laicistas por el Estado laico, los judíos por el Estado judío, los marxistas por el Estado comunista, en fin, en un mundo en que tantos trabajan en favor de lo que llamaba S.S. Pío XII “una concepción… anticristiana del Estado…”6, el cristiano es el único que no debe tener como “modelo o proyecto de futuro” un Estado cristiano. Incoherentes, porque sus “nuevas dinámicas evangelizadoras” no deben tocar al Estado; señal de que no son ni nuevas, ni dinámicas, ni evangelizadoras. Antifrásticos, porque en ellos las palabras significan lo contrario de lo que dicen, como al gordo que llaman “flaco”, no están abiertos a los dilatados horizontes del mundo porque se cierran a trabajar para que el Evangelio llegue también a los Estados que, evidentemente, entran dentro de los horizontes de este mundo. Buscando el siglo XXI, terminar por hacer pinturas rupestres. Ellos son los mayores enemigos del sano progreso, por proponer una pastoral no‑encarnatoria, no‑comprometida, entreguista y claudicante.
Afirmar que el Estado cristiano es un anacronismo, además de apartarse del magisterio eclesiástico, es atentar contra los misterios de la Creación, la Encarnación y la Redención. Todo lo creado—también el Estado—debe dar gloria a dios; “todo hombre” y todo el hombre—también en su vida pública—en cierto modo, por la encarnación, se ha unido a Cristo (cfr. Gaudium et Spes, 22); todo lo humano—también lo estatal— por razón del pecado necesita del Redentor “en ningún otro hay salvación” (Hech. 4,11).
4. Actualidad de la cristiandad
Además, la postura doctrinal de estos teólogos es obstinadamente retrógrada porque ignora no sólo la doctrina enseñada por León XIII en Inmortale Dei, Diuturnum, Libertas, etc., la de San Pío X en Notre Charge Apostolique, Vehementer nos, etc., la de Pío XI en Quas primas, Divini Redemptoris, Non abbiamo bisogno, Mit Brennerder sorge, etc., sino que desconoce Puebla, el Concilio Vaticano II y el brillante magisterio de Juan Pablo II.
En efecto, se afirma taxativamente en el documento de Puebla que “permanece válido, en el orden pastoral, el principio de encarnación formulado por San Ireneo: ‘Lo que no es asumido no es redimido”‘ (400), ¿no se dan cuenta que si el Estado no se asume en Cristo no es redimido? Doctrina corroborada en el Nro. 469: “Nuevamente la Iglesia se enfrenta con el problema: lo que no asume en Cristo, no es redimido y se constituye en un ídolo nuevo con malicia vieja” ¿Nos estarán proponiendo la estatolatría?
En la Lumen Gentium, Nro. 31, se enseña que a los laicos: “pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales… (les) corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales… según el espíritu de Jesucristo…”. En el Nro. 36 se les recuerda que “en cualquier asunto temporal, deben guiarse por la conciencia cristiana, ya que ninguna actividad humana, ni siquiera en el orden temporal, puede sustraerse al imperio de dios”, es decir, que la totalidad de la vida temporal, incluso estatal, debe subordinarse a la vida sobrenatural y eso es cristiandad. En la Gaudium et Spes, Nro. 43, se enseña que “a la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena”, cosa imposible para el cristiano que al actuar públicamente quiera ser fiel al Equipo de Reflexión del CELAM. Asimismo, en el decreto Dignitatis humanae, Nro. 1: “… deja (el Concilio) integra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo”. El Concilio quiere íntegro lo que estos teólogos progresistas hacen pedazos.
Estos teólogos ignoran, también, el proficuo magisterio de S.S. Juan Pablo II. Este Pontífice, altamente contemplativo del misterio del Verbo encarnado, muestra permanentemente las consecuencias y derivaciones del mismo en toda la realidad. Así comenzó proclamando en un grito —grito que resonó como un trueno y cuyos ecos se han ido multiplicando—en el inicio de su Pontificado: “¡No temáis! ¡Abrid más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora, las puertas de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo” (22/10/1978). Notemos la vocación antifrástica de los progresistas: El Papa dice: “¡Abrid… y de par en par… a Cristo… las puertas de los Estados!”; ellos dicen: ¡Cerrad a Cristo las puertas de los Estados… La cristiandad es una suma de falsas unanimidades… un anacronismo… son imaginerías retrógradas… es defensismo…! Y es evidente que ellos quieren imponer la “falsa unanimidad” del postcristianismo, que ellos son insanablemente anacrónicos por no estar a la altura de los tiempos nuevos de Juan Pablo II, que ellos sostienen teorías desfasadas ya condenadas en el siglo pasado y que defienden, a ultranza, la ideología del laicismo liberal, acérrimo y tradicional enemigo del Estado cristiano.
Y no se piense que esa es una afirmación casual del Papa, muy por el contrario, con toda la riqueza de su palabra no estereotipada ha vuelto una y cien veces sobre el tema:
—”Hay que edificar un mundo más humano y a la vez más cristiano… No os contentéis con ese mundo más humano. Haced un mundo explícitamente más divino, más según Dios, regido por la fe… (25/1/1979).
—Una comunidad con rostro humano debe reflejar también el rostro de Cristo” (4/10/1979, en EE.UU.)
—”… es necesario que toda la cultura humana sea henchida por el Evangelio” (15/4/1979, en la “Sapientia christiana”)
—El 22/9/1979 hablaba de “los siglos gloriosos del medioevo”, los que, con ironía y peyorativamente, llaman “tiempos defensistas” estos peritos.
—El 18/11/1979 afirmó: “Se registran varias formas de antievangelización… una aceptación progresiva de las opiniones erróneas del laicismo y el inmanentismo social y político”.
—”… toda actividad técnica y económica, aí igual que toda opción política, implica, en último análisis, un problema de moral y de justicia” (25/11/1979 en la FAO)
— “Ninguna actividad humana es extraña al Evangelio” (25/5/1980 en África) Evangelio
— No deberían haber conocido “los miasmas del laicismo occidental” (11/5/1980 en África)
— La Iglesia, sostuvo en Francia, “aporta… una cultura y una civilización fundadas en la primacia del espíritu, la justicia y el amor” (2/6/1980 en África).
—En Brasil, dijo que quería colaborar para que “prevalezca en el mundo un auténtico sentido del hombre, no encerrado en un estrecho antropocentrismo, sino abierto hacia Dios” ya que esa es la base para una verdadera civilización”.. en otra parte agregó que proclamar y defender los derechos humanos sin anteponerlos a los derechos de Dios ni silenciar los deberes a que corresponden es una constante en la vida de la Iglesia”
— Construid… una civilización de la verdad y del amor” (1/7/1980 en Río).
— La Iglesia tiene una misión que le es propia: “iluminar con la luz del Evangelio toda realidad de orden temporal” (7/9/1980 en Velletri).
— No hay que “dejar de intentar nada para que el amor de Cristo tenga primado supremo en la Iglesia y en la sociedad” (14/9/1980 en Siena).
— San Benito creó “una civilización nueva casi sin preverlo quizá, la civilización cristiana” y hay que “recuperar la dimensión de lo divino” en toda realidad terrena” (29/9/1980 en Subiaco).
Asimismo, el Romano Pontífice incansablemente se refirió a la cristiandad (tan abominada por los peritos del Equipo de Reflexión del CELAM) en su magisterio. Así por ejemplo:
“En la presente situación histórica de la cristiandad (en la Redemptor hominis, 6 L’Osservatore Romano del 4/3/79, pág.
Uno de los fundamentos en que está arraigado el Papa polaco… “es la cristiandad” (L’O.R. del 27/5, pág.11).
El Papa desea a los portugueses que “hagáis mucho en la santa cristiandad (L’O.R. del 3/6 pág. 6).
En Polonia: el Papa manifiesta la “peculiar contribución a la historia de la cristiandad” de los polacos (L’O.R. del 10/6/79,
A los agentes romanos felicita por estar “en el centro de la cristiandad” (L’O.R. del 15/7/79, pág.1 8)
A universitarios de Lublin: “nuestro pueblo y nuestra cristiandad” (L’O.R. 2/9/79, pág.10).
A obispos hindúes: “La cristiandad de la península india es antigua”; habló de Sixto V, “un Papa muy benemérito… de la cristiandad” (L’O.R. del 16/9/79, pág.1.18); se refirió a “los inicios de la cristiandad en esta tierra” (Irlanda), “en la presente situación histórica de la cristiandad” (L’O.R. del 15/7/79, pág. 18)
“La Iglesia católica y creo que puedo decir, toda la cristiandad…” (dijo en la ONU), quiere la paz” (L’O.R. del 14/10/79, pág 14)
“situación histórica de la cristiandad” (L’O.R. del 4/11/79, pág.12).
“En nuestra época nos encontramos con una critica, frecuentemente radical de la religión, con una critica de la cristiandad” (L’O.R. del 18/11/79, pág.12).
“Aquí, en el centro de la cristiandad…” (L’O.R. del 18/11/79, pág.15).
Las tradiciones orientales y occidentales “no cesan de ser un bien común de toda la cristiandad” (L’O.R. del 9/12/79, pág.1).
“también Constantinopla se convirtió en la fuente de la cristiandad y de la cultura…” (L’O.R. del 9/12/79, pág. 3)
Todo lo que evoca Grecia “para la civilización y la cristiandad” (a los diplomáticos)(L’O.R. del 20/1/80, pág.1)
Id. “La Iglesia y la cristiandad deben mucho al pueblo irlandés…”
En África para las viejas cristiandades igual que para las jóvenes Iglesias” (L’O.R. del 11/5/80, pág. 6).
En África: algunos africanos “han tenido ocasión de visitar el centro de la cristiandad” (L’.O.R. del 1/6/80, pág. 7).
“Invito… a las Iglesias en la vieja cristiandad, a mirar a estas jóvenes Iglesias…” He deseado acercarme a “esa cristiandad” (la africana). “… ellos son jóvenes… en su cristiandad”. Llevé un mensaje “para la vida de la cristiandad…”. “…como dirigidos a la vida de toda la cristiandad (Entrevista al L’O.R. del 1/6/80, pág.16).
Iré a Lisieux… lugar “lugar hacia el que la cristiandad dirige su mirada” (L’O.R. del 8/6/80, pág.1).
Al presidente de Italia “Roma, en cuanto centro de la cristiandad” (L’O.R. del 6/7/80, pág. 3).
Construid “en común una civilización del amor… para que el testimonio de la Iglesia y de toda la cristiandad sea cada vez más eficiente…” (L’O.R. del 20/7/80, pág. 18, al Kotholikentag)
“Aquí en Roma, en el centro de la cristiandad…” (L’O.R. del 17/8/80 pág. 10).
Comprendió Santa Catalina que la grandeza de su misión consistía en “reconstruir el equilibrio de la cristiandad” (L’O.R. del 31/8/80, pág. 9)
El Papa ha “elevado fervientes plegarias por las intenciones más urgentes de la cristiandad” (L’O.R. del 7/9!80, pág. 11)
En San Pedro: dos motivos nos hacen desear la… presencia de San Benito: por la fe y por la unanimidad en que el gran monje nos educó a ser hermanos y “por la que Europa fue la cristiandad” (citando a Pablo VI) (L’O.R. del 5/10/80, pág. 2, repetida en Subiaco el 28/9 pág. 15).
Habló también de la relación entre la cristiandad occidental y el Cercano Oriente (musulmanes y judíos) (L’O.R. del 12/10/80 pág.17).
Se refirió a “el centro de la cristiandad” (L’O.R. del 19/10/80, pág.+ 1 2)
Si meditamos sobre estos textos y sus contextos, constataremos que a la cristiandad no sólo no la debilita el sano pluralismo la legítima libertad religiosa y el válido‑ecumenismo, sino que más bien la potencian.
Antes de terminar este punto quiero hacer notar dos cosas. Una la que en la actualidad gusta llamarse civilización del amor consagración del mundo, desarrollo integral, promoción humana, auténtica liberación, defensa católica de los derechos humanos dignidad de la persona humana, promoción de la justicia, promoción social, el sano fomento del progreso cultural, etc., rectamente entendidos se identifican con la civilización cristiana, la ciudad católica, el Reinado Social de Cristo Rey la cristiandad; son nombres que indican distintas maneras dé actuar para ordenar lo temporal según la doctrina social de la Iglesia. La segunda, los teólogos progresistas, a pesar de negar verbalmente que el Estado deba subordinarse a la Iglesia en aquello que Dios ha dispuesto así, se ven forzados a reconocer esa subordinación y a promoverla de hecho como se aprecia en tantas denuncias proféticas buenas o malas, ¿acaso esto no es posible por la primacía del poder espiritual sobre el civil?, ¿el que juzga y critica a otro, por eso mismo, no se esta ubicando en un plano superior?. Estas denuncias proféticas—aún las injustas—señalan la realidad del poder indirecto de la Iglesia sobre lo temporal.
5. Hispanoamérica: sus características
Hispanoamérica es la cristiandad de habla hispánica.
Por eso hemos hablado primero sobre la cristiandad recordando su actualidad y refutando recientes criticas para que, por contraste, luzca con más brillo la verdad, y recién ahora la enlazamos con la Hispanidad. En ésta Cristo se hace hispánico al prolongar, análogamente, su encarnación en nuestros pueblos. La Hispanidad es el estilo o modo de manifestarse de lo cristiano en el hombre hispánico.
El hombre, cuando se deja enseñorear por Cristo, es señor de si mismo y enseñorea todas la cosas. Por el bautismo participa del mismo señorío de Cristo y es rey, lo cual connota una razón de dominio, en la medida en que vence al mundo, al pecado, a las concupiscencias y al Demonio. Esa realeza espiritual la ejerce sobre los demás hombres, incluso sobre los que detentan y ejercen la autoridad injustamente. Por eso, San Pablo, refiriéndose a los cristianos que se dejan enseñorear por Cristo afirma: “todo es vuestro; ya Pablo, ya Apolo, ya Cefas, ya el mundo, ya la vida, ya la muerte; ya lo presente, ya lo venidero todo es vuestro” (1 Cor. 3, 22).
Este señorío de Cristo sobre el hombre hispánico produce, en concreto, un modo propio de pensar, de sentir y proceder cuyo boceto dibuja en las siguientes notas García Morente. 1) paladín; 2) grandeza contra mezquindad; 3) arrojo contra timidez; 4) altivez contra servilismo; 5) más pálpito que cálculo, 6) personalidad definida; 7) culto del honor 8) sentido de la muerte 9) predominio de la vida privada sobré la vida pública, 10) religiosidad del caballero; 11 ) impaciencia de la eternidad (7)
Este hombre hispánico supo producir aquel género de poesía ~por el cual nuestra lengua mereció ser llamada lengua de ángeles” (Menéndez y Pelayo)—nos referimos a la poesía mística—que manifiesta la visión mística que animaba a todo un pueblo capaz de llenar los conventos con vírgenes, de dominar los océanos para llevar a Cristo a civilizar continentes, de misionar el mundo, de fundar pujantes órdenes religiosas, de lanzar miles de hombres contemplativos al desierto y miles de héroes a las cruzadas.
De allí la visión profundamente encarnatoria de su cristianismo, visibilizada en las más tiernas devociones a Cristo Eucaristía —prolongación sacramental de su encarnación—, a la Sma. Virgen María —quien dio la materia para que el Verbo se hiciera carne— y al Papa—jerárquica presencia encarnatoria de la Verdad de Cristo, de la Voluntad de Cristo y de la Santidad de Cristo—. Las tres cosas blancas que hay en la Iglesia —la Eucaristía, la Sma. Virgen María y el Papa— marcan a fuego la característica cristiana, incluso a nivel de religiosidad popular, de la Hispanidad.
De allí el afán de multiplicar, gracias al celo misionero, a los hombres que, por el Evangelio y el Bautismo, son hechos cristianos.
De allí las innumerables vocaciones sacerdotales de quienes, dejadas “todas las cosas” (Lc. 5,11) por el sacramento del Orden se constituían en “otros Cristos”, “alter Christus”.
De allí el sinnúmero de iniciativas de todo orden y en todo campo, en las letras y en el arte, en la educación y el trabajo en la legislación y las costumbres, en la justicia y la predicación, en la exploración de nuevas tierras, en la evangelización de los pueblos, en la navegación y en todo el obrar humano.
De allí el heroísmo ejemplar del Cid Campeador y de Pelayo de Recaredo y Hernán Cortés… de los húsares de Pueyrredón y de los Infernales de Güemes, de los cristeros mexicanos y de los cruzados del 36…
De allí el arrojo que no trepida ante ningún obstáculo, el coraje que no claudica ante ningún enemigo y la santidad que arremete contra todo falso espíritu por la que España, en los labios de S.S. Juan Pablo II es llamada “tierra de santos”. Recordemos a Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola, Teresa de Avila, Juan de la Cruz, Francisco Solano, Pedro Claver, Juan de Avila, Antonio Claret, Pedro de Alcántara, Isidoro de Sevilla y tantos otro.
Esta es la bravía estirpe hispánica, que supo criar gigantes, y que todavía no ha echado el resto. ¡Recién estamos empezando!
La mística encarnatoria es a la vez, causa y efecto, de la trepidante conciencia de la Majestad de dios, de su Trascendencia, de su Grandeza, de su Señorío. En efecto, enseña Sto. Tomás de Aquino que “la encarnación no rebaja en nada la grandeza de Dios… más bien (la) aumenta, pues su aproximación a nosotros mediante la encarnación nos da mayor conocimiento de El” (III, q. 1 art. 2, ad. 3).
De allí brota el sentido de la vida y la muerte, y la impaciencia de la eternidad propia del hispánico. La insustancialidad de la vida terrena es cantada por la lírica hispánica; Jorge Manrique decía, “Nuestras vidas son los ríos ‑ que van a dar en el mar”; el autor de la Epistolar Moral: “¿qué más que heno ‑ a la mañana verde, seco a la tarde?”; Campoamor dirá: “Humo las glorias de la vida son”; Mira de Mescua escribirá que la vida es: “Breve bien, fácil viento, leve espuma”; Espronceda: “Pasad, pasad en óptica ilusoria… Nacaradas imágenes de gloria ‑ Coronas de oro y laurel, pasad”8; “Vivo sin vivir en mí ‑ y tal alta vida espero ‑ que muero porque no muero”, atribuida a Santa Teresa; Pemán: “De la muerte recibo ‑ nueva vida y si vivo ‑ vivo de tanto morir”; el comendador Escrivá del siglo XV cantaba: ” ¡Ven muerte, tan escondida ‑ sin que te sienta venir, ‑ porque el placer de morir ‑ no me torne a dar la vida!” glosada en el cantar popular de Salta y por Lope de Vega; en fin me permitiréis citar a nuestro Martín Fierro: “Cantando me he de morir ‑ cantando me han de enterrar ‑ y cantando he de llegar ‑ al pie del Eterno Padre ‑ dende el vientre de mi madre ‑ vine a este mundo a cantar” (José Hernández, 6).
Son labios que pueden pronunciar estas palabras porque antes se han dejado penetrar el corazón por estas otras: “¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?” (Mt. 16, 26). Es captar la profundidad del “¿Y después?” como San Francisco Javier y clamar con San Francisco de Borja: “No volveré a servir a señor que se me pueda morir”.
Sólo la certeza de la eternidad —de felicidad o desgracia— puede mover al hombre a realizar cosas auténticamente grandes en el mundo del espíritu.
6. ¿Esperanza?
Esta visión de la realidad que sabe que el objeto primario y esencial de la esperanza sobrenatural cristiana es la felicidad eterna, más allá de las fronteras de este mundo terreno, es el mayor fundamento para alentar las mejores esperanzas humanas para la Hispanidad en relación a la cristiandad. Nuestra esperanza religiosa, se expresa “también en el orden institucional” (9).
Hispanoamérica será la esperanza de cristiandad en la medida en que los auténticos intelectuales buceen en la realidad para desentrañar siempre más la verdad y en que los reales caudillos conduzcan a los demás a concretar la cristiandad en la vida pública social, sin poner nunca “nuestra confianza en la carne” (Fil. 3, 3).
Hispanoamérica será la esperanza de la cristiandad en la medida en que los jóvenes varones no pierdan el sentido caballeresco de la estirpe y no se dejen vencer por la idolatría del sexo que sólo ve en la mujer un objeto de placer, una cosa, no una persona, algo que se usa sólo para satisfacer las propias pasiones incontroladas y que sólo saben utilizar egoístamente del sexo reduciéndolo a lo genital. La Hispanidad necesita jóvenes que no sean de mirada impúdica, que no usen un lenguaje soez ni gasten poses groseras, que no vistan ropas grotescas y que no sean desaliñados en su aseo. ¡Hacen falta hombres, no maricas! ¡Que por saber vencerse a si mismos, sepan gobernar el mundo, sabiendo ocupar el papel jerárquico que les corresponde en la Iglesia!
Hispanoamérica será la esperanza de la cristiandad en la medida en que nuestras jóvenes no tengan complejos de ser femeninas, que sepan alentar a nuestros jóvenes a empresas grandes, que se preparen para realizar la cristiandad en ese cuerpo intermedio esencial que serán sus futuras familias educando bien a sus hijos, manteniendo encendido el sagrado fuego del hogar. ¡Que no se avergüencen de ser madres y quieran tener numerosos hijos! ¡Que por esa generosidad en transmitir la vida, mantengan la ternura en el corazón de los hombres! Si la mujer no ama ni enseña a amar ¿qué podrá vencer la epidemia de odio que invade el planeta?, si no busca la paz ¿quién vencerá la violencia irracional que inunda el orbe?, si es capaz de “matar a su propio hijo en su propio cuerpo, ¿qué razón podrá haber para que no nos matemos entre nosotros?” (Madre Teresa de Calcuta). ¡Que por hacerse respetar y amar de verdad, sepan formar los héroes que necesita la Patria y los santos que necesita la Iglesia, en la que le cabe un rol carismático inderogable!
Hispanoamérica será la esperanza de la cristiandad en la medida en que los adultos recuperen el sentido trascendente de la vida y dejando de lado el consumismo estúpido, el hedonismo estéril y la degradante permisividad moral vivan en plena estatura humana y cristiana. ¡Que en el estudio y en el trabajo, en la empresa y el deporte, el comercio y el arte, la docencia y la familia, luchen a brazo partido para que Cristo reine en los cuerpos intermedios y en la sociedad!
Hispanoamérica será la esperanza de la cristiandad en la medida en que sepamos remontar la pendiente por la que se viene despeñando la humanidad de los últimos siglos de apostasía, en los cuales, según Pío XII, primero se gritó: ¡Cristo si, Iglesia no! con el protestantismo; luego, ¡Dios si, Cristo no! con el liberalismo, y, finalmente, el grito impío ¡Dios ha muerto! con el marxismo y demás ateísmos modernos. La tarea de restaurar y acrecentar la cristiandad hispánica, despiadadamente atacada en estos siglos, nos es urgida como consecuencia de la encarnación del Verbo.
En fin, Hispanoamérica es la esperanza de la cristiandad porque Jesucristo y la Virgen María son la única esperanza de Hispanoamérica.
NOTAS
(1) J F. Rutherford, Religión, Watchtower Bible and Tract Society, Nueva York, 1940, pág. 23.
(2) “Un progresismo vergonzante”, Cruz V Fierro Ed., 1967, pág. 15/16.
(3) Ed Universidad del Salvador, Bs. As., 1979, pág. 56.
(4) León XIII, Humanun genus, 20.
(5) León XIII, Libertas, 26.
(6) Discurso de Navidad de 1941,15.
(7) cfr. prólogo del Dr Agustín Basave Fernández del Valle al libro de Bernardo Monsegú, El Occidente y la Hispanidad, Ed. Ser, México, 1977.
(8) cfr. Ramiro de Maetzu, Defensa de la Hispanidad, Ed. Poblet, 1942, pág. 52.
(9) Cardenal Danielou, cit. Royo Marín, Teología de la esperanza, BAC, Madrid, 1969, pág. 208.