Hombre metódico

Me pareció que podía ser interesante desarrollar, aunque sea brevemente, un aspecto de la vida del padre Meinvielle que hemos tenido ya oportunidad de conversar de manera informal y que incluso probablemente esté tratado en alguno de los artículos que escribí sobre él o ya lo conozcan de otro modo. Es el tema de que el padre Meinvielle era un hombre metódico.

 Tenía método, es decir sabía cuál era el camino que había que recorrer para llegar al fin que se proponía. Y ese ser metódico, lo era en todas las cosas que yo he podido conocer de él. Hay incluso cosas, que Uds. habrán escuchado de cuando eran seminaristas, y que eran cosas que había en él, que se presentaban como cosas o hábitos a adquirir por parte de los que se estaban formando.

 Era metódico en el dormir. Era un hombre que habitualmente se acostaba temprano. ¡Y se acostaba temprano y dormía! Lo sabemos porque una vez el padre Lojoya lo llamó por teléfono a eso de las 22:00 y él ya estaba durmiendo. Se ve que dormido levantó el tubo del teléfono entre ronquidos y se quedó dormido. Era un tiempo en que no faltaban los locos que lo amenazaban de muerte, pero el dormía sin problemas.

 Era metódico en el levantarse. Acostarse temprano era lo que le permitía levantarse temprano al otro día. A las 6.00 de la mañana ya estaba de pie.

 Era metódico en el rezar. Como hombre práctico que era, lo primero que hacía era rezar sus oraciones, el breviario, hacer la meditación. Aprovechaba los momentos del día en que estaba más tranquilo, cuando la gente no lo iba a ver, para preparar el sermón. Predicaba todos los días. La predicación de él era muy sencilla, pero profunda, parecía un artículo de la Suma. Y no lo preparaba a las apuradas, “…a ver ahora que voy a decir”. No. Lo tenía preparado desde la mañana. Él hacía lo que tenía que hacer. Lo más importante, que es cargar las pilas, él lo decía con otras palabras, “tener reservas”. Una vez el finado padre Pablo le pregunto como podía ser que se ocupase de tantas cosas, sobre todo del tema de la política. Es una cosa tan contingente, variada y peligrosa para el sacerdote. El respondió: “Lo que pasa es que hay que tener reservas, querido”. Las reservas eran tener una vida de oración profunda porque al meterse en esas cosas hay que saber hasta dónde sí y dónde no y, no sacar los pies del plato, no hacer las cosas que no corresponden al sacerdote.

 Era metódico en el escribir. Habitualmente escribía a la mañana, luego de las oraciones y de preparar el sermón. En el tiempo en que escribía, (una, dos o tres horas, dependía de lo que tuviese entre manos), cuando escribía un libro (en esa época no había computadoras), se ponía y lo escribía del principio al final. Antes ya lo había pensado, lo tenía en la cabeza. Recuerdo, por haberlo visto en un escritorio que tenía, que normalmente lo primero que hacía era el índice. Tal como era el índice escribía el libro hasta el final, prácticamente sin modificarlo. A medida que escribía cuando él tenía varias hojas, mandaba las hojas a la persona que tipeaba a máquina en aquel entonces y, luego corregía los borradores tipeados y los iba preparando para mandar a la imprenta. Era más difícil que hoy en día, porque en la imprenta estaban los tipógrafos que iban sacando letra por letra e iban armando las planchas o plomos para, un poco más adelante, imprimir el libro.

 Sobre esto también quiero decir que realmente se preparaba antes. No era que se ponía a escribir improvisando. Antes, ya había leído prácticamente todo lo que había en el momento sobre la materia que quería tratar. Estaba actualizado, al día, leyendo lo que era importante. No era que leía todo, no solía leer los libros chatarra. Lo primero que hacía al tener un libro que no conocía era ir al índice. Ahí ya estaba eligiendo el tema que habría de definir al autor, sabía cómo era, “este es progresista -por ejemplo- sobre la ciencia de Cristo” y veía como trataba este tema o algún otro tema clave para poder discernir. A lo mejor no lo leía, o leía alguna cosa, porque a lo mejor no le interesaba leerlo todo. Pero no era así cuando era un libro bien escrito, seriamente, con fundamento, ya que a ese generalmente lo leía del principio al fin. Lo sabíamos, porque en la última página que suele quedar en blanco, ponía temas. Por ejemplo supongamos: ‘Encarnación’ y un número, el de la página en donde estaba escrito sobre la Encarnación, o ‘masonería’, o ‘comunismo’. Eso era cuando leía un libro de principio a fin. Ese era un trabajo que no lo hacía de un momento para otro. Generalmente iba acumulando, material. Era metódico también en eso. Tenía un escritorio de esos antiguos, dobles, que venían a ser como dos escritorios juntos, con cajones de un lado y del otro. Era una mesa bien grande, y por ejemplo de un lado tenía un cajón doble donde iban todos los libros sobre el Opus Dei. Después tenía puestos sobre el escritorio, libros: una pila era de los libros sobre la masonería, otro sobre judaísmo, otro de economía mundial, otro sobre política argentina, otro de doctrina social… Es decir que iba leyendo y preparando las cosas. No porque fuese a escribir, no escribía de todo eso, pero sí tenía preparado el material y a mano, por las dudas.

 Eso le podía llevar años, como lo pueden ver en el libro que, para mí, es el principal del padre Meinvielle,De la Cábala al progresismo. Ahí se ve claramente que ha leído todos los libros de la cábala durante años. Incluso fue haciendo acopio de esos libros que en la Argentina son difíciles de encontrar. Por eso es que puede él llegar, (después de encontrarse con eso), a clasificar las distintas interpretaciones que se dan a la cábala teniendo en cuenta aquello que fue objeto de lectura durante años.

 También había, por ejemplo, pilas de libros de Teilhard de Chardin, Rahner, Maritain. Y por ejemplo de Rahner, haber leído una, dos, tres veces, sobre todo Espíritu en el mundo. Así pudo llegar a escribir que Rahner “no tiene un principio que resuma la esencia de su pensamiento. No se si es porque yo no lo supe encontrar o porque ciertamente él no lo tiene”. Es decir que hay un trabajo previo a la escritura, de pensamiento, elaboración propia, que hace que cuando llegue el momento en que concibe el libro, las partes que va a tener, lo concibe prácticamente completo.

 Era perseverante. Es muy interesante esto porque ahí, en ese trabajo perseverante de una, dos o tres horas por día es cuando se puede escribir un libro. El que nunca escribe, nunca va a publicar un libro. Y no lo va a publicar, no porque nunca escribe, sino porque no lo piensa. Está en otra cosa. Al respecto es bueno saber que el Papa Juan Pablo II, aún hoy, tiene dos horas a la mañana después del desayuno, donde él está en su estudio y nadie lo tiene que molestar, no atiende nada. Solamente se dedica a escribir. Y tiene otras dos horas a la tarde después de la siesta. O sea que escribe cuatro horas por día, y por eso produce lo que produce. Recuerdo también algo que habrán leído probablemente, en ese libro de Hugo Wast, Vocación de Escritor, en ese libro, hablando sobre todo del escritor de novelas, dice que todos los días hay que escribir tres carillas, y a fin de que cada año uno pueda tener mas de mil carillas. Ahí se puede revisar y sacar todo lo que es ripio y publicar un libro por año. Entonces algunos con sorna dirán que es un escritor prolífico.

 También era metódico en las cosas prácticas. No quería decir que el hecho de que estuviese trabajando temas importantes (como han sido prácticamente todos los temas de sus libros), lo alejase de otras actividades. No nos olvidemos por ejemplo de Conceptos Fundamentales de EconomíaConcepción Católica de la Política: son temas fundamentales para el ordenamiento social de los pueblos que hacen a la edificación de la cristiandad. Poseía una manera muy medida de actuar en toda otra serie de cosas. Había gente que le iba a pedir por muchos asuntos. Había un monseñorino que no le pasaba un peso al papá, pero éste iba a verlo al padre Meinvielle y él le daba dinero. Tenía que atender gente para que le consiguiese trabajo. Otro necesitaba una recomendación para tener una línea telefónica. Había otro que tenía problemas porque no podía conseguir remedios, otro y otro, él tenía un papel grande, una tira de papel y ahí anotaba toda esa serie de cosas que uno diría que un hombre que está ocupándose de cosas tan trascendentes no lo podría hacer, pero no, eso también lo hacía. Y cuando conseguía lo que tenía que conseguir y esa tarea ya estaba realizada, la tachaba. No pasaba con él lo que pasa con muchos de Uds. que uno le dice una cosa y “Uuyy, me olvidé”, “¡Tantas cosas tengo en la cabeza!” ¿Por qué no tenés una tira de papel? Anotás lo que tenés que hacer y cuando esa cosa está hecha la tachás. Si no lo tachaste, no lo hiciste, y lo tenés que hacer.

 Era metódico en el uso del tiempo. Era metódico por la economía que hacía del tiempo en muchas cosas. Está bien que él conoció la televisión en el año 55, ya había hecho su carrera, su vida, pero no tenía televisión ni miraba televisión. Sin embargo, él consiguió espacio de televisión por medio del Doctor Carlos Pérez Cómpanc, que a su vez lo consiguió por medio de Héctor García, por Canal 11 los domingos a la mañana y ahí fue que primero un domingo hablo Mons. Tortolo y después me tocó hablar a mí dos o tres domingos más. O sea que aunque no miraba nada de televisión se daba cuenta de la importancia que tiene la televisión para la evangelización de la gente.

 Leía los diarios. Estaba muy informado siempre. Leía dos. El de la mañana y el de la tarde (en aquel entonces La Razón). Muchas veces era La Quinta la que leía, otras era La Sexta. Había dos ediciones de La Razón (y con gran habilidad también porque ahí estaba el que se llamaba Gallego que era el que seleccionaba las noticias del cual se copiaban los demás diarios, después a la mañana siguiente, lo que el Gallego ponía en el diario vespertino). La lectura que hacía del diario era una lectura rapidísima. Yo lo he visto y no demoraba más de 3 a 5 minutos. Abría el diario, decía, “Mirá esto”, se reía, daba vueltas las páginas, leyendo los titulares y listo. Cuando había un artículo que le parecía importante lo leía. Pero en general con los títulos ya se conformaba porque ya sabía por donde iban las cosas.

 Lo mismo era con el uso del teléfono. Era casi cortante. “Si, ¿quién es?, ¿que querés?, vení” y listo. Yo nunca lo he visto hablar por teléfono mucho tiempo como se suele hacer habitualmente. En las conversaciones también era muy directo e iba directamente al meollo de las cosas que él quería hablar. Y, muchas veces, cuando nosotros éramos más jóvenes y preguntábamos, respondía directamente lo que uno preguntaba. Muchas veces me pasó, unas cuatro o cinco veces de hacer una pregunta y que él decía “eso habría que estudiarlo”, es decir, no tenía la respuesta precisa. Por ejemplo una vez, “Padre ¿por qué si uno forma a los jóvenes leyendo la Suma Teológica, la cabeza se le forma más rápido que si uno se pone con ellos a leer la Biblia? Pero la Biblia es palabra de Dios y la Suma no”. “Eso hay que estudiarlo”. Al volver a visitarlo al mes o dos meses, lo primero de todo, me sacó ese tema y me dió la respuesta.

 No perdía el tiempo. Tampoco en hablar de tonteras. Jamás yo lo oí hablar de tonteras, de pavadas, sino que iba a lo preciso. En ese entonces recuerdo a un joven que iba a ver al Padre. Iba y le gustaba hablar y cuando ya había terminado de hablar de la editorial, de la publicación del libro, de la reedición del libro, le decía: “Chau, que te vaya bien, se te hace tarde”. Lo estaba despidiendo.

 Una vez, me acuerdo, cuando subió Onganía al poder, lo fui a ver porque yo quería saber qué pensaba de Onganía. Onganía fue muy bien recibido por todo el mundo porque ya la situación era insostenible, y en general, salvo los más zurdos, fue muy bienvenida la toma de poder, era un general muy honroso, un hombre correcto. Iba yo a ver qué era lo que me decía el padre de él. Me acuerdo muy bien eso porque cuando llego, lo veo a él, tenía un ojo bizco, pero los ojos de color celeste, se parecían al color del cielo brillante, se ve que estaba en tensión, y yo le iba a preguntar. Antes de preguntar, él me dice “¿Qué me decís de Onganía? ¡El me preguntaba a mí! Entonces yo le digo “A mí me parece que es malo para el país”. “Tenés razón, ¿y por qué?”. “Y, porque Mejía está a favor”. “Si, es así, mirá…” y entonces me muestra un papel grande. Un empleado de Mario Hirsch, el que manejaba toda la cosa de Bunge y Born, es decirMolinos Río de la Plata, y tanta compañía, le había mandado desde Londres que Mario Hirsch había brindado con champagne la toma de poder realizada por Onganía. O sea que era un hombre que estaba respondiendo a otros intereses, como después, finalmente, se vio que fue otro de los grandes fracasos de Argentina.

 Sabía escuchar. En las conversaciones era así. Realmente escuchaba lo que uno le decía. Y uno podía ser joven y sin embargo le escuchaba, prestaba atención. No es uno de esos tipos soberbios que creen que lo saben todo y que no le dan bolilla a uno de menor edad; sino que sabía escuchar y preguntar. Y cuando alguien sabe preguntar, es porque sabe escuchar.

 Era metódico en la atención de los pobres. Era también una cosa graciosa porque había un escritorio, ese de doble lado, que tenía una tabla para poner la máquina de escribir. De ese lado, él a la mañana, antes de ponerse a escribir, la abría y ponía montoncitos de monedas. Y llegaban los pobres. Agarraban un montoncito, y él ni se levantaba. El pobre ya sabía, iba y sacaba, y él sabía porque ponía los montoncitos y sabía que era uno de los índices para saber la situación económica del país. “Esto es una barbaridad, dos veces por día tengo que poner los montoncitos”. Me acuerdo que una vez él había entrado a su habitación, y viene un pobre. Yo le doy un montoncito de monedas. El tipo inmóvil, ni se movió. Llegó Meinvielle y le dije “Le di un montoncito de monedas, pero no se movió”, “Este es un pobre de categoría, hay que darle un papelito”. Y ahí sí se iba… ¡un pobre de categoría!

 Todo así, era una cosa no de perder tiempo sino que daba a cada cosa el tiempo que correspondía. Una vez uno de los ex scouts de él, de La Salud, lo manijeó al P. Lojoya de que había una mujer, que nosotros le decíamos ‘la Colorada’, porque era pelirroja, que le estaba sacando plata al Padre y aparentemente no tenía necesidad. Y Lojoya fue a meter el dedo en el ventilador. Me acuerdo que temblaban los cuadros, Meinvielle estaba hecho una furia: “El estúpido de R… te dice eso, ¡yo voy a hacer el bien sin mirar a quién!” O sea, hay que hacer, siempre, el bien. Por supuesto, siguió ayudando a la Colorada aún con la posibilidad de que le estuviese mintiendo.

 Era metódico en el comer. A las doce comía. Solía hacerse él la comida. Eran uno de esos bifes finitos, uno. Se hacía la comida en una plancha eléctrica que tenía ahí donde tenía el comedorcito, en la ventana. Cortaba a la mitad. (A veces lo cortaba en tres partes). La mitad era para el pobre (o las dos terceras partes eran para dos pobres) y el resto era para él. Con alguna otra cosita, después cerraba la puerta y a dormir la siesta. La siesta era sagrada. Media hora. Y cenar a la noche porque las monjas cocinan mal. Una vez le escuché decir:  “Las monjas son las que tendrían que atender a los pobres y no que me los manden a mí. Ellas tienen la entrada del Santuario de San Cayetano de Liniers y me los mandan a mí.”

 Con las calumnias. Yo nunca lo escuché defenderse de calumnias o cosas así. No le importaban, directamente era como si le entraban por una oreja y le salían por la otra. Que alguien le decía esto y lo otro. No le importaba. Una vez habían publicado una especie de declaración, creo que de la DAIA o una cosa así, y yo recuerdo haber contado 33 mentiras. Entonces, “Padre, ¿cómo no responde a eso?”, “Las calumnias de los judíos me enaltecen”. No les llevaba el apunte. No perdía el tiempo, nosotros, en cambio sí, te llegan a decir una cosa y ¡uy! Perdés el tiempo tontamente, es un poco de viento. Solía contar el finado padre Ezcurra que al volver de Europa lo fue a visitar. Y justo cuando él lo estaba visitando, cae la Policía Federal para meterlo preso a Meinvielle porque había ocurrido una de las tantas revueltas que ocurrían. Resulta que la Policía Federal estaba buscando a un sacerdote de apellido francés, que era Grasset. Pero no falto el craneoteco que dijo “Meinvielle, es un apellido francés, tiene que ser él”. Y Meinvielle no estaba metido en la revuelta. El asunto es que los policías lo tenían que llevar preso, (a Meinvielle), “Esperen afuera porque ahora estoy ocupado, estoy atendiendo a este Padre que viene de Europa, así que ahora no me molesten”. Los que lo tenían que llevar preso se quedaron en la vereda. Estuvieron charlando de las cosas de Europa, “Vamos a tomar un té”, como acostumbraba hacer. “Bueno, algo más tenés que hablar”. “No”. “A ver, señor, lléveme preso ya”. En la Cárcel de Villa Devoto se hizo amigo de Cecilio Roth, que era hebreo, pero se hicieron amigos. Era político y le regaló un libro sobre Santo Tomás Moro. “Muy inteligente, hemos hablado mucho”; estaban en la misma celda.

 Bueno, ya se darán cuenta que de la misma manera pasaba con las visitas. No perdía mucho tiempo tampoco con las visitas. Tenía unas tías que tenían dinero y eran las que le daban el dinero hasta que se dieron cuenta que todo el dinero, él lo daba a los pobres. Eso cuando el era párroco en Versailles, en Nuestra Señora de la Salud. Entonces las tías, para que no diese el dinero a los pobres sino que lo gastase en él, empezaron por comprarle la ropa a él, y él lo que hacía era regalar la ropa. Entonces le abrieron una cuenta en la farmacia. El se hizo amigo del farmacéutico y entonces le escribía en un papel: “Dale a este cinco pesos”. Y el otro lo figuraba como si fuese un remedio. De la misma manera seguía haciendo limosna a los pobres.

 Con los ‘grupos de Suma’. Eran muy interesantes los grupos de Suma que él tenía. Yo he podido hacer algo, pero hace años que no hago nada de eso. Los grupos de Suma se reunían los sábados a la mañana, a veces a la tarde, o los domingos a la mañana o a la tarde según fuesen las posibilidades que tenían los jóvenes universitarios que querían conocer a Santo Tomás. No era tampoco una cosa en que se gastase mucho. Primero que lo conocía casi de memoria, lo que él hacía era hacer leer el texto de la Suma directamente y entonces, cuando era necesario, en lo que él pensaba que era conveniente explicaba, o sino le hacían preguntas y él respondía. Tuvo con los grupos de Suma como le llamaba él, alumnos insignes como fue el Doctor Carlos Alberto Sacheri, que murió mártir. Pero no solamente Sacheri sino que muchos jóvenes que han pasado por los cursos de Suma. Y, eran grupos que se armaban normalmente duraban un año, algunos dos años, otros más. Se sumaban algunos, se iban otros que ya tenían lo que querían. En eso era también una cosa interesante. Me acaba de decir el Dr. Guillermo Romero que estaban viendo la Suma, creo que la parte de predestinación, y les dice “Bueno, ven como Santo Tomás se ocupa de las cosas importantes, baja a la realidad misma, no se queda especulando, haciendo teoría. Por ejemplo, ¿qué diría ahora Santo Tomás del salario mínimo vital y móvil?” Entonces les enseñaba y aprovechaba para enseñarles temas de doctrina social de la Iglesia. O sea buscando de dar una formación integral. Esto de los grupos de Suma sería una cosa muy buena que hubiese alguno que lo hiciese, yo no conozco ninguno que lo haga. Sería una cosa muy buena que se pudiese tener. Claro, para eso ayuda estar en una ciudad universitaria, porque finalmente como saben, Santo Tomás es el que forma las cabezas.

 Otro punto. El se reunía los martes a la noche o tarde con lo que él llamaba “los políticos”. Los políticos no eran, como lo entendemos nosotros, sólo de este partido, fulano de tal, no. Era toda la gente que tenía inquietudes por cuestiones políticas. Iban quienes estaban en el ejército, en la marina, quienes eran periodistas, sindicalistas, estaban en partidos políticos, quienes tenían cargos ejecutivos en la municipalidad o en el gobierno o en otras Instituciones. Ahí había un intercambio de información, se comentaba una cosa, tal otra, y le llevaban ahí muchas veces (como me tocó presenciar) gente del interior del país. Me acuerdo una vez, el director de un canal de televisión de Rosario fue para hablar con Meinvielle. Después iban a cenar. Fue yendo a cenar en esa reunión de los políticos como la llamaba él, donde un coche lo atropelló en la Avenida 9 de Julio y fue lo que después le causó la muerte.

 Era metódico en las obras concretas. El fundó el Ateneo Popular de Versailles que llegó a tener 12.000 socios. En el cual se hacía la Asamblea y lo elegían siempre presidente por aclamación. Y él atendía el Ateneo. ¿Qué día?, todas las semanas el jueves. Los jueves a la mañana, después de escribir se tomaba el colectivo y se iba al Ateneo. Ahí tenía las reuniones con la Comisión Directiva, veía como andaban las cosas, ahí hablaba con las personas encargadas de mantenimiento, etc. Fue uno de los clubes de barrio primeros en tener pileta olímpica propia cubierta. Tenía el gimnasio (donde después se lo veló a él), uno de los primeros en tener piso flotante. Lo primero con que se había comenzado era con las canchas de pelota paleta y era un club comúnmente familiar. Era una obra social de enorme envergadura.

 Había pensado las cosas muy bien. El párroco podía realizar tareas apostólicas dentro del Ateneo, pero el Ateneo era una asociación civil. No dependía de la Curia porque él no quiso que dependiera de la Curia.

 Ser metódico le permitía estar ‘en la cresta de la ola’. Ya tuve oportunidad de decir la información que manejaba. Creo yo que, todo el conocimiento que él tenía acá, en Argentina, era siempre adelantado porque él leía información de Europa, especialmente de Francia, en la época en que el catolicismo francés era realmente una cosa fuerte. El tenía distintas revistas a las cuales estaba suscripto. Por ejemplo, cuando salió uno de los teólogos de la Muerte de Dios, Robinson, el leyó el libro de Robinson e hizo una conferencia refutando el libro. Acá todavía no se conocía y el ya estaba dando la conferencia. Se publicaba eso y entonces la gente bien pensante quedaba vacunada. El Papa saca una encíclica y él hacía una conferencia sobre cómo la Encíclica Ecclesiam suam dejaba de lado el progresismo.

 Ese ser metódico le daba tiempo para hacer muchas cosas y por eso jamás decía: “no puedo hacer esto, no puedo hacer aquello”;  ¡no! Él tenía tiempo para estar arriba de la ola, para  pensar, para ver qué era lo que tenía que hacer y por eso tenía tiempo para tener creatividad. Por eso es que fundó la USCA (la agrupación número uno era la de Versailles) y por eso fundó la Juventud Obrera Católica (la primera, la número uno en la Argentina, era la de Versailles) y tenía las cuatro ramas de la Acción Católica y tenía los Vicentinos y tenía… Y también tuvo por ejemplo el  Colegio de Estudios Universitarios, el Instituto de Filosofía Práctica… Tuvo una gran participación también en los Cursos de Cultura Católica; con mucho manejo con los profesores universitarios, incluso con gente que tenía otro pensamiento. Conocía perfectamente bien todo lo referido a Guenón y a los guenonistas y los refutaba. No se olviden que fue el primer y único sacerdote argentino que escribió un libro contra el Tercer Reich, contra Hitler. Un libro doctrinal que lo pueden leer todavía hoy.

 Era interesante ver a un hombre tan ocupado, tan multifacético que tuviera tanta alegría. Yo le escuché decir una vez al Padre Castellani delante de él en una conferencia en la que habría unas ochocientas personas: “El Padre Meinvielle es el párroco del país, no el obispo… el párroco que edifica a la Argentina con su alegría.”

 Era un hombre de gran corazón, por eso su preocupación realmente maternal por los pobres. Era un hombre de gran sencillez, humilde, lo cual no quería decir tonto. Como una vez en la que yo lo comparé con otro y me dijo: “Pero no seas tonto, no me vas a comparar con ese ¿no?” Claro, porque conocía los talentos que tenía.

 Era un hombre con energía, de carácter, como para haberse mantenido firme mas de cincuenta años sin ceder a las distintas y tan numerosas presiones que tuvo: campañas en contra y todo lo demás.

 Era un hombre que tenía una visión de las cosas. Sabía, por ejemplo, el nombre de todos los curas de Buenos Aires, en qué parroquia estaban, en cual habían estado…porque tenía una memoria de elefante. Yo suelo contar que me nombraron en aquel entonces teniente cura (lo que ahora es vicario) en Villa Ballester, entonces lo llamé por teléfono y me dijo: “¿qué teléfono tenés?”; se lo dije porque en ese momento estaba mirando el número; y cuando lo voy a visitar, llega Trelles y me dice: “¿qué teléfono tenés?”; y le digo: “mirá, no me acuerdo”; y ahí salió Meinvielle  y sin leer nada, sino que de memoria, le dijo mi teléfono. Era un hombre que tenía una memoria realmente prodigiosa.

 Y también, por último, creo yo, que ese saber darle el tiempo al tiempo y ocuparse de las cosas que se deben ocupar como corresponde, nos muestran a un hombre de gran generosidad, realmente olvidado de si mismo, enseñoreado por Jesucristo y su Madre María.

 (Marzo de 2003)