Enseña San Juan de Ávila, en un sermón de primera Misa,[1] respecto al sacerdocio de ley natural, que no hubo ninguna nación que no tuviese algún género de sacerdocio, y pone dos ejemplos: el de Melquisedec[2] y el de los sacerdotes egipcios.[3]
Pero, asimismo, afirma San Juan de Ávila otra cosa: siempre el sacerdocio fue exento de pagar tributo, como se puede apreciar en el caso de los egipcios: Y José les impuso por norma, vigente hasta la fecha respecto a todo el agro egipcio, dar el quinto al Faraón. Tan sólo el territorio de los sacerdotes no pasó a ser del Faraón (Gn 47, 26). Por eso dice el Santo: «No hubo gente, ni bárbara ni no bárbara, sin leyes ni con ellas que no hiciese exento de tributo al sacerdocio».[4] Por eso en el Antiguo Testamento se enseña: Yahveh dijo a Aarón: «Tú no tendrás heredad ninguna en su tierra; no habrá porción para ti entre ellos. Yo soy tu porción para ti entre ellos. Yo soy tu porción y tu heredad entre los israelitas. A los hijos de Leví, les doy en herencia todos los diezmos de Israel, a cambio de su servicio: del servicio que prestan en la Tienda del Encuentro… Es decreto perpetuo para vuestros descendientes: no tendrán heredad entre los israelitas, porque yo les doy en herencia a los levitas los diezmos que los israelitas reservan para Yahveh. Por eso les he dicho que no tendrán heredad entre los israelitas» (Nm 18, 20-24).
San Juan de Ávila tiene, todavía, una reflexión ulterior citando a San Vicente Ferrer: «Una de las más claras señales del día del juicio será cuando los sacerdotes fueren tributarios».[5]
¿Que significa ser tributario?
El sentido directo de ser tributario, según el Diccionario de la Real Academia, es: «Que paga tributo o está obligado a pagarlo». Y tributar es: «Entregar el vasallo al señor, en reconocimiento del señorío… cierta cantidad en dinero o en especie». Cuando el sacerdote es tributario se convierte en vasallo.
Sin embargo, pareciera que no se agota la connotación peyorativa, aplicada al sacerdote tributario, en este sólo sentido directo. ¿Por qué? Porque nada menos que el Único, Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo, pagó impuestos, hizo un milagro para hacerlo y lo hizo no sólo para sí mismo sino, también, para que su Vicario en la tierra lo pagara: Cuando entraron en Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los que cobraban el didracma y le dijeron: ¿No paga vuestro Maestro el didracma? Dice él: Sí. Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: ¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributos, de sus hijos o de los extraños? Al contestar él: De los extraños, Jesús le dijo: Por tanto, libres están los hijos. Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, agárralo, ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por tí. (Mt 17, 24-27).
Este hecho nos hace pensar que, además del sentido directo, existe un sentido figurado de ser sacerdote tributario. Es: «Ofrecer o manifestar veneración como prueba de agradecimiento o veneración». A mi modo de ver, en este caso, el sacerdote tributario es el que se subordina, -indebidamente-, a los poderes temporales, a las modas culturales, al espíritu del mundo, como si fuesen el fin último en lugar de Dios.
Las Iglesias nacidas del llamado cisma de Oriente, más allá de algunos casos de martirio y santidad heroicos, se han sometido indebidamente a los poderosos de turno, como lo hizo gran parte de la ortodoxia rusa en los setenta años de comunismo.
Con el cisma de Occidente nacen las llamadas Iglesias nacionales. De hecho el Luteranismo se considera la Iglesia de Alemania, el Calvinismo la Iglesia de Suiza y el Anglicanismo de Enrique VIII, la Iglesia del Reino Unido. De hecho, por ejemplo, cuando Lutero tuvo un intento de reconciliación con el Papa, los Príncipes alemanes, que se habían favorecido con los bienes de la Iglesia católica, se lo impidieron.
Se han dado históricamente otras formas parecidas, la llamada Iglesia patriótica en China o las llamadas Iglesias populares que el progresismo intentó instaurar en Hispanoamérica.
Otra forma de sacerdocio tributario es el formado por aquellos que, sin desgajarse visiblemente, católico con el alma y el corazón, están de acuerdo con la ideología de turno. Como ocurrió (y ocurre) con el libre examen protestante.
Cuando el liberalismo agnóstico, muchos clérigos, incluso obispos, cantaron con gusto la marsellesa. Incluso hoy día hay quienes pretenden justificar el mismo capitalismo salvaje.
También hubo (y hay) quienes son cómplices del comunismo y del ateísmo, tanto en línea materialista cuanto en línea existencialista. Baste pensar en Camilo Torres, en Leonardo Boff, en Fray Beto, en Puijané…
En fin, el progresismo, de cepa liberal y de cepa marxista, por ser por esencia genuflexo al mundo, salvo excepción, sólo produce sacerdotes tributarios.
El sacerdote es un hombre de dos reinos: Es ciudadano del Reino de Dios y es ciudadano del reino de la tierra. Cuando el sacerdote deviene tributario, se vuelve traidor por partida doble: traiciona al Reino de los Cielos y traiciona al reino de la tierra, porque no le da a esta lo que esta le reclama, que es la verdad y la libertad que sólo vienen del Reino de Dios.
¿Cuál es el antídoto? Estoy convencido de que sólo el claro reconocimiento del primado de Pedro, o sea, de su poder supratemporal por encima del poder de las naciones políticas, puede defender eficazmente al sacerdote para que no se vuelva tributario. Justamente porque, ontológica y prácticamente, el Romano Pontífice es libre frente a todas las potestades humanas. Aquel sacerdote que sea dócil a Pedro, nunca será sacerdote tributario. El único antídoto eficaz para no ser tributario, es vivir «cum Petro et sub Petro»,[6] porque es el único al que Jesucristo prometiera que en él nunca se apagaría la luz de la verdad eterna ni le faltaría jamás la gracia de la libertad interior, según aquello del mismo Jesús: Si permanecéis en mis palabras, seréis en verdad discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Jn 8, 31-32).
El sacerdote no debe ser tributario por razón de su investidura y de su ministerio. Debe transmitir la verdad de Dios, aun a costa de su sangre. Debe trasmitir la santidad de Dios aceptando ser un signo de contradicción. Debe trasmitir la voluntad de Dios hasta dar la vida por las ovejas.
Por eso hemos puesto en nuestras Constituciones: «Queremos formar almas sacerdotales y de sacerdotes que no sean “tributarios”» (208). Por eso nadie debe asombrarse de las momentáneas tribulaciones que debamos pasar. Como dice San Pedro: no os sorprendáis, como de un suceso extraordinario, del incendio que se ha producido entre vosotros, que es para vuestra prueba (1Pe 4, 12). Quienes ya han claudicado ante el Anticristo, nunca nos perdonarán el que formemos sacerdotes no tributarios. No hay malentendidos. No es que les moleste el que hagamos deportes o escuchemos música: hay quienes odian la libertad que nos da la verdad y por eso, como dice San Pablo, espían la libertad que tenemos en Cristo Jesús (Ga 2, 4). Por razón de nuestro cuarto voto, en la enemistad creada por Dios estamos de parte del linaje de la mujer: Pondré enemistad entre ti y la mujer. Y entre tu linaje y el suyo. Este te aplastará la cabeza… (Gn 3, 15).
El sacerdote tributario es un ser aberrante que ha dejado de ser sal y ha dejado de ser luz, y como la sal desvirtuada: Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y ser pisoteada por los hombres.[7]
Los sacerdotes tributarios sólo sirven como clara señal del día del juicio. Debemos rezar siempre por todos los sacerdotes para que nunca seamos tributarios. Nos lo conceda la Virgen.
[1] Obras completas (Madrid 1970) 230.
[2] Cfr. Gn 14, 18.
[3] Cfr. Gn 47, 26.
[4] Obras completas (Madrid 1970) 230.
[5] Cfr. Opusculum de fine mundi.
[6] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia «Ad Gentes», 38.
[7] Cfr. Mt 5, 13.