Sacerdotes

Jesucristo sigue actuando mediante los sacerdotes

Jesucristo «sentado a la diestra del Padre, no está ausente la congregación de sus pontífices, sino que, principalmente a través de su servicio eximio, predica la palabra de Dios a todas las gentes y administra continuamente los sacramentos de la fe a los creyentes, y por medio de su oficio paternal (cfr. 1Co 4, 15) va congregando nuevos miembros a su Cuerpo con regeneración sobrenatural

; finalmente, por medio de su sabiduría y prudencia dirige y ordena al Pueblo del Nuevo Testamento en su peregrinar hacia la eterna felicidad».[1] Estas acciones brotan de un todo único, sacramental, sacerdotal y jerárquico, dentro del cual están destinadas a desarrollarse en comunión de caridad eclesial.

1. En primer lugar, Jesucristo «predica la palabra a todas las gentes»[2]

Jesucristo actúa mediante los sacerdotes predicando la divina Palabra. La predicación del Sacerdote prolonga la predicación evangélica de Cristo. «La Iglesia escucha la Palabra en toda su integridad y es fiel al entregarla a los hombres en cada circunstancia concreta. También el sacerdote debe dar con fidelidad la Palabra divina que él ha recibido y asimilado previamente. No se trata de una ideología o de una opinión personal, sino de la Palabra revelada por Dios, predicada por la Iglesia, celebrada en la liturgia, asimilada en la contemplación, vivida por los santos, profundizada por los doctores» y que debe ser transmitida por el sacerdote «de forma que penetre a fondo en la inteligencia y en el corazón de vuestros creyentes, y que se encarne en toda cultura y situación humana, personal y social».[3]

2. En segundo lugar, Jesucristo «administra continuamente los sacramentos de la fe a los creyentes»

«Por medio de su oficio paternal (Cfr. 1Cor. 4, 15), va congregando nuevos miembros a su cuerpo».[4] Todos los sacramentos son administrados en nombre de Cristo. De modo particular la paternidad espiritual, significada y actuada en el sacramento del Bautismo, está vinculada a la regeneración que viene de Cristo. Los sacerdotes son «ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1Cor 4, 1). Y por esto para distribuirlos en nombre de Cristo, los sacerdotes deben estar estrechamente unidos y firmemente pedir a nuestro Señor; que no ha dudado de confiarles a ellos, como a los Apóstoles, una misión decisiva para la vida de la Iglesia en todos los tiempos: la santificación del pueblo de Dios.

3. En tercer lugar, Jesucristo «por medio de su Sabiduría y Prudencia dirige y ordena…»

El Señor cuando actúa por medio de sus sacerdotes no quita los límites y las imperfecciones de su condición humana, tal como se manifiesta en su temperamento, su carácter, su comportamiento y su dependencia a fuerzas históricas de cultura y de vida. Ejemplo de esto lo tenemos en los Apóstoles: hombres que sin duda tenían sus defectos.

Durante la vida pública de Jesús, disputaban por conseguir el primer lugar y sin embargo todos abandonaron a su maestro cuando fue arrestado; de Pablo mismo sabemos que no tenía un carácter fácil y que se produjo un gran enfrentamiento entre él y Bernabé (He 15, 39).

Jesucristo conocía la imperfección de aquellos a quienes había elegido y mantuvo su elección incluso cuando la imperfección se manifestaba en formas graves. Jesús quiso actuar por medio de hombres imperfectos y en ciertos momentos tal vez censurables, porque por encima de sus debilidades debía triunfar la fuerza de la gracia, concedida por el Espíritu Santo.


[1] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 21.

[2] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 21.

[3] Juan Pablo II, «Mensaje a los seminaristas de España» (8 de noviembre de 1982).

[4] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 21.