La barca de Pedro
En este hermosísimo relicario que es la Basílica de San Pedro en el Vaticano hay muchos motivos alegóricos que hacen referencia directa a San Pedro, por ejemplo, las llaves, la cátedra, el gallo, la tiara, la cruz hierofante o cruz papal o cruz triple[1], el pastor, la barca.
Trataremos de este último símbolo de San Pedro.
- La barca.
La barca apunta a que pensemos en la «navegación de la vida» que llega al puerto del más allá, según el pensamiento antiguo de egipcios, griegos, etruscos y romanos, correspondiendo la última parte del trayecto a la barca del Caronte (cf. Eneida 6, 298ss.), como se puede ver en el «Juicio Final» de Miguel Ángel.
En la Biblia la barca por excelencia es el Arca de Noé que salva del diluvio. En los Evangelios la barca de San Pedro desempeña un rol muy importante:
-Desde la barca Jesús enseña a la compacta muchedumbre (Mc 4, 1);
-Se relaciona con la primera pesca milagrosa «Mar adentro», o sea, donde están las aguas profundas (Lc 5, 1-11);
-También con la segunda pesca milagrosa (Jn 21, 1-14);
-Asimismo con la tempestad calmada (Mt 8, 18.23-27; Mc 4, 35-40; Lc 8, 22-25); etc.
- La «Navicella»
Finalmente la barca es figura de la Iglesia y San Pedro es su timonel. El famoso mosaico de la Navicella (Mt 14, 22-34; Mc 6, 45-52; Jn 6, 14-21) es una reconstrucción de un original del Giotto (1300 aprox.) que se encuentra en el atrio de la Basílica. Entrando por la puerta central casi llegando a la pared de frente, hay que girar 180º y arriba de la puerta central nos encontramos con el formidable mosaico. Representa la nave de la Iglesia en plena tempestad. Estuvo colocado en distintos lugares de la Basílica Constantiniana. El 19 de diciembre de 1675 fue descubierto –aunque no estaba terminado – en ese lugar del atrio de la Basílica actual. El traslado fue realizado por Bernini. Ya en 1638 Pompilio Totti explica que la nave era «símbolo misterioso de la Iglesia continuamente, desde el inicio de nuestra fe, combatida y nunca jamás frenada». Muestra, plásticamente, el divino apoyo a la Iglesia; es una metáfora de la Iglesia salvada por Cristo, que es coherente con la doctrina del primado papal; evidencia el primado de Pedro; es el primer acto de una recualificación del Vaticano como sede del papado (en el medioevo el Papa residía en el Laterano)[2]; etc.
Fue encargada la obra al Giotto por el Cardenal Jacopo Stefaneschi, del título de San Jorge in Velabro, quien está representado a la derecha y abajo del mosaico. A la izquierda y también abajo un pescador con su caña sacando uno de los tres peces que aparecen en el agua del Mar de Galilea (o Lago de Genesaret o Lago de Tiberíades) con una tinaja al lado. Las figuras centrales, hacia la derecha del mosaico, son la icónica frontalidad de Jesucristo, con aureola crucífera, de cuerpo entero parado sobre el agua, y San Pedro que comienza a hundirse y es tomado de la mano izquierda por la mano derecha del Señor, que tiene en la izquierda como un pergamino. A las espaldas de San Pedro está la barca, con borda cosmatesca[3], con 11 apóstoles. Probablemente, ya que San Pedro ha descendido de la barca, San Pablo (o San Andrés, o San Bartolomé)[4] aferra con las dos manos el timón. La barca tiene el mástil pintado en azul y oro en dos franjas helicoidales en subida y vela cuadrada. Dos personificaciones del viento, por encima de la barca, a derecha e izquierda y cuatro profetas o evangelistas en lo alto, dos a izquierda y dos a derecha. La emotividad en los rostros de los Apóstoles muestra miedo, estupor, asombro, contra la apatía del timonel y el éxtasis divino de Jesucristo. O sea, una joya, síntesis de variedad y unidad.
Sin ninguna duda, estamos frente a una obra grandiosa.
Muchas reproducciones se conocen de esta obra:
- En las grutas vaticanas por el corredor que circunda la confesión, comenzando por la izquierda, en la tercera capilla llamada de la Señora de las Parturientas, hacia la mitad de la capilla, a la izquierda al inicio de la bóveda, hay una Navicella de Juan Bautista Ricci (y hay allí dos Ángeles fragmentos de la obra original del Giotto).
- Dentro de la pilastra de San Andrés (la del SE) en el Octógono de la «Buggia» hay una pintura de Francisco Beretta (1628) réplica exacta del original del Giotto, realizada a pedido de Urbano VIII.
- Un fresco en la Iglesia de San Pedro en Estraburgo (1320).
- Otro fresco en Santa María Novella en la Capilla de los Españoles (1655-57).
- Un diseño en el Metropolitan Museum de New York.
6 y 7. Incisiones de Nicolás Beatrizet (1559) y Mauro Labaco (1567).
- Dos diseños en acuarela en dos códices de Jacopo Grimaldi, etc.
- La ‘Navicella’ narra tres milagros.
De hecho se representan tres milagros:
Un primer milagro[5]: Jesús camina sobre las aguas. Largas horas habían pasado desde la partida, ya que se hallaban ahora en «la cuarta parte de la noche», lo cual equivale al intervalo comprendido entre las tres y las seis de la mañana[6]. Empero, según una observación propia de san Juan, la barca no había hecho más que 25 o 30 estadios[7], es decir, cinco o seis kilómetros, cuando con buen tiempo se puede atravesar el lago en toda su extensión (once kilómetros) en dos o tres horas solamente.
De pronto, un fenómeno extraordinario atrajo la atención de los apóstoles causándoles gran espanto. Una forma humana avanzaba majestuosamente sobre las olas y se aproximaba con rapidez a la barca. Todas las miradas se clavaron enseguida sobre ella («vieron venir», dice san Juan), pues era imposible dejar de observarla. Primeramente se imaginaron que era un fantasma, y quedaron de tal modo impresionados que comenzaron a gritar angustiados. Esta suposición de los apóstoles no tiene nada de extraño para quien se halle al corriente de las creencias supersticiosas de los antiguos, y muy especialmente de los judíos[8]: sobre todo habían oído ellos hablar de los espectros malignos que, según la literatura rabínica, llenaban la tierra, los aires y los mares, y se creyeron perdidos. Este rasgo demuestra cuán poco esperaban ser salvados por su Maestro de manera milagrosa; si su imaginación estaba sobreexcitada, no lo estaba seguramente en esa dirección.
Jesús, pues era Él, se dio pronto a conocer y los calmó con estas palabras: «¡Ánimo, soy Yo, no temáis!». Él manifestaba así, por esta marcha sobre las olas embravecidas, su poder sobre el más indomable de los elementos.
Un segundo milagro: Pedro camina sobre las aguas. Éste milagro es asociado al primero, en el relato de san Mateo, 14,28-31: me refiero a la marcha de san Pedro sobre las aguas del lago en plena tempestad[9]. No bien Jesús se hizo reconocer por sus apóstoles, Pedro, siempre ardiente y entusiasta, le hizo esta pregunta: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas». Él no dudaba, en efecto, de que Nuestro Señor no fuese lo bastante poderoso como para concederle tal favor permitiéndole así reunirse más prontamente al Maestro bienamado.
«¡Ven!», respondió brevemente Jesús; y el apóstol, saltando de la barca, se puso a caminar, el también, sobre las aguas. Pero muy pronto, cuando se vio en medio de las olas agitadas violentamente, su ánimo desfalleció, y sintió que se hundía poco a poco bajo las aguas, siendo inútil en semejante caso su habilidad de nadador. Una nueva oración, diferente de la primera, pero muy en relación con su naturaleza impresionable, que pasaba fácilmente de un extremo al otro, se escapo de sus labios: «Señor, sálvame». Jesús, entonces, extendiendo la mano, le asió y le llevó a la barca, no sin darle la merecida lección: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». No era la violencia del viento, sino el apagamiento momentáneo de la fe que le había hecho hundirse.
Un tercer milagro: Cesa el viento. Éste milagro sigue a los dos precedentes. Cuando Jesús y sus discípulos subieron a la barca, el viento cesó de repente, calmado por la voluntad del Salvador, de suerte que la tempestad se calmó inmediatamente como en el episodio análogo (Cfr. Mt 8,26). Pues es en verdad un nuevo milagro lo que quiere señalar san Mateo cuando dice, concluyendo su narración: «Y luego que subieron a la barca, calmó el viento»[10][…]
Luego de haber mencionado la cesación inmediata de la tempestad, san Marcos hace esta comprobación: Se quedaron en extremo estupefactos[11]. ¿Cómo explicar semejante extrañeza (podríamos decir: tal estupor) por parte de hombres que habían visto otras veces a su Maestro cumplir ante ellos tantos milagros? Al responder a esta pregunta, san Marcos nos abre un horizonte muy instructivo acerca del estado mental del cuerpo apostólico, en esta época del ministerio de Jesús: «Es que no habían entendido el milagro de los panes, porque su corazón estaba ofuscado»[12]. Sin duda que su fe se había acrecentado durante el tiempo que estuvieron cerca de Él, pero aún les quedaba mucho camino por recorrer. El milagro que ahora estudiamos contribuyó en parte a fortificarla, pues, por su misma esencia, los deslumbró más todavía que el de la multiplicación de los panes, del que habían sido testigos algunas horas antes, llevándolos a comprender mejor la naturaleza superior de Jesús. Tal es lo que hace notar expresamente san Mateo por la reflexión con que termina su relato: «Más los que estaban dentro de la barca se prosternaron ante Él y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres tú el Hijo de Dios»[13]. Este gesto y estas palabras tienen gran alcance, pues muestran que en ese instante los apóstoles tenían por lo menos alguna idea de la naturaleza sobrehumana y del carácter divino del Salvador.
- Finalidad y simbolismo de estos milagros[14].
1º) En la intención de Nuestro Señor, su fin especial surge por entero de una palabra dirigida por el taumaturgo a sus discípulos y de la reflexión que estos últimos cambiaron entre sí. «¿De que teméis? «Cómo no tenéis fe todavía?», les preguntó Jesús (según la redacción de san Marcos). Y se decían unos a otros: «¿Quién será Éste que así da ordenes a los vientos y al mar, y le obedecen?» (San Lucas). A pesar de tantos otros milagros cumplidos ante sus ojos, los apóstoles no tenían todavía una fe bastante firme en su Maestro; este milagro, de particular grandeza, debía contribuir a fortificarla. En efecto, Jesús no podía casi proporcionarles una prueba más evidente de su misión divina y de su naturaleza superior, ya que «la voluntad humana es incapaz de mandar (eficazmente) al mar y a las olas»[15].
2º) Aquí no haremos otra cosa que indicar el emocionante símbolo que los antiguos autores han justamente encontrado en este milagro, en el que ven una bella alegoría de la historia de la Iglesia. Como dice Tertuliano[16], nosotros tenemos aquí «la figura de la Iglesia», que esta agitada en el mar, es decir, en el mundo, por las olas, vale decir, por las persecuciones y las tentaciones, mientras que el Señor en cierto modo duerme…, hasta que al fin, despertado por las oraciones de los santos, aplaca al mundo y da la tranquilidad a los suyos.
Y tiene a San Pedro como su garante. Las más grandes tempestades seguirán azotando con desesperación y rabia la barca de San Pedro pero el timonel, ataráctico, imperturbable, con la ayuda de Jesucristo impedirá su hundimiento. Esta es nuestra fe, expresada magníficamente en la Navicella.
Y Jesús tiene a Pedro como su socio principal.
Y María nos protege a todos.
[1] Es una figura geométrica formada por un asta vertical y tres barras que cruzan el asta en un ángulo de 90°, decreciendo estas barras en tamaño conforme se aproximan a la extremidad superior. El nombre «hierofante» proviene del griego «ίεροφαντης», significando «lo que manifiesta la sacralidad». La palabra proviene de la unión de dos vocablos griegos: «ίερος» (sagrado, santo) y «φανειν» (mostrar, manifestar, hacer visible, hacer brillar). Las tres barras horizontales, como las tres coronas de la tiara, representan las tres funciones del Papa como sucesor de Pedro: sacerdote, profeta y rey. En algunas ceremonias, como en la apertura de la Puerta Santa, los papas hacen uso del hierofante, como cruz procesional con tres barras. Cf. Koch Rudolf, The Book of Signs (New York 2003).
[2] Antonio Pinelli, La Basilica di San Pietro in Vaticano, V. III, (Modena 2000) 505.
[3] El estilo cosmatesco o cosmati es un modo de ornamentación típico del período románico italiano, especialmente en Roma y sus alrededores. El nombre deriva del apellido Cosmati, una de las familias de artesanos del mármol.
[4] Idem. nota 2, 506.
[5] Seguimos a L.-Cl. Fillion, Los milagros de Jesucristo (Barcelona 2005) 218-221.
[6] En efecto, los judíos dividían entonces la noche en cuatro «vigilias» compuestas de tres horas cada una. La primera comenzaba a las seis de la tarde.
[7] El estadio era, entre los griegos, una medida de longitud que correspondía a 185 metros.
[8] Véanse H.F. Weber, System der altsynagogalen palästinischen Theologie (Leipzig 1880) 242-250; *A. Edersheim: The Life and Times of Jesus the Messiah (Londres 1883) t. II, pp. 759-763; *W. Bousset: *Die Religion des Judentums in neutestamentlichen Zeitalter (Berlin 21906) pp. 387-394.
[9] A primera vista, parece sorprendente que san Marcos, que expone «el evangelio de Pedro», haya omitido un incidente tan glorioso para el príncipe de los apóstoles. Pero pasa en silencio varios otros hechos muy honrosos para él, precisamente, sin duda, como los Padres ya lo habían pensado, porque el mismo Pedro suprimía este género de hechos en su predicación, por un sentimiento de profunda humildad. Véase Evangile selon saint Marc, Introduction et commentaires (Paris 1879) 12.
[10] Cf. Mt 6,51.
[11] Mc 6,51.
[12] Mc 6,52. Cf. 8,14-21, y Mt 16,5-12.
[13] Mt 14,33.
[14] Seguimos a L.-Cl. Fillion, Los milagros de Jesucristo (Barcelona 2005) 215-216.
[15] De bapt., 12: PL 1,1204.
[16] Esta imagen es desarrollada más extensamente por el autor del Opus imperfectum. in Matth., Hom. XXIII, cap. 8: PG 56, 755-756.