Sermón predicado en la Parroquia “Nuestra Señora del Huerto”
el 15 de Septiembre. Nuestra Señora de los Dolores
La Pintana – Santiago de Chile
Hoy día celebramos la Fiesta de Nuestra Señora la Virgen Dolorosa. La Virgen que estuvo al pie de la Cruz.
En el Evangelio que acabamos de leer se nos describe esa situación. Única en la historia del mundo: la Cruz, Jesús colgado en ella. “Al pie de la Cruz, de pie, estaban varias mujeres”. El texto es interesante de estudiar en su original griego porque insinúa muchas más cosas.
¿Cuáles eran esas mujeres? En primer lugar “La madre de Jesús”, la Santísima Virgen María, “las hermanas de su madre” la hermana de su madre que según algunos exegetas la hermana de la Virgen era María Salomé. La mamá de Santiago el Mayor y San Juan Evangelista que eran, a la razón, primos hermanos de Jesús.
Y además hay otras mujeres: “María, mujer de Cleofás”. Esta maría, probablemente, era hermana de San José. Por tanto, también al igual que María Salomé, eran tías de Nuestro Señor Jesucristo.
Y además estaba la pecadora “María Magdalena”. Realmente que fuerza tiene solo el insinuar la presencia femenina al pie de la Cruz de Jesús. Para toda la historia de la Iglesia, para todos los tiempos.
La madre de los hijos de Zebedeo, la madre de Cleofás, que probablemente sea madre del Alfeo, el Santiago el Menor, también primo de Jesús, y María Magdalena.
La Virgen; que es la Inocencia misma, la Inmaculada, la que ni siquiera tuvo pecado original en previsión a los méritos que iba a ganar justamente su Hijo ahí en la Cruz. La pecadora, aquella que a pesar de sus pecados, a pesar de haber expulsado de sí, Jesús, siete demonios, sin embargo por la penitencia merece estar en pie de igualdad al pie de la Cruz junto con la Inocencia. Mostrándonos así, Nuestro Señor, como por esos misterios de su misericordia infinita, tanto aquel que nunca en su vida haya cometido mortal pecado como aquel otro que haya caído muchísimas veces pero hace penitencia de los mismos, puede encontrarse, no solo en camino al Cielo, sino en pie de igualdad con el que ha sido inocente toda su vida.
Por tanto, observamos aquí en este relato, es apenas un versículo de la Sagrada Escritura, enseñanzas de honduras muy profundas que deberían hacernos reflexionar de una manera del todo particular. Ciertamente que nos quedamos, y por razón particular de que este es el día de su Fiesta, con el dolor de la Santísima Virgen. Nunca ha habido en la historia de la humanidad un amor tan puro como el de la Virgen y nunca ha habido en la historia de la humanidad un amor tan puro como el de Jesús. Esos dos amores se entrecruzan haciendo una especie de contrapunto de corazones donde hay efluvio de amor del Corazón de Jesús al Corazón de la Virgen y el Corazón de la Virgen al Corazón de Jesús.
¡Cómo la Virgen recordaría en esos momentos todos los momentos importantes de la vida de Jesús!
¡Cómo lo vería así colgado en la Cruz, el rostro escupido, mechones de cabello y de barba arrancados, coronado de espinas, con hematomas por las bofetadas que recibió, todo el cuerpo llagado por los azotes que recibió en lugar nuestro porque era necesario para nuestra salvación!
Y cómo al verlo así deshecho, sanguinolento, cómo tiene que haber hecho que el corazón de la Madre se apretase de dolor con el corazón de su Hijo.
Sin embargo la Madre no habla, no interviene, no quiere entorpecer lo que allí está sucediendo que es la obra más grande que ha existido en el mundo después de la creación de él. Está muriendo en la cruz su Hijo que es el Hijo de Dios, y está muriendo por la obra que es la más grande que existe, que es la obra de la salvación de los hombres.
Jesús percibe, evidentemente, todo eso con esa delicadeza que solamente Él tiene y lo percibe de tal manera que Él la ve a su Madre. “Al ver a la Madre”. Al verla, “Al ver a la Madre y cerca de ella al discípulo a quién Él amaba, Jesús le dijo… ”. Ahí Jesús no solamente se va a acordar de la Madre sino sobre todo se va a acordar de nosotros porque nos va a encomendar a todos nosotros a su Madre como hijos de ella.
“Jesús le dijo: Mujer ahí tienes a tu hijo”. En la persona de Juan está representada toda la humanidad. Todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, de todas las razas, de todas las culturas, de todas las lenguas, de todas las geografías. Todos los hombres. ¡Todos! Así como Él moría por todos en la Cruz, así la Madre iba a ser Madre de todos.
“Mujer”. No le dijo Madre sino le da un título más señorial aún. Título que expresa, por así decirlo, mayor autoridad. “Mujer ahí tienes a tu hijo”.
“Y luego le dice al discípulo”. Juan. Que también estaba. Era el único que estaba, al pie de la Cruz, de los apóstoles. Si, estaban las mujeres, unas cuantas. ¿Pero los hombres? ¡Los hombres…! Era un muchachito, tendría entre 15 y 17 años en ese momento. Por eso está.
“Luego le dice al discípulo: Aquí tienes a tu Madre”. Por eso nosotros en este día recordando el misterio que nos supera de la Madre, de pie, junto a los pies del Señor. Debemos recordar que en ese momento tan solemne, Jesús, en medio de sus dolores, acerbísimos, en medio de su agonía, sin embargo, se acordó de mí. Porque Cristo no hace como los hombres hoy día, los políticos que toman todo el globo, abarcan, con tal de tomar más votos mezclan todo. Y es como si se dirigiesen a la nada.
Jesús se dirige a cada hombre y a cada mujer en particular, en singular, en concreto, conociéndolo por nombre y apellido.
Y en este día se nos vuelve a recordar este misterio que un día, nosotros, de manera personal, con nombre y apellido, en concreto, hemos sido encomendados a la Santísima Virgen como Madre nuestra espiritual sobrenatural.
Y termina el Evangelio diciendo: “Y desde aquella hora el discípulo la recibió como cosa suya”. La recibió en su casa.
Lo cual indica también, de manera indirecta, que no había otros hermanos, como indican algunos sectarios que porque leen “hermanos” creen que es hermano como hoy día son los hermanos. No se dan cuenta que en aquella época decir hermano era el primo hermano, eran los familiares más cercanos. No existe en hebreo la palabra “primo”. Eso es una cosa de Perogrullo. San Pedro le predica el día de Pentecostés a más de tres mil hermanos! No quiere decir que la madre de San pedro era una súper coneja. No se dan cuenta. Nos quieren correr con la vaina tontamente, de manera acientífica, de manera irracional y nos quieren poner dudas en cosas que no tienen asidero, porque bíblicamente, científicamente, exegéticamente no tienen ningún asidero.
En este día, entonces, tan especial, también acá van a ocurrir algunas cosas que menciono así rápidamente de menor a mayor.
Dos hermanos nuestros recibirán la santa sotana que es el hábito de nuestra Congregación. Mostrando así que siempre llevan con santo orgullo ese signo distintivo que tanto bien hace, que tanto aman nuestros pueblos porque nuestros pueblos quieren que el sacerdote se distinga. Así como se distingue el médico llevando su casaca, así como se distingue el carabinero llevando su uniforme o el soldado o el ascensorista. Sino uno no sabe quién es quién. ¿Quién es? De manera especial e incluso más profunda, también el sacerdote debe distinguirse por la manera de vestir, de manera particular en la celebración eucarística.
En segundo lugar, otro grupo de hermanos renovarán justamente el voto de esclavitud mariano. Es decir ese voto que se hace, voto de esclavitud de amor a la Madre del Cielo a quien en este día fuimos encomendados como hijos.
Y en tercer lugar, mucho más importante, uno de nuestros hermanos, justamente el mexicano, va a hacer los votos perpetuos. Esos votos perpetuos que significan una atadura más fuerte a Dios. Que significan un compromiso más total, son votos públicos. Son votos que se hacen votos perpetuos, votos a perpetuidad. Es decir para siempre. El voto tiene una función muy simple, muy profunda. Es fortalecer nuestra palabra con un compromiso solemne. Por así decirlo es como cuando hacemos un nudo en una soga y después mojamos la soga: ese nudo se hace más indisoluble. Así es el voto. Es un nudo indisoluble. Un compromiso irrestricto para vivir la castidad, la pobreza y la obediencia a ejemplo de Jesús que fue primero casto, fue primero pobre, fue primero obediente.
Es para nosotros un honor. Y Dios en su Providencia ha querido que fuese aquí es este pueblo hermano de Chile en que este joven que viene del Norte, viene del lugar donde quiso aparecerse Nuestra Señora de Guadalupe de una manera del todo particular hace más de cuatrocientos años a Juan Diego al que no le creían. El Arzobispo Zumárraga no le creía que se le había aparecido la Señora y “Necesito un signo” dijo Zumárraga.
Y el indiecito no quería pasar por el Tepeyac, pasó por el otro lado. Era indiecito, son humildes, son muy sencillos, les molesta cualquier cosa. Más tener que ir de vuelta. Entonces pasó por otro lado y la Virgen: “Juan, Juancito, hijito mío. Ven, no temas. Te daré la señal para que se la lleves al Arzobispo”
Y la señal ¿cuál fue? Fue una cosa hermosa: fueron rosas de Castilla. En el mes de Diciembre, imagínense el frío que hace en México, está en el hemisferio Norte. No hay rosas, no pueden haber rosas. Y, sin embargo, en la cima del Tepeyac, habían hermosas rosas de Castilla.
Y la Virgen le ayudó al indiecito a que en su telma, esa especie de poncho, hecho de yute –un material que no dura más de 25, 30 años- ahí pusiese las rosas de Castilla. La Virgen le ayudó a recogerlas para que las llevase al Arzobispo, a Zumárraga.
Y llega el indiecito con el ponchito agarradito así, cuidando las rosas, que nadie se las fuera a sacar, era la prueba. Y ya estaban los empleados del Obispado que siempre meten las narices por todos lados, nadie les pide que se metan, pero ellos se meten porque quieren subir de la estima del superior.
_ ¿¡Qué llevas ahí?!
_ No, eso no. Quiero hablar con el Obispo.
_ ¿Y ahí qué tenés?
_ Tengo que hablar con el Señor Obispo.
_ ¿Pero qué tenés ahí?
_ A él se lo voy a decir.
Entonces lo hacen pasar, pero rápidamente para sacárselo de encima. Y cuando llega delante del arzobispo, deja caer su ayate, su ponchito. Caen las rosas, asombrado el Arzobispo de que en esa época del año hubieran rosas. Se acuerda perfectamente de que le había pedido una señal y es ahí, en ese momento, cuando ocurre la impresión del ayate de Dieguito: queda estampada la imagen meztiza de Nuestra Señora de Guadalupe. Es la que vemos hoy día todavía cuando tenemos la posibilidad de peregrinar allá.
Y con toda una serie de signos que los indios entendían perfectamente bien:
_ una cruz dorada en el vientre, señal de que a Quién llevaba en sus entrañas era Dios.
_ las estrellas que adornan el vestido
_ el sol detrás, haciendo ver que hasta el sol –a quien ellos adoraban en su idolatría- era menor que la Virgen.
Y así fue que se logró un vuelco enorme en la evangelización de nuestro continente. Porque eso hecho afecta, no solamente a México, afecta a toda Hispanoamérica. Por eso la Virgen de Guadalupe es llamada, es título dado por el papa, Emperatriz de América.
Pues hoy tenemos la dicha que un hijo guadalupano haga sus votos perpetuos aquí en Chile.