Familia

La familia, promotora y formadora de vocaciones

Conferencia pronunciada por el P. Carlos Miguel Buela el domingo 12 de agosto de 2001 con ocasión de la V Jornada de las Familias, con la participación especial de numerosos familiares de los 49 neosacerdotes del I.V.E., ordenados 3 días atrás. (Extraído de la grabación corregida por el mismo autor)

        Hemos elegido como tema de esta plenaria, la familia como promotora y también como formadora de vocaciones de especial consagración. Y ello, como es obvio, por razón de que hemos tenido las ordenaciones de 49 sacerdotes de nuestra familia religiosa. Me parece que un tema con otro se puede combinar de una manera muy adecuada. ¿De dónde arranca el hecho de que la familia es de hecho promotora y formadora de las vocaciones? Parte del fin esencial del matrimoniodel fin esencial primario que es la procreación y la educación de los hijos. Sobre este tema, como sobre tantos otros, ha habido y puede ser que todavía haya, quienes niegan que se deba hablar de un fin primario y de un fin secundario en el matrimonio. Sin embargo, la Congregación para la Doctrina de la Fe, en las observaciones que hace al libro ‘La sexualidad humana: Nuevas perspectivas del pensamiento católico’, señala que el autor de ese libro se equivoca en varios temas, de manera especial cuando dice interpretar el Concilio Vaticano II, particularmente cuando afirma que ya no se debe hablar de fin primario y fin secundario en el matrimonio:

        «Además, en lo referente a la enseñanza del Concilio Vaticano II, observamos aquí otra noción equivocada. Este repetidamente declara que el Concilio deliberadamente rehusó conservar la jerarquía tradicional de los fines primarios y secundarios del matrimonio, abriendo ‘la Iglesia a una nueva y más profunda comprensión del significado y valor del amor conyugal’ (p. 148 y passim.). Por el contrario, la comisión de los ‘Modi’1 declaró explícitamente, [es decir, que estamos ante una interpretación teológica de la Comisión encargada de dar el sentido teológico del texto del Concilio Vaticano II] respondiendo a una propuesta presentada por muchos de los Padres que pedían se pusiera esta distinción jerárquica en el texto del n. 48, [de la Gaudium et Spes] que, ‘en un texto pastoral que pretende entrar en diálogo con el mundo, los elementos jurídicos no son necesarios … De todas maneras, la importancia primordial de la procreación y educación se muestra a lo menos unas diez veces en el texto’ (cf. nn. 48 y 50)»2 . Por lo tanto, es falso decir que el Concilio prohibe el hablar de los fines primarios y secundarios del matrimonio, ya que, en el mismo texto del documento conciliar – por lo menos diez veces – se insiste en la importancia de la procreación y educación de los hijos. Nos interesa la segunda parte de ese fin primario, la educación.

        La educación de los hijos no es solamente una educación para las cosas de este mundo. Ciertamente es importante que nos enseñen a caminar, nos enseñen a hablar, a comportarnos… Tenemos que aprender estas cosas, pero lo verdaderamente fundamental es educar para el otro mundo, el mundo que no pasa, el mundo que no muere; de tal manera que las familias cristianas tienen que ser conscientes de que no solamente están formando ciudadanos para este mundo, sino que deben formar ciudadanos para el cielo. Y esta misión comienza desde el momento mismo de la gestación, pero se hace realmente más claro su comienzo el día del Bautismo, porque allí propiamente se nace a la vida sobrenatural de la gracia. Pero, como evidentemente la formación y la educación cristiana no terminan con el Bautismo, que es un comienzo, hay que proseguir diligentemente en esta tarea en la medida en que el niño va siendo capaz de recibir conocimientos y de practicar las virtudes.

¿En qué puntos debe educarse a los hijos?

1. La educación de la fe. Hay que enseñarles qué es lo que se tiene que creer, y por eso es fundamental la enseñanza del catecismo. Para esto no solamente hay que esperar que tengan la edad para hacer la primera Comunión, sino que, en la medida en que se pueda, ya hay que comenzar desde antes. Sucede en las familias cristianas que comúnmente es la madre o la abuela la que le enseña al niño cómo se hacer la señal de la cruz, el Padrenuestro, el Ave María…. Ellas nos enseñan a rezar a la noche, a la mañana, antes de las comidas, es decir, ya se va dando allí una cierta catequesis.
2. Debe formárseles en el sentido de la vida de la gracia, para que quieran hacer su primera Comunión, para que sigan comulgando durante toda su vida, reciban la Confirmación, frecuenten el sacramento de la Confesión.
3. Se les tiene que formar en la moral que nos enseña los mandamientos de la Ley de Dios, las bienaventuranzas del Evangelio, y en la piedad, es decir, en la de oración, que es normalmente lo primero que se le enseña al niño.

¿Cómo se los educa?

        De muchas maneras:

1. Con el ejemplo. Tal vez sea lo más importante de la educación de los hijos en la familia. Cuando el padre y la madre van a Misa todos los domingos, el niño ya se acostumbra de chico que eso es lo que tiene que hacer aún antes de saber que hay un mandamiento que dice ‘santificar las fiestas’. ¡Lo está viendo en sus padres! Cuando ve que ellos se tratan bien, aprenden a que se debe tratar bien con los hermanos, y que debe tratar bien a los demás. Cuando ve que la madre y el padre se sacrifican, va aprendiendo que se tiene que sacrificar, que la vida es sacrificio, y que no hay nada sin sacrificio.

2. Con la palabra. Se los educa con la palabra cuando se les enseña, hablándoles tantas veces cuanto sea necesario, de manera inteligente, contándoles hermosas historias, vidas de santos… Recuerdo lo que decía la hija de ese gran escritor francés, Bernanos, que daría veinte años de su vida con tal de volver a escuchar a su padre cuando a la noche, en invierno, al lado del fuego del hogar, les contaba historias, que ella no sabía de donde sacaba… ¡Era la Historia Bíblica! Recuerdo también, que un padre de los Cooperadores contaba también que su papá siempre les contaba historias que le encantaban, y no sabían lo que eran. Recién a los nueve años, cuando entró al Seminario Menor, se dio cuanta que era la Historia Sagrada.

3. Con los cuidados. Sí, ¡también se educa con los cuidados!. Sobre todo hoy en día hay que estar muy atento a las compañías que frecuentan los hijos, y saber enseñarles a que elijan buenas compañías, porque como dice el Apóstol San Pablo, ‘las malas compañías corrompen las buenas costumbres’ (1Co 15,33), y de ahí el dicho popular: ‘dime con quién andas y te diré quién eres’. No puede ocurrir – como hoy se hace lamentablemente en muchos lados – que los padres no sepan dónde están sus hijos y a quiénes frecuentan. Ni siquiera saben a veces, porque no les da el tiempo para conversar con ellos, qué es lo que quieren sus hijos, o qué es lo que piensan.

4. Con la misma compañía. Otro modo de formarlos es acompañándolos. Incluso acompañándolos con las correcciones necesarias, a fin de que practiquen las virtudes ya desde niños. Una vez, cuando tenía seis años y estaba en primer grado inferior, me encontré una goma de borrar grande y muy linda. En aquella época no pasaba como ahora, ya que muchas veces para borrar teníamos que usar la miga de pan; ¡ahora todo el mundo tiene goma de borrar, pero en aquel entonces no! Entonces, la llevé a casa, y le dije a mi papá: – ‘¡Mirá lo que me encontré!, ¡mirá qué hermosa goma de borrar!’. Mi papá, que era un trabajador ferroviario, maquinista, se puso serio. Yo pensaba que se iba a alegrar, y entonces me dijo – ‘No te quites el guardapolvo, ¡vamos a devolver la goma!’ ¡Qué cuadras fueron esas! Iba caminando como si fuese al patíbulo. Me llevó a la dirección. – ‘Traigo a mi hijo porque ha encontrado una goma que tiene que devolver’. ¡Santo remedio! Desde entonces puedo ver una billetera llena de plata que no es mía y … ¡que se quede ahí!. Eso es ir educando a los hijos: educarlos en la honradez, en la veracidad, enseñarles que no hay que mentir, ¡que no se debe mentir!. Hoy en día todos mienten: los políticos, los periodistas por todos los medios de comunicación… Antes de ayer dijeron que íbamos a ser 6000 personas, hoy salió en el diario que fuimos 4000. Pueden poner, si ellos quieren, 40.000l, ¡total, un cero más, un cero menos, no les significa mucha diferencia!. En otro diario salió de que usábamos vestidos medievales. Me lo imaginaba a Mons. Erba montando en un caballo con una lanza… ¡Cualquier disparate que se les pueda ocurrir! Otra cosa que resulta incluso curiosa es uno de los motes que nos ponen: ‘ultraortodoxos’. Pero la gente común, cuando escucha ‘ultraortodoxo’, entiende que quiere decir que somos muy buenos… No lo ve como una crítica. Evidentemente usan un lenguaje inadecuado y, además es una mentira. ¿Cómo se va a ser demasiado exagerado en la verdad, en la fe, en el cumplimiento del deber diario? Hay que enseñar eso. Evidentemente cuesta el cumplimiento del deber diario, pero hay que hacerlo. También recuerdo que cuando era niño lo primero que tenía que hacer eran los deberes de la escuela; recién después podía salir a jugar al fútbol. Y así a uno se le ha enseñado a cumplir con el deber. También es preciso inculcar el sentido del trabajo: ¡hay que trabajar! Lo dice San Pablo: ‘Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma’ (2Ts 3,10). Y eso, ¿cómo se enseña? El padre lo enseña trabajando, cumpliendo con el horario a raja tabla, siendo responsable de los suyos, incluso amando lo que hace. Mi papá amaba tanto su trabajo que después de jubilado cuando miraba televisión y veía pasaba un tren, se saludaba a sí mismo diciendo: ‘¡Chau, Miguelito!’.

5. Enseñándole a evitar los vicios. También hay que enseñarle a los hijos a no caer en los vicios. Recuerdo los cuentos de mi abuela. ‘¿Sabés qué pasó una vez?’, me decía. Ella era española, y me contaba el cuento de un gallego que había venido y le habían hecho el ‘cuento del tío’. ‘¿Cómo le habían hecho el cuento del tío?’ Le habían querido vender, por ejemplo, un tranvía; otra vez le habían puesto papel de diario en una billetera y un billete de un lado y del otro de modo tal que parecía un inmenso fajo de billetes, y le decían: ‘si me das tanta plata, yo te doy la billetera’. ‘¡El cuento del tío!’ De tal manera recuerdo eso que, cuando a los quince años tuve mi segundo trabajo como empleado de una zapatería, y tenía que ir al banco, iba con una seguridad total. ¡Estaba convencido de que a mí no me iban a hacer el ‘cuento del tío’! Lo había escuchado tantas veces y en el lenguaje hermoso de las abuelas que saben hablar a los nietos… Eso nos va abriendo los ojos, nos va despertando el espíritu crítico, enseña a distinguir el bien del mal, y aprendemos que no hay que ser sonsos. Eso también es educación. Aprender a no ser crédulos, a no creer a cualquiera…. Si, a ayudar a todos. Pero no por eso creer a cualquiera, porque sino se puede hacer mucho daño, aún sin culpa.

6. Con el amor. Finalmente, y esto es realmente capital, la familia, una buena familia, educa a los hijos en el amor, es decir, en el aprendizaje del amor, y en el darle a conocer que justamente el amor es la esencia de la perfección cristiana a la cual todos debemos tender. ¡Amor que es el signo distintivo del cristiano!

        Toda esa educación dada por la familia a los hijos hace que se pueda despertar en muchas de ellas una vocación dada por Dios. Esa educación de los padres para con los hijos, en el caso de que alguno de ellos tenga vocación, no termina con la entrada al Seminario, sino que continúa. ¡Ni siquiera termina con la ordenación sacerdotal! Nuestros padres nos siguen dando ejemplo y nos siguen enseñando, aunque ellos no lo quieran, y aunque nosotros no nos demos cuenta, pero nos siguen enseñando. Y nos siguen enseñando aún después de muertos. (El día de la ordenación sacerdotal , cuando lo saludé al neosacerdote a Andrés Furlán, lo primero que pensé fue en su papá, que falleció hace poco, muy joven, de 51 años. Pensaba cómo, desde el cielo lo estaría mirando al hijo. Y cómo el ejemplo del padre es una cosa imborrable para el hijo. Más todavía porque solemos darnos cuenta de los beneficios que hemos recibido cuando ya no tenemos a la persona querida al lado para agradecerle.) Por eso digo que nunca termina la educación, porque nunca termina la relación del padre con el hijo y del hijo con el padre. Cuando digo padre, entiendo padre y madre.

        De manera particular, los padres y las madres de los sacerdotes y de las religiosas tienen que saber – con mucha prudencia – que también tienen cierta obligación en cuidar la perseverancia de sus hijos. – ‘Padre, pero ya no es obligación mía, yo lo entregué a Dios’. Y sí, lo entregaste a Dios, pero no te lavaste las manos de tu hijo, ¡sigue siendo tu hijo! Entonces si vos notás, como notan sobretodo las madres, que tienen ese olfato tan particular, que el hijo no anda en buenos pasos, ya sea porque no está alegre, porque está preocupado, porque no se lo ve como se lo veía antes, debe saberle decir, con la autoridad de madre que tiene (porque por más que el hijo sea sacerdote, la madre sigue siendo madre): – ‘¿Qué te pasa, mi hijito?, ¿en qué te puedo ayudar?, ¿qué problema tenés?’ Como lo sabe hacer una madre, no directamente como lo estoy haciendo yo, porque uno va al frente directamente, pero la madre va dando vueltas, como la mosca, y cuando ve el momento oportuno, lo hace. ¡Cuánto ayudan las madres, y los padres! ¡Cuánto ayudan justamente a los sacerdotes, que por ser seres humanos tenemos dificultades, tribulaciones y tentaciones! Ayudan no solamente rezando para que ellos perseveren, sino también sabiéndole abrir los ojos de las cosas que a veces uno como sacerdote no llega a darse cuenta: – ‘Mirá, esa persona no es muy buena’… Cuando la madre lo dice… ¡Atención, ella tiene olfato!

        Esto también yo lo aprendí cuando era joven. Estaba todavía en el colegio secundario. –¡’Llevá el paraguas.’! – ‘No mamá, si no va a llover’. ¡Y volvía chorreando! Segunda vez. ‘Llevá el paraguas.’ ‘No, ma…’ ¡Y otra vez! La tercera vez dije: – «La próxima vez que me diga que lleve el paraguas, aunque haga un sol radiante, me llevo el paraguas’. Y como pasa con esas cosas, pasa con el tema de las amistades: es lo propio del genio femenino. – ‘¡Abrigate que hace frío!’ ‘¡Cuidado con esto, cuidado con lo otro!’.

        Además de esa educación recibida, y por razón del Bautismo recibido, por el cual no solamente se nos da la gracia santificante, sino también los dones del Espíritu Santo, cualquiera de los hijos de una familia puede ser un posible candidato a una vocación de especial consagración, a la vocación de la vida consagrada. Y ciertamente que la educación recibida posibilita ese llamado. Hay que tener en cuenta que la vocación, no es una cosa de la familia. Ni el padre, ni la madre pueden llamar a la vida consagrada al hijo. ¡El que llama es Dios! Uno debe preparar el terreno, por si Dios quiere, pero el que llama es Dios. El llamado es exclusivamente de Dios, es una gracia de Dios, una inspiración del Espíritu Santo, una moción de la gracia. La vocación, ¡no la da la familia! Por eso es que también hay vocaciones verdaderas en familias incompletas, en familias con problemas internos serios, incluso graves, y a veces gravísimos. Y son vocaciones verdaderas, aunque no se dio ese cultivo que tendría que haber sido el cultivo normal. ¿Por qué? Porque Dios elige a quien quiere, y porque Dios en su providencia desde toda la eternidad ya dispuso que ese joven, o esa joven, tuviese un abuelo, un tío, alguien que lo cuidase, una mamá adoptiva que muchas veces son hasta casi más buenas que las mismas madres carnales y que sirvió para que se formasen en la vida cristiana, y por tanto para poder ser después un buen sacerdote. Como también lo verán por experiencia, hay muy buenas familias que tienen ‘ovejas negras’. La ‘oveja negra’ de la familia siempre tiene dificultades, contratiempos, o se aparta de Dios.

        Es Dios quien elige. Es Dios quien sabe a quien elige. Y al que elige le da la triple idoneidad, que es lo que a nosotros, los formadores del seminario y al obispo, que es en última instancia el que llama en nombre de Dios, le hace tener la seguridad de que ése es llamado por Dios verdaderamente. Esta triple idoneidad que es física y psíquica, intelectual, y moral.

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        Quiero referirme ahora a un punto especial, porque creo que completa esto que estamos diciendo. Es una gracia especial que nosotros experimentamos respecto no solamente de nuestra familia propia, sino de todos ustedes, como nuestra familia espiritual, como parte de nuestra familia religiosa. Y lo quiero hacer en un aspecto muy concreto y muy sencillo: ¿Cómo pueden comer ciento veinte seminaristas todos los días? Estoy hablando de seminaristas que comen como ‘lima nueva’. ¿Cómo pueden comer todos los días? No tenemos entrada del estado, no tenemos otras entradas de otros lados. ¿Cómo hacemos? ¿Salir a robar?¡Vivimos por ustedes!, así de simple; y ¡seguiremos viviendo por ustedes!. Yo tengo sesenta años, y sigo viviendo por mi familia. Ahora mi hermana ha reemplazado a mi mamá, y es ella la que me compra la camisa o el pantalón…¡Esa es la realidad! Por eso el pueblo de Dios es formador de las vocaciones sacerdotales y religiosas.

        Tengo acá un documento muy hermoso, la Carta pastoral de la Conferencia Episcopal Argentina, sobre el sostenimiento de la obra evangelizadora de la Iglesia: ‘Compartir la multiforme gracia de Dios’. En ella, de forma muy pedagógica y muy teológica, se van desarrollando distintos puntos sobre lo que es la ayuda en concreto, que podemos aplicar a la que nosotros recibimos de ustedes. Es decir, que la Providencia nos da a través de muchas familias, que quieren compartir, y que de hecho comparten con nosotros sus bienes. Extracto los párrafos para mi más interesantes, para aplicarlos a nuestra situación concreta

 

Y así, crecer en la gracia de «compartir la vida divina de aquél que se dignó compartir nuestra humanidad»3  (nº 1).

        Así como Cristo compartió nuestra humanidad, nosotros buscamos de compartir nuestros bienes con los demás.

 

‘La contemplación de este misterio ha de repercutir en la responsabilidad que nos cabe a todos los discípulos del Señor en el anuncio del Evangelio. Según explicó Jesús, este anuncio fue la razón de su envío a la tierra4 . Y en el momento de su glorificación encomendó a los Apóstoles y, en ellos, a todos los miembros de la Iglesia, la misión de llevarlo al mundo entero: «Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos…»5 . En consecuencia, esta contemplación nos ha de llevar a considerar la obligación que nos cabe de poner todos los medios necesarios para su realización.’ (nº 1)

Una verdad católica fundamental es que la obra evangelizadora de la Iglesia se realiza, en primer lugar, por la presencia del Señor y de su Espíritu: «Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo»6 ; «Yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad»7 . Pero no podemos olvidar que el Señor requiere también nuestra colaboración, como la requirió de los Doce, de los setenta y dos discípulos, de las mujeres que lo seguían, y de tantos otros. Por ello debemos someter esta colaboración a un examen de conciencia, sereno y sincero: en cuanto de nosotros depende, ¿ponemos los medios necesarios para que el Evangelio llegue a todos los habitantes de nuestra Patria?’ (nº 2)

        Y nosotros podemos decir de ustedes que sí. Ponen los medios necesarios para formar sacerdotes que celebren la Eucaristía y que lleven el Evangelio a todas partes del mundo, como Nuestro Señor lo había dicho: ‘Id y haced discípulos a todos los pueblos de la tierra’ (Mt 28,19)

 

‘Dada la importancia del tema, nos pareció necesario consultar al Pueblo de Dios a través de los respectivos Obispos diocesanos; cosa que se hizo en los meses pasados8 . Creemos ahora conveniente dirigir esta Carta pastoral, que es fruto en buena medida de dicha Consulta. Su objetivo es triple: primero, iluminar a los fieles en orden a acrecentar el espíritu de comunión de bienes (personas, talentos, tiempos y dinero); segundo, facilitar un proceso de reforma económica en la Iglesia en la Argentina, cuyo fruto sea el sostenimiento integral y permanente de la obra evangelizadora; tercero, explicitar el fundamento teológico-pastoral en el que se basa el Plan COMPARTIR. (nº 3)

Como se dice en el libro de los Hechos de los Apóstoles: «Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles, y participar en la vida común (comunión), en la fracción del pan y en las oraciones».9 Desde entonces, «comunión» es un concepto indispensable para entender la vida de la Iglesia. Puesto que «Dios nos llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo»10, incluso «participando de sus padecimientos»11, y dado que estamos en «la comunión del Espíritu Santo»12: es preciso que estemos también «en comunión unos con otros»13. (nº 4)

Este principio de la «comunión», que dimana de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es la fuerza misteriosa que hace que las innumerables Iglesias diocesanas de todo el mundo, presididas por miles de Obispos, sucesores de los Apóstoles, configuren una sola Iglesia Católica, presidida por el sucesor del apóstol San Pedro, el Obispo de Roma, hoy el Papa Juan Pablo II. El mismo principio vale también al interior de cada Iglesia diocesana, entre todas las comunidades eclesiales que la conforman: parroquias, capillas, comunidades religiosas, asociaciones, movimientos, colegios, universidades, etc. Y, por cierto, al interior de cada una de tales instancias. (Nº 5)

El principio de la comunión es válido, además, para todos los órdenes de la vida eclesial, incluso el económico. Este aspecto lo explicitó el apóstol San Pablo, con ocasión de la colecta que realizó entre los cristianos de origen pagano en favor de los pobres de Jerusalén: «Resolvieron hacer una colecta (comunión) en favor de los santos de Jerusalén… Lo hicieron espontáneamente, aunque en realidad estaban en deuda con ellos. Porque si los paganos participaron de sus bienes espirituales, deben a su vez retribuirles con bienes materiales»14 . (nº 6)

¿Cuáles son los bienes a compartir?

        Aplicando el documento al caso concreto de ustedes, el primer bien que comparten con nosotros son las personas: los hijos y las hijas. Incluso algunas familias todos sus hijos: algunas seis, otras cinco, otras cuatro, otras tres… Alguno habrá participado de la ‘fiesta de los hermanos religiosos’, que solemos realizar una vez al año. ¡Qué hermoso es ver a los hermanos unidos, hasta en al misma entrega al Señor! ¡En esa fiesta, hacemos pasar al escenario a los distintos grupos de hermanos: a los que son dos, tres, cuatro, etc. La entrega de un hijo o una hija al Señor, es compartir seriamente.

 

Cuando hablamos de bienes a compartir o poner a disposición de la Evangelización, no dudamos en incluir nuestras personas, con todo lo que somos y tenemos: talentos, tiempo y dinero. Esto es conforme a la enseñanza de Jesús: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por el Evangelio, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna»15 . (nº 7)

        La entrega de talentos. Los talentos con los cuales muchas veces tantos profesionales nos ayudan: médicos, abogados, bioquímicos, odontólogos, oculistas. Nos ayudan con los talentos que tienen de su profesión, no cobrando o cobrando poco y, sobretodo, dando consejo seguro.

Si bien, todos los bienes, espirituales y materiales, son susceptibles de ser compartidos, incluidas las personas, nos referiremos a continuación a los bienes que pueden ser incrementados más fácilmente, y repercutir en la multiplicación y formación de los agentes necesarios; a saber: los talentos, el tiempo y el dinero. Advirtamos que estos bienes son los que más fácilmente podríamos estar tentados de acaparar. Pero que, de compartirlos con la Iglesia y con todos los que necesitan de ellos, nos ayudan a testimoniar nuestra fe en la encarnación del Verbo de Dios. (nº 8)

Entre estos destacamos los talentos. Por ejemplo, la profesión, la ciencia, la experiencia, la sensibilidad, las habilidades, etc. Así todos podemos dar y recibir, y experimentar la alegría de compartir. En la parábola de los talentos16, Jesús nos exhorta a tomar conciencia de su valor y del deber de acrecentarlos. No los podemos enterrar. Los apóstoles enseñaron permanentemente a compartirlos17 . (nº 9)

        También se ayuda dando tiempo. Por ejemplo ha habido gente que ha venido desde Salta. Quince horas de viaje, viniendo en vehículo propio, simplemente para estar con nosotros en la primera Misa. Esta es una manera de querer compartir la alegría de las ordenaciones. O de otros lados: Córdoba, Buenos Aires… ¡Hasta han venido de Italia, como Monseñor Erba, y el Padre siciliano, amigo de los padres nuestros, que ha querido venir a compartir con nosotros. ¡Nos han dado su tiempo!

 

Contra lo que algunos esperaban, la Consulta dijo que no siempre el tiempo es lo más fácil de compartir18 . Por ello, aunque sabemos de la dureza de la vida cotidiana que afrontan muchos de los fieles, exhortamos a los que puedan hacerlo, sin desmedro de su salud y de la atención prioritaria de la propia familia, a que consagren algunas horas de su tiempo a una de las tareas de la obra evangelizadora. (nº 11)

Aquí hemos de recordar con admiración y agradecimiento a tantos cristianos, varones y mujeres, que colaboran con desinterés en la evangelización, poniendo al servicio de la misma sus capacidades y parte de su tiempo: ingenieros y arquitectos, que hacen los planos de las capillas; contadores, que enseñan a llevar los libros de las cuentas parroquiales; abogados, que asesoran en situaciones conflictivas; docentes, que ponen a disposición de la catequesis su experiencia pedagógica; asistentes sociales, que colaboran en Cáritas; fieles de toda condición, que brindan el apoyo logístico necesario a jornadas diocesanas y parroquiales, y a cursillos y retiros de todo tipo; esposos que dirigen la catequesis; mujeres sencillas que concurren voluntariamente todos los días a trabajar en el comedor de la capilla del barrio y en otras obras de caridad; y una multitud de otros voluntarios que pasan días enteros en diversas actividades de apoyo a la Evangelización; por ejemplo, para crear recursos con los que financiar la construcción de la capilla, o solventar otras iniciativas pastorales. Sin esta colaboración espontánea, multiforme, alegre, y competente del Pueblo de Dios, sería imposible comprender la vitalidad de nuestras parroquias. (nº 12)

    Y también, por supuesto, otro de los bienes a compartir es el dinero. Normalmente los padres, las madres, siempre nos están ayudando. También están aquellos a quienes llamamos padrinos, o madrinas, que toman a cargo un seminarista. Eso es lo que hace posible esta obra.

 

Jesús expuso una rica doctrina sobre el buen uso del dinero y de las demás riquezas materiales: «Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla»(22)19 . Por otra parte, el ejemplo de la vida de Jesús y de las primeras comunidades cristianas inspiraron siempre en la Iglesia formas de compartir las riquezas, para que la abundancia de unos supliera la pobreza de otros. Y ello como reflejo práctico de la fe en Dios creador de todas las cosas, único dueño absoluto de las mismas, que nos las da para que las administremos en provecho nuestro y de nuestros seres queridos, y para compartirlas con todos los hombres del mundo, en especial con los que más las necesitan. (nº 13)

No es fácil hoy calcular el esfuerzo económico que el Pueblo de Dios hace para levantar sus capillas y salones comunitarios, construir la vivienda para los sacerdotes, pagar los servicios (luz, gas, teléfono, etc.) de las parroquias, los sueldos de la secretaria/o parroquial y de los sacristanes, la asignación mensual a los sacerdotes, etc. Además, si midiésemos en términos económicos los tiempos y talentos que voluntariamente ponen en común tantos fieles, quedaríamos atónitos ante el aporte que el Pueblo de Dios ya hace en favor de la obra evangelizadora de la Iglesia. Si a esto añadiésemos una valoración económica de las contribuciones en especie, la admiración sería aún mayor. El dicho popular «que Dios se lo pague» tiene plena vigencia, y lo decimos de corazón a cuantos colaboran económicamente a la obra evangelizadora. (nº 14)

        Siempre hay preocupación por el origen de los fondos. Y uno responde – ‘¡De la Providencia!’ – ‘¡Ah! La Providencia, ¿y por qué no me ayuda a mí?’ – ‘No te ayudará porque no haces las cosas bien’. Pero sí, ¡es la Providencia! Es Dios que ayuda a través de ustedes, porque es Dios el que inspira que nos ayuden. Y me consta que muchas veces lo hacen con sacrificio, renunciando a cosas que podrían disfrutar. Sin embargo ven un seminarista que necesita ayuda, y le ayudan. A mí, quiero que lo sepan, me gusta que pase eso. Me gusta (no por el dinero que poco importa) porque se les posibilita a ustedes hacer una obra de caridad que les hace ganar mérito para la vida eterna.

 

Entre todas las comunidades eclesiales ha de reinar la comunión, también en el plano económico, so pena de desdecir con los hechos lo que pregonamos con los labios. (nº 19)

        Les permite hacer limosna que borra multitud de pecados. Don Orione, una vez, a una mujer que le había hecho una gran donación le mandó un regalo con un seminarista. Era una porquería el regalo, no valía para nada. Entonces, el seminarista le dice: – ‘Pero, Don Orione, esta mujer le hizo una gran donación y usted le regala esto que no sirve para nada’. Y Don Orione lo mira, le dice seriamente: – ‘Soy yo el que le hice el favor a ella de que pudiese hacer la obra de caridad. Así que ya basta con eso’. ¡Cuan distintas pueden llegar a ser las visiones de los santos, respecto a nuestra visión!

La Consulta muestra a las claras que la gran mayoría de los fieles desconoce el origen de los fondos económicos que utiliza la Iglesia. Estos provienen de tres fuentes: contribución de los fieles, ayudas de Iglesias del extranjero, aporte del Estado. (nº 20)

El principal aporte económico a la Iglesia proviene de los mismos fieles. Éste, como dijimos arriba, no es fácil de calcular en la actualidad por carecerse de la debida información. Tal desconocimiento implica, en parte, que los fieles no siempre son debidamente informados del destino que se da a sus aportes. Y ello, a su vez, se constituye en una razón para no aportar lo que corresponde. (nº 21)

        Ciertamente que la administración de los bienes de la Iglesia requiere un proceso de conversión y es algo que lo digo para que ustedes sean también nuestros jueces, ya que son los que nos dan para vivir. Que sean jueces también, para sabernos corregir en las cosas que vean que nos equivocamos. Tiene que haber un proceso de conversión en el uso de los bienes en la Iglesia. Hay que tener en cuenta que se debe seguir viviendo la pobreza evangélica. No se vive la pobreza evangélica y ¿qué clase de Evangelio se vive? ¿De qué nos serviría tener grandes colegios, grandes seminarios, y que estos estén vacíos? Después se los dedicará a hacer hoteles o lo que sea…

Al deber de los fieles de ayudar económicamente a la Iglesia en sus necesidades, corresponde el deber correlativo de los pastores de disponer que sean bien administrados. Jesús nos dio ejemplo de ello cuando, después de la multiplicación de los panes, ordenó: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada». Al respecto, la Iglesia universal tiene normas precisas, dispuestas en el Código de Derecho Canónico, marcadas por un fuerte sentido de comunión. Es nuestra voluntad aplicarlas en nuestras respectivas diócesis con la colaboración de todo el Pueblo de Dios, en particular de los pastores, y, en cuanto sea necesario, dictando normas comunes para toda la República. (nº 25)

Para que se perciba el espíritu que anima a tales normas, y acelerar su concreción en vista de la reforma económica que necesitamos, recordamos algunas que son elementales.

1°) El Pueblo de Dios tiene derecho a conocer cómo se administran los bienes que ofrenda a la Iglesia: «los administradores rendirán cuentas a los fieles acerca de los bienes que éstos ofrendan a la Iglesia»(36). Ello exige en el administrador competencia por una parte, y transparencia por otra, actuando de acuerdo a las normas que rigen en la materia entre los hombres honestos y competentes. Nos lo enseñó ya el apóstol San Pablo, cuando pidió que las comunidades designasen delegados que lo acompañasen a llevar la colecta a Jerusalén, porque «nuestra intención es evitar toda crítica con respecto a la abundante suma que tenemos a nuestro cuidado, procurando hacer lo que está bien, no solamente delante de Dios, sino también delante de los hombres». Hay otras normas que subrayan que la administración debe ser realizada, no en forma individualista, sino supervisada por un cuerpo competente, con participación laical. ( nº 26)

        Es preciso vivir la pobreza evangélica. Tenemos que ser pobres y sentir el aguijón de la pobreza. Si ustedes ven que no lo hacemos, ¡tienen la obligación de llamarnos la atención!

El espíritu de pobreza evangélica, propuesto por Jesús en el Sermón del Monte, y entendido como libertad espiritual en la posesión de los bienes materiales, es una característica necesaria a todos los discípulos de Cristo, en la cual no siempre nos destacamos. Se trata de una libertad que capacita para poseer con desprendimiento y dar con generosidad. Incluye moderación y austeridad en el estilo de vida personal y comunitario. La doctrina que expusimos al respecto, hace casi treinta años en el Documento de San Miguel, guarda toda su actualidad, y exhortamos a volver sobre ella. (nº 29)

Un corazón de veras convertido al Evangelio asume la corresponsabilidad en la obra evangelizadora de la Iglesia, participando activamente con sus talentos, tiempo y dinero. Y ello, teniendo en cuenta el papel que cada uno juega dentro del Pueblo de Dios. A los fieles laicos les toca desde su condición de bautizados y miembros de la Iglesia. Pero también nos corresponde asumir nuestras responsabilidades a los pastores: obispos, presbíteros y diáconos. Lo mismo decimos de los religiosos y de todos los consagrados, a quienes el voto de pobreza los ha de estimular a una participación activa para acrecentar en la Iglesia el espíritu de comunión de bienes. (nº 29)

Las prácticas en vigor en la Iglesia en materia de adquisición y administración de bienes son observadas y juzgadas por quienes nos rodean, los cuales exigen, con razón, conductas ejemplares de los cristianos. La ejemplaridad no debe ser el resultado de una campaña de relaciones públicas, como lo puede hacer una empresa, sino el fruto natural de una administración conforme al Evangelio, y de acuerdo con las leyes civiles y eclesiásticas. (nº 29)

        En esto de la ejemplaridad quiero recordar un dicho, que seguramente algunos conocen. En cierto lugar, en una diócesis de Saturno, una mujer muy buena lo encaró al obispo y le dijo: ‘La catedral está vacía, hay cada vez menos gente, y ¿sabe por qué? Cuando el pastor silba, la oveja viene; pero cuando el pastor aúlla, la oveja huye.’ Cuando el pastor aúlla, no es pastor, es lobo; y si es lobo, ¿para que te vas a acercar? Y por eso muchas veces el problema de la falta de ayuda de las familias se debe a que ven pastores que no son como corresponde. Entonces, ese no dar limosna tiene su razón de ser. Incluso es una cosa que busca ser correctiva. ¡Lástima que muchos no se dan cuenta!

        Conocí una parroquia en Buenos Aires en la cual habían creado un sistema económico muy eficaz que funcionaba muy bien: se pagaba la luz, se pagaba al sacristán, se daba un dinero al sacerdote mensualmente para sus necesidades, se pagaba la cocinera, etc. Hubo cambio de párroco. Vino uno nuevo y tiró abajo todo lo que había hecho el Padre anterior. ¿Qué hizo la gente? No aparecieron más los sobrecitos. ¡Se terminó la ayuda!

        Está entre nosotros uno que nos ayudó cuando tenía su supermercado. Le llegamos a deber como ocho mil dólares. Pero nos vino una donación y lo primero que hice fue ir personalmente a pagar las deudas. Y me dice: – ‘Mire, si yo le cobrase según lo que hubiese correspondido en dólares, tendría que darme cuatro mil dólares más (era la época de la devaluación), pero me paga lo que estaba en peso nacional y quedamos a mano’. ¡Lástima que después se fundió! Cada vez que lo veo se lo recuerdo, porque esos son gestos señoriales y son las personas que nos han permitido mantener esto: ¡que haya cuarenta y nueve sacerdotes más en la Iglesia!

 En el contexto de una creciente corrupción social, la transparencia en la rendición de cuentas en las comunidades cristianas, y en los diferentes niveles de las mismas, está destinada a ser un signo importante de credibilidad. El testimonio de un compartir fraterno y de una administración transparente reforzará la acción de la Iglesia contra la injusticia y la corrupción. (nº 29)

        Por eso hay que enseñarle a los hijos sacerdotes, y a las religiosas, que cuando el pastor silba y las ovejas vienen enseguida, eso es señal de que la cosa va bien. Pero cuando uno aúlla, cuando trata mal a la gente, cuando no se ocupa de los pobres, cuando no es pastor, la gente se va.

        En este proceso de conversión también tenemos que tener siempre solidaridad con los más pobres. Creo que son también ellos los que nos alcanzan tantas gracias de Dios. Por ejemplo los pobres de nuestros hogarcitos de discapacitados. Hay un hogarcito en Mendoza con sesenta niños discapacitados que están con hambre y mal cuidados. El Estado no se ocupa de ellos. Le pidieron por favor al padre Harriague que los tomase. Me preguntó qué hacemos. Le dije que hay que aceptarlos. Los manda Dios. ¿Cómo se los mantendrá? Si los manda Dios, Dios los mantendrá. Él mandará la ayuda. Además, todo hijo viene con un pan bajo el brazo. De todas estas cosas nunca hay que olvidarse.

        Nosotros acá vivimos, como se dan cuenta, muy pobremente, pero ¡cuánta gente vive más pobremente que nosotros! En nuestro país estamos pasando muchas dificultades, duras y difíciles, pero en otros lados están pasando mucho peor. Tenemos que luchar para estar mejor, pero darnos cuenta y agradecer a Dios lo poco que tenemos.

 La solidaridad de los que tienen más con los que tienen menos, será el signo más visible de que nuestro amor es efectivo y no meramente declamado. «Si alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios? Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad»20 . (nº 29)

        Otra cosa en la cual los laicos nos pueden ayudar es en la eficacia. Es decir, en el usar de los bienes de manera eficaz. Acá normalmente no se despilfarra. Y no se despilfarra – puedo decirlo, porque el costo nuestro estimado es de 150$ por mes por seminarista. En el seminario de San Isidro gastan entre 600 y 700 dólares por mes. En USA son 1000 dólares por mes por seminarista, y en Italia, más o menos lo mismo. Nosotros, 150…

 La eficacia en los medios adecuados es otro de los criterios necesarios para juzgar que se ha abrazado de veras la conversión en el renglón de la economía eclesiástica. Los hermanos que estuviesen peleados en vano se reconciliarían si no arbitrasen los medios para expresar y cultivar la reconciliación. Por ejemplo, poner la mesa en torno a la cual confraternizar. Lo mismo, sucede en la Iglesia. Ésta no puede contentarse con predicar el espíritu evangélico de la comunión de bienes. Necesita implementar planes concretos, acordes con lo que pretende. De allí ha surgido el Plan COMPARTIR, cuyo éxito depende en gran medida del compromiso que asuma en él cada Diócesis. Por ello, respetando la libertad de las mismas, exhortamos a asumirlo con creatividad. El mismo bajo el lema «Entre todos para todos» quiere provocar el espíritu y la práctica señalados en esta Carta. (nº 29)

        ¿Por qué hay una diferencia tan grande entre una cosa y otra? Por dos razones fundamentales. Primero, que aquí los seminaristas se hacen la comida, es decir, no pagamos cocinera. Y no pagamos cocinera, porque no podemos pagar. Entonces los seminaristas son los que tienen que hacer la comida. (Ayer comieron comida hecha por los seminaristas, y tan mal no la hacen.) Eso es un ahorro muy grande. Y el otro ahorro grande es que nosotros no le pagamos a los profesores, porque somos nosotros mismos. Por eso creo que en el uso de los bienes tratamos de ser eficaces. Igualmente, siempre hay material para ser más eficaces. Tendríamos que tener mejor muchas cosas, pero Dios dirá, y no nos podemos quejar. ¡Nunca, nunca en estos diecisiete años nos faltó de comer! Habrá habido tiempos, en Italia mismo, de ‘economía de guerra’ (¡sopa solamente!) y nadie hasta ahora se ha muerto de hambre.

        Dios con su Providencia nos ayuda y nos protege.


1 La Comisión teológica del Concilio Vaticano II que recogía ‘los modos’ que presentaban los Padres conciliares para que se fuesen corrigiendo los borradores del texto en las cosas que les parecía se debían corregir, y que después llegarían a ser los documentos definitivos
2 Sagrada Congregación para la doctrina de la fe, Observaciones sobre el libro: «La sexualidad humana: Nuevas perspectivas del pensamiento católico», L’Osservatore Romano 51 (1979) 662.
3 Colecta de la Misa del día de Navidad.
4 Cf. Lucas 4, 43.
5 Mt 28, 18-20.
6 Mt 28,20.
7 Jn 14, 16-17.
8 Al 31 de julio de 1998, se recibieron respuestas de 345 instituciones o grupos de reflexión, que involucran a más de 1.600 personas. Los grupos se distribuyen de la siguiente manera: 6 Comisiones Episcopales, 5 Asociaciones y Movimientos nacionales, 9 Curias diocesanas, 15 Consejos Diocesanos de Asuntos Económicos, 4 Consejos Presbiterales, 2 Consejos Pastorales Diocesanos, 20 Asociaciones y Movimientos Diocesanos, 57 Párrocos, 31 Consejos Parroquiales de Asuntos Económicos, 19 Consejos Pastorales Parroquiales, 82 Asociaciones Parroquiales, 12 Comunidades religiosas, 22 Catequistas, 13 Colegios. A la primera pregunta, sobre «su primera opinión en relación al texto que acaba de leer»: 202 contestaron que era «claro»; 90 «muy claro»; 13 «confuso»; 9 «largo»; 1 «muy confuso»; 1 «citas innecesarias»; 1 «citas contradictorias».
9 Hch 2, 42.
10 1 Co 1, 9.
11 Flp 3, 10.
12 2 Co 13,13.
13 1 Jn 1,7.
14 Rom 15,26-27.
15 Mc 10, 29-30.
16 Cf Mt 23, 14-30.
17 Cf. 1 Co 12,7; Rom 12,6; Ef 4,7.12; 1 Pe 4,10.
18 Mientras 80 respuestas dicen que «el tiempo» es lo más fácil de donar, 142 afirman lo contrario.
19 Lc 12,33. Ver también Lc 16,9.