La fuerza virginizante[1] de María
El beato Ramón Llull, al comentar la fealdad de la lujuria, acude en seguida a contraponerla con la virginidad de María, de la que el poeta llama “dolça dona d’amor”:
«és peccat que mays desplau
a nostra Dona, qui’s palau
de virginitat, e odor
que hix de blancha flor d’amor»[2].
«Es el pecado que más desagrada a Nuestra Señora, que es palacio de virginidad y olor que sale de una blanca flor de amor…».
El mismo pensamiento que expresaba en prosa: «Nostra dona es bella e flor blanca de virginitat. Tu, Mare Verge, est esposa por la cual es reglada virginitat en las vergens e castedat en aquelles qui en matrimoni son ajuntats», «Nuestra Señora es bella y flor blanca de virginidad. Tú, Madre Virgen, eres la esposa, modelo de virginidad para las vírgenes y de castidad para las que se han unido en matrimonio…».
En este y otros textos el Beato Llull insiste en la fuerza virginizante de los que aman y sirven a la Virgen señera[3], como afirma el Dr. Cascante Avila[4].
Y la fuerza esponsalizante que también reciben los devotos de María, de su vida y ejemplos como hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo -y madre espiritual de todos los hombres- y esposa de Dios Espíritu Santo.
Pensamos que en este tiempo de caída vertiginosa de vocaciones de especial consagración: al sacerdocio…, a la vida religiosa…, a la vida contemplativa…, como también a las vocaciones matrimoniales auténticas capaces de vivir la castidad matrimonial, sería un antídoto eficaz la devoción a la Virgen, en su título de Fuente sellada.
Debemos reflexionar ahora sobre la Castidad consagrada en el magisterio de Pablo VI, Exhortación apostólica Evangélica testificatio.
«Sólo el amor de Dios -es necesario repetirlo- llama en forma decisiva a la castidad religiosa.
Este amor, por lo demás, exige imperiosamente la caridad fraterna, que el religioso vivirá más profundamente con sus contemporáneos en el corazón de Cristo.
Con esta condición, el don de sí mismos, hecho a Dios y a los demás, será fuente de una paz profunda.
Sin despreciar en ningún modo el amor humano y el matrimonio -¿no es él, según la fe, imagen y participación de la unión de amor que une a Cristo y la Iglesia?[5]-, la castidad consagrada evoca esta unión de manera más inmediata y realiza aquella sublimación hacia la cual debe tender todo amor humano.
Así, en el momento mismo en que este último se halla cada vez más amenazado por un erotismo devastador[6], ella debe ser, hoy más que nunca, comprendida y vivida con rectitud y generosidad.
Siendo decididamente positiva, la castidad atestigua el amor preferencial hacia el Señor y simboliza, de la forma más eminente y absoluta, el misterio de la unión del Cuerpo místico a su Cabeza, de la Esposa a su eterno Esposo.
Finalmente, ella alcanza, transforma y penetra el ser humano hasta lo más íntimo mediante una misteriosa semejanza con Cristo.
Fuente de fecundidad espiritual.
Por lo tanto, os es necesario, queridos Hijos e Hijas, restituir toda su eficacia a la disciplina espiritual cristiana de la castidad consagrada.
Cuando es realmente vivida, con la mirada puesta en el reino de los Cielos, libera el corazón humano y se convierte así como en un signo y un estímulo de la caridad y una fuente especial de fecundidad en el mundo[7].
Aun cuando el mundo no siempre la reconoce, ella permanece en todo caso místicamente eficaz en medio de él[8].
El carisma de la virginidad y de la esponsalidad de la Santísima Virgen María, aun cuando el mundo no siempre la reconoce, es siempre místicamente eficaz, en el mundo y lo será siempre, aunque estuviese reinando el Anticristo. Como, asimismo, el carisma de la Virgen María en sus vertientes cristológica, eclesiológica, eucarística, maternal, defensora, auxiliadora, socorro, mediadora, es y será siempre místicamente eficaz. De allí la influencia arrolladora de los santuarios marianos -llamada por el San Juan Pablo II «geografía mañana», «Tal vez se podría hablar de una específica «geografía» de la fe y de la piedad mañana…»[9] – para trasmitir la vida de la gracia. Sólo en Italia hay más de 1.800 santuarios marianos[10].
No debemos olvidarnos nunca que «…la Bienaventurada Virgen María, que recibió en sí misma al Verbo Divino, concibió “con fe plena a Cristo antes en su espíritu que en su seno”[11], y como huerto cerrado, fuente sellada y puerta cerrada (cf. Ct 4,12; Ez 44,1-2) es “por su fe y su caridad tipo y modelo admirable de la Iglesia”[12]. La santísima Virgen es ejemplo preclaro de la vida contemplativa, y con todo derecho una venerable tradición, tanto en Oriente como en Occidente, acomoda a ella en la sagrada Liturgia estas palabras del Evangelio: “María escogió para sí la mejor parte” (Lc 10,38-40)[13]»[14].
«La santidad perfecta de la Esposa y su afecto exclusivo por su Bien Amado. Este doble pensamiento, que de hecho es uno en el fondo, se expresa con la ayuda de dos admirables comparaciones: la de una fuente sellada y, sobre todo, la de un jardín, repleto de las flores más perfumadas y de los frutos más exquisitos, pero cerrado por todas partes y reservado al Esposo de una manera exclusiva.
Hortus conclusus: Rodeado de muros que lo hacen impenetrable. Estas palabras, repetidas en la Vulgata, no se repiten en el texto original hebreo, en el que se lee: Tú eres un jardín cerrado…, una surgente cerrada, una fuente sellada. Es por lo tanto la segunda comparación la que se repite dos veces. (El hebreo tiene más fuerza que la traducción castellana: cerrado por dentro y acerrojado por fuera[15]).
Fons signatus: Es un pozo de agua que brota de la tierra, recubierto con una piedra, la cual ha sido ulteriormente sellada o sigilada con un sello (o precinto) real, de modo que es imposible removerla si no es en nombre y por la autoridad del rey. Cf. Gn 29,2-3: Vio en el campo un pozo, junto al cual descansaban tres rebaños, pues era el pozo en que se abrevaban los ganados. Se reunían allí, se quitaba una gran piedra que lo tapaba y se daba de beber al ganado, volviendo a poner en su lugar la piedra que cubría la boca del pozo; Dn 6,17: Trajeron una piedra, que pusieron sobre la boca del foso de los leones, y la selló el rey con su anillo y con los anillos de sus grandes para que en nada pudiera mudarse la suerte de Daniel; Mt 27,66: Ellos fueron y pusieron guardia al sepulcro después de haber sellado la piedra.
Tal es verdaderamente la Iglesia para Cristo. Tal es también María, a la cual estas imágenes han sido tan justamente aplicadas»[16].
«Ya pues que Dios os ha llamado por esposa suya, conviene, dice san Bernardo[17], que no penséis en amar a otro que a Dios: Nada tienes que ver con el mundo; olvídate de todos: guárdate solamente para aquel a quien has elegido para ti de entre todos los demás. Pues os habéis consagrado a Jesucristo, ¿qué os queda que tratar con el mundo? Separaos de todo, y procurad conservar entero el corazón para aquel Señor que habéis escogido entre todos los demás objetos por el objeto digno de vuestro amor. Digo el corazón entero; pues que Jesucristo quiere que la que es esposa suya sea huerto cerrado y fuente sellada (Ct 4,12): huerto cerrado, que no admita habitar con el afecto en su corazón a otro que al divino Esposo, dice Gilberto de Holanda, Abad[18]: fuente sellada, pues que este Esposo es celoso, y no quiere que en el corazón de su esposa entre otro amor que el suyo y por esto le dice : Ponme por sello sobre tu corazón, ponme por marca sobre tu brazo, porque el amor es fuerte como la muerte (Ct 8,7). Yo quiero, le dice, que me coloques como un sello sobre tu corazón y sobre tu brazo, a fin de que no ames a otro que a mí, y no hagas cosa alguna que no sea con el solo fin de agradarme a mí, como explica san Gregorio, diciendo que: «el amado se pone como sello sobre el corazón y el brazo de la esposa, porque el alma santa con la voluntad y con las obras da a conocer cuánto ama a su Esposo»[19]. Ciertamente que el amor cuando es fuerte sabe bien arrancar del alma cualquier afecto que no sea por Dios, pues es fuerte como la muerte. Así como no hay poder sobre la tierra que resista a la muerte cuando llega la hora de su venida, así no hay impedimento ni dificultad alguna, que no quede vencida del divino amor cuando llega a tener posesión de un corazón. Aunque el hombre diese por él todo el caudal de su casa, lo tendrá por nada (Ct 8,7). Un corazón enamorado de Dios desprecia todo aquello que le ofrece o le puede dar el mundo; desprecia, en suma, todo aquello que no es Dios. Cuando se pega fuego a una casa, dice san Francisco de Sales se echan por la ventana todos los muebles: quiere decir que cuando un alma arde con el fuego del divino amor, no necesita de sermones, ni de lecciones espirituales o de consejos de directores; sino que por sí misma, se despoja de todos los bienes criados, a fin de no poseer ni amar a otro que a su único bien, que es Dios»[20].
[1] -nte. suf. Forma adjetivos verbales, llamados tradicionalmente participios activos. Toma la forma -ante cuando el verbo base es de la primera conjugación, -ente o -iente, si es de la segunda o tercera. Significa ‘que ejecuta la acción expresada por la base’. Agobiante, veraneante, absorbente, dirigente, dependiente, crujiente.
[2] Horas de Nostra Dona, De Nona XXXI, BAC 31, Madrid 1948, p. 1054; cf. Herrán, o.c., 308.
[3] La palabra señera significa. (Del lat. *singulanus, por singuláris). adj. Sola, solitaria, separada de toda compañía. || 2. Unica, sin par.
[4] El culto a María en los escritos del B. Ramón Llull, en «Acta Congressus Mariologici-Mariani internationalis Romae anno 1975 celebrati», vol. V (Roma 1981), pp. 72-74.
[5] Cf. Constitución pastoral Gaudium etspes, 48, A.A.S., 58,1966, pp. 1067-1069; cf. Ef 5,25.32.
[6] Cf. Discurso a los Grupos «Notre Dame», 4, del 4 de mayo de 1970, A.A.S., 62, 1970, p. 429.
[7] Cf. Constitución Dogmática Lumen gentium, 42, A.A.S., 57, 1965, p. 48.
[8] Pablo VI, Exhortación apostólica Evangélica testificatio del 29 de junio de 1971, pp. 13-14; en Angel Aparicio, La Vida Consagrada, Publicaciones Claretianas, Madrid 2009, pp. 69-70.
[9] San Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris Mater, 25 de marzo de 1987,28 et passsim.
[10] Cf. José Antonio Varela Vidal, Zenit, Roma, martes 23 octubre 2012.
[11] Cf. San Agustín, Serm. 215,4; ML 38,1047.
[12] Constitución Dogmática Lumen gentium, 53.
[13] Esta perícopa evangélica se emplea como Evangelio de la Misa para algunas festividades de la Virgen, desde el siglo VI, por ejemplo, para la Asunción, tanto en Oriente como en Occidente…
[14] Instrucción Venite Seorsum, del 15 de agosto de 1969,4; en Ángel Aparicio, La Vida Consagrada, Publicaciones Claretianas, Madrid 2009, p. 160.
[15] Nota a Ct 4,12, Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, BAC Madrid 2010.
[16] Louis-Claude Fillion, PSS, La Sainte Bible commentée, 6a ed. París 1921, t. IV, 612.
[17] Sermo 40.
[18] Sermo 35,2, in Cant., ML 184. Abbas Swinshetensis en Inglaterra, Ord. Cist.
[19] Super Cant. Cant. Expositio, cap. VIII, 6, ML 79-541.
[20] San Alfonso María de Ligorio, La verdadera Esposa de Jesucristo, La Monja Santa, Librería de Garnier hermanos, Paris 1872, pp. 44-45.