– Para unos queda demasiado al Oriente, mientras otros dicen que queda demasiado al Occidente…
– para unos es de una moral dura y exigente, para otros es disolvente (Herbert Marcuse dice que es una de las «aberraciones sociales»)…
– algunos critican su «angulosidad dura y agresiva» y otros solo ven sus «enervantes redondeces sensuales».
«A medida que leía todas las exposiciones no cristianas o anticristianas de la fe, desde Huxley hasta Bradlaugh, fue desarrollándose en mí una lenta y avasalladora impresión: la de que el Cristianismo era la cosa más extraordinaria del universo. Porque el Cristianismo, según creía yo entender, no sólo contenía los errores más escandalosos, sino que parecía poseer cierto talento místico para combinar errores contradictorios. Por todas partes se le atacaba, y por mil razones contrarias. No bien acababa el racionalista de demostrar que quedaba demasiado al Oriente, cuando ya otro demostraba con igual energía que quedaba demasiado al Occidente. Todavía estaba yo indignado ante su angulosidad dura y agresiva, cuando ya me sentía exaltado para condenar sus enervantes redondeces sensuales»[1].
Veremos algunos ejemplos que podrían ser más de cincuenta: «Y por si alguno de mis lectores no sabe lo que son semejantes luchas, propondré al acaso unos cinco ejemplos –de entre los cincuenta o más que conozco– de estos ataques contradictorios en que se agota el escepticismo»[2].
1. – Para unos es melancólico, pesimista…, para otros es optimismo exagerado
Un lúgubre y lagrimoso cortejo de terrores, impide que los hombres se regocijen: «Una de las cosas que más me impresionaba era la elocuente acusación contra el Cristianismo en virtud de su inhumana melancolía, porque yo consideraba entonces, lo mismo que hoy, que el verdadero pesimismo es un pecado imperdonable. […] Y si al decir de algunos, el Cristianismo no era más que un pesimismo puro y enemigo de la vida, yo hubiera querido hacer volar la Catedral de San Pablo. […] Una de las acusaciones capitales contra el Cristianismo era que, con su lúgubre y lacrimoso cortejo de terrores, impide que los hombres ser regocijen libremente en el seno de la naturaleza»[3].
Consuela con la promesa de una fingida providencia, reduciéndonos al estado de niños de teta: «Pero ved lo que son las cosas: en el capítulo primero, mis autores me habían demostrado a satisfacción que la Doctrina Cristiana era un exceso de pesimismo; y, después, en el capítulo segundo, comenzaban a demostrarme que había en ella un optimismo exagerado. […] el Cristianismo trataba de consolar a los hombres con las promesas de una fingida providencia, reduciéndolos al estado de niños de teta»[4].
2. – Unos afirman que los consejos evangélicos más que pacientes son cobardes… otros en cambio sostenían que es el origen de todas las guerras…
El «pon la otra mejilla» nos reduce a la categoría de mansos corderos, empujando a cobardías monstruosas: «Comprendí que otro de los argumentos más fuertes contra el Cristianismo consistía en que cuanto lleva el nombre de cristiano parece asumir una actitud tími da, timorata y poco varonil ante las necesidades de la resistencia o de la lucha. […] los consejos cristianos resultaban más que pacientes, cobardes. Aquella paradoja evangélica de que hay que ofrecer al agravio la otra mejilla, el que los sacerdotes no deben combatir, y una infinidad de circunstancias por el estilo, daban visos de verdad a la acusación de que el Cristianismo se proponía reducir al hombre a la categoría de un manso cordero»[5].
Ahogó al mundo en un baño de sangre… es causa de monstruosas agresiones: «Pero sucedió que leí también algo muy diferente: al volver la hoja de mi manual agnóstico, tuve que volver la cabeza del otro lado, porque me encontré con que, ahora, el Cristianismo resultaba odioso, no por su poca, antes por su mucha combatividad. El Cristianismo era el origen de todas las guerras; el Cristianismo había ahogado al mundo en un diluvio de sangre. ¡Y yo que estaba indignado de que el cristiano fuera incapaz de indignarse! Ahora, en cambio tenía yo que indignarme al ver que la indignación cristiana era el más tremendo espanto de la Historia; que su ira había empapado la tierra y levantado sus humaredas hasta el sol»[6].
3. – Unos dicen que hay una Iglesia inconsciente superior a todas las religiones, que los credos dividen a los hombres, y que la moral los unirá, todos los hombres tienen una religión infusa… y otros afirman: la moral se transforma incesantemente, la religión es un absurdo
Hay una Iglesia inconsciente y superior a toda la humanidad, fundada en la omnipresencia de todas las conciencias humanas: «Veamos ahora un tercer ejemplo, y el más importante de todos, por ser el único que implica una objeción positiva contra la fe cristiana: la de que semejante religión no es más que una de tantas religiones. […] Mucho me impresionó este argumento en mi juventud, y muy inclinado me sentí hacia la doctrina que suele predicarse en el seno de las Asociaciones Morales: aquella de que hay una Iglesia inconsciente y superior a toda la humanidad, fundada en la omnipresencia de todas las conciencias humanas. Los credos dividen a los hombres: la moral los unirá. El alma puede viajar por las tierras más remotas y exóticas, y a través de todos los tiempos, siempre hallará la comunidad esencial del sentimiento ético. […] Creí firmemente en esta doctrina de la fraternidad de los hombres, fundada en la común posesión del sentido moral […]»[7].
La religión es un absurdo: «Pero entonces vino la consabida sorpresa: los mismos que hablaban de que la humanidad constituía una sola Iglesia, desde Platón hasta Emerson, hablaban también de que la moral se transforma incesantemente, por manera que la justicia de ayer puede convertirse en la injusticia de hoy»[8].
Confiemos en la ética de Epícteto porque la ética no ha cambiado. Desconfiemos de la ética de Juan Pablo Magno porque la ética ha cambiado: «Cuando considerábamos al agnóstico y al pagano, habíamos de reconocer que todos los hombres comulgan en una religión infusa. Pero, en cambio, cuando considerábamos al místico o al espiritualista, habíamos de reconocer lo absurdo de algunas religiones humanas. Habíamos de confiar en la ética de Epícteto, porque la ética no ha cambiado, pero había que desconfiar de la ética de Bossuet, porque la ética ha cambiado. En doscientos años ha podido cambiar lo que no cambiaría en dos mil»[9].
4. – Unos proclaman que ataca a la familia (vocación contemplativa, celibato…) y otros que nos esclaviza a la familia, al cuidado de los hijos…
«Ya se sabe que algunos escépticos han alegado como el mayor crimen del Cristianismo su ataque a la organización de la familia; el haber arrastrado a la mujer hacia las soledades y contemplaciones del claustro, alejándola del hogar y los hijos. Pero frente a esto, no faltan escépticos –algo más avanzados– que aleguen como el mayor crimen cristiano el someternos a la familia y al matrimonio; el forzar a la mujer a las faenas domésticas como los hijos, prohibiéndoles los alivios de la soledad y la contemplación. Es decir, la acusación contraria»[10].
5. – Unos dicen que el cristianismo desprecia a la mujer, otros insisten burlonamente de que sólo van las mujeres a la Iglesia, despreciándolas
«Algunos pasajes de la Epístola sobre el matrimonio –decían los anticristianos– respiran el desdén más profundo por las capacidades intelectuales de la mujer. Pero, por mi cuenta, yo descubrí que no era menor el desdén de los anticristianos, puesto que su burla de estilo era que “solo las mujeres” van a la iglesia»[11].
6. – Unos critican su pobreza, el ayuno, el sayal pobre, su plato de garbanzos, otros su pompa y ricos rituales, sus relicarios de pórfiro y sus mantos dorados
«Otras veces se acusaba al Cristianismo por sus hábitos de desnudez y de hambre, por su sayo y su pobre plato de guisantes; y medio minuto después se le acusaba por su pompa y ricos rituales, sus relicarios de pórfido y sus mantos dorados. Se le achacaba, a la vez su sencillez y su rebuscamiento»[12].
7. – Unos se quejan de que cohíbe la sexualidad, otros de que no la cohíbe bastante
«Siempre se le achacaba el cohibir la sexualidad, y he aquí que el malthusiano Bradlaugh descubrió que no la sujetaba lo bastante»[13].
– Para los ateos provoca desunión, para otros suscita la unión
«Y, bajo las pastas del mismo panfleto ateísta, he visto condenar la fe por la desunión que provoca (“unos piensan una cosa y otros otra”) y también porque suscita la unión (“solo la divergencia de opiniones nos salva de una ruina cierta”)»[14].
9. – Unos condenan al Cristianismo por su abominación a los judíos, y otros abominaron el Cristianismo por ser cosa de judíos
«En la misma conversación, cierto librepensador amigo mío condenó al Cristianismo por su abominación de los judíos, y después abominó de él por ser cosa de judíos»[15].
10. – Una institución histórica (de más de 2000 años) que ni por casualidad acierta, es tan milagrosa como otra que ni por casualidad se equivoca
«Mi conclusión fue esta: de ser el Cristianismo un error, debe ser un error muy gordo. Para que todos esos errores contradictorios se hubiesen podido juntar en una sola doctrina, esta tenía que ser extrañísima y excepcional. Hay hombres miserables y despilfarrados a un tiempo, pero son extrañísimos. Pero para que esta masa de locas contradicciones pudiera mantenerse –cuáquera y sanguinaria, harapienta y vistosa, austera y enamorada de las lujurias visuales, ruina de la mujer a la vez que inesperado refugio, pesimismo solemne y optimismo imbécil–, para que todo ese mal pudiera ser, tenía que asumir caracteres únicos y supremos. Y de monstruo tan excepcional mis maestros racionalistas no me daban la más humilde explicación. Teóricamente, el Cristianismo no era a sus ojos más que uno de tantos mitos y errores de los mortales. Pero no me daban la clave de este pasmo de maldad sobrenatural. Porque a la altura de lo sobrenatural llegaba esta paradoja del horror; como que era casi tan sobrenatural como la infalibilidad del Papa. Una institución histórica que ni por casualidad acierta, es tan milagrosa como otra que ni por casualidad se equivoca»[16].
¡Este es el estupor que causa el conocimiento, no superficial, de la Iglesia fundada por Jesucristo, sobre la cual las fuerzas del infierno nunca prevalecerán, ya que está abrazada por tres dimensiones indisolubles: La eucarística, la mariana y la petrina!
[1] GILBERT KEITH CHESTERTON, Ortodoxia, Obras Completas, Plaza & Janés,
Buenos Aires-Barcelona-México 1961, Volumen I, 608-609.
[2] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 609.
[3] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 609.
[4] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 609.
[5] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 611.
[6] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 611.
[7] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 612.
[8] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 612-613.
[9] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 613.
[10] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 614.
[11] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 614.
[12] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 614.
[13] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 614.
[14] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 614.
[15] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 614.
[16] G. K. CHESTERTON, Ortodoxia…, 615.